Veintinueve

Hernán llegó de madrugada a su casa, y afortunadamente, Marianela aun dormía. Se duchó, y al acostarse en su lado de la cama sintió el peso de la culpa con él sobre el colchón. Observó a su esposa y comenzó a acariciar su espalda semi desnuda con un dedo, y Marianela, al sentir ese roce, se giró y se colgó de su cuello.

No pudo más que reaccionar a su pedido, en un intento de lavar esa culpa, y redireccionar todo ese amor que sintió al ver el video de Soledad hacia la mujer que había elegido para compartir el resto de su vida.

Pero su demonio hacía de las suyas, apoyado por esas facciones similares que reclamaba Soledad, colocando el rostro de su gran amor en el de su esposa. Tuvo que cerrar los ojos y concentrarse en que era su mujer la que estaba gimiendo debajo de él, porque estuvo a punto de meter el pulgar en su boca, y eso lo hubiera dejado más en evidencia. Acabó como pudo aquello que no supo en qué momento pasó, y se disculpó alegando cansancio cuando Marianela, ya más despabilada, le preguntaba qué tal le había ido con Ramiro.

—Mañana te cuento, me pidió ayuda para organizar su cumpleaños. —Afortunadamente, Ramiro le había regalado una excusa en un mensaje de WhatsApp, intuyendo que estaba con Soledad.

—¿Y desde cuándo se acuerda tanto de vos? —preguntó algo molesta.

—Es mi hermano de la vida, Nela. No es mi culpa que ustedes no se lleven bien.

—Él es el que me odia, Hernán. Siempre que puede me tira algún palito: que no entiende cómo me diste bola, que soy más grande que vos... En todo caso soy yo la que se pregunta cómo alguien como vos puede ser tan amigo de él: un boludo a cuerda que no acepta que ya no tiene veinte años.

—Asumo entonces que no vas a ir a su cumpleaños la semana que viene.

—No sé... Depende de cómo me levante ese día. Veremos.

Marianela dejó un beso en la mejilla de Hernán y se reacomodó en su lugar de espaldas. Y él, que estaba a punto de hacer lo mismo, decidió voltearse y abrazarla por la cintura, como si así pudiera frenar todos esos sentimientos dormidos por Soledad, que estaban más vivos que nunca.

Incluso, mucho más que en aquel 2020, cuando se despidieron.

A Hernán no le quedó otra que ir acompañado de Marianela al local del Alto Avellaneda, tenía una deuda pendiente con esa caja de marrocs, debía comerse uno más por lo sucedido la noche anterior. Tenía la semana armada entre Galerías Pacífico y su depósito en Lavalle, y no quería esperar hasta el fin de semana siguiente para cumplir su pacto. Pensó en escribirle a Soledad para que no se le ocurriera aparecerse por allí, pero conociendo al demonio que habitaba dentro de ella, era capaz de presentarse solo por molestarlo y obligarlo a realizar comparaciones. Confiaba en que si se aparecía, sería lo suficientemente viva para pasar desapercibida y no exponerse.

Aprovechó un momento de distracción de su esposa para abrir el cajón y comerse el cuarto bombón, ya después le pasaría el reporte a Soledad. No contó con que un cliente interrumpiría el momento, y por atenderlo olvidó cerrar el cajón.

Y Marianela volvió junto a él, con el cajón abierto y la caja de marrocs resaltando dentro de él.

Hernán sintió el ruido metálico del envoltorio cuando su esposa abrió el bombón, mientras estaba terminando de facturar la venta, y sus ojos se abrieron de la sorpresa.

—¿Qué hacés, Nela? —soltó involuntariamente.

—¿Tengo que pedirte permiso para comer uno? —preguntó molesta, con una ceja en alto y el bombón a medio comer en su mano.

—De esa caja no, Nela. Hubieras agarrado de esa de ahí abajo. —Hernán señaló la caja más grande en el estante inferior.

—¡Es lo mismo, Hernán! —se quejó—. ¿Qué tiene esta caja?

—Están vencidos —mintió sobre la marcha.

Marianela se quedó observando el bombón en su mano, y frunció la nariz del asco.

—Entonces tiralos a la basura.

Cuando Marianela tomó la caja dispuesta a arrojarla al cesto, Hernán se la quitó de las manos.

—No, Marianela. Te pido por favor que no te metas con mis cosas, por algo la dejo ahí —sentenció, volviendo a guardarla en su lugar y cerrando el cajón con llave—. ¿No querés que la corte con mi adicción a los marrocs? Bueno, esa es mi manera de hacerlo, porque yo siempre reviso las fechas de vencimiento antes de consumirlos, y si está vencido, no lo como.

—Pero tenés otra caja más ahí abajo, ¿de qué rehabilitación me hablás? —cuestionó sarcástica.

—Esa es para cuando decaigo.

—Así no funcionan las rehabilitaciones, ¿sabías? —acotó mirándolo de costado.

—Así tampoco funciona nuestra relación, Marianela —retrucó, usando por primera vez ese tono del averno con ella—. ¿Qué mierda te pasa que desde ayer me estás cuestionando todo? Si tomo, cómo me visto, te metés en mi cajón privado...

Marianela se quedó de piedra, era la primera vez que Hernán la trataba así, y que lo hiciera en público la descolocaba aún más. Disimuló las ganas de llorar, y se alejó alegando que iría a dar una vuelta por el shopping, momento en el que Hernán aprovechó para enviarle un mensaje a Soledad. Volvió a abrir el cajón, sacó una foto y escribió el mensaje.

Me reservo la explicación de este marroc. 16/20. ✓✓

Son 15/20, Hernán. ✓✓

Me descuidé un segundo en el local, y el que falta se lo comió mi mujer. ✓✓

Hasta ella quiere que se termine esa caja de una vez. 😂 ✓✓

Lo repongo. ✓✓

Hernán estaba por colocar uno cuando de repente recibió otro mensaje. Era una foto. Apenas la abrió, salió urgido hacia el fondo del local. Soledad estaba desnuda boca abajo en su cama, pero solo podía ver su silueta. Se veía la mitad superior de su rostro, con sus ojos celestes más oscurecidos que nunca mirando fijo a la cámara. El pie de la foto era claro.

15/20 ✓✓

Mierda, Solcito. ✓✓

Cuanto antes te la acabes, más rápido acabaré yo. Buenas tardes. ✓✓

—Hija de mil puta —maldijo, volviendo a guardar el teléfono en su bolsillo.

Protestaba, pero le encantaba ese juego perverso.

Se despidió de sus empleados y fue a buscar a Marianela para arreglar las cosas, con la cabeza fría, entendió que se había excedido con su esposa. La encontró perdida en una vidriera, su rostro denotaba había llorado y se sintió una basura. Se acercó y la abrazó por la cintura.

—Perdón por tratarte así, mi amor.

—No sabía que era tan seria tu adicción a esa porquería, es raro que diga esto porque se trata de una golosina, pero deberías buscar ayuda profesional.

—No es para tanto... —minimizó con una risa—. Es solo que estoy tan acostumbrado a estar solo que se me hace raro verte invadiendo mis espacios.

Marianela no respondió, sin embargo, cuando lo hizo, cambió drásticamente de tema.

—Por lo que veo a esta tienda le va bien, la de Galerías Pacífico igual, abriste el local de tu papá para gestionar la tienda online... Ya podemos adoptar, ¿no?

Silencio atroz, solo que en esa oportunidad era para Marianela.

—Te invito a comer y lo charlamos, ¿te parece?

Marianela asintió, y juntos eligieron el local más fino del patio de comidas, ese que tenía sus mesas apartadas de la zona común. Mientras esperaban su pedido, Hernán fue claro con su posición.

—Nela, entiendo que tenés ese instinto maternal latente, pero yo todavía no estoy preparado para ser padre. Tomo lo que pasó como una señal del destino, a mi marca le va bien, de a poco se va posicionando en el rubro... No tengo tiempo para perder criando un hijo.

—¿Criar a nuestro hijo te parece perder el tiempo? —escupió Marianela, completamente dolida.

—No tenemos un hijo todavía, Marianela —bufó exasperado—, y es por eso que prefiero esperar un poco. Además, no llevamos ni un año de casados, quizás se complique el proceso de adopción por eso.

—Al final sos igual que el pelotudo de tu amigo. Otro boludón de más de treinta que no acepta el paso del tiempo, y piensa que todavía es joven.

—Soy joven, Marianela —recalcó, comenzando a fastidiarse—, tengo treinta y uno, y muchas cosas que hacer antes que atarme a una familia consolidada. Si así estamos bien, vos estás enfocada en tu trabajo, yo en el mío... ¿Para qué querés complicarnos la vida?

Marianela hizo un silencio con la cara completamente desencajada, y finalmente terminó aceptando los tiempos de su esposo. Comprendía su argumento de por qué todavía no estaba preparado para ser padre, y no quería cortar sus alas en el momento preciso en el que su marca se estaba posicionando con fuerza.

Desconocía que esas alas que cortaría eran las del demonio.

La cena fue incómoda luego de esa conversación. Entre la foto que Hernán tenía en su teléfono, de Soledad desnuda en su cama, y la desilusión de Marianela al ver cada vez más lejano su sueño de ser madre, las cabezas de ambos estaban lejos de esa mesa.

Afortunadamente para Hernán era domingo a la noche, al día siguiente volvían a separarse por sus ajetreadas rutinas y el tema quedaría zanjado en el olvido.

Lo que Marianela no olvidaba eran esos tres cambios repentinos en su esposo: el alcohol, la vestimenta, y la cara del demonio. Lo que encendió sus alarmas.

Comenzaba a notar la fractura en su matrimonio.

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