Veinticinco

—¿Y qué fue de tu vida? Además de casarte con mi copia barata, por supuesto.

Soledad necesitaba sacar el demonio a flote, no por ella, sino por él. Podía notar su incomodidad luego de dejar en evidencia ese amor prohibido que sentía por ella.

—No se parecen ni ahí, no sé de dónde sacás eso —remarcó despectivo.

—Claro que no nos vas a ver parecidas, mis ojos celestes no los vas a encontrar en otra mujer, y eso es lo que remarca la diferencia —acotó con orgullo y una pizca de gracia—. Sacando ese detalle, tenemos rasgos parecidos, hasta el nombre compartimos.

—Segundo nombre —aclaró, algo molesto.

—No importa. Igual, me da impresión su foto. —Soledad frunció su nariz—. Es como verme a mí misma en el futuro.

—Tampoco es tan vieja —se quejó, volviendo a recargarse sobre el respaldo de la silla con su brazo—, tiene treinta y siete.

—Y vos treinta y uno, Hernán —remarcó—. No digo que puede ser tu madre, pero la diferencia de edad es notoria.

—¿Podemos dejar a mi mujer fuera de nuestra conversación? —espetó más molesto—. Ya bastante sucio me siento acá sentado.

Ese «mi mujer» le dolió en el pecho, aún así continuó con la conversación.

—¿Y por qué te sentís así? ¿O acaso tenés planes conmigo para después de este trago? —lo picó, con una ceja en alto—. Ah, cierto que tu mujer te espera en casa.

—Está de guardia esta noche, sino, no estaría acá.

Podía seguir picándolo, pero quería saber el momento exacto en el que creó todas esas prendas femeninas inspiradas en ella.

—Entonces contame de tu marca. ¿Cómo hiciste para lograr despegarte de los distribuidores y quedarte con tus diseños?

Hernán volvió a acomodarse correctamente, y se recargó con los codos sobre la mesa. Comenzó a relatar el mediodía del eclipse, cuando finalmente pudo volver a diseñar luego de recordarla.

—No sé qué pasó, no creo en las energías, pero estar bajo el eclipse me hizo buscar esas fotos que saqué la noche que estrenaste mi vestido. Las mías, y las de tu amiga Jessica. Apenas te vi, se me vinieron tres diseños a la cabeza, y no me quedó otra que correr a confeccionarlos. Después los dibujé en mi cuaderno solo por ver cómo lucirían en tu cuerpo, y... —Se detuvo, no sabía si contárselo o no, finalmente lo hizo—. Después diseñé un cuarto vestido inspirado en vos... Sobre el cuerpo de Marianela.

Soledad enmudeció. Eso era algo que jamás pensó escuchar. De nuevo, no supo si sentirse halagada u ofendida por poner su rostro en el de su esposa.

—¿Y se puede saber cuál es ese cuarto vestido? ¿Lo tenés en la tienda?

—Es otro diseño único, tan único que no puedo ni quiero ponerlo a la venta. Pensaba dártelo si algún día volvía a verte, y ahora que lo pienso, no sé si será una buena idea.

Hernán sabía el truco oculto en el diseño de ese vestido, y aunque ya tenía la oportunidad de entregárselo, no deseaba que otro hombre lo descubriera. Solo se lo entregaría con la certeza de que serían sus manos aquellas que bajaran el vestido.

Pero como eso no iba a suceder, prefirió que siguiera guardado en su máquina de coser.

—Bueno, ya sabés que tengo una tienda entera que grita tu nombre. ¿Qué hay de tu música? Me gustaría saber qué hice precisamente para que me escribieras esas canciones tan lindas como agresivas.

—A ver, nombrame alguna y te explico. Pero antes, pedile otro Pantera Rosa a tu amigo.

Hernán hizo caso al pedido de Soledad, y cuando tuvo su segundo trago mencionó la primera canción.

—La primera del EP, esa que rapeás en spanglish.

Soledad bajó la cabeza para ocultar una risa, mientras revolvía su trago con el sorbete. Hernán aguardaba recargado sobre la mesa, con la mirada iluminada y una adorable sonrisa.

—Te vas a caer de culo. Eso no era una canción. Fue la carta de despedida que te escribí aquel veinticuatro de enero, detrás de un volante de Che! Dona. Apenas cortamos la conversación por WhatsApp, cuando me dijiste que estabas de novio, me metí al baño del local y la escribí en diez minutos. Tardé más en escribirlo al papel que en pensarlo, mi cabeza escupía palabras en inglés y español, y no me daba tiempo a transcribirlo.

Tú, tú, y tú —pidió en segundo lugar—. De esa sí me acuerdo el nombre.

—Tus tres personalidades —explicó replicando su postura de brazos cruzados sobre la mesa—. El demonio que me ladraba cuando estaba en un mal día, el mismo que le encantaba clavarme el visto en WhatsApp; el ángel que era súper dulce conmigo, como el día de mi cumpleaños veintinueve; y el hombre terrenal, mi preferido. Ese que me regaló una hermosa sonrisa dentro de su auto la noche que nos llevó al Palacio de la Pizza, y me dijo que dejara de pensar por un segundo en los demás y me concentrara en mí, que iba a ser más libre el día que pudiera entender eso. Y lo entendí, ¿sabés? —afirmó nostálgica, con una amplia sonrisa y la cabeza ladeada.

—Mierda, Solcito... —Le devolvió la enorme sonrisa—. Es increíble lo que maduraste en estos años.

—Me hicieron madurar, que es distinto. Yo no tengo tu olfato a la hora de elegir parejas.

—Esperá, Leandro... ¿Y qué más te pasó? ¿Quién fue el otro infeliz?

Soledad suspiró, ya no tenía sentido ocultarlo.

—Lucas, mi primer representante, podríamos decir que fue quien me descubrió y apostó por mí para sacar ese EP. Se nos mezclaron las cosas, comenzamos una relación sin compromisos, y cuando comenzaba a enamorarme resultó que estaba casado. Y soy tan estúpida que nunca lo noté, ni pregunté, él tampoco me lo dijo... Solo me dejé llevar y me comí el chasco de mi vida.

—¿Y ahora quién te representa? ¿O estás sola en esto?

—Lucas me dejó en manos de Darío, mi actual representante, músico, productor... Los dos solos sacamos Marroc; siempre le digo que las letras serán mías, pero el disco es de ambos. Es mi mejor amigo, así que no hay chances de que se me desvíe el cariño, además de que es homosexual. La culpa de que Cobarde sea un golpe a tu hombría es de él, porque en mi guitarra, esa que me regalaste, era una canción melancólica. Pero Dari la agarró con su launchpad y creó ese temón que me llevó a la radio. Y sí, admito que suena agresiva.

—«El amor no florece en la cobardía, sino en el coraje de amar sin garantía», dijiste, y señalaste mi viejo local. Una patada en los huevos dolía menos, Sole.

—¿Ya te la sabés de memoria? —preguntó, con una risita incrédula.

—Me quemé la cabeza con ella mientras te esperaba adentro del auto, en la plaza. Tenés razón en absolutamente todo lo que cantás y me lo merezco, no por cobarde sino por cagón, que es peor.

—Pensé en titularla así, pero eso sí me pareció agresivo.

Hernán reparó en que ya era medianoche porque el bar de Ramiro se transformó en un pequeño boliche, subiendo un poco más la música. No esperaba a que Soledad se pusiera de pie, y lo tomara de la mano para sacarlo a bailar allí, al lado de su mesa. Y aunque detestaba el reggaetón con todas sus fuerzas, se balanceó al ver que Soledad se retorcía sensualmente delante de él. Cuando notó que estaba cantando, la atrajo contra sí tomándola de la cintura, quería escucharla cantar completamente desinhibida por el alcohol.

No contó con que la canción se apegaba a sus sentimientos actuales.

Soledad le cantaba a conciencia, muy cerca de su boca, y él la aferraba más contra su cuerpo, e inconscientemente comenzó a menearse con ella, sorprendiéndose por la facilidad que tenía para bailar esos ritmos urbanos. Sus abismos oscuros oscilaban entre los cielos idos por el alcohol de Soledad, y su boca pintada del mismo rojo que en la portada de su disco. El demonio quería callarla a besos, mientras el ángel le gritaba que no lo hiciera, pero la decisión final la tomó el humano. Enredó los dedos en su cabello rubio, la agarró de la nuca, y atrajo su cabeza hasta quedar frente a frente, ese sería su límite: quedar completamente entregado a la voluntad de Soledad, dejando la decisión en sus manos.

Pero solo recibió de su parte un beso esquimal, mientras seguía cantando completamente poseída.

Y cuando Hernán estaba punto de terminar la tensión entre ellos, rindiéndose a sus ganas de besarla, Soledad se separó bruscamente y comenzó a cantarle al igual que en el video de Cobarde, gesticulando como cada vez que rapeaba, como si él fuera la cámara a la que le cantaba.

De aquí tú jamás te iras, te quedas conmigo. Este amor es de verdad y es solo contigo. De aquí tú jamás te irás, nuestra unión es para siempre, y perderte que va, eso no va.

La dejó en su trance, mientras disfrutaba ese recital privado que le estaba otorgando. Su voz era mucho más increíble en vivo, no le erraba en ninguna nota, incluso cantaba mucho mejor que el propio Nacho, y la canción le sentaba mejor a ella. Soledad terminó la canción bailando sola, agitando sus brazos mientras bebía lo poco del trago que le quedaba, y Hernán se preguntaba en qué momento agarró el vaso. Cuando notó que Ramiro los miraba desde la barra, pudo ver en su rostro las intenciones de su amigo.

Había puesto la canción intencionalmente.

La dejó bailando la siguiente canción y se acercó a la barra a buscar explicaciones.

—Fuiste vos, ¿no, hijo de puta?

—Hermano, dejate de joder —se justifico—. Es ella, lo tuyo con Marianela está acabado. Siempre fue ella. Vos porque no te ves.

Tomó su teléfono de la barra y le mostró el video que había grabado de ellos dos bailando.

—Ni en tu casamiento bailaste —agregó—. Dale, Hernán.

Era cierto. La pequeña celebración de bodas la hicieron allí, Ramiro había cerrado el bar para usarlo de salón de fiestas, y él estuvo estático mientras Marianela bailaba con los invitados. Sabía que su flamante esposo detestaba esa música y lo respetaba.

—Borrá eso, por favor, que me vas a meter en un quilombo si alguien lo ve.

—¿Quién lo va a ver? Dale, andá con ella. Mirá lo reina que es, es un camión que encima está loca por vos. Tu secreto queda acá, dale, boludo.

Se miraron por un segundo, sellando ese pacto de caballeros. Hernán le guiñó un ojo y volvió con Soledad, la tomó de la cintura por la espalda y comenzó a seguir sus movimientos, pegando su cuerpo al de ella.

Y Ramiro siguió jugando con las canciones que reproducía: Amigos con Derechos, Felices los 4, A Ella, y cuando Soledad se colgó de su cuello al ritmo de 2:50, Hernán supo que era el momento de irse.

Su batería de autocontrol estaba a punto de agotarse.

—Debería llevarte a tu casa, Sole. Es tarde y necesito descansar.

—¿Para qué? Mañana es sábado.

—Es mi día más fuerte de ventas, Solcito —acotó, acariciando su cintura mientras seguía meneándose—. Me toca ir a Avellaneda, hace mucho que no visito ese local.

Soledad clavó la mirada en sus ojos y se mordió el labio por inercia, quería besarlo en caso de no volver a verlo, pero era su turno de dejar la decisión en sus manos. Hernán se separó, la tomó de la mano y la sacó del local. Saludó a Ramiro con la cabeza antes de salir, y una vez que estuvieron los dos en el auto, preguntó hacía dónde debía llevarla.

—Plaza San Martín.

—Te llevo a tu casa, boba. No te voy a dejar ahí a esta hora.

—Ahí vivo, Herni, frente a Plaza San Martín. Técnicamente, hoy pasaste a buscarme por mi departamento.

Asintió y condujo hasta donde le indicó Soledad, llegaba el momento de la despedida. El problema era que ninguno sabía cómo hacerlo, y hasta cuándo sería.

—La pasé bien —soltó Soledad, de manera genérica.

—Yo también, necesitaba este paréntesis en mi vida, no voy a ser hipócrita.

—Hora de cerrar el paréntesis.

Soledad tomó la alianza de Hernán del hueco detrás de la palanca de cambios, y se la entregó. Y no vio ni al ángel ni al demonio, vio al humano con el rostro completamente desencajado y arrepentido.

—¿Por qué haces esto? —soltó en un quejido.

—Yo no hice nada más que amarte, Hernán. Vos solito hiciste esto. Siempre estuve ahí, enfrente de Inferno, tenías una sola cosa que hacer y no la hiciste, que era cruzar a buscarme. Ya tenés mi número, sabés dónde vivo, te di todas mis redes sociales, y mi corazón entero en esos dos discos. No prometo esperarte la vida entera, pero sí por un ratito.

Soledad dejó un beso en la comisura de sus labios y bajó del auto sin mirar atrás. Hernán se quedó recargado sobre el volante, perdido en la alianza que sostenía entre sus dedos. La guardó en el bolsillo de su campera de cuero y arrancó el auto.

Tenía algunas cosas que hacer en su casa antes de que llegara Marianela.

Creo que acá necesitan glosario:

Es un camión: Decir "Fulana es un camión", se refiere a que es una mujer muy bella y voluptuosa.

Les dejo, en orden, las canciones que salen en este capítulo, y advierto: es un libro lleno de música, así que prepárense para escuchar muuuuchas canciones. 😛

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