Capítulo 25 Conversaciones acerca de Martha
Capítulo 25 Conversaciones acerca de Martha
Al cabo de un par de días de mi terrible metida de patas a con Martha, Ralph me pidió el favor de llevarlo al aeropuerto. En el camino, nos detuvimos en un bar y conversábamos acerca de su hermana mientras nos dábamos unos tragos. El cuñado, había tratado por todos los medios de convencerla para que me diera una segunda oportunidad y me perdonara, pero había fallado malamente en su gestión. En realidad, creo que había complicado más las cosas porque Martha le había dejado de hablar porque según ella su hermano le había vuelto la cara por mi.
—Persevera mi amigo puertorriqueño. Sé que mi hermanita puede llegar a ser algo difícil y horriblemente terca... Lo sé, lo sé Antonio, no tienes porque mirarme así. Martha puede convertirse en una verdadera bruja cuando se lo propone, pero míralo desde este lado, un lado más positivo tal vez. Te dejó entrar hasta ella... Y no me refiero ni quiero expandir ese verbo luego de la escena sobre el piano—, Ralph soltaba una carcajada.
—¿Entonces crees que aún tengo oportunidad con tu hermana?—, le pregunté a Ralph, esta vez en un tono más serio. En verdad que quería conocer su opinión sincera.
—¿Quieres que sea sincero contigo?
—Si.
—Bien, he estado observando a mi hermanita por los pasados días y si te puedo asegurar que está triste. Desde luego que lo niega hasta el cansancio y no acepta que está pasando por un mal memento, pero eso es normal en ella. Siempre ha optado por refugiarse detrás de la muralla que ha construido para aislarse del mundo por tanto tiempo. Te digo una cosa Antonio, tú has sido afortunado, si es la manera apropiada de decirlo. Y si, creo que si aún tienes oportunidades con ella, pero tienes que darle tiempo. Por el momento tu nombre está vetado, prohibido en la mansión Higgins-VonHeir. Gracias a Dios que no es la bruja que todos dicen. ¡Imagina lo que podría hacerte en venganza!
—Ja, Ja. Si— contesté corto y sobrio.
Luego de dejar a Ralph en el aeropuerto, conduje a casa dándole vueltas en mi cabeza a la conversación en el bar. Tenía esperanzas pero aún Martha seguía enojada. Estaba triste. Pero, por qué? Sería por qué me amaba, o porque se sentía traicionada por la única persona en la que había llegado a confiar en años. Si, Ralph tenía razón. Era mejor darle su espacio... Pero, ¿qué haría yo mientras tanto?
Al transitar la avenida principal del pueblo, pasé por el apartamento de Paula. Por un momento pensé que sería buena idea visitarle, pero de inmediato reaccioné. En verdad era la más absurda de las ideas. ¿Qué le inca a decir? "Hola Paula. Pasaba por aquí por qué la acabo de regar con Martha y no tengo otro sitio donde ir... Martha si, mi vecina. Esa misma que encontraste aquella mañana en mi casa a medio vestir y que había pasado la noche conmigo... Esa Martha por la cual ya ni te llamaba ni te buscaba". Quedaría yo como un patán.
Y desde luego que Paula recordaría a Martha. Literalmente eché a la pobre bibliotecaria de mi casa por ella. Y ahora tenía a las dos mujeres detestándome así que ninguna era opción al presente.
Antes de llegar a mi casa paré en el supermercado del señor Matthews para comprar unas cosas... Y para matar el tiempo. Mientras empujaba el carrito de compras recordé el día en el que seguí a Martha hasta ese lugar y accidentalmente nos conocimos. Aquellos ojos azules se clavaron en mi por vez primera y jamás los pude sacar de mi mente. Quedé hipnotizado Por su mágico encanto y belleza. Si, Martha me había embrujado. Sin pensarlo estaba en el pasillo de las frutas y vegetales y muy en el fondo deseaba volver a verla allí llenando su canasta con su siempre selección de comida saludable. Pero ella no estaba allí.
Comencé a colocar en el carro todo tipo de productos al azar. Y di vueltas y vueltas en la tienda pues aún no quería regresar a mi casa. Mi carro poco a poco se llenaba con cosas totalmente innecesarias pues actuaba como un zombi. Hasta compre un par de velas votivas solo,por qué estás me recordaban a Martha. Así que las encendería tan pronto llegara a mi casa para seguir pensando en la hermosa rubia.
Finalmente llegue hasta la caja registradora. El señor Matthews me saludo con su usual amabilidad. —Buenas tardes señor Grau. Qué bueno verle por aquí. ¿Cómo ha estado?
—Buenas tardes, señor Matthews, es un placer verle otra vez. He estado muy bien, gracias por preguntar.
—¿Y cómo está la señorita Higgins? Supe que tuvo un accidente y usted la llevó al hospital.
—Oh, ella está bien... Creo—, le contesté enterrando mi mirada en los artículos sobre el mostrador.
El hombre paró por un momento de cobrar los artículos y me miró a la cara. —Señor Grau, perdone mi entrometimiento. Sé que no es de mi incumbencia y en realidad desconozco lo que ha pasado entre usted y Martha y créame que jamás preguntaría. Pero por favor, permítame decirle esto. Las señorita Martha es una gran dama y solo ha sido víctima del chisme y la crueldad de este pueblo. La vida no se ha portado bien con ella y su personalidad es el resultado de una serie de eventos desafortunados. La gente la ha estigmatizado pero yo no creo nada de lo que se dice de ella. Por lo poco que he hablado con ella estoy seguro de que es una gran mujer.
—Lo sé—, respondí escuetamente.
—Oh... Ya veo. Bueno, señor Grau, el amor cubre infinidad de defectos y puede derribar murallas. Todo lo espera y todo lo tolera... Y todo lo perdona cuando es verdadero. Recuerde eso.
—Gracias, señor Matthews—, contesté con un nudo en la garganta.
—Bien. Bueno, el total son doscientos dólares con tres centavos. No le cobré los tampones porque creo que esos no los necesita— el dueño de la tienda me sonrió mientras sacudía la caja de tampones y la ponía a un lado.
Yo solo podía reírme mientras pagaba. Sabrá Dios que otra cosa había echado yo en ese carrito.
Ese fin de semana me quedé en casa. Parecía un alma en pena caminando de aquí para allá y terminaba acostado en el sofá o en la cama mirando el techo. No vi televisión ni use la computadora. Solo quería martirizarme pensando en mi desgracia. No quería hablar ni ver a nadie... Y de vez en cuando me encontraba mirando por la ventana la casa de la vecina a ver si la veía. Pero de ella ni un cabello. ¿Estaría en su casa?
Paula me había llamado un par de veces, pero ignore sus llamadas. Llámenlo una venganza tanta de mujer despechada, pues yo estaba actuando tal y como ella lo había hecho anteriormente. Luego me arrepentí de no haber contestado pues en realidad necesitaba alguien con quien hablar. Al final solo me quede en mi casa engullendo toda clase de alimento chatarra para completar el estilo de mujer despechada y depresiva.
Llegó por fin el lunes en la mañana. Nunca antes había estado tan deseoso de ir a mi trabajo. Necesitaba distraerme con las conversaciones sin sentido de mis alumnos. Agarré mi taza de café y maletín en mano me disponía a salir de mi casa. Una vez me acercaba a la acera el sonido de un motor de carro antiguo encendiéndose me hizo detener la marcha. El ruido venia de la casa vecina; la casa de Martha. Camine y me paré junto a mi jeep y esperé. La puerta de garaje se cerraba y el carro convertible negro salía en reversa.
Yo me quedé inmóvil viendo como mi vecina pasó junto a mí sin siquiera mirarme. En el asiento trasero llevaba todo un cargamento de maletas y equipaje. Sentí el corazón desplomarse a mis pies junto con mi taza de café. Martha se iba y yo no podría hacer nada.
—Buen día señor Grau—, me saludó el cartero—. Parece que nuestra adorable brujita se nos va del pueblo—. Se encogió de hombros y siguió caminando.
Yo miraba fijo a la carretera y veía el auto alejarse en la distancia.
***¿Se irá Martha? ¿Qué hará nuestro Antonio para detenerla?
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