Capítulo 24 Traicionada

Capítulo 24 Traicionada


No era del todo gracioso ni mucho menos cómodo el proceso de quitarme de encima de Martha con su hermano mirándonos. Y aunque el solo se reía y hacía muecas, era una situación muy embarazosa. Si Martha fuese mi hermana ya yo le hubiese dado un buen puño en la cara al bandido que se atreviera a treparse encima de ella tan frescamente en la sala. Gracias a Dios que Ralph era un buen tipo y el fresco era yo. Yo no encontraba donde meter mi cara y el calentón que sentía de la vergüenza era insoportable. De repente, Martha reaccionó como quien recuerda algo de momento y tomándome por el brazo me sacó del piano y me llevó lejos de la mirada maliciosa de Ralph. Gracias a Dios por qué yo estaba a punto de convertirme en avestruz y enterrar mi cabeza hasta el pescuezo en el piso del salón.


Ven, te quiero enseñar algo , me insistió Martha llevándome a prisa por las escaleras hacia el segundo piso.

¡Oye hermanita! ¡Qué no hablaba en serio sobre las habitaciones arriba... Recuerden que aún estoy yo aquí!—, Ralph dijo seguido de una sonora carcajada.

Eres un bobo Ralph  , ripostó su hermana en tono gracioso.

Martha me guiaba por el segundo piso hasta pasar por el pasillo entre las habitaciones... y llegamos hasta su estudio de arte. De la mano me llevó por entre los trípodes, las cajas de madera y las diversas pinturas en el piso hasta donde ella se detuvo justo al pie de la ventana frente al retrato que pintaba... de mi.

Para mi sorpresa, ya estaba terminado. No en balde es M. Higgins, es decir, Martha, era una de mis artistas favoritas. Yo estaba perplejo ante lo bien ejecutado del trabajo. Y no era por lo guapo del modelo, era por todo lo que mostraba la pintura en sí.

Yo, bueno, en el retrato, estaba parado en medio de una calle adoquinada descalzo, llevando puestos unos mahones remangados y sin camisa. La condenada había capturado muy bien mi esencia varonil y detallado mis bíceps y abdominales con gran maestría.

¡Por fin lo terminaste!—,  exclamé sin pensarlo.

Si, bueno... ¡Espera! ¿Cómo que por fin lo terminé?—,   Martha me dirigió una mirada severa.

¿Ah? ¿Qué?  balbuceé al percatarme de mi propia estupidez.

¡Acabas de decir que lo terminé! ¿Por qué?

Bueno, pues... Me parece un cuadro terminado... A mí... Si... , yo divagaba. Estaba bien jodido. Metí las patas hasta el fondo y no encontraba manera de salir del atolladero.

Mira Antonio, ni soy sorda, ni soy estúpida. No me creas tan Inocente. Escuche lo que dijiste. ¿Cómo sabías tú de este cuadro?  Martha me dirigía una mirada sería y cruzaba los brazos frente a mí esperando mi respuesta.

Bien, era el momento de ser honesto con ella. No estaba dispuesto a perderla sólo por una mentira.

Martha, escúchame. Puedo explicarlo todo. Si, ya había visto el cuadro antes. ¿Recuerdas el día de tu accidente... cuando te golpeaste en la cabeza?

Imposible olvidar , respondió la mujer en un tono sobrio.

Bien, ese día el cartero solo dejo las cajas y tú no estabas en casa. El me pidió que las recibiera por ti. Cuando el cartero se fue, traté de abrir la puerta para ver si podía poner las cajas adentro... Y la puerta estaba abierta...

Y tu entraste a la mansión embrujada de Martha, solo para husmear y descubrir que yo no era la criatura extraña y maligna que todos en este maldito pueblo creen que soy y que tú aún dudabas. ¿Acaso me equivoco en mi premisa?—,   los ojos de Martha se aguaron mientras esperaba por mi respuesta.

Yo sabía que se sentía traicionada y yo era el culpable. La mujer se veía tan decepcionada... De mi.

Martha, por favor... déjame que...  , intenté explicarle pero ella me cortó de inmediato.

¡Sal de aquí! Solo quiero que te vayas Antonio. Eres igual o peor un el resto de las personas en este pueblo infernal. Yo te brindé toda mi confianza y tú me traicionaste. No me creíste y me mentiste. Todo fue una mentira , Martha me dijo entre sollozos.

Martha, te suplico...

¡Vete!—, me gritó.

Yo salí de la habitación sin decir más. Atrás dejé una Martha llorando en el estudio de arte. Y es que en realidad no había nada que pudiera decir o hacer para que me creyera; para demostrarle que estaba equivocada cuando en el fondo no lo estaba.

Mientras caminaba como un zombi por el pasillo cuando me encontré con Ralph que venía tras escuchar la fuerte discusión.

¿Qué pasó allí?—,  me preguntó.

Nada... Que volví a echarlo todo a perder. Ve con ella Ralph. Martha necesita alguien con quien hablar en estos momentos. ¡Soy un imbécil! La he lastimado, Ralph. Mejor es que me vaya ,  y me retiré caminando cabizbajo.

Yo me sentía devastado. Un nudo en la garganta me hacía difícil el respirar. Necesitaba salir inmediatamente de aquel lugar.

Ya fuera de la casa de Martha, caminaba meditabundo hacia mi casa. Al llegar al jardín escuché el silbido que hace un objeto al ser lanzado a toda prisa. En efecto algo cruzó volando mi jardín para caer al suelo frente a mis pies. Me incliné para recoger el objeto cuadrado y plano... Era mi retrato. El retrato que Martha había pintado.

Tome en mis manos el maltrecho cuadro y me sentí aún peor. El nudo en mi garganta crecía hasta casi asfixiarme. El marco de madera se había roto y solo quedaba el lienzo suelto. Miré hacia la ventana en el segundo piso de la casa de Martha. Estaba cerrada y la cortina corrida.

Con tristeza y resignación me di cuanta que no había nada que pudiera hacer para arreglar el marco estropeado... O el corazón roto de Martha tras mi errado proceder. Me sentía derrotado, perdido.



Recostado en mi cama miraba al techo pensando y pensando en la pobre Martha. Lo que la sociedad le había hecho por años. La hermosa dama había sido perseguida y enjuiciada, incomprendida y maltratada por todo el maldito pueblo. Nadie nunca quiso entenderla o conocerla sinceramente. Y yo, yo era tan ruin y mezquino como el resto de las personas aquí. En verdad nunca le di la oportunidad a Martha de mostrarse tal cual era por sí misma. Yo invadí y traspase su territorio y violenté su privacidad; traicione su confianza en el momento en el que decidí irrumpir en su mirada como un vulgar ladrón.

Y era en esos momentos cuando no podía negarlo. Estaba enamorado de Martha; de esta mujer enigmática, misteriosa, hermosa, dulce, inteligente e interesante más aún desconocida para mí. Ella era una bruja, si. Una hechicera que me había encantado con su belleza y carisma natural. Martha era sencilla, sin pretensiones. La más interesante y talentosa de las mujeres que hubiera yo conocido jamás. No sabía nada de su pasado, pero deseaba compartir un futuro con ella.

Pero ahora ya era tarde. La había perdido. Cada paso que daba para alcanzar su corazón, había retrocedido un mundo. Me había salido totalmente del trecho que me había conducido hasta el amor de esta mujer. Y pensaba, ¿cuán pequeño es el mundo? Siempre tuve una colección con este tal M. Higgins y sus pinturas. Siempre me sentía en su mundo cada vez que tenía en frente uno de sus cuadros. Y el destino me llevó a mudarme justo al lado de M. Higgins sin pensar que era una mujer... La más hermosa de las mujeres. Me enamoré de Martha Higgins. Y todo se desplomó.

M. Higgins pintó mi retrato... Y me lo aventó por los aires y ahora cuelga roto de la pared de mi cuarto. Todo sonaba como una terrible sinopsis de una horrorosa novela de ficción. Una historia triste en verdad sin finales felices, ni princesas ni hadas... Mi princesa. Martha.

Y la noche se me hizo eterna, pensando en ella. Los recuerdos que traían consigo besos apasionados y caricias justo en este cuarto me atormentaban... Lloré por vez primera por una mujer. Y luego me quedé dormido.


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