Capítulo 10 Jengibre, Manzanilla y Menta

Capítulo 10
Jengibre, Manzanilla y Menta

A mi por poco me da un infarto cuando vi a Juliette recostada completamente desnuda en el sofá... Se parecía a Kate en el Titanic. Y aunque yo no era Jack, mi barco estaba a punto de hundirse. Pensé en darle las gracias a Dios de que la chica se había quedado dormida... desnuda pero dormida, hasta que vi la expresión en el rostro de Martha. Sus ojos azules estaban a punto de salírsele de sus órbitas y su boca abierta casi le llegaba al pecho del asombro. El rostro de mi vecina se enrojecía en una mezcla de vergüenza e ira... ira... ira...

—¡Sr. Grau, en qué manera usted cree que yo puedo serle útil aquí! ¡Usted tiene una niña desnuda en su sofá! ¡Me voy de aquí en este instante... pervertido!

Martha se viró y ya iba a salir de la casa pero yo la agarré por el brazo y la detuve para convencerla. —¡No, espere Martha! No es lo que usted cree... La chica está ebria.

—¡Qué! ¡Usted le ha dado alcohol a una menor de edad! ¡Esto es increíble! ¡Usted... usted es peor de lo que yo pensaba!— Martha me miraba con un gesto acusador de total desprecio e intentaba zafarse de mi brazo.

—¡No, Martha, escúcheme! Las cosas no han pasado así... Déjeme explicarle. Ella llegó borracha... Por eso es que necesito su ayuda... Por favor, Martha, tiene que creerme—, le supliqué. La mujer lucía un poco más calmada, me miró a los ojos como buscando mi sinceridad y luego miró a Juliette. Yo continué hablándole, —Sólo usted puede ayudarme. Si llamo a alguien más no me creería... Imagine si llamo a sus padres... No sé que hacer. Ella es mi alumna. Puedo perder mi trabajo, o ir a prisión. De seguro sus padres me matarían— le supliqué.

—Ah, está bien... Busque algo con que cubrirla y trate de despertarla suavemente. Yo voy a mi casa a buscar unas hierbas para hacer una infusión.

—¡Espere! ¿Me va a dejar solo con ella?

—Sr. Grau. Es solo una jovencita ebria. No creo que lo vaya a morder... A menos que usted crea en vampiros... o en brujas... no veo por qué le deba temer. Vuelvo enseguida.

Martha salió y yo fui de inmediato a buscar una sábana para cubrir a Juliette. Una vez cubierta le moví un poco el brazo para despertarla, —Juliette... Juliette. Despierta. Soy yo, el Sr. Grau.

La joven abrió sus ojos lentamente. Posó su mirada en mi rostro, me sonrió tiernamente y levantándose un poco me abrazó. —Oh, Sr. Grau... Mi Sr. Grau... Volvió... A ver, ¿dónde nos quedamos?— No tardó nada y brincó sobre mi.

Yo luchaba con la muchachita ebria para quitármela de encima evitando poner mis manos en algún sitio indebido cuando escuché a Martha aclarándose la garganta para hacernos notar su presencia. —En serio que me voy por dos minutos y ya está debajo de la muchachita desnuda— Martha viró los ojos.

Yo brinqué del sofá y Juliette se sentó, cubriéndose con la sábana de inmediato. El rostro de la niña palideció al ver a Martha.

La jovencita señaló a Martha y le habló, —Yo se quien es usted. Usted es...

—Tu salvación—. Martha cortó lo que la chica iba a decir y me miró, así como madre regañona, — ¿Dónde puedo poner a hervir agua para hacer la infusión?— Diligentemente guié a Martha a la cocina. Rápidamente puso el agua a hervir y echaba distintas hierbas en la cacerola. —No me miré así... Esto es solo manzanilla, jengibre y menta. Es una infusión muy antigua para contrarrestar los síntomas de la borrachera... Ahora vamos a dejar que esto hierva un poco en lo que yo llevo a Juliette a ducharse. Eso ayuda también. Voy a ver si logro convencerla que se duche, sin usted, por supuesto.

En el sofá, Juliette se sostenía la cabeza y lucía algo mareada. Martha se sentó a su lado y comenzó a hablarle para convencerla de ducharse. Al principio la niña mostró resistencia, pero no tardó en acceder y Martha la ayudó para llegar hasta el baño.

Pasados varios minutos, Martha regresó a la cocina.

—Dónde está Juliette?— pregunté.

—Ella se está vistiendo... Va a estar bien, no se preocupe— Martha me respondió mientras se disponía a colar la infusión. Luego de que extrajo todo el líquido, lo sirvió en una taza. Aquello aun humeaba destilando el aroma dulce del jengibre y la menta.

Luego de servido el té, la bruja, que diga, Martha, fue a buscar a Juliette. Cuando ambas llegaron a la sala, ya la jovencita lucía un poco más sobria. Con un rostro pintado de vergüenza, apenas Juliette me miraba. Sin hablar media palabra, la jovencita se bebía poco a poco la infusión que le preparara Martha. La mejoría fue casi instantánea. Martha le acariciaba el cabello a Juliette y le hablaba de manera maternal aconsejándole.

Yo las observaba sentado en la butaca. Martha era la mas dulce de las mujeres... No era la bruja que todos decían.

Finalmente, Juliette se dirigió a mi —Sr. Grau, estoy muy avergonzada con lo que he hecho. Le pido disculpas... No se que estaba pensando cuando llegué hasta aquí... Yo... yo le pido por favor, no le diga nada a mis padres. Me matarían si supieran lo que he hecho.

—No te preocupes. No le diré nada a tus padres. Pero prométeme algo, que jamás tomarás alcohol de este modo. ¿Le queda claro jovencita?

—Si, lo prometo— Juliette asintió con su cabeza repetidas veces.

Martha me miró sonriente, aquella sonrisa era honesta, libre y yo me perdía en sus hermosos ojos azules— ¿Qué dices, Antonio? ¿Antonio?—, Ella me habló y yo como hechizado no desperté de aquel encanto como hasta la cuarta vez que me llamó por mi nombre.

—Eh...? ¿Digo de qué?— le pregunté totalmente perdido.

—¿Dónde estabas Antonio? Bueno no importa, le decía a Juliette de escoltarla hasta la casa para asegurarnos de que llegue sana y salva.

—Oh, si claro. Me parece una excelente idea—, contesté.

Luego de darle varios minutos a mi estudiante para que se recuperara, salimos para llevarla a su casa. La jovencita se montó en su auto luego de darnos veinte mil abrazos y muestras de agradecimiento. Le prometió a Martha que jamás diría que era una bruja y a mi que nunca se embriagaría como esa noche... Ni se aparecería en mi casa medio desnuda.

Mi hermosa vecina y yo la seguíamos en mi auto. Ella observaba fijamente el automóvil que iba manejando Juliette asegurándose de que iba bien, mientras permanecía en silencio. Yo giré mi rostro para verla.

—Debería prestar más atención a la carretera, Antonio. No quiero que tengamos un accidente. Ya estoy lo suficientemente preocupada por la jovencita que maneja adelante de nosotros.

—Oh, lo siento. No se preocupe. Es que estaba tan callada.

—Es porque no tengo nada de que hablar Antonio.

'Antonio'... Cada vez que pronunciaba mi nombre era como música para mis oídos.

—Esta bien entonces—, dije. —No hablemos... Mejor pongamos algo de música—, y prendí el radio. El silencio entre los dos ya sonaba estridente para mí.

El tramo no fue muy largo, aunque a mi me hubiese gustado que fuese más lejos. Juliette se estacionó frente a su casa y nos decía adiós muy sonriente. Luego de que la muchacha entró a su casa, allí mismo viré el auto y manejé de vuelta a casa.

Si, me hubiese gustado que el viaje durara más... Ya en frente de la casa de Martha, estacioné mi Jeep. Ella estaba a punto de abrir la puerta para desmontarse cuando yo coloqué mi mano sobre la de ella. La hermosa mujer me miró asombrada y algo confundida, pero no dijo nada. En esos momentos nuestras miradas se fijaron la una con la otra. Fue un instante extraño... Si, como esos momentos extraños.

—Martha... Yo, solo quiero darte las gracias—, le dije, inclinándome un poco hacia ella.

—No fue nada... Solo recuerde, jengibre, manzanilla y menta... En caso de que otra hermosa estudiante se aparezca de imprevisto en su casa ebria y desnuda. Buenas noches, Antonio— y así sin más, Martha se bajó de el auto y caminó hacia su casa.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top