II

Capítulo II

Melinòe Retter

Año: 233 D.M*

48 horas previas al Fuovlem

Ciudad: Vicus





Melinòe podía saber cuando alguien mentía.

No se trataba de una simple intuición o un reflejo esquivo.

Melinòe realmente podía saber cuando le mentían. Lo veía en sus ojos, en el movimiento extraño de sus dedos al gesticular, en el leve sonroso que pintaba sus mejillas. En las palabras que escapaban de sus labios con precaución.

Justo como ahora:

—Iré a la reunión anual con el consejo de Althonas*. Llegaré tarde, no me esperes —Su madre apartó rápidamente la mirada mientras se colocaba el suave abrigo violeta. El abrigo del que sólo disfrutaba en ocasiones especiales.

No era la primera vez que la intentaba engañar, pero sí la primera que lo hacía tan descaradamente. Las Althonas, organización de artesanos del Gremio, era presidida por su madre. Y sólo tenían una reunión anual.

Reunión que ya se había llevado a cabo hace 3 días.

De todos modos, a Melinòe no le importaba. Es más, cuando su madre mentía y escapaba a donde sea que escapara, tratar con ella se volvía más sencillo. Ella volvía a sonreír.

Hasta que llegaba el día siguiente y el gesto se borraba por completo de su rostro.

Decidió cambiar de tema para liberar la tensión.

—¿Debería regresar a casa con Ava? —susurró Melinòe, casi como si levantar la voz representase un pecado.

Loú se limitó a asentir. No se despidió, y su esbelta figura desapareció tras la puerta recubierta de madera que separaba su habitación del exterior.

Vaya mañana, pensaron ambas.

Silencio.

A Melinòe le dolían los oídos debido al profundo silencio que reinaba en la estancia. El exceso de luz artificial revoloteaba a través de la cristalera y enervaba hasta el último ápice de paciencia que aún poseía la joven.

Su mente vagaba en retazos de las cosas que debía hacer a lo largo del día. No se movía mientras pensaba, pequeña característica suya que le traía problemas en el Ilithium*, pues sus maestros pensaban que le había dado un severo ataque de parálisis.

Por supuesto, ese no era el caso. Melinòe sólo no gustaba de pensar, y si lo hacía, debía ser la única actividad que realice en el momento. Era muy extenuante conectar con su yo interior; especialmente, cuando este subconsciente se dedicaba a repetir cosas incoherentes.

Su mirada se detuvo en la fotografía postrada en el centro de la salilla. Una atractiva mujer adulta de rizos caoba intentaba sonreír en esta. Intentaba, porque no lo lograba.

Loú, su madre.

Luego, se encontraba un hombre adulto de cabello corto y lentes oscuros, abrazando a una pequeña niña. Henry, su... padre.

Y por último estaba ella.

Melinòe hizo un mohín al ver a su reflejo mucho más joven. ¿Por qué tenía el rostro tan pálido?

De pronto, tuvo la repentina sensación de que debía destruir esa imagen.

Así nadie más podría ver el nido de mentiras amoblado en su perfecto hogar.


Así, quizás, las voces se callarían...

Para siempre.


—¿Melinòe? ¿Estás ahí dentro? —el sonido la sacudió.

Ava.

Por supuesto que se trataba de ella. Su mejor amiga y vecina.

Ava siempre había estado ahí, desde que Melinòe tenía memoria. No recordaba ningún acontecimiento importante en su vida sin la presencia de la curiosa jovencita de ojos azules y mirada perdida.

Reuniones, celebraciones, caminatas diarias. Contando cada una de las actividades que Melinòe realizaba a lo largo del día; nunca sin ella.

Ahora que reflexionaba al respecto... ¿no era un poco extraño?

Melinòe no socializaba con los demás individuos del gremio, sólo lo estrictamente necesario. No estaba interesada.

Y los demás tampoco parecían prestarle especial atención. Después de todo, ¿quién era Melinòe Retter? La hija de la regente de las Althonas, una ciudadana promedio, puntual con respecto a la presentación de ofrendas a los líderes del régimen. Y lo más importante, obediente.

Obediente, como todos.

"De no ser útil y productivo, no se tiene valor alguno en esta sociedad", manifestaban severamente sus maestros.

Melinòe no quería ser descartada o abandonada. Por ello debía trabajar duro por ser normal, ser como todos los demás.

Por ser útil.

—Nòe, ¿no crees que llegaremos tarde si sigues despertando a esta hora? Creo que hoy habrá una prueba sorpresa —Ambas muchachas caminaron rápidamente a través de las calles concurridas de Vicus, el gremio de la artesanía y agricultura. Debían caminar, puesto que no era posible costearse las plataformas levitantes que solían llevar los Naviis* como transporte urbano.

—No lo creo. El Navii lo hubiese mencionado ayer —Melinòe sonrió con aflicción. No le gustaba ser regañada por Ava, menos por algo que no podía controlar.

Dormir se había tornado en un verdadero infierno últimamente.

Lo único que veía al cerrar los ojos, una vez entrada la noche, eran imágenes difusas como si se tratase del clip de alguna película antigua.

En ocasiones, eran personas que jamás había observado antes. Altos, con trajes carísimos, apenas imaginables para alguien como ella, y artefactos que sólo podrían poseer los gremios superiores. Pero gritaban... con mucha frecuencia. Más de lo que le hubiese gustado a la salud mental de Melinòe.

A veces, se presentaban seres deformados, inhumanos. Se acercaban a ella y trataban de devorarla en un atisbo de oscuridad infinita. Sus dedos rozaban el rostro de la joven; y, para cuando lograba abrir los ojos, se encontraba en las fauces de alguna bestia inmensa.

En ocasiones, los escenarios se tornaban mucho más horrorosos, más crueles. Y realistas.

Ya no veía a extraños. Se veía a ella, destruyéndolo todo. Acabando con cada ápice de orden y control que había en su vida. Hasta que no quedaba el más mínimo rastro de engaño en las personas.


Como odiaba que mintieran... Y aún así no hacía nada por evitarlo.


—... Es por ello que Rachel cree que los padres del régimen seleccionarán a Luth como su compañero de vida. ¿No te parece ridículo? No tienen nada en común. Incluso si lo tuvieran, ¿como podrían saberlo los sagrados padres? Si ellos ni siquiera están aqu... —Melinòe la interrumpió rápidamente, no estaba escuchando el mensaje completo de su interlocutora. Pero no pudo evitar reaccionar frente a tal ofensa.

—No te atrevas a terminar esa frase. Sabes que tienen ojos en todas partes, ¿acaso quieres que te atrapen?

—Entonces sí estabas prestando atención —Ava colocó su mano en el cabello de Melinòe y lo zarandeó ligeramente—. Sólo bromeaba.

Sí,

Melinòe sabía que no era así, sabía que Ava los odiaba.

No sólo al Gremio, sino al régimen en su totalidad.

Si alguien más lo supiese...

La joven negó con la cabeza, nadie más debía saberlo. Ava era su amiga, no permitiría que se deshicieran de ella. No si estaba para prevenirlo.

La plazuela de Vicus parecía más sigilosa que de costumbre. Las personas se movilizaban a realizar sus labores diarias sin ninguna expresión de agrado o inconformidad en el rostro. Se desplazaban inertes, casi como si se tratasen de cadáveres sujetados por finos hilos, controlados por un titiritero omnipresente. No obstante, en cuanto sus miradas se cruzaban unas con otras, sonreían.

Saludaban y se despedían, como si todos fuesen amorosos hermanos.

Como si no despreciasen sus vidas y la de los demás.

Hipócritas, pensó Melinòe.

Muchas frutas y verduras eran trasladadas en amplias plataformas levitantes, directo al Ghepolum, el único comedor público de Vicus. El Ghepolum era un edificio violeta corroído por la humedad y el paso del tiempo, con un acceso inferior que introducía los alimentos para ser tratados por sus respectivos encargados. Cada mañana se permitía la entrada de sólo 100 personas.

Los habitantes de Vicus eran más de 300.

Si no llegaban a la hora acordada, o alguien lo hacía antes. Simplemente no comían.

Y si la situación se tornaba constante, simplemente morían.

Aún así, nunca en los 233 años de vida del nuevo régimen, se ha presentado noticia alguna de un escándalo o aglomeración frente al Ghepolum. Si ese hubiese sido el caso, probablemente el Gremio ya no existiría.

Por otro lado, las vestimentas y artesanías básicas eran conducidas al establecimiento de las Althonas en el centro de la ciudad. Su madre la había llevado una vez para conocer el futuro que la esperaba. A Melinòe no le gustó nada.

Confeccionar vestimentas, instrumentos, maletas, vasijas. Y otra serie de elementos que nunca llegaban a disfrutar realmente, pues eran trasladados a gremios superiores de forma inmediata.

Melinòe se preguntaba lo sencillo que sería vivir de esa forma, con el destino que se le fue encomendado en cuanto nació.

Vivir como Althona, emparentada con algún desgraciado que vería sólo una vez en su vida para procrear, trabajar arduamente hasta que los callos en las manos le causen suficiente insensibilidad como para resistir clavarse agujas en la piel por alguien más.

Y luego pretender que todo ello le maravillaba.

Tal vez así debía ser. No es como si Melinòe tuviese opciones.


¿Verdad?


Por su parte, los Naviis, militares provenientes de un gremio superior, eran los maestros encargados de controlar en reserva las acciones de la población. Lo que decían, e incluso lo que pensaban, cuando creían que nadie más los veía; y comunicárselo a los MusGravités*.

Si osaban cometer un error, si se atrevían a alzar la voz en contra de sus amos...

Eran eliminados.

No por nada habían sido escogidos de entre millones de personas para ser partícipes del nuevo orden mundial. Sobrevivientes de la gran Hecatombe que sacudió a las ex naciones y arrasó con cientos de vidas.

O eran indudablemente perfectos, o no eran nada.

Melinòe trastabilló al observar la enorme edificación frente a ella. El Ilithium, hogar del conocimiento y origen de sus molestias diarias.

—Buenos días, ciudadanas. La puerta principal será cerrada en 2 minutos con 30 segundos. Recomiendo rapidez —La gruesa voz de un hombre de mediana edad las sorprendió. El tono autoritario con el que soltó aquellas palabras provocó repeluz en Melinòe. Era el Navii encargado de custodiar las afueras de los centros públicos, como lo era una de las pocas escuelas del gremio—. Alabados sean los MusGravité, creadores del nuevo mundo.

—Alabados —respondieron las jovencitas al unísono.

—Si no mal recuerdo, hoy habrá un breve repaso de Historia Antigua. Sospecho que será extremadamente aburrido —rio Ava con suavidad al ingresar. Su corta cabellera rojiza se encontraba recogida en una cola de caballo que se meneaba a los lados cuando caminaba, como si se tratase de una antojadiza flama que se retorcía a merced del viento. La hacía parecer despreocupada.

—Siempre lo hacen cuando se acerca el fuovlem*, supongo que no quieren que olvidemos porqué nos encontramos aquí. Es lógico —Melinòe levantó los hombros con aspereza. No era como si realmente estuviese dispuesta a prestar atención de todos modos...

Prefería enfocarse en otra clase de seres de lo mas inusuales: sus compañeros de clase.

Tras haberse dedicado a aquella labor 12 de sus 15 años de vida, era inevitable llegar a una conclusión: no podía entender a las personas.

¿Por qué sonreían? ¿Por qué actuaban de la forma en que lo hacían?

¿Por qué todos se adueñaban del concepto de "normalidad" y lo moldeaban a su gusto? Un terrible gusto colectivo.

Tomarse de las manos, hablar cuando se le es solicitado (sin titubeos), y callar cuando los demás lo hacían. ¿Cómo podían ser tan malditamente perfectos sin siquiera intentarlo?

A pesar de sus esfuerzos, Melinòe nunca lograba descubrir la verdad que se ocultaba tras esa dulce y masificada fachada.


El miedo


Desde el principio de los tiempos, lo que ha movido a la humanidad a evolucionar ha sido la emoción mas primitiva de todas: el miedo.

Miedo a lo desconocido. Miedo a no saber qué pasaría si dan un paso en falso. Miedo a fracasar.

Y aquella insonora voz en su cabeza le decía que ella también tenía miedo.

—Son las 7 horas, con 2 minutos y 45 segundos del día Lunes. La atención no debe ser excedida al horario habitual. ¿Cuál es el horario habitual, ciudadanos? —El Navii de turno alzó la voz repentinamente. La clase entera pareció desfallecer en cuanto avizoraron la sombra de uno de los suyos detrás del militar safiriano*.  Un pobre desgraciado que no conocía los límites.

—7 horas, con 0 minutos y 0 segundos, cada mañana, 6 días a la semana —respondieron todos en coro.

—En efecto. El horario es de conocimiento público. En una sociedad como esta, amparada por los sagrados MusGravité, no pueden existir las excusas. ¿No es así? —El militar no esperó contestación alguna y atrajo hacia sí el frágil cuerpo del muchacho. Sus manos temblaban mientras las juntaba e imploraba clemencia. Quiso hablar pero el Navii le soltó un guantazo tan fuerte que terminó por resonar en toda la estancia. El silencio se apoderó nuevamente del lugar.

—El insignificante hecho de que tu madre haya muerto esta mañana, no justifica tu tardanza por 2 minutos y 45 segundos —rugió mientras tomaba con fiereza el rostro del ahora encorvado joven—. Nada puede justificarlo, ¿lo entienden, ciudadanos? —Se dirigió esta vez a los otros espectadores. A pesar de la dureza de sus acciones, sus palabras permanecían frías, como si carecieran de significado incluso para él mismo.

—Lo entendemos Navii —no dudaron al replicar.

—Correcto. Así como es de conocimiento público el horario, son también conocidas las consecuencias de incumplirlo. Un dedo por minuto perdido. ¿Cuántos minutos nos has hecho perder ya, Luth?

Luth no contestó. El puñetazo que recibió en la nariz por ello fue respuesta suficiente.

—5 minutos con 23 segundos. ¿Debería despedazarte la mano entera para ahorrarnos molestias? —El militar cogió el brazo del joven con brusquedad, y lo colocó encima de una de las mesas dispuestas a lo largo del salón.

La mesilla de Melinòe.

Luth la miró con urgencia, mientras su cuerpo entero se estremecía.

Art. 152, inciso 6 del Código sancionador de los MusGravité, apartado estudiantil.

Jamás

llegues

tarde.

De lo contrario, la mutilación de tus extremidades será lo que compense el tiempo desperdiciado.

Mala suerte de que hayan escogido los dedos de la mano, pensó Melinòe. Podrían haber sido las uñas, como le pasó al niño de gafas amarillas, por atreverse a vociferar y correr en los pasillos...

En realidad, se trataba más de un castigo simbólico que físico. En un gremio como Vicus*, donde el trabajo físico era todo lo que importaba, si se contaba con algún desperfecto motriz se era inservible.

Si en verdad la mano de Luth sería destrozada, el único destino que lo aguardaba era la marginación absoluta. Claro, hasta que él decidiese por cuenta propia quitarse la vida.

¿Por qué quién querría vivir de esa forma?

—Por favor, ¡piedad! Yo no poseo antecedente alguno. Juro que es la primera y última vez qu...

Antes de que el Navii fuese capaz de interceptar un último codazo en su vientre, una muchacha se levantó rápidamente golpeando con ambos antebrazos la mesita frente a ella. El estruendo provocó que todos voltearan rápidamente.

¿Ava..? Pero qué mierd-

—¿Ciudadana...? ¿Desea comentarnos algo? —El militar pareció flaquear por un segundo al observar la determinación en el rostro de la joven. Lástima que solo duró un segundo.

Ava despegó los labios, como si estuviese dispuesta a rebatir al Navii. Una cristalina gota de sudor se deslizó repentinamente por su mejilla izquierda, mientras que el peso de sus piernas casi terminaba por engullirla de nuevo en la silla acolchada. Melinòe lo supo de inmediato: estaba asustada.

Pero no del hombre de mediana edad y exageradamente fornido frente a ellas, no de la reprimenda que podría obtener por interrumpir la ejecución de una sanción, y mucho menos del rechazo que probablemente recibiría de los demás estudiantes.

Era algo más...

¿A qué le temes, Ava?

De pronto, sus miradas se conectaron en lo que parecieron ser los tres segundos mas largos en la vida de Melinòe. Como si dos engranajes de la rueda del tiempo se hubiesen averiado súbitamente para ese preciso momento. Azules eléctricos y sus rojos chispeantes, analizándose mutuamente en busca de respuestas.

Ella negó con la cabeza, Ava pareció entenderlo.

—Lo lamento, Navii. Sufrí un calambre en el tobillo que me provocó pegar un salto. Ofrezco mi más sincero arrepentimiento, si ello ha generado un malentendido —La joven agachó la cabeza hasta que la mitad superior de su rostro pareció adherirse rígidamente al suelo.

Melinòe tuvo la sensación de que iba a estallar.

—En evidencia de que sólo ha sido un accidente, lo dejaré pasar. Por esta vez —enfatizó con dureza la última frase—. Con respecto a ti, ciudadano denominado Luth, tomando en cuenta el hecho de que no posees antecedente alguno. Y jamás has elevado improperios, de pensamiento o acción, frente a los padres creadores, reduciré tu castigo. Después de todo, no soy un monstruo.

Los colores regresaron plácidamente al rostro del muchacho.

Finalmente, había logrado salvarse. Ya no le cortarían ninguna parte del cuerpo. Se preguntó qué sanción recibiría en su lugar, ¿tal vez limpiar el edificio del Ilithium por 6 meses?

Quizá el Navii se compadecería nuevamente y le otorgaría solo 4 meses.

En medio de la sangre que escurría por su nariz, y el morado verdoso que compactaba la frente, las comisuras de sus labios parecieron ascender progresivamente para darle forma a una sonrisa.

Sonrisa que nunca llegó a concretarse.

—Dos —declaró con rapidez el Navii al estrujar la mano que aún reposaba sobre la mesilla—. Serán sólo dos dedos. Por esta vez.


¡ZAS!

...

PIE DE PÁGINA:

D.M: Después de los MusGravité.

MusGravité: Las 13 familias que salvaron a la humanidad de la extincion y fundaron el nuevo regimen.

Naviis: Militares y maestros que provienen del Gremio Safir, y se encargan de vigilar e instruir a los habitantes de todos los Gremios.

Althonas: Personas encargadas de confeccionar, y crear artilugios y vestimenta para la distribución, dentro y fuera de Vicus.

Ghepolum: Comedor público.

Ilithium: Escuela.


Hola a todos nuestros lectores, ¡bienvenidos al segundo capítulo!

Como dijimos anteriormente, estaremos publicando de vez en cuando ilustraciones de los personajes, en esta oportunidad les presentamos a nuestra protagonista, Melinòe Retter <3

BinnieOut

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top