Veintidós

Era septiembre de 2022 cuando Soledad aguardaba pegada a la radio para escuchar por primera vez su canción Cobarde, aquella que si no fuera por Darío, quizás no hubiera salido de las plataformas digitales. Ese sonido urbano tan pegadizo, que ocultaba la letra más agresiva que le dedicó a Hernán, había sido su puerta de entrada a los medios de comunicación convencionales.

Soledad y Darío pegaron un grito cuando, finalmente, la canción sonó a las nueve de la noche como cierre del programa vespertino. Luego, no pararon de refrescar la página del video en YouTube, para presenciar cómo el contador de visitas iba en aumento.

Para colmo, Darío no tuvo mejor idea que grabar el video en la peatonal Lavalle, con Soledad caminando en reversa, vestida con un minúsculo short de cuero, medias de red, un corpiño negro, y la campera que le había regalado Hernán, floja sobre sus brazos. Y a diferencia de las superproducciones que hizo Lucas para las dos canciones de su EP que tuvieron video, a Darío le encantaba ese estilo casero que podía brindarle un celular, o a lo sumo, una GoPro. De hecho, en su trabajo de edición se encargó de colocar efectos glitch, para darle tintes vintage tipo VHS.

Habían hecho una obra maestra entre ellos dos, sin vestuaristas, ni camarógrafos, ni directores.

Su música estaba comenzando a ganarle en ingresos a la tienda de donas, cada vez se le hacía más difícil salir a la calle sin que alguien la reconozca, y todo indicaba que ya era el momento indicado para llegar al último oyente.

Hernán.

Octubre estaba llegando a su fin cuando finalmente Soledad se decidió a salir de su nuevo purgatorio para convertirse en el fantasma del pasado. Y su demonio se la había hecho fácil: en la información de su perfil de WhatsApp estaba la página web de su marca.

https://infernobysalvador.com.ar/

Sonrió con una nostalgia feliz al ver que Inferno solamente vendía sus diseños, y sintió una cosquilla en el estómago al notar que ambos habían alcanzado sus sueños por separado. Ella se enorgullecía de que Hernán finalmente tuviera su marca propia, y esperaba que él sintiera el mismo orgullo cuando se apareciera con su disco en la mano.

—Tiene dos tiendas físicas, una en Galerías Pacífico y otra en el Alto Avellaneda. ¿En cuál creés que estará? —preguntó Darío, con la vista clavada en la pantalla.

—Conociéndolo... En la de acá. —En referencia a Galerías Pacífico—. No lo veo en el conurbano.

—¿Vamos caminando? Si no está ahí, vamos a la de Avellaneda, así no saco el auto del estacionamiento al pedo.

Soledad afirmó y se vistió para la ocasión, calzándose aquel vestido que le había confeccionado con tanto amor, pero colocándose una campera de jean para amortiguar el impacto del pasado. En sus pies se colocó unos borcegos negros de plataforma, y luego de maquillar exageradamente sus ojos, para marcar una clara diferencia con la Soledad del pasado, salieron a paso lento desde su departamento en Retiro hasta el centro comercial ubicado en la peatonal Florida.

—Te espero en el patio de comidas, ¿sí?

Soledad asintió muerta de nervios, mientras se abrazaba fuerte a Darío y dejaba un ruidoso beso en su cachete. Subió por las escaleras mecánicas buscando el local, y lo encontró al fondo, luego de recorrer un pasillo curvo.

No estaba preparada para verlo en la caja, con esa postura desinteresada de siempre, inmerso en su teléfono celular.

Se quedó observándolo a una distancia prudencial. Estaba igual que la última vez que lo vio antes de su accidente, o como en aquella postal que le había enviado en el año nuevo de 2020. Recordaba cómo había perdido esa foto al borrar el chat completo en un arranque de desilusión, arrepintiéndose después al darse cuenta de que había eliminado toda evidencia del mudo amor que se tuvieron. Lo único distinto que encontraba en él era la ceja izquierda partida con una raya diagonal, dándole un efecto de corte que lo endemoniaba aún más.

Le bastó ese simple vistazo para volver a incendiarse en las flores de su Inferno.

Entró con la cabeza gacha y comenzó a hurgar los percheros, aunque sabía lo que iba a buscar, quería ver los diseños que salieron de sus bocetos. Y un nudo se formó en su garganta al ver que todavía vendía aquel vestido gemelo del que llevaba puesto, el mismo que diseñó mientras se inspiraba con ella desde la vereda de enfrente. Sacó uno del perchero y observó la espalda. Sonrió, ninguno tenía las alas caladas.

Deambuló un poco más, y al llegar al perchero de buzos como tenía planeado, grata fue su sorpresa al encontrarse con aquel modelo que simuló querer comprar solo para molestar «al pelotudo» del 2015. Era justo el guiño que necesitaba para que la reconociera al llegar a la caja, y ya planeaba usarlo para alguno de sus videos musicales.

—¿Llevás ese? —Una vendedora se acercó a Soledad, al verla con la prenda en la mano—. ¿Querés probártelo? Es de hombre ese modelo, quizás te quede un poquito grande.

—Es la idea, pienso usarlo como un vestido.

—Perfecto, dame que lo llevo a la caja, así seguís mirando tranquila.

Las alarmas de Soledad se encendieron, quería tener el menor contacto posible con Hernán, aun no estaba lista para una conversación más larga que de la del intercambio de efectivo.

Pero se le ocurrió una idea para remover sus recuerdos más profundos.

—No te preocupes, solo necesitaba esto. Aunque... ¿Puedo pedirte un favor un poco extraño?

La jovencita la observó achinando los ojos, y Soledad sacó de su mochila aquel paquete que había preparado previamente, sin tener claro cómo entregárselo para no arriesgarse a su rechazo.

—Necesito que después de que me vaya le entregues esto a Hernán —explicó, dando a entender que conocía al dueño de la tienda—. Apenas salga del local, al cierre, no importa. Pero necesito que se lo entregues cuando no esté.

—Okey... —aceptó, algo confundida—. ¿Tu nombre? Así le digo quién se lo dejó.

—Donna.

—Listo, se lo entrego, no te preocupes.

—Muchas gracias.

Soledad se dirigió a la caja mientras la vendedora se quedó observándola, se le hacía conocida. Y claro, era una seguidora ocasional de su música, y había visto el video de Cobarde en alguna oportunidad, pero no relacionaba su nombre artístico con aquella canción que tenía en su lista de Spotify.

Se acercó a la caja con la sensación de que el piso se abría a sus pies, como si caminara sobre el desierto árido del averno. Respiró profundo, se paró frente al mostrador y depositó el buzo, tratando de disimular cómo le temblaban las manos.

—Hola.

Hernán había saludado con ese tono del averno, y Soledad solo asintió con la vista fija en los movimientos hipnóticos de su demonio, perdida de nuevo en esos músculos que se marcaban hasta cuando levantaba una hoja de papel. Cuando él no obtuvo respuesta a su saludo, el cielo y el abismo volvieron a chocarse, y Soledad pudo notar cómo todos sus músculos se tensaban, y esos ojos oscuros se abrían imperceptiblemente.

Su demonio bailaba la vista entre el buzo y ella, congelado con la pistola escáner de código de barras, le tomó dos segundos continuar con la venta. Estaba comenzando a recordarla, pero aún no se animaba a afirmar que era ella, la mismísima Soledad.

—¿Efectivo o tarjeta?

—Efectivo —afirmó, intentando disfrazar su tono de voz.

Y de nuevo, el demonio congelado y confundido. Paseaba la vista entre ella, la bolsa con el buzo, y la pantalla de la computadora, aferrado a su mouse con la mano izquierda como si su vida dependiera de ello, y con la otra se apoyaba en el mostrador. Podía ver cómo parpadeaba rápidamente fingiendo malestar en la vista, aunque Soledad sabía perfectamente que estaba dudando de su cordura.

—¿Tu nombre para la factura? —soltó finalmente, con ese tono del averno mucho más firme.

—Cliente final.

No se la iba a dejar tan fácil, si Hernán no la reconocía ella no revelaría su identidad. Pudo sentir cómo le rogaba que dijera su nombre, o en todo caso, cómo intentaba expropiárselo como solo él sabía hacerlo. Clavó sus profundos ojos casi negros en sus cielos celestes, pero con el pasar de los años había aprendido a no regalar su alma tan fácilmente.

De hecho, fue la primera vez que ella se servía su alma con una mirada.

Derrotado y desalmado, se rindió a escribir «Cliente final» como nombre en el comprobante, colocó la factura dentro de la bolsa y ella le extendió el dinero justo para abonar su compra. Hernán contó los billetes con la destreza impresionante de añares, y los guardó en la gaveta de la registradora.

—Gracias —soltó sin mirarla, porque el demonio estaba completamente debilitado ante ella.

Y finalmente, llegó su momento tan ansiado de los últimos dos años y medio.

—Nos vemos, Marroc.

Le guiñó un ojo y se volteó hacia la salida mientras se quitaba la campera, dejando a la vista las alas caladas de su vestido blanco. Caminaba rápido en dirección al subsuelo de Galerías Pacífico, mientras disimuladamente verificaba por vista periférica si Hernán la seguía o no.

Pero volvió a desilusionarse al ver que no había nadie tras ella.

Bajó las escaleras mecánicas apresurada, peldaño a peldaño porque no soportaba la lentitud del aparato, y se reencontró con Darío, que miraba su teléfono mientras tomaba un café.

—¿Y? ¡¿Qué pasó?! —Darío estaba más exaltado que ella.

—Creo que me reconoció, no sabría decirlo porque me trató como a una clienta común y corriente.

—¿Pero no le diste tus discos? ¿En serio no hablaste nada, Soledad? —le recriminó mientras gesticulaba con sus brazos.

—Sí y no. Se los dejé a una de sus empleadas, y le pedí que le entregara el paquete después de que me fuera.

—¡¿Por qué hiciste eso, Sole?! ¡Así no vas a ver su cara cuando vea el nombre de tu disco!

—Dari, lo conozco lo suficiente para saber que necesita procesar el impacto en soledad.

—No era en soledad, era con Soledad —enfatizó, haciendo un juego de palabras con su nombre.

—Dari, Dari... Confiá en mí. —Soledad lo tranquilizó, mientras lo tomaba de las manos.

Pero la mirada de Darío estaba perdida en la planta baja del centro comercial.

—¿Ese es él? —Darío señaló hacia arriba con su vista—. Salió a buscarte, te reconoció.

—Te lo dije, así funciona él. Tiene el culo lleno de preguntas. ¿Habrá visto el paquete que le dejé?

Y en el momento en que Hernán atinó a asomarse para inspeccionar el subsuelo, Soledad salió corriendo de su vista. No quería que la viera, su plan era desaparecer para obligarlo a que la contactara por sus redes sociales o WhatsApp, en caso de que todavía la tuviera entre sus contactos. Solo así podría medir su nivel de interés.

Caso contrario, ya estaba decidida a cerrar su libro y olvidarlo por completo.

Esperó unos minutos bajo la confundida mirada de Darío, que la observaba desde su mesa mientras ella se ocultaba de la vista de Hernán. Y cuando supo que ya no habría posibilidades de encontrarse cara a cara con su demonio, abandonó el centro comercial con su amigo.

Las horas se consumían a la espera de una respuesta, pendiente de su teléfono. Darío la acompañó hasta después de la cena, y se retiró de su departamento enfatizando en que le escribiera ante cualquier novedad, fuera la hora que fuera.

Apenas despidió a su amigo, cuando estaba juntando los restos de la cena, su celular vibró con una notificación del Instagram de Donna Music.

Hola perdida.

¡Y sí! ¡El reencuentro es un hecho! (⁠╯⁠°⁠□⁠°⁠)⁠╯⁠︵⁠ ⁠┻⁠━⁠┻

¿O se pensaban que Hernán era pel*tudo? 🤣

A partir de acá se juntan las líneas temporales de los dos. Este fue todo el punto de vista de Soledad hasta llegar al punto del capítulo Diecinueve. No se preocupen, ya no hay más vaivenes en el tiempo, así no se me pierden.

Y sí... Tenía que ponerlo, aunque sea acá abajo... 🤣

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