Capítulo 8 Humpty Dumpty Grau
Capítulo 8
Humpty Dumpty Grau
Y allí estaba yo, tirado en el césped. Como un buen morón me caí de la muralla de culo y de inmedianto, sintiendo más vergüenza que dolor, me sobé las nalgas y después miré hacia arriba. Ahora era Martha quien asomaba su cabeza por encima del muro de piedra. En sus sus labios se dibujaba una mueca que a todas luces era una mala contenida sonrisa. Yo estaba seguro de que la vecina estaba a punto de estallar a carcajadas pues yo representaba en esos momentos una penosa y patética mezcla de escenas entre Humpty Dumpty y Harriet la Espía.
—No me diga señor Grau que en su país es una costumbre espiar a la gente sobre las cercas y en sus propias narices—, Martha me preguntó ahora con severidad en su tono de voz. Estaba molesta, lo sabía. Razones tenía demás para estarlo. En ese momento me repetí mil veces en mi mente lo tonto que era.
—Lo siento, Martha... Pero... Pero yo no la estaba espiando... Yo... Yo... Estaba pintando mi casa cuando la vi trabajando en su jardín. Pensé que tal vez usted necesitaría ayuda con lo que estaba haciendo—, yo contemplaba su rostro. Se veía tan linda así sonrojada por el coraje.
—Me temo señor Grau que usted no sería de ayuda para mi. No la necesito. Me gusta trabajar sola en mi jardín... No disfruto de la compañía de las personas. Estoy segura que eso usted lo habrá notado o se lo habrán dicho ya.
—Le ruego nuevamente me disculpe, señorita Higgins. En mi país no se acostumbra a espiar, pero si a ayudar a los demás... Yo sólo pensé...
—Mire, señor Grau, mejor no piense nada... No piense más en mí ni me ande siguiendo o espiando a todo momento. No necesito ni ayuda ni amigos... Mucho menos vecinos fisgones que pretendan estar averiguando sobre mi vida. Yo continuaré en mi jardín trabajando y le aconsejo que usted se retiré y continúe pintando su casa. Que tenga un buen día señor Grau—, y la mujer me dio la espalda y se fue caminando hasta entrar a su casa.
¡Auch! Eso había sido un golpe directo a la cara. La señorita me había cortado tan felizmente... Bueno, ni tan feliz creo yo, por que cargaba una cara... Lo que es cierto es que Martha estaba molesta conmigo... Muy molesta. Mi vecinita se cargaba un carácter que ni el demonio. Así que yo mejor le hacía caso y me retiraba a seguir pintando la casa. Me daría trabajo trepar la escalera con el cantazo que me había dado en el fundillo, pero una vez arriba podría seguirla mirando desde lo alto.
Así hice. A punto de una torticolis, de vez en cuando ella salía al jardín y de vez en cuando a mi se me giraba el pescuezo mirándole. Ella me ignoraba por completo y yo entre tanto y tanto, entre mirarle y disimular que no lo hacía, terminé de pintar la casa.
Más tarde esa noche yo estaba que no podía con mi vida del cansancio en mi cuerpo. El pintar la casa, espiar a Martha, caerme de culo, sentirme rechazado y volver a treparme en la escalera y pintar la casa bajo el sol caliente me había extenuado. Me di un baño y me tiré en el sofá a leer un libro para evitar pensar en mi cascarrabias pero hermosa vecina. Si en algún momento pensé que había adelantado algo en cuanto a mi relación amistosa con ella, ahora estaba más que seguro que había retornado a la zona cero, literalmente hablando. Se había vuelto todo un caos y había caído de su gracia.
Esto debía acabar aquí, para bien o para mal. Yo necesitaba terminar toda esta estupidez de ser tan estúpido. El pueblo de Gove's Creek había vivido creyendo que Martha era una bruja durante años y ¿quién era yo para tratar de persuadirlos a todos a pensar lo contrario? El asunto no era mi problema después de todo. Sólo tenía que concentrarme en una relación real como la que estaba floreciendo entre la sensual bibliotecaria brasileña y este apuesto profesor Boricua.
Sonreí al recordar la noche anterior. Ya marcaba un buen comienzo entre Paula y yo. Primero cenamos, luego fuimos a comer helado y charlamos mientras caminábamos por el bulevar. Fue allí que después sobre el puente, mientras mirábamos el reflejo de la luna en la plácida superficie del río, nos besamos. Fue un pequeñito, diminuto besito, pero en los labios esta vez.
Paula era toda sensualidad. Pensar en su piel bronceada y su curvilíneo cuerpo latino me hizo sentir cosquillas en muchos sitios y quise llamarla... Pero después pensé que no debía molestarla. Yo no soy del tipo de hombres que anda acosando a las mujeres... ¡No señor!
Bebía un poco de vino tinto y comenzaba a sumergirme en los eventos fantásticos de una novela de Paulo Cohelo. Pero mi lectura fue interrumpido cuando sonó el timbre de la puerta. Miré mi reloj y vi que era un poco tarde. Yo no esperaba visitantes y menos a esa hora. Me puse de pie de inmediato y pensé que podría ser Paula... De así ser, le daría un recorrido por mi casa hasta la última habitación a la derecha... La que tenía una cama tamaño 'king'... Si, esta podría ser la noche.
Aclaré mi garganta como un adolescente nervioso. Me puse mi camiseta y con mis dedos intenté acomodarme el cabello frente a un espejo junto a la puerta. Luego de caer una mueca de aprobación, abrí la puerta.
—Buenas noches, señor Grau.
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