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Capítulo 0
Día del Fuovlem
Ciudad: ?
¡BOOM!
¿Cómo llegué a este lugar?
Siento que alguien me persigue.
Los pies duelen, pero no puedo dejar de correr.
Si lo hago, moriré.
Mi corazón latió con tal fuerza, que temí que se escapara del pecho. Su golpeteo iracundo retumbaba en mis oídos, una y otra vez.
Percibí las palmas sudorosas, presas del nerviosismo... recorridas por el terror.
Mis pies se movieron por sí solos, surcaron la tierra negra y destrozaron todo posible rastro de vida.
Nunca había corrido tan a prisa.
Mi cuerpo desfallecía, dolía tanto que dejé de sentir el picor en los labios. La sangre que empapaba los bordes no tardó en disiparse.
Corrí y corrí, tan a prisa, que sentí mi alma abandonarme por unos segundos.
Fui sorprendida por el agridulce olor que se propagaba en el aire, el humo seco que casi parecía engullir el paraje.
Una bomba más, dos explosiones más, tres cadáveres nuevos.
Corrí y corrí, más aprisa que antes.
Advertí cómo las ramas negruzcas arañaban la piel, mientras que de mi pecho brotaron leves espasmos, cada vez más constantes. El dobladillo de mi vestido quedó atrapado y fue arrancado por una cruel ventisca.
Los talones cedían ante el peso del pánico y el cansancio alborotaba mi mente. Quise gritar, pero de mi garganta sólo escapó un ligero silbido, tan ligero que pareció provenir del subsuelo, de lo más profundo del infierno.
De pronto, supe que correr a prisa no era suficiente.
¡Pum!
Los pasos que percibí antes, y que me forzaron a huir, se escuchaban cada vez más y más cerca. Mi cuerpo se estremeció, víctima de un temblor humillante que se extendió desde la coronilla hasta los talones.
Pude sentir aquel familiar escalofrío recorriendo las entrañas, aquel escalofrío que te estruja el pecho y sofoca la garganta, el escalofrío que te vacía el alma.
Porque sabes que a pesar de todo lo que hagas esta vez no hay escapatoria.
Un hálito cálido, como una porción de aire húmedo, se alojó en mi nuca; una respiración entrecortada, como si hubiese estado persiguiendo a alguien.
Justo detrás de mí:
—Melinòe, ¿por qué huyes? —canturreó una suave voz, tan suave que apenas pude percibirla, la acompañó el fugaz sonido de un gorgoteo—. ¡¿Por qué intentas escapar de lo inevitable?! —la voz se tornó ronca, casi gutural, como si procediese de lo recóndito del bosque.
—No se puede correr del destino —aulló.
Cerré los ojos, apreté los labios tan fuerte que llegué a saborear sangre nuevamente. En mi mente se materializó una única palabra: huye. Pero el instinto exigió otra cosa y mi cuerpo obedeció. No estaba preparada para morir.
¿Podría realmente alguien estarlo?
Adopté una pose defensiva por unos breves minutos, pero el temblor en las piernas hizo que me arrepintiera de inmediato. Relajé los músculos y traté de ocultar la tensión en ellos.
Quizá si no me muevo, no me ve, deseé.
Llevaba el vestido hecho jirones, los brazos repletos de magulladuras y la frente salpicada en gotitas de sudor. Si alguien encontrase mi cadáver en ese estado, probablemente nunca lo reportaría.
No fue hasta unos minutos después que supe que había estado llorando, las lágrimas se habían alojado en mis mejillas y secado indecentemente en estas.
Me armé de un valor que no sabía que era capaz de poseer y miré hacia atrás, esperando ver la figura azulina que me perseguía, acechándome en la lobreguez del bosque, dispuesta a acabar con mi vida.
No había nadie...
Al menos, no atrás.
Unos ojos azules gélidos se posaron rápidamente en los míos. El dueño de estos era un niño, pequeño como ningún otro y escuálido. Llevaba una pijama blanca descosida y aparentaba tener no más de 12 años. A pesar del miserable aspecto que poseía, su mirada irradiaba luz y energía, contrastaba con el lánguido paisaje.
Extendió los brazos hacia mí; acto seguido, sus labios se abrieron de par en par, pero no pude oír lo que dijo con exactitud.
"Sígueme", creí escuchar.
Por algún motivo sus gestos me parecieron indicar lo contrario, como si intentase alejarme y a la vez tratara de persuadirme a acompañarlo. A pesar de ello, fui incapaz de responder.
¿Se habrá perdido? Me pregunté.
"Justo como tú", respondió la voz en mi cabeza.
Estaba segura de que lo había visto en algún lado. Pero, ¿dónde?
Eventualmente, me vi arrastrada a su lado, tomé su —extrañamente— suave mano y dejé que me condujera por el arrullador paisaje. Debía seguirlo, me autoconvencí. Era la única manera de escapar.
No sabía cuánto tiempo había estado caminando, pero por la distancia considerable que recorrí, asumí que mucho. A pesar de mis esfuerzos, no era capaz de reconocer el lugar en el que me ubicaba y el niño se había esfumado de mi lado tan rápido como el humo seco.
Traté de recordar la última vez que no tuve miedo. Por desgracia, no hubo éxito.
Respiré hondo y me concedí el lujo de parar. Mis rodillas se aflojaron y caí, las hojas naranjas áridas amortiguaron el descenso.
Alcé la cabeza y observé lo que parecía ser un gran arco gris de piedra, se alzaba imponente frente a dos robles estériles y dividía el bosque de algún lugar foráneo. Una frase, escrita en un lenguaje que jamás había visto antes, condecoraba la parte más alta. Daba la impresión de ser una advertencia.
Froté mis manos en busca de calor. Realmente no tenía muchas opciones: podía regresar y arriesgarme a ser asesinada por insurgentes, o podía seguir de frente.
Elegí la segunda.
Pronto me daría cuenta que tomé la peor decisión de todas.
No había nadie en la entrada tampoco; no obstante, los murmullos no paraban. Empezaron como un leve cosquilleo en la oreja e intensificaron su volumen a medida que cruzaba el arco. No logré descifrar su mensaje, pero recibí una pista:yo no era bienvenida.
Los susurros melifluos se convirtieron en frases y las frases en gritos.
Y los gritos se convirtieron en dolor.
Me oculté tras un pedazo de piedra lo suficientemente ancho como para cubrir mi rastro. Pero los bramidos pararon.
El silencio fue tan insoportable que me obligué a sacar la cabeza para observar. El resto del mundo se desvaneció de repente.
Súbitamente, olvidé a mi familia, olvidé la celebración a la cual asistía y olvidé el motivo de mi huida.
La imagen frente a mí me lo impedía.
Durante un horrible instante, tuve la certeza de que estaba teniendo un sueño lúcido. Aquello terminaría como siempre que soñaba con eventos terroríficos y seres enigmáticos: despertaría con un punzante nudo en la garganta e inevitables ganas de vomitar.
Sin embargo, la figura no desapareció. Noté cada gota de sudor aferrada a mi piel, deslizándose lentamente por el rostro y la espalda. Aquello era real.
Demasiado real.
A unos pocos metros de distancia distinguí a una criatura tan alta y gruesa como el roble, de aspecto abominable y sonrisa macabra.
Con una cola verdosa en lugar de piernas, como las de una arcaica serpiente; garras amarillentas en lugar de uñas, culebras en lugar de cabello, con dos hileras feroces de dientes y pupilas tan rojas que parecían cercenar todo a su paso.
En el brazo izquierdo empuñaba un palo negruzco que ondeaba a medida que lo agitaba y azotaba a los seres frente a ella. Eran tan delgados y pequeños que por poco no advertía que eran humanos, la sangre escurría por sus diminutas cabezas y salpicaba en el inmenso charco escarlata que se había creado.
El metal ardiente en la punta del palo había originado frescas cicatrices, cicatrices que respondían a un patrón. A una letra en específico:
R
Me paralicé y por un segundo mi mente pareció desconectarse. Sabía lo que significaba.
¿Cómo no saberlo?
Si se trataba de...
De pronto, fui capaz de unir los puntos.
Comencé a toser mientras percibía el escalofrío nuevamente, tensé los nudillos por inercia. Una corriente eléctrica me recorrió de pies a cabeza.
¡Mierda, mierda, mierd-!
Las palabras quedaron atoradas en mi garganta. La imagen se tornó peculiarmente borrosa.
El frío tacto de las yemas de unos dedos extraños se posaron en mi boca; advertí la rigidez con la que me sostenían, un roce inusualmente áspero. Usualmente peligroso.
Un fulgor oscuro se expandió de repente,
y todo se volvió negro.
Lo último que pude atisbar fueron unos chispeantes orbes dorados.
Observándome.
—Por fin te encontré...
...
PIE DE PÁGINA:
Bienvenidos, ¡aquí dejamos un pequeño fragmento de la escena final del capítulo en formato cómic!
¡Que lo disfruten!
BinnieOut
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