118. Clint Barton

- ¡Vas muy lento! - le apremié.

- Perdona si he perdido práctica de cómo robar un coche.

- Clint, eso es como montar en bicicleta, nunca se olvida.

- Ya casi está. Ven para acá, necesito que conduzcas tú.

- ¿Por qué yo?

- Porque a tí no te quedan balas y a mí sí flechas.

- Bien visto.

En ese momento se escuchó un disparo y se hizo un agujero en la carrocería del coche a apenas diez centímetros de mi cara.

- No hay tiempo. ¡Entra!

Los coches de nuestros enemigos empezaron a perseguirnos, a dos de ellos fue fácil despistarlos, pero el tercero parecía determinado a pillarnos.

- Vas a tener que disparar - me dijo Clint.

- Como bien has dicho antes, no me quedan balas.

Como respuesta, me pasó su carcaj.

- ¿Estás se coña?

- Tú ya has disparado alguna vez.

- Si, hace dos años y simplemente fue por hacer el tonto un rato.

- Pues ahora igual sólo que en vez de disparar al árbol le disparas a ellos.

- ¡Tienes cuarenta flechas diferentes! ¿Cuál cojo?

- La que no tiene pegatinas, esas son de las normales.

- ¿Y las que explotan?

- Probaremos primero con las normales - dijo a la vez que sacaba las flechas con la pegatina roja.

Cogí el arco y la flecha y saqué el cuerpo por la ventanilla. Coloqué la flecha y respiré profundamente como me había dicho aquella vez que hiciera.

- ¡Date prisa!

- ¡No me dejas concentrarme!

- ¡Tú solo dispara!

- ¡Si condujeras recto sería más sencillo!

Apunté de la misma manera que hacía con mis pistolas y solté la cuerda del arco. La flecha atravesó el parabrisas del coche y le dió a la conductora en el hombro. La mujer perdió el control del volante y acabaron por estrellarse contra un coche aparcado en el lateral de la carretera.

- Oye muy bien - me felicitó Clint cuando volví a entrar - Directa a su hombro.

- Estaba apuntado a la rueda.

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