Capítulo 21 Visitas Inesperadas

Capítulo 21 Visitas Inesperadas

El sol brillaba tímidamente a través de los cristales de la ventana en mi habitación anunciando que la mañana del domingo se asomaba impertinente. Martha aun dormía plácidamente, según durmió toda la noche... Y en verdad era una pena. ¿Por qué tenía que haberse quedado dormida en mi cuarto, en mi cama y llevando puesto nada más que una camiseta mía sin siquiera poderse mover... como yo hubiese deseado?

El dulce aroma de la piel de Martha se impregnaba en mi camisa y en mi y en toda la recámara. Simplemente me encantaba. Hacía tanto que mis sábanas y mi cuarto no olían a mujer, y mucho menos tan rico como olía Martha. Ella parecía un ángel que recostaba su cabeza en mi hombro. No en balde la gente pensaba que era una bruja. Esta mujer era tan hermosa que parecía una de esas criaturas sacadas de un cuento de hadas, etérea y sublime. Y esta bruja, o hada o ángel había logrado hechizarme de alguna manera con su encanto y misterio.

Al observar a Martha, dormir como una pequeñuela entre mis brazos, vino a mi mente aquel cuadro en su habitación. ¿Sería en verdad yo el que estaba pintando? Y si era así, ¿por qué tendría ella algún interés en hacer un retrato de mí en particular? ¿Me habría estado observando tras la ventana como yo la espiaba a ella? ¿Desde cuándo estaría pintándome? ¿Para qué o por qué?

Mientras más pensaba en la posibilidad, aunque fuere remota, de que Martha tuviera algún interés, me era más difícil contenerme de despertarla con un beso. Esperando no convertirme en sapo... No eso era al no besar una princesa. Y Martha era una princesa... Si. Mejor princesa que bruja.

Justo en esos momentos despertó Martha. Al abrir sus ojos, fijó sus dos zafiros en mi y sonrió. Temí por un momento que fuera a reaccionar como una loca, como en el hospital, al no recordar el por qué había amanecido en mi cama. Pero los pensamientos histéricos desaparecieron de mi mente sobre actuada al ver aquella dulce sonrisa en su rostro. Se sintió tan bien el verla reaccionar así que me hizo entender que yo había hecho lo correcto al traerla a mi casa para que pasara la noche. Y no era cuestión de caridad, era un sentido de bienestar y plenitud que no se comparaba con nada antes vivido.

Y en vez de gritar o abofetearme, la mujer murmuró sonriente, —Buenos días.

—Buenos días Martha. ¿Dormiste bien?

—Si, muy bien... Bien cómoda y calientita.

Esto último lo pronuncio alargando la palabra calientita al añadirle varias íes de manera sensual y sugestiva.

—Bueno, puedes seguir un rato más en mi cama y seguir cómoda y calientita, mientras yo preparo el desayuno.

—¿Y por qué mejor no vamos y preparamos el desayuno juntos?— Martha me contestó y con un rápido solo movimiento se colocó sobre mí. Sus piernas abiertas a cada lado de mis caderas y mirándome dibujó en sus labios una sonrisa traviesa.

Me quedé boquiabierto al verla trepada encima de mi. Pero Martha solo jugaba conmigo y se bajó casi tan rápido como se trepó y se levantó de mi cama. Una vez de pie me invitó a que la siguiera con gestos juguetones y sensuales.

¡Oh Dios! ¿Por qué hacía eso esta mujer? Me  quería volver loco de seguro. Pero le seguí el juego y corrí tras de ella tratando de agarrarla por el pasillo como si fuéramos dos chicuelos. Y mientras ella avanzaba adelante yo podía ver como la parte de atrás de la camiseta que llevaba puesta se levantaba permitiéndome ver parte de sus nalgas. De seguro lo hacía a propósito para provocarme... Buscaba tentarme y era la tarea más fácil de lograr en mí en esos momentos. Mi cuerpo no me estaba ayudando mucho a resistirlo tampoco.

Cuando llegamos a la cocina ya sentía el deseo imperante de tomarla en mis brazos y abrazarla fuertemente y besarla pero me contuve. Martha de un brinco se trepó encima del tope del gabinete de cocina y con esto de estarse trepando por todos lados ya la cosa se ponía dura para mí... Muy dura.

Y con Martha a mi lado, comencé a preparar el desayuno. Yo freía unos huevos y tocino mientras las piernas de la mujer se mecían juguetonas tal y como lo haría una niña a mi lado. Conversábamos amena y despreocupadamente y nos reíamos de cada tontería que decíamos. Parecíamos dos adolescentes enamorados.

Desayunamos allí mismo en la cocina, sin formalidades. Yo de pie y Martha sentada sobre el gabinete. Nos mirábamos y sonreíamos y comíamos y nos volvíamos a mirar. Cuando terminamos de desayunar caminé hacia ella, tan cerca que sus rodillas rozaban mis caderas. Ella aun sentada sobre el tope, abrió sus piernas instintivamente y yo me moví más hacia ella. Con sus piernas me aferró más a su cuerpo y yo coloque mis manos en su cintura. Nuestros rostros estaban tan cerca... Solo unos centímetros nos separaban, nuestros labios se rozaban cuando... el timbre de la puerta sonó.

Martha se separó de mi y extrañada me preguntó, -¿esperas a alguien?

—No... en realidad no—, le contesté.

Maldije una y otra vez al imprudente que osaba aparecerse a visitar inesperadamente mientras caminaba hacia la puerta. Martha saltó del gabinete y se paró detrás del mismo para cubrir sus piernas desnudas. Yo me sentía a morir y entre la rabia y la confusión abrí la puerta. Mi quijada casi se distendió y parecía tocarme el pecho de la sorpresa. Mi corazón se desplomó y mi estómago se revolvió. Sentí un frío horrible recorrer mi cuerpo al ver que quien tocaba a mi puerta era Paula.

La hermosa brasileña sonrío tímidamente al ver la reacción en mi rostro al verla... Y no era de total alegría.

—Hola—, me dijo—, espero no te moleste que haya venido a visitarte hoy- mientras entraba a mi casa con naturalidad.

¡Oh mi dios! ¿Por qué estaba en mi casa sin invitación precisamente ese domingo en la mañana?

Una vez Paula se paró en la sala y miró a la cocina sentí como la temperatura subía en mi casa y se reflejaba en mi rostro. La tensión en la atmósfera era evidente y yo estaba que casi no podía respirar.

Cerré la puerta, pero en realidad solo quería sacar a Paula de mi casa por el brazo. Y justo en esos momentos deseaba que la tierra me tragara. El mundo conspiraba contra mí y de la manera mas sardónica y mórbida posible y se reía en mi cara a carcajadas.

Martha salió de la cocina, caminando altiva y con cadencia con aires de superioridad, pero miraba con severidad a la bibliotecaria. De igual modo Paula la miraba a ella fijamente y yo podía leer sus pensamientos: vestida sólo con una camiseta de él, su cabello desarreglado... Los ojos color aceituna de Paula adquirieron un tono más oscuro mientras cruzaba miradas con Martha... y yo estaba que temblaba de miedo.

—Ay, lo lamento tanto. Creo que he interrumpido algún tipo de sesión, ¿no es así?— Paula preguntó en un tono ácido y sarcástico.

Martha tensó su quijada y yo estaba a punto de desmayarme.

—Disculpa Paula, ¿sesión has dicho? No entiendo— pregunté intentando obviar el sarcasmo y la doble intención en su broma.

—Si, sesión. ¿No es Martha la bruja del pueblo? No estaba al tanto de que estaba dando consultas... privadas—, Paula miraba a Martha desafiante.

Los ojos de la rubia se humedecieron y corrió fuera de la cocina hacia la puerta de entrada pasándonos por el lado a Paula y a mi. Yo intenté detenerla, agarrándole por el brazo.

—No te vayas Martha, por favor—, le supliqué.

—¡Fui una idiota por aceptar quedarme aquí! Muchas gracias Antonio por tu... hospitalidad—, Martha habló en un tono amargo con resentimiento. Luego abrió la puerta para irse.

Paula miraba la escena con una expresión de triunfo en su rostro.

Yo bloqueé la puerta parándome frente a Martha.

—Martha, te lo ruego. Mira no puedes salir a la calle vestida así—, intenté convencerla.

La mujer me empujó hacia el lado y me respondió áridamente, —¿Por qué no? Ya no hay nada más que se pueda decir de mí que empañe aun más mi ya manchada reputación. ¡Soy una bruja, un ser inmundo que solo merece ser la burla, la comidilla y ser odiada por todos en este maldito pueblo!

Martha se fue corriendo y yo me quede inmóvil viéndola alejarse de mi casa y la perdí de vista justo detrás de la muralla que dividía nuestras casas. Yo sentía que la mujer se alejaba de mi vida por completo y que aquel muro dividía algo más que nuestras viviendas. El mundo se caía frente a mis pies y podía escuchar a Paula aclarar su garganta detrás de mi.



***Como decimos en mi país: Benditoooooo. Las cosas se han complicado para Martha y Antonio. ¿Qué opinan de este capítulo? Recuerden dejar sus comentarios. Su opinión es muy importante para mi.

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