Veintitrés

Era su primera guerra bíblica luego de más de dos años de calma.

Su demonio discutía acaloradamente con el ángel, porque cuando él quiso correr detrás de su mayor obsesión, el ángel no se lo permitió, en nombre del amor que todavía sentía por Marianela. Al humano no le quedó otra que acallarlos, golpeando la baranda del balcón que daba al patio de comidas del centro comercial completamente frustrado. Hundió los dedos en su cabello mientas se apoyaba en la misma baranda que había golpeado segundos atrás.

Soledad aparecía en el peor momento de su vida.

Hernán, que era un obsesivo del control, ya estaba sufriendo el pequeño revuelo que había causado en su vida la pérdida anticipada de ese hijo que, aunque no era planeado, era su excusa perfecta para enterrar ese pasado que seguía vivo en sus bocetos, con el rostro de Soledad delineado a lápiz. Y aunque amaba y admiraba a Marianela, nunca pudo arrancar a su primer amor de sus recuerdos más profundos.

Las palabras de Jorge, aquel kiosquero que ofició de Celestino, retumbaban en su cabeza mientras seguía recargado sobre la baranda.

«La chiquita no lo admite, pero también está perdida por vos. Te menciono y se pone colorada; pasa que las mujeres son más cautas con esas cosas, vistes», recordó mientas reforzaba el agarre de su cabello, intentando acallar esa voz del pasado.

Se reincorporó mientras tomaba una profunda respiración, se sorbió la nariz como si hubiera llorado, y echó un último vistazo al centro comercial antes de volver a su local, como si nada hubiera pasado.

Mejor dicho, como si el fantasma de su pasado, valga la redundancia, no se hubiera aparecido frente a él.

Volvió a la caja, allí aguardaba una de sus empleadas con un paquete en sus manos.

—Hernán, la clienta de recién, la rubia, te dejó esto. —La chica le dio el paquete, y Hernán lo tomó confundido—. Me pidió que te lo entregara después de que se fuera. Se me hizo extraño, pero bueno... Evidentemente te conoce porque se refirió a vos como Hernán, y su cara se me hacía conocida hasta que la recordé. Es Donna, una cantante indie...

Donna... Un war flashback de las tardes frente a Che! Dona lo atacó inmediatamente. Soledad entrando con el pequeño paquete, esas charlas express porque Leandro se ponía ansioso si ella tardaba más de lo normal, el eclipse que contemplaron juntos en 2019, la guitarra que le había regalado, la manera en la que descansó sobre su pecho aquella tarde luego de que le soplara la vela encima de la dona marroc...

—Gracias, Patri —le agradeció como indicativo de que lo dejara a solas.

La chica asintió con la cabeza y volvió a su lugar de trabajo entre los percheros. Hernán miró ese sobre de papel madera una y otra vez, lo volteaba intentando adivinar qué era ese contenido plástico. Lo abrió cuando no pudo adivinar, y cuando sacó los dos discos de su interior, una tarjeta cayó sobre el mostrador.

Donna Music, las redes sociales, y un QR para acceder a las plataformas digitales a escuchar su música.

Comenzó a examinar los discos. El primero era el EP, y soltó una risa torcida cuando vio la ubicación a sus espaldas: los viejos locales de Che! Dona y su Inferno, ya reconvertidos en un kiosco y la oficina de la aseguradora de su padre. Leyó la lista de canciones: Intro, Crush, Tú, tú, y tú, Puerto y Demonio. Volvió a voltear el disco, examinó su medio rostro y se perdió en ese cielo gris que parecía que lo observaba desde la caja, y cuando puso atención en el segundo disco, su cuerpo entero tembló como gelatina mientras el corazón galopaba por escapar de su pecho.

Soledad en primer plano, también en blanco y negro, a excepción de sus labios en rojo, y el marroc que sostenía con sus dientes. Guiñaba el ojo a la cámara con una sonrisa en sus labios, a pesar de estar sosteniendo el bombón con su boca. El título, lejos de enojarlo, lo tomó como una complicidad entre ellos. Volteó para ver la lista de canciones, y la foto de la cara trasera lo sintió como una provocación. Soledad reía exageradamente, lucía más despeinada, la boca llena de chocolate dando a entender que se había devorado el marroc, y enseñando el dedo medio a la cámara.

—¿Así que querés comerme, hija de puta? —siseó con una sonrisa perversa—. Te tardaste siete años, desgraciada.

Observó la lista de canciones, y paró de leer al ver el titulo de la primera. Cobarde.

—Cobarde fuiste vos, conchuda —maldijo en un susurro—. Preferiste quedarte con el principito perfecto antes que conmigo, un hombre de verdad.

Sacó el disco de su caja para escuchar esa canción que sintió como un duro golpe a su hombría, hasta que recordó que no tenía lectora de discos compactos en esa computadora. No le quedó más remedio que exponerse, buscando la canción en YouTube para hacerla sonar dentro de su local, mientras veía el video en el monitor de la caja.

Aferrado a su escritorio, admiraba a Soledad nuevamente sobre la peatonal Lavalle, cantándole a la cámara que la enfocaba desde abajo, rapeando y gesticulando a la lente. Y la patada al hígado vino en el momento justo en que apuntó disimuladamente con sus dedos en forma de pistola a su viejo local de Inferno, cuando dijo «el amor no florece en la cobardía, sino en el coraje de amar sin garantía».

—Disculpá, ¿me cobrás que me tengo que ir? —interrumpió una clienta.

—Llevalo gratis —dijo, inmerso en esa Soledad hermosa y empoderada que caminaba entre la gente, espléndida, brillante, y sobre todo, despechada.

—Pero tiene alarma...

Hernán tomó la prenda con molestia, quitó la alarma de mala manera y se la devolvió.

—Listo. Ahora, chau.

La clienta se quedó con la prenda en la mano mientras decidía qué hacer. O se iba con el vestido en la mano, sin siquiera una bolsa, o hablaba con algún otro empleado para que la atendiera como correspondía. De lo que estaba segura, era de que no volvería a pisar ese local nunca más.

—Hernán, esa señora quiere pagar el vestido, dijo que... —Patricia, la misma empleada que había atendido a Soledad era quien le hablaba cautelosa. Sabía que Hernán era temperamental, pero nunca lo había visto así.

—Ya sé lo que le dije —la cortó sin despegar la vista de la pantalla—. Dale una bolsa y que se vaya. Y haceme el favor de entretenerlos, no quiero a nadie en la caja por los próximos cinco minutos.

Patricia asintió mientras miraba el sobre abierto y los discos en el mostrador. Confirmaba que había atendido a la mismísima Donna, y que el paquete eran sus discos.

—¿Conocés a Donna? —deslizó con cautela.

—No tengo ni puta idea quién es —mintió—. Es lo que estoy tratando de averiguar ahora mismo, por qué me conoce alguien que yo no conozco —sentenció finalmente, con ese tono salido del averno.

Es que en realidad no mentía. Él conocía a Soledad, una chica dulce y tímida que se murió de vergüenza aquella tarde que le había cantado Cómo Duele en su viejo local. Donna, esa mujer despampanante que estaba con poca ropa caminando de espaldas por Lavalle, era completamente desconocida para él.

Esa era la Soledad que necesitaba en 2015 para incendiarla en su infierno.

Y ya no podía tenerla.

Y le encantaba lo que veía.

—¡Mierda! —gruñó al final del video, cuando Soledad sonreía a la cámara extremadamente cerca de la lente, y se mandaba a la boca otro marroc.

Tomó los discos, su campera de cuero, y salió enfurecido de su local. Fue hasta el estacionamiento por su auto, y salió sin rumbo a manejar por la ciudad, ese día Marianela tenía guardia hasta el mediodía del día siguiente y tenía todo el tiempo del mundo. Se detuvo en la avenida Costanera, de camino a su casa en Núñez, y con el sol cayendo sobre el agua detuvo el auto.

Tomó su teléfono para escanear el QR de la tarjeta que acompañaba los discos, y abrió el perfil musical de Donna en Spotify. Reprodujo absolutamente toda su discografía, sintiendo cómo cada letra se clavaba en su pecho, completamente aludido y rendido a esos reclamos melódicos de Soledad, que no dejaba de reprocharle su cobardía al no confesarle esos sentimientos que ella siempre vio, su indiferencia, y el cordial trato de su demonio cada vez que se veían.

Para cuando los temas comenzaban a repetirse en el reproductor del coche, Hernán estaba completamente herido y desfallecido sobre el volante de su Audi, el mismo al que Soledad se había subido una vez.

Y una lagrima rodó por su rostro al comprender que, así como él estuvo años diseñando inspirado en ella, Soledad había hecho lo mismo con su música. Porque todas las canciones eran para él.

Ninguno había olvidado al otro. Pero ya era demasiado tarde.

Aferrado al volante, sus abismos oscuros cayeron sobre la alianza de matrimonio. Su demonio lo incitaba a terminar una relación que iba en picada y correr a buscar a Soledad, porque Marianela nunca pudo superar por completo la pérdida de su hijo y la posibilidad de volver a ser madre, y ya nada era igual. En cambio, el ángel lo incitaba a no tirar su matrimonio por la borda por una mujer que estaba tan perdida como su demonio, y que a pesar de todo, esas diferencias que en su momento los separaron, seguían latentes. Marianela era una mujer profesional, refinada, dulce. Y Soledad era una bala perdida, un alma completamente lastimada y con cicatrices del pasado que quizás volvía para cobrarse revancha y devolverle las heridas.

El sol había caído cuando actuó por impulso en la oscuridad de su auto. Tomó su teléfono, abrió Instagram, buscó Donna Music, y presionó para enviar un mensaje.

Hola perdida.

Lo bloqueó y lo arrojó en el asiento del acompañante, mientras suspiraba y se recostaba sobre su butaca. La respuesta llegó al instante, al WhatsApp, y desde un número que no tenía agendado.

Porque la había borrado de sus contactos en 2020.

La foto era exactamente la misma que ilustraba la portada de Marroc, esa en la que estaba con el bombón en la boca. Pero antes de contestarle debía hacer algo.

Ingresó a la aplicación, colocó como foto de perfil aquella que supo tener en esos años, se quitó la alianza de matrimonio, y abrió el mensaje.

Hola perdido. ✓✓

Si iba a cerrar su historia inconclusa, debía excluir a Marianela de su presente mientras estuviera en contacto con el fantasma de su pasado.

Estaban esperando esto, ¿nossierto? 🤣

Ya está, ya lo sabe todo. ¿Y ahora?

Lo veremos en los siguientes capítulos.

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