Veintisiete
Despertó a las dos de la tarde del sábado, escuchaba el repiqueteo de los cubiertos a lo lejos. Marianela había vuelto de su turno, y estaba cocinando el almuerzo. Volvió a sentirse el peor de los maridos, era injusto que siguiera parada después de una extensa guardia de veinticuatro horas. Se levantó de la cama con un dolor de cabeza inaguantable, y se acercó hasta la cocina.
—Perdón por no esperarte despierto, me quedé hasta el amanecer mirando desfiles de moda, buscando inspiración europea para mis diseños —mintió.
Hernán dejó un beso en su cabeza y fue en busca de una aspirina y un vaso de agua para paliar el dolor. Pero Marianela había olido el alcohol, que aun emanaba por la boca.
—¿Y desde cuándo tomás para trabajar? ¿Todo bien, mi amor?
Enmudeció, lo conocía demasiado bien. Sabía que Hernán no era muy amigo del alcohol, que era tomador social, y que se hubiera bajado media botella de licor era alarmante.
—Sí... Solo quería un marroc y fue lo primero que encontré. Me dio paja ir al kiosco a comprar un par. Ya sabés que no tomo, no estoy acostumbrado al alcohol, pero ese licor estaba rico.
—Tenés que cortar con esa mierda, no quisiera ver tu nivel de azúcar en la sangre —bromeó.
Era convincente, esa botella estaba en la cocina porque Marianela la usaba para cocinar postres, y no era descabellado que la hubiera agarrado como paliativo a su adicción malsana a los marrocs.
—Yo termino de cocinar, andá a bañarte, Nela.
Marianela asintió, le dio un pequeño beso en los labios, y lo dejó a solas en la cocina terminando de preparar los churrascos que estaba cocinando a la plancha. Y lo supo mientras acomodaba las piezas de carne en cada plato.
Algo se había roto en su matrimonio. Pero no era reciente, al contrario.
Le bastó pasar una noche con Soledad para notar que la monotonía en su vida estaba presente desde aquel enero de 2020. Soledad tenía razón al afirmar que Marianela fue el premio consuelo a su cobardía, que la mujer no le llegaba ni a los talones a ella, y que esa diferencia de edad comenzaba a resaltar con el paso de los años. Acababa de sentiste como un hijo dándole explicaciones a su madre por la borrachera de una noche, y eso no era lo que quería en una compañera de vida.
Pero tampoco podía dejarla, si aún sufría la pérdida de su hijo y de su maternidad.
—Lavo esto y me voy, necesito ver cómo va todo por Avellaneda —informó cuando terminaron de almorzar.
—¡Ay, no! Quedate conmigo, hace mucho que no pasamos un sábado juntos —pidió, tomando su muñeca—. Si querés ponemos la alarma para las siete de la tarde y vamos un ratito al cierre, yo te acompaño.
—No, Nela. Tenés que descansar, mañana nos quedamos todo el día en la cama si querés, pero hoy no puedo, ya avisé que iba para allá.
Hernán levantó la mesa, y Marianela se acercó a saludarlo mientras lavaba los platos. No insistió porque realmente estaba cansada, y él lo agradeció en silencio. Se duchó y eligió ropa cómoda. Un jean celeste casi blanco diseñado por él, ancho con rotura en las rodillas, la botamanga arremangada y cosida con detalles en hilo azul, y una remera blanca. Se colocó unas Vans negras de caña alta en sus pies, y se llevó una campera universitaria color verde, también diseñada por él, porque tenía pensado volver tarde.
La sorpresa llegó cuando entró a la habitación a buscar su billetera en el pantalón que había usado el día anterior.
—Guau... ¿Por qué nunca te vi así vestido? Pareces un universitario, posta —destacó Marianela, acostada en la cama.
—¿Tan mal me veo? —preguntó Hernán, mirándose la ropa.
—Al contrario, siento que me estoy comiendo un pendejo de secundaria —explicó entre risitas.
En ese momento cayó en cuenta que él nunca se vestía así, su estilo era más sobrio. Pantalones oscuros, generalmente chupines, campera de cuero, la mayoría de las veces usaba borcegos de vestir, a veces camisas... Comprendió que Soledad lo había rejuvenecido en tan solo una noche.
Y lejos de sentirse mal, se sintió bien.
—Me voy, Nela. Me quedo hasta el cierre a las diez. Aprovechá para descansar.
Hernán le guiñó un ojo y salió antes de quedar más expuesto, su esposa ya había notado dos cambios bruscos: el alcohol y la vestimenta. Si estaba en lo cierto, Soledad se aparecería en el local de Avellaneda, no en vano lo mencionó la noche anterior cuando la tenía colgada de su cuello.
Él también quería medir su nivel de interés.
Y estaba en lo cierto. Soledad apareció en el local del Alto Avellaneda pasadas las siete de la tarde. Sonrió de costado al verla entrar empoderada, casi con el pecho inflado de orgullo. Y notó un detalle que en los anteriores encuentros había pasado por alto. No solo estaba más pechugona, a través de su crop top holgado se marcaban cuatro pequeñas bolitas. Volvió su mirada a sus cielos celestes, aguardando a que llegara al mostrador.
No dijo nada, ni siquiera lo saludó. Y estaba tan perdido en esos piercings en sus pechos, que no notó lo que traía en la mano y depositó en el mostrador.
Una caja de veinte marrocs, cerrada con su celofán.
—No te hubieras molestado —dijo Hernán, con una sonrisa ladeada.
Cuando estaba por abrirla, Soledad lo detuvo.
—Yo en tu lugar no haría eso. —Hernán se detuvo con los dedos sobre el celofán, y Soledad continuó—. Vas a hacer lo siguiente. Cada vez que me extrañes, o que quieras verme, o que me desees, te vas a comer uno. El día que esa caja se vacíe, entonces ya sabés qué tenés que hacer. Es tu última oportunidad, Hernán.
—No podés hacerme esto, sabés que tengo un serio problema de adicción a esta mierda, y me los voy a comer sin darme cuenta.
—Te comprás una caja para tu vicio, pero esa es sagrada. Y agradecé que no te compré la de cuarenta, es de veinte. ¿Tenemos un trato? ¿Puedo confiar en tu palabra y en que vas a ser completamente sincero con tus sentimientos?
Hernán miraba la caja en sus manos y a Soledad al otro lado del mostrador, de brazos cruzados y con sus cielos clavados en él.
—¿Por qué hacés esto? ¿Cuál es tu morbo? —preguntó con ese tono endemoniado.
—Ninguno. Solo quiero que te des cuenta de una vez lo mal que elegiste y lo arrepentido que estás. Después vemos que hacemos —finalizó, algo despectiva.
—¿Y qué te hace pensar que estoy arrepentido de perderte? —la desafío, con su tonito infernal y sus ojos oscurecidos.
Soledad se reacomodó en su lugar, y comenzó a contar con sus dedos y la mirada elevada.
—Tu actitud, tus caricias de anoche, tu foto de perfil de WhatsApp, tu alianza tirada en el auto, este local lleno de diseños inspirados en mí, la ropa que usás ahora mismo... ¿Sigo?
Hernán enmudeció mientras profundizaba su mirada y la maldecía por tener la razón. Se sostuvieron la mirada un rato más, hasta que un cliente interrumpió el momento para abonar su compra. Soledad le hizo un gesto con su mano para que lo atendiera, y se apartó para dejar pasar al hombre a pagar. Apenas volvieron a quedarse solos, Hernán tomó la caja con sus abismos clavados en sus cielos, y le quitó el celofán. Luego, sacó un juego de llaves de su bolsillo y abrió su cajón personal en el mostrador, guardó la caja y volvió a cerrar con llave.
—Trato hecho. Tené en cuenta que esta caja se va a quedar acá, porque no puedo andar todo el tiempo con ella encima, y no vengo muy seguido a Avellaneda.
—Perfecto —aceptó Soledad, conteniendo una sonrisa—. Vamos a ver cuánto aguantás antes de correr a buscar uno de esos marrocs, algo me dice que te la vas a vivir en esta sucursal. Veinte, no te olvides.
Soledad le tiró un beso con su mano, y salió del local airosa. Hernán se quedó en su lugar, intentando entender a dónde quería llegar, y qué pasaría si mintiera con el contenido de esa caja, o hiciera caso omiso a su pedido de comerse un bombón cada vez que su demonio reclamara por ella.
Pero no podía mentirse, le encantaba ese jueguito.
Soledad volvió al auto de Darío, que aguardaba por ella en el estacionamiento, nuevamente ansioso por los resultados de sus locos planes por reconquistar a Hernán.
—¿Y? ¿Qué te dijo, Sole? —inquirió ansioso.
—Creo que lo va a cumplir. Si lo hubieras visto... —Rio ante el recuerdo de su vestimenta—. Evidentemente anoche le moví el cerebro con eso de que está casado con una vieja, porque está vestido como si se hubiera escapado de High School Musical.
—¡Necesito ver eso! —chilló—. Esperame, voy a verlo desde afuera y de paso traigo dos conos de helado. O mejor, te invito a cenar acá en el patio de comidas, no creo que se asome por ahí.
Darío hablaba tan rápido y tan emocionado que Soledad no pudo negarse a su invitación. Aceptó la propuesta, y cuando estaban caminando por el amplio estacionamiento hacia el ingreso al shopping, una notificación llegó al teléfono de Soledad.
Era su demonio con las alas de ángel. Le enviaba una foto.
La caja de marrocs sobre el mostrador, y ya le faltaba un bombón.
Tengo un nivel de dificultad opcional. Pero solo si querés. Quiero saber qué pensamiento o recuerdo hizo que te comieras cada uno de ellos. ✓✓
Fue por lo de anoche. Y porque me dieron ganas de sentir esos dos piercings debajo de mis palmas. ✓✓
Entonces son dos, Salvador. ✓✓
Segundos después, Soledad recibió una segunda foto, con dos bombones faltantes en la caja.
18/20 ✓✓
Soledad bloqueó su teléfono y siguió caminando airosa junto a Darío, quien no tardó en comprender lo que pasaba.
—¿Ya empezó?
—Dos menos, quedan dieciocho —afirmó, sin mirarlo—. Me pregunto si esa caja llegará viva al mundial, o se la baja antes.
—El mundial arranca a mediados de noviembre, aproximadamente en tres semanas, si ya se bajó dos... Dudo que llegue viva a la semana que viene.
Ambos estallaron en risas mientras ingresaban al centro comercial. Lo que desconocían era que Hernán andaba cerca de ellos, más precisamente dentro del supermercado, comprando otra caja de marrocs porque su adicción a la golosina era cierta, y no quería mezclar su deseo por Soledad con su apetito chocolatoso.
No planeaba hacer trampa en su trato con ella, realmente quería cumplir con la consigna.
Y no. Esa caja no iba a llegar viva al mundial. O al menos, a la final.
Acá es donde la sinopsis comienza a cobrar sentido. Esa caja de 20 marrocs es clave.
Y sí, de nuevo vamos a revivir el mundial, no como en Eva, pero sí vamos a dar una vueltita por el mundial de Qatar 2022. 💙🤍💙⭐⭐⭐
And here we go again... ¡Glosario!
Me dio paja: podría decirles que significa "fiaca", pero entraríamos en un círculo vicioso de glosario. De hecho, "me dio fiaca" es la manera cordial/educada dentro de lo coloquial para no decir "me dio paja". Resumiendo, significa pereza. "Paja" y "fiaca" equivalen a pereza.
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