Único
—Mary...
Mientras observo cómo, para agregar más mala suerte a este día, terminamos sumergidos en el tráfico, le grito que se calle. Y que no me diga nada porque solo arruinará más las cosas.
Estoy agotada.
—Pero, Mary...
—¡Ya, Christian! —Inclino mi cabeza hacia mis rodillas—. Ya estoy tan harta de tus promesas vacías y de todo esto. ¡Por eso me divorcié de ti! ¿Recuerdas?
Llevamos discutiendo casi todo el día, desde que salimos de casa, quiero llorar. Estoy enojada, quiero gritarle más pero ya no sé qué más decirle. Es el primer año que pasamos dentro del mismo auto después del divorcio. Y todo es por nuestro hijo Max. Es noche buena y tuvimos que ir por su regalo de último momento. Más bien, Christian debía hacerse cargo de todo hacía más de una semana, pero se le ocurrió la brillante idea de preparar toda una sorpresa para Max y olvidarse de lo más importante: el famoso tren de juguete que le prometió hace meses. Vaya manera de sorprender a nuestro hijo; desapareciendo todo el día y no estar a tiempo en casa para la Navidad. Y lo peor es que era opcional mi presencia aquí y yo de terca aludí que me encargaría de que él no arruinara nada.
—Oprime el claxon para que avance algo —Le pido más calmada, cuando ya he llorado lo suficiente—. No quiero arruinarle otra Navidad a mi hijo, Chris.
Christian permanece serio, mirando hacia adelante. Tiene el volante tomado con ambas manos sin hacer lo que le pido. Sé que el tráfico no avanzará con el pitido, pero no sé qué más puedo hacer.
—Mary —Me llama, moviendo su cabeza en mi dirección. Suspiro y lo miro, conteniendo las ganas de seguir llorando—. Lo lamento tanto.
—Conmigo no disculpes, sino con tu hijo. Esta será su peor Navidad y...
—No hablo de esto, Mary. Hablo de nosotros.
¿Por qué precisamente hoy debe tocar esa fibra sensible de mí? Esta época del año es para pasarla en familia, llenos amor y buenos deseos. Esperanzas y promesas cumplidas. Esta época era nuestra hace dos años, antes de que lo arruinara todo. Este día es especial, importante, no debe remover más mis sentimientos, aún apegados a él, hoy. No hoy.
—No quiero hablar de nosotros, Christian, quiero ir a casa, estar con mi hijo y que tenga una bonita noche buena, ¿olvidas cómo la pasó la anterior?
—Fue cuando me pediste el divorcio.
Me aferro al asiento, apretando las manos a mis costados.
—¿Podríamos dejar de hablar de nosotros? —Me quejo, a pesar de haber sido yo la que inició la disputa—. Además tú sales con esa chica, ¿cómo se llama? ¡Ah, sí! Jessica.
—¿Qué? —Christian parece confundido por un momento, pero luego suelta esa fabulosa risa que me pesa admitir que aún me acalora las mejillas—. Es Jessenia, pero no salgo con ella, ¿quien te...?
De pronto se detiene, como si pareciera entender lo que ocurre, suelta de nuevo su risa, pero esta vez me enojo, porque siento que se burla de mí y ahora lo entiendo, va a decir una estupidez.
—¡Es mi prima, Mary, no manches! —Se sigue riendo y yo me encojo más en el asiento, ahora avergonzada—. Además, esa absurda idea fue de Hanna. A ver, adivino, ¿fue Hanna la que te habló de mi supuesta nueva pareja, no?
Asiento, incómoda, no entiendo nada por un instante. Hanna me dijo muy enojada que él estaba con esa chica, justo después de que los viera charlar animadamente cuando fui a recoger a Max a su casa.
Christian sigue riéndose.
—Hanna dijo que haría un plan para descubrir si tú aún me amabas —comenta y después se pone serio. Suspiro, la risa se fue—. La tiré a loca y luego, interesado en tu reacción, le dije que me contara cómo había salido. Y ella me dijo que tú no mostraste interés, aparte que le dijiste que comenzarías a salir con un tal Josh.
Me siento estúpida, me siento mal por el punto al que hemos llegado. Después quiero llorar porque por lo visto solo nos lastimamos, pero yo no quiero decir nada y ni que él me pregunte. Así que saco mi teléfono y llamo a mamá.
—¡Mary, por Dios! ¿Dónde están? —Me pregunta preocupada cuando contesta.
—En el tráfico, mamá. ¿Cómo está Max? —Me muerdo las uñas de pensar que ahora sufre, pero mamá me calma con su respuesta. Max está dormido—. Vale, ¿preguntó por nosotros antes?
—Estaba más preocupado por las galletas de gengibre con leche que hicimos, así que aun no te preocupes por eso. Igual espero que lleguen antes que despierte.
Suspiro y le cuelgo. Luego me dirijo a Christian.
—Chris, son las diez, mejor vámonos caminando. Llegaremos antes de las doce si nos apresuramos.
Salgo primero que él del auto, tomando el regalo de mi hijo del asiento trasero, y, una vez abajo, veo cómo se orilla sin decir ni una palabra. Baja del auto y se me acerca, señalándome el camino por la orilla de la carretera.
Caminamos en silencio unas cuantas cuadras, quiero hablar con él sobre lo que acabamos de discutir en el auto, pero no me atrevo, lo primordial para mí es llegar a casa, pasar la Noche buena con mi hijo y esperar la Navidad juntos.
Pero entonces, una vena de valor aparece y lo suelto.
—Christian, Josh no existe, en realidad fue lo que inventé de último segundo para fingir que no me importaba que salieras con alguien más.
Trato de que la vergüenza por confesarlo no fraquee mi voz
Christian se detiene y me observa, confundido.
—¿Cómo dices? —Por un segundo parece que se reproducen de nuevo mis palabras en su cabeza antes de que yo las repita. Y, cuando estoy por hacerlo, él lo entiende—. No sales con nadie.
Me río de meros nervios, porque no tengo idea si entendió el hecho de que aún sigo enamorada de él como una loca.
—Dios, yo... Renuncié a mi trabajo —confiesa de repente y se ríe, igual de nervioso que yo—. Lo hice desde hace meses con la idea de no volver a pasar lo mismo esta noche y quizás también poder volver a ser lo que éramos.
El año pasado, gracias a su trabajo, llegó por la mañana de Navidad y Max se había desilusionado porque le prometió comer galletas frente a la chimenea.
Ahogo mis sorpresas, porque sé que estoy teniendo demasiadas emociones hoy.
Primero nos peleamos con el tipo de la tienda de juguetes porque se le había ocurrido vender el tren que Christian reservó, pagando la mitad, pero luego le llegó una nueva carga y nos pidió disculpas, entregándonos el obsequio. No podíamos irnos sin él, Max lo ha deseado todo el año.
Nos peleamos cada cinco minutos.
Caímos en el tráfico.
Sin entenderlo bien, ¿nos confesamos nuestros sentimientos?
Dubitativa, suspiro y lo encaro, haciendo que los minutos pasen y nosotros nos mantengamos parados en el mismo lugar: a tan sólo cuatro calles de casa.
—Así que estamos haciéndonos sufrir nada más, ¿eh? —digo. Lo veo sonreír coqueto y agachar la cabeza. Mis mejillas vuelven a arder como las de una colegiala—. Así que sólo nos dañamos el uno al otro sólo para averiguar si estamos celosos, ¿no?
—Eso parece —Suelta una risita y a su vez también yo lo hago. Me aferro al regalo se mi hijo cuando continúa hablando—. ¿Así que nos amamos? Bueno, yo aún lo hago, ¿tú?
—Sí, también aun lo hago —me aventuro—. ¿Entonces qué carajos nos hacemos?
—No lo sé —Mis esperanzas me abandonan cuando suelta un suspiro y agrega—: Creo que debemos llegar pronto, Max seguro ya despertó.
Resignada, asiento y camino. Ahora me siento avergonzada de haber sido aventurera por unos segundos.
Pasamos dos calles y miro mi reloj. Faltan veinte minutos para las doce, estamos a tiempo.
Christian me quita la caja de regalo cuando demuestro que pesa mucho. Me siento tan nerviosa que, cuando la toma, su tacto me altera y quiero llorar por todo lo que estoy sintiendo ahora. Quizás no debí confesar mi mentitilla piadosa. No, quizás no debí decirle que aún lo amo.
Me siento tan arrepentida.
No obstante, mientras pasamos el jardín de casa para llegar a la puerta, me toma la mano.
—Lo logramos, mani. —Su modismo me hace sonreír como idiota. Me había dicho así desde que le hablé del embarazo de Max, y cuando él nació se me quedó.
Se acerca a mí y besa mi mejilla antes de pedirme que abra. Mi corazón se acelera tanto que, cuando entramos, yo traigo una sonrisa grande.
Mamá tiene a mi pequeño de cuatro años en brazos cuando nos ve y lo baja lentamente. Mira extrañada nuestra unión y sonríe.
—Ustedes vienen con una interesante historia que contar, ¿no? —Pregunta, aguantando la emoción que le da el asunto.
Ambos nos reímos. Chris me suelta solo para dale el obsequio a Max.
—Feliz Navidad, campeón. —Le remueve el cabello mientras él se sienta en el suelo a abrir su regalo. Chris vuelve a su posición y me toma de los hombros—. Feliz Navidad, Ann.
Se dirige a mi madre que entretenida va nuestras manos.
Max, curioso e ilusionado, termina por enterarse qué fue su regalo este año.
—¡Órale es mi tren! Gracias, mami, gracias, papi! —Se levanta del suelo y nos abraza de las piernas—. Abuela, mira, ¡mi tren!
Regresa a su lugar y le enseña una pequeña gorra de maquinista que viene en la caja. Se la pone, entusiasmado.
Mi madre nos ve de nuevo a nosotros, señalando por encima de nuestras cabezas, aún estamos en la puerta. Levantamos la vista.
Hay un muérdago colgado de la puerta.
—Oh, mira nada más, ahora tienes que besarme, y lo quiero justo aquí —dice Chris, socarrón, señalándose la boca—. No, espera, mejor yo lo hago.
Me río.
—Feliz Navidad, Christian —digo antes—. Te amo.
—Feliz Navidad, mi amor, también te amo. —Finalmente me besa, derritiéndome como lo ha hecho desde nuestro primer beso.
Y solo espero que esta nueva oportunidad nos dé permiso de que siga haciéndolo por siempre.
FIN
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