- Creo que no estoy lista para vivir esta vida - le confesé.
- ¿Por qué lo dices?
- Antes podía hacer lo que quisiera cuándo quisiera, ahora tengo que vivir siempre alerta ante posibles amenazas o peligros. No disfruto de mi día a día. Uf no sé si me explico.
- Claro que sí y te entiendo. Tienes que aprender a disfrutar de las pequeñas cosas.
Me quedé pensando y al ver que no respondía él me preguntó:
- ¿Qué te hace feliz?
- Estar en el campo, al aire libre.
- ¿Por eso vives en la cuidad? - rió.
- Ya sabes por qué estoy aquí - dije dándole un golpe cariñoso en el brazo.
- Se me ha ocurrido una cosa, anda sígueme.
- ¿A dónde vamos?
- Tú sígueme.
Pasamos por pasillos del complejo por dónde nunca había estado. Intenté acordarme de cuántas veces girábamos a la derecha y a la izquierda, pero acabé perdiendo la cuenta. Al final se paró delante de una puerta gris.
- Sé que no es lo mismo. Pero espero que valga.
Pasé por delante de él y vi que nos encontrábamos en la azotea del edificio. Cuando miré hacia arriba casi me quedé sin habla. Las estrellas brillaban en el cielo como diamantes. Parecían estar ahí puestas especialmente para mí y su luz blanquecina nos bañó a los dos.
Cuando me giré hacia Sam él me miraba con una sonrisa en los labios. Sus profundos ojos parecían querer decir algo que nunca se había atrevido a decir.
- Es increíble - dije rompiendo el silencio.
- Tú sí que eres increíble.
Los dos tomamos una decisión silenciosa y dando un paso adelante nos besamos profundamente.
Sus manos se posaron en mis caderas acercándome más a él.
Separamos nuestros labios unos centímetros y le susurré:
- Te quiero a tí Sam, te quiero en mis pequeños momentos y también en los grandes.
- Estaré ahí siempre que me quieras a tu lado.
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