III

Capítulo III

Ava

Año: 233 D.M

23 horas previas al Fuovlem

Ciudad: Vicus





Ava tuvo la impresión de que iba a desmayarse en cualquier momento.

El Navii no dejaba de posar sus asquerosos ojos sobre ella, observando cada posible falla. Cada posible atisbo de ira en su mirada perdida.

La sangre tibia aún chorreaba en la superficie, no sólo por la mesilla de Melinòe; sino que, debido al corte transversal, algunas gotas salpicaron descuidadamente el uniforme de Ava, la cual se encontraba cerca.

La sangre de un inocente,

En su ropa.

La joven no pudo evitar sentir nostalgia.

El militar la miró con desdén.

—Límpialo —le ordenó—. Para que así podamos retomar la lección.

Ava reprimió el deseo de replicar una grosería. Había estrujado su bolígrafo con tal fuerza que terminó por destrozar la punta metálica. Cómo le habría gustado que aquella punta fuese la cabeza de cierta persona...

—Por supuesto, Navii.  Lo haré de inmediato —declaró sonriente. No iba a perder los estribos, no tan rápido. No después de aguantarlo por 15 largos años.

Un poco más, se mentalizó.

Se arrodilló, frente a la mirada atenta de todos, frente a los quejidos ahogados del joven mutilado y frotó la sangre del piso con su pañuelo blanco. El militar safiriano parecía satisfecho.

¿Cuánto tiempo más tendría que humillarse de esta manera?

Si tan sólo él estuviera ahí, ella podría tomarse unas pequeñas vacaciones. Él la vigilaría y Ava descansaría.

Pero eso no sucedería. Estaba segura que L no tomaría tales riesgos.

Maldijo mentalmente al muchacho de ojos dorados.

Cuánto anhelaba volver a su viejo hogar... se preguntó cómo estarían sus hermanas, ¿la odiarían por abandonarlas?, ¿o comprenderían que ella jamás tuvo opción?

Después de todo, su vida le pertenecía a alguien más.  Al padre de todos los dioses.

Fue así desde el inicio de los tiempos. Y lo sería hasta el final.


A menos de que...


No. Ava jamás sería capaz de hacer algo así.

No a Melinòe.

Ava no era un monstruo, a diferencia del odioso militar frente a ella.

Anhelaba la libertad, sí. Pero no estaba dispuesta a cruzar límites que pondrían en tela de juicio sus principios. Preferiría asfixiarse eternamente antes de vender su alma por una bocanada de aire, sin importar cuánto la necesitase.


Sin importar cuán feliz podría llegar a ser siendo libre.


Se obligó a mantener la mente en blanco, no tenía sentido darle más vueltas a un problema que no tenía solución. Debía concentrarse en el presente, en Melinòe.

Es entonces cuando decidió mirarla. Las hebras oscuras de su flequillo le cubrían ligeramente los ojos. Gracias a la avanzada experimentación genética, ella no debía preocuparse por levantar sospechas. Aún así, Melinòe parecía disgustada con su color de ojos: un rojo carmesí tan profundo que delataba la volatilidad de su ser: una dulce energía tan espontánea como violenta.

Quizá eso era lo que no le gustaba: ser vista, descubierta por los demás; ser vulnerable.

Ava recordó aquellos días en los que se sentía invencible, como si tuviese al universo entero y a todas las galaxias a su merced. Cuando un simple movimiento suyo era capaz de desgarrar las mentes (y personas) más firmes. Cuando en verdad era ella... y no sólo una herramienta.

Intentó materializar el recuerdo, mantenerlo vivo.

Quizá así podría recobrar la sensación.

—Deberías apurarte, Ava. Pronto sonará la alarma —manifestó Rachel con burla.

Rachel Williams, 15 años, tipo de sangre A+, personalidad= basura.

Una pequeña engendra del mal.

Uno de los estudiantes presentes rio ligeramente. Los otros le siguieron el juego.

Ava no tuvo que preguntarse porqué el Navii no intervenía frente al inminente escándalo. Ya sabía la respuesta: humillar a los débiles estaba bien. Ava, para ellos, era débil.

La bola de zánganos que tenía por compañeros la escrutaban con interés, esperando una reacción. Ava ya había memorizado sus rostros, familias e información personal. Conocía sus puntos débiles, sabía dónde debía clavar la estaca, de ser necesario. Pero no era necesario, ¿o sí?

Ava se regocijó internamente. Sin darse cuenta,  comenzó a sonreír.

Esos mocosos no tenían idea de con quién estaban jugando, se autoconvenció.

Sí, no tenían ni id-

—Ups, parece que se me cayó un poco de agua. ¿Te importaría limpiarlo también?  —Un pequeño engendro, con el cabello tan corto que parecía pelón, lanzó agua hacia la superficie que Ava estaba restregando. El Navii ladeó el rostro; si no miraba,  no se daba cuenta, razonó. El salón entero estalló a carcajadas.

Y pensar que hace sólo un instante le arrancaron los dedos a alguien.

Ava iba a matarlos, a cada uno de ellos, en verdad iba a hacerlo.

Levantó la mano, pero la bajó de inmediato al comprobar que no podría ganar esa guerra. En cálculos simples, si los 16 engendros —sin contar a Melinòe— se enfrentasen a ella, deberían derrotarla. Era una batalla con una gran diferencia de número y recursos. Incluso, podían usar al Navii para castigarla.

Pero Ava no era simple, y los cálculos tampoco podían serlo.

Sonrió inconscientemente de nuevo. Los jóvenes presentes respondieron con sorpresa y una leve pizca de enojo.

En términos complejos, Ava podría hacerlos desaparecer en lo que tardarían en realizar un sólo pestañeo.

Pero no era necesario, ¡¿o sí?!, la joven intentó autoconvencerse con más firmeza que antes.

De pronto, escuchó el graznido de los cuervos a lo lejos.


Dale rienda suelta a tus impulsos, Ava.

¡Entreténme!


Ava tuvo la sensación de que se iba a desmayar nuevamente. Sintió náuseas, asco, repulsión hacia los humanos frente a ella. Su cuerpo parecía moverse por sí solo, mientras una ola de energía oscura la engullía de los pies a la cabeza.

El Navii pareció alarmado frente al cambio repentino. Se acercó a ella.

Si él descubría quién era Ava, lo que era capaz de hacer, todo lo que había construído hasta el momento, se desmoronaría.

No,

Ava no cedería, menos por mocosos que no tenían idea de cómo funcionaba el mundo en realidad.

Seguiría con la misión, hasta el final de los tiempos... hasta que Melinòe diera su último suspiro.

Hizo un gesto con la mano, tomó su pañuelo blanco y secó la mancha.

—¡Por supuesto! Yo me encargaré de este error, compañero.

Los demás no parecieron satisfechos con aquella respuesta, pero no insistieron más.

Gracias a las blanquecinas —e intensas— luces artificiales del salón, podía observarlos cuidadosamente. Sus uniformes violeta (color distintivo del gremio) permanecían impolutos, como si se tratasen de ropajes sagrados que debían de proteger a toda costa, y en realidad lo eran.

Violeta, un bonito color. Elegido por los MusGravité para representar a Vicus. Un color suave, que significaba serenidad y creatividad. Pero también tristeza y fatalidad. ¿Con qué interpretación en mente lo habían escogido?

¡Je!, la respuesta también era obvia, pensó Ava.

Los colores de los otros gremios superiores eran mucho más serios, más dignos. Aunque el de Dajmond apestaba...

El Navii parecía impacientarse mientras la joven continuaba escurriendo el líquido espeso restante. El piso había quedado limpio, pero aún faltaban los rastros que cubrían la mesilla de Melinòe.

Ava redirigió su atención a ella. Notó que parecía ausente, como si sus pensamientos se encontrasen encapsulados en alguna otra parte; a pesar del espectáculo hemorrágico que tenía enfrente. Ava reconoció, en medio del silencio abrupto, que el color de la sangre se asemejaba mucho al de sus ojos.

De pronto, el sonido de un conocido pitido interrumpió sus pensamientos y el fallido intento de aseo.

El Navii resopló cansinamente. Su turno de supervisión había concluído.

Era ahora cuando se aproximaba el reto académico real: las clases de historia.

"¿Tomarán la prueba sorpresa?", se cuestionó. Sus labios moldearon una sonrisa confiada.

Sencillo, pensó Ava. Después de todo, ella ya había memorizado —y respondido— todas las posibles preguntas.

Al finalizar el pitido, todos los presentes se levantaron, esperando que el adoctrinador se posicionara y pronunciara la siguiente plegaria matutina.


Oitùle abuthil il fronet uze egklo drêjum an il ulthsamì zenttale ez u kâlthen, qu rôldk màlintru ol uri brulthen an ol uri kjènlin¹*


Y ese era el òqlirk...

Ava suspiró.

Representaba la "alabanza" y "respeto" que se le debía tener a los MusGravitès, las personas que salvaron a la Tierra de la perdición y el caos que se originó tras la guerra, la denominada Hecatombe.

De hecho, el Iilhitium existía para brindar información obligatoria acerca de la historia de los mencionados salvadores. Los "grandes" eran aquellos a quienes se agradecía todo lo hecho por el régimen, conformado por 4 gremios. Cada uno de estos con una función distinta, pero necesaria, para asegurar el orden y subsistencia de la humanidad restante. Vicus era, en realidad, el penúltimo de los gremios. Por ello, las condiciones de vida no eran las mejores.

Ava estaba muriéndose de sueño.

—Digan al unísono el sagrado Phêrium —aclaró firme el Navii al terminar el òqlirk—. ¡Ahora!

Tal y como ordenó, sin titubeos, los estudiantes procedieron a mencionar cada uno de los mandamientos. Reglas de estricto cumplimiento.


1. Alabarás a los MusGravitès.

2. Nunca hurtarás o desearás poseer aquello que no pertenece a tu gremio.

3. Siempre trabajarás cooperativamente.

4. Nunca generarás conflictos o serás parte de ellos.

5. Honrarás a tus superiores.

6. Nunca pronunciarás mentira alguna que difame al régimen.

7. Siempre cumplirás con el vhilnir independientemente.

8. Siempre serás obediente a tus líderes.

9. Respetarás las decisiones que sean tomadas.

10. Respetarás a los dioses antiguos y de diferentes religiones.

11. No profanarás el nombre de los MusGravitès.

12. Obedecerás cada regla existente de la nueva orden suprema.

13. Nunca saldrás sin permiso del gremio.


Cada uno de ellos fue elaborado por una familia distinta, por las trece que conformaban a los MusGravité. Ava se preguntó cuál correspondía a la familia que los dirigía bajo las sombras.

Esta información no era brindada al público en general. Sólo el gremio más cercano a la perfección, Dajmond, conocía la identidad de los trece encapuchados.

Los demás permanecían en la oscuridad.

"El Gobierno de Nadie no implica ausencia de Gobierno, y cuando nadie tiene poder tenemos una tiranía sin un tirano".

Ava había escuchado esa frase de su maestro muchos años atrás, creyó que era adecuada para la situación. Los gremios operaban bajo las órdenes de un ente que ni siquiera conocían. Un "nadie" que se había transformado en un "todo" para ellos. Unos tiranos que aprovechaban su anonimato.

No obstante, en ocasiones especiales, como el Fuovlem, los descendientes de los MusGravité los visitaban. Según los Naviis, para cerciorarse de que las bestias (los habitantes de Vicus) no se salieran de control. Pero Ava estaba segura que era para burlarse de ellos.

Realizaban un bonito espectáculo, mostraban sus tan refinadas y estúpidas caras, y desaparecían. Ah, claro, no sin antes emitir el discurso más falso que Ava haya escuchado jamás. Aunque cada año se superaban.

Se cuestionó si volvería a ver al mocoso con el traje más vistoso de todos. Le provocaba gracia como, a pesar de que su cabello rubio ceniza, se encontraba aglutinado hacia atrás, siempre unos cuantos pelos encontraban la forma de abrirse paso.

Parecía un muñequito mal peinado.

Ava rio para sus adentros al imaginarlo.

Luego del protocolo, los estudiantes tomaron asiento y retomaron las clases como usualmente lo hacían.

—Ayer los Naviis mencionaron que hoy impartirían una lección en particular, relacionada al Hecatombe —susurró una de las muchachas frente a ella con emoción.

Ava quizo bostezar, pero se aguantó las ganas.

El militar canoso encendió la pantalla holográfica que se encontraba en el medio del salón e inició con la lección:

Hace mucho, yacía el año 2080 A.M. El planeta tierra empezaba a contar sus últimos minutos. Los conflictos corruptos, alteraciones en el ecosistema y las dificultades globales estaban llevándola al borde de la crisis.

El calentamiento global engendraba incontables incendios que mortificaban millones de seres vivos. La flora y fauna se disipaban, como los glaciares de las gélidas aguas en los polos, hasta quedar gran parte del terreno mundial sumergido en estas.

Cuando el Navii explicó un fragmento de la Hecatombe, sacó de su bolsillo, ubicado en el lado izquierdo de su pecho, un dispositivo pequeño de molde circular y lo arrojó al pavimento. Por consiguiente, el aparato reveló un holograma casi realista de una criatura que, al parecer, nadie de los presentes tenía noción de cómo se llamaba.

—Este es uno de los tantos seres que desaparecieron de la faz de la Tierra hace décadas por culpa del egoísmo del ser humano —Señaló la imagen con un apuntador—. Este espécimen que poseía pelaje blanquecino, perteneciente a la familia de osos, se llamaba "oso polar u oso blanco". Vivía en zonas heladas y medios polares del hemisferio norte. Era uno de los carnívoros terrestres más grandes que existían y se alimentaba principalmente de peces, crías de focas y renos.

Los ojos de Ava se abrieron con sorpresa. De repente, el cansancio que sentía se desvaneció.

Hace mucho que no se topaba con esa clase de seres vivos (ex vivos, se aclaró). No pudo evitar conmoverse.

Todo lo que veía últimamente eran animales gritones, pelones y violentos: Humanos, los llamaban la mayoría de veces.

—Ahora que acabamos de mencionar uno de los sucesos ocurridos en la Hecatombe, ¿alguien tiene alguna idea de cuál pudo haber sido el motivo de su extinción? —interrogó el adoctrinador.

Ava alzó la mano de inmediato. Esta clase de preguntas insultaban su gran intelecto.

—Usted explicó que el aumento de la temperatura a nivel mundial hizo que los glaciares se derritieran y el nivel del mar aumentara, eso pudo haber sido un detonante, a parte del descuido del ser humano, claro —concluyó con perspicacia.

—En efecto, así fue —expresó el militar fríamente—. Continuando con la historia...

El piélago y campiñas se abarrotaban de inmundicia y los individuos parecían no comprender el agonizante estado en el que encontraban, o quizá, no deseaban comprender.

El territorio antiguamente conocido como "América del Sur" se hallaba sometido bajo terribles guerrillas internas. La situación precaria de su economía de producción, la desconfianza que sentían por los países hermanos, sumado al ineficiente mando que ejercían sus líderes, los llevó a la ruina.

Terminaron destruyéndose unos a otros. Escasos habitantes sobrevivieron a la purga que se generó a partir de entonces. Del mismo modo, pasó con el continente denominado "África". Porque sí, ciudadanos, antes existían continentes. Pero aquello será materia de otra clase.

Este pedazo de tierra fue el primero en perecer debido a la pésima condición de los habitantes, y el poco control que tenían sobre sus propios recursos.

En cuanto a los demás territorios, fueron azotados por la privación de sustentos. Todo ello gracias a un virus respiratorio que se extendió por todo el globo terráqueo. Este provocó que las naciones que aún quedaban de pie, se desgastaran continuamente en busca de una cura que parecía nunca llegar. El origen de este virus fue atribuida a la nación conocida como "Rusia".

El Navii cambió la escenografía, y mostró la imagen de lo que alguna vez fue un país próspero, convertido en un océano rojizo de cadáveres y rostros deformados por el temor a la inminente muerte.

Mientras que esta nación culpaba a "China" de haber sido los creadores del virus, pues poseían antecedentes al respecto. Esta última, por su parte, aseguraba que era "América del Norte" quien deseaba hundirlos a todos.

Es por ese motivo que los territorios entraron en guerra absoluta. Se dejaron de respetar los pactos y alianzas; el odio y el recelo, transformados en bombas atómicas, se encargaron de finalizar el trabajo.

Así, en un período de 15 años, las trece familias que fueron y son al día de hoy las más acaudaladas del mundo, los MusGravitès, adquirieron el control absoluto y nos salvaron de la extinción, a nosotros, los elegidos para habitar el nuevo mundo. Recuerden siempre estar agradecidos por este regalo.

El Navii sonrió complacido mientras llevaba la mano al pecho.

—Todos los presentes, están por acabar los preparativos para el Fuovlem, ya saben qué es lo que tienen que hacer en este sagrado acontecimiento. No necesito mencionar que la asistencia es obligatoria. Dicho este rápido comunicado, ¡pónganse de pie! —El militar exclamó al terminar la charla. Los estudiantes saltaron de inmediato por el susto—. ¡Gurlliot yarex e il MusGravitès!


¡GURLLIOT!²*


—¿Ava, estás bien? ¿Estás molesta por algo? —Melinòe se acercó a ella y estudió su rostro con cuidado. Su amiga tenía las facciones contraídas en un severo mohín.

—Estoy bien, no te preocupes. Debemos ir a almorzar al Ghepolum para regresar de nuevo aquí. No tenemos tiempo que perder —sentenció. Melinòe no parecía creerle, pero no quizo insistir más.

En realidad Ava sí estaba molesta, pero no por la humillación que sufrió, y —sorprendentemente— tampoco por las aburridas clases.

Había otra razón, una más importante...

No habían tomado la prueba sorpresa.

Estudié por nada, renegó.



PIE DE PÁGINA:

¹* A los soberanos del nuevo orden mundial y a los dioses creadores de la humanidad, que siempre anhelan por nuestro bienestar y por nuestra prosperidad.

²* Viva, vida.




BinnieOut

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