Veintiséis
Hernán estaba perdido entre todos los videos que encontró en el canal de YouTube de Soledad, aquel en el que subía los streams. Obviamente, empezó por aquel en el que hablaba de Marroc.
Y de su Marroc.
—Hoy vamos a hablar de Marroc. Pero no precisamente de mi disco, sino del verdadero Marroc.
Hernán pausó el video, y fue en busca de un trago para aguantar estoico el contenido de ese viejo stream, presuponiendo que la patada sería dura.
—Marroc era un demonio disfrazado de ángel, conviviendo en un simple humano. Un morocho hermoso con unos ojos café cargado, que te chupaba el alma con solo una mirada. Tuvimos química desde el minuto cero, el problema fue que yo estaba en modo princesa de Disney, y él estaba más regido por el demonio que por ese ángel que pocas veces tuve la oportunidad de ver.
»Impulsada por esa especie de maldición demoníaca, yo quería verlo, seguir en contacto con él, necesitaba verlo —enfatizó enérgica—. Me acuerdo que la tercera vez que nos vimos, él vino a mi local comiendo algo de chocolate, e hizo esto. —Soledad replicó gesto de chuparse los dedos y limpiarse la comisura de su boca—. Esa noche terminé tocándome en la ducha con solo recordar ese simple gesto —admitió entre risas—. No solo lo amaba, también me encendía con simples gestos; era mi hombre perfecto, uno que podía amarte con una mirada, y encenderte con un gesto tan infantil como el de chuparse los dedos llenos de chocolate.
Hernán no pudo contener la risa al recordar esa mañana, mientras Soledad hacía una pausa con la vista perdida, estaba leyendo las reacciones del chat que él no podía leer.
—¿Por qué nunca pasó nada? —repitió la pregunta mirando hacia arriba, buscando la respuesta correcta—. Por lo que dije anteriormente, yo esperaba a que él viniera y me dijera en la cara aquello que en realidad sí dijo, pero por boca de otro. Jorgito, el kiosquero de la esquina, todavía retumban sus palabras en mi cabeza: «él quiere todo con vos, el sí de su lado ya lo tenés, la decisión es tuya». Y nunca lo hizo, porque hay algo que me estoy olvidando. Cansada de esperarlo, había empezado una relación con mi jefe, y él encima lo detestaba —recordó con un dedo en alto—. En parte, también es mi culpa que Marroc no me confesara sus sentimientos.
»¿Por qué no le dije lo que sentía? —Volvió a leer otra pregunta de su chat—. Por lo que les dije: quería que él tuviera el coraje de venir a decírmelo. Si era tan demonio, quería que se cagara en todo y me lo dijera en la cara, no con un Celestino de por medio. Mi jefe era el príncipe que estaba necesitando en ese momento, pero yo igual quería besar al demonio y convertirlo en mi príncipe, o de lo contrario, quemarme en las flores de su infierno. No me importaba, solo quería que hablara, que dejara de ser tan hostil y temperamental conmigo, que callara a ese demonio que me trataba tan mal y liberara el ángel.
—Era mi manera de llamar tu atención, yo también quería lo mismo, Solcito —respondió a la pantalla, y le dio un sorbo a su Sheridan's.
—¿Lo volviste a ver? —Soledad leyó otra pregunta del chat—. No, la última vez que hablamos fue aquel veinticuatro de enero de 2020, cuando me dijo que estaba de novio, y la pandemia terminó por separarnos. Lo peor de esto fue que justo ese día había decidido avanzar mi primera ficha; lo invité a cenar y me sacó una novia de la galera, cuando hace menos de un mes atrás nos estábamos mandando fotos de cómo habíamos pasado el año nuevo.
»Nunca supe si me mintió, si era cierto... Si me lo preguntan, las cuentas no me cierran por ningún lado, para mí ya la tenia y se hacía el pelotudo conmigo. Confirmé que no mentía cuando un mes después apareció posando con ella en su foto de WhatsApp, una copia berreta de mí. Una mujer sosa, medio mersa, y como diez años arriba de él, que tiene mi edad. Él era mucho hombre para mí, pero tampoco era hombre para ella.
—Ese resentimiento no te lo robo, Solcito —soltó con su tono del averno, y bebió otro sorbo de licor.
—No es resentimiento, es la verdad. —Hernán soltó una risa, porque parecía que le estuviera respondiendo a él, pero era alguien del chat que pensaba como él—. Quizás era al revés y yo era mucha mujer para él, y por eso se acobardó. —Soledad hizo un silencio, y rio con ganas—. Ay, gracias. Les juro se la mostraría para que vean que es cierto, que la doña es mi yo del futuro, pero de verdad quiero resguardar su identidad, no es mi intención romper su relación. Fue ahí cuando escribí Cobarde, y la voy a tocar en este preciso momento con esto: la guitarra que me regaló Marroc. Así que doñita, si está viendo esto, escribí esta canción con la guitarra que me regaló su novio antes de que usted apareciera.
Soledad comenzó a cantar la canción en su versión original, y Hernán estuvo de acuerdo en que era menos agresiva tocada en la guitarra y a un tempo más lento. Se concentró en esa canción que ya se sabía de memoria, omitiendo la parda de agresiones pasivas hacia Marianela. Apenas terminó la canción, dejó la guitarra a un lado y contó la segunda parte del origen de la canción.
—Cobarde también es un reproche a mí misma, porque yo también fui cobarde al elegir la salida fácil: el falso príncipe. Cuando nos azotó la pandemia, me mudé con mi novio jefe y levantamos la tienda virtual. Nunca supe si fue el encierro, si esa era su verdadera naturaleza, pero ese príncipe se transformó en villano con el pasar de los días. Incluso... —Soledad hizo un silencio y dejó de mirar directo a la cámara—. Una noche me golpeó, me pegó una trompada y me rompió el labio, y yo no me amedrenté, al contrario. Lo agarré del cuello hasta que se le quitó lo loco, no me enorgullece porque la violencia no se resuelve con más violencia, pero quería que supiera que no me iba a dejar violentar tan fácil.
—Hijo de mil puta... —siseó Hernán, mientras se aferraba fuerte a su vaso—. Te veo en la calle y te desfiguró a trompadas.
—No me fui porque no tenía dónde ir. A mi viejo departamento no podía volver, era la cuarentena estricta, así que no me quedó otra que aguantar estoica sus maltratos verbales, no quería comer porque me trataba de gorda... —Soledad hizo otra pausa para pensar sus palabras antes de seguir—. Estuve a nada de los trastornos alimenticios, y no me dejé caer por ustedes, que en ese momento eran poquitos, pero ahuyentaron todos mis fantasmas y me ayudaron a quererme un poquito más.
—Mi amor... —soltó Hernán contra su voluntad, y tomó otro trago para lavar su boca.
Lo siguiente que contó fue cuando finalmente abandonó a Leandro y sus inicios en la música. Cantó algunas canciones más, y luego habló de Lucas, su primer representante, aunque de manera genérica.
—Y como si no hubiera aprendido nada de mi fracaso con Marroc y el falso príncipe, terminé en la cama de un casado. O sea, peor olfato para los hombres no puedo tener —admitió entre risas, agitado sus brazos—. El que creía príncipe terminó siendo un violento, el experimentado resultó estar casado, y el inestable y temperamental era el correcto, el hombre perfecto. Y lo perdí por cobarde. ¿Ahora entienden el significado de esa canción?
—No soy perfecto, Solcito. Si fuera perfecto no estaría viendo tu stream, ni te hubiera deseado como te desee hoy cuando te derretías en mis brazos al ritmo de la música.
Ya había amanecido cuando el video estaba llegando a su fin, eran casi las ocho de la mañana y había estado toda la noche frente a la computadora. Soledad agarraba un marroc y lo colocaba frente a ella, encuadrándolo en el plano antes de tomar su guitarra y tocar la última canción: Cómo Duele de Luis Miguel, aquella que le había cantado a capella en su local de Lavalle.
Volvió a perderse en su voz, mucho más dulce acompañada de los acordes de aquel instrumento que con tanto amor le había regalado. Sonrió mientras tomaba el último sorbo, ya mareado después de bajarse media botella de licor.
—Si hoy estoy acá con ustedes, es porque alguna vez le canté esta canción a mi Marroc. Y fue ese día cuando le prometí que iba a darle a conocer al mundo mi voz, tal como él me lo pidió mientras me levantaba la cabeza con sus dedos en mi mentón, y se autoproclamaba como mi primer fan. Así que, Marroc, si estás viendo esto lo logré, con tu guitarra, la que me regalaste al cumplir veintinueve. Buenas noches.
El video terminó, y Hernán se quedó con un sabor amargo luego de comprender el porqué de ese resentimiento hacia él en sus canciones. Si tan solo hubiera sido más valiente, Soledad no habría sufrido tanto. Se sentía culpable de provocar indirectamente que fuera otra víctima de la violencia de género, y de ese cambio físico tan abrupto. La inocente de cabello castaño, a cara lavada y tímida, había muerto a manos de Leandro, de Lucas, e indirectamente de él.
Quería seguir viendo el siguiente stream que llamaba su atención: Diez Marroc y Diez canciones. Pero duraba dos horas, y estaba lo suficientemente ebrio como para exponerse a que Marianela volviera y lo encontrara en ese estado con el video abierto. Apagó su computadora y fue a acostarse, ya con la luz del sol en todo su esplendor. Y se había acomodado en la cama cuando recordó que a su dedo le faltaba el anillo de bodas, y su WhatsApp lo presentaba con las alas de ángel. Volvió a colocar la foto anterior en el mensajero, fue en busca de la alianza, y volvió a la cama. Conociendo a Marianela, estaba seguro de que notaría la falta de la joya en su dedo.
Y lo que menos necesitaba en ese momento era un motivo para acabar su relación y correr a buscar a Soledad.
Esto es lo que les decia cuando les hablé de que en Eva me divirtió escribir streams en Twitch. Acá tienen uno, y faltan un par más... 🙈
Y como el público se renueva, vuelvo a explicar algo que ya les enseñé en Eva. ¡Hora del glosario!
Mersa: Coloquial argentino para describir algo de mal gusto u ordinario.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top