Treinta y uno

—¡Hermosa! Ya se siente ese espíritu mundialista.

Ramiro admiraba el look que había elegido Soledad para tocar esa noche en su bar. Vestida con la camiseta de la selección anudada dejando su estómago al descubierto, el mismo minúsculo short de cuero que utilizó en el video de Cobarde, las medidas de red, y zapatillas Nike de caña alta celestes y blancas. El pelo suelto con ondas bien marcadas, maquillaje a tono con la camiseta, y la boca pintada de rojo.

—Mañana arranca el mundial, me pareció copado empezar a manijear desde ahora. Por cierto, feliz cumpleaños. Como no te conozco mucho, no sabía qué regalarte. —Soledad le entregó dos copias físicas de sus discos.

—No te hubieras molestado, tu regalo va a ser lo que hagas esta noche con el pelotudo de Hernán. ¿Listos para la prueba de sonido?

Soledad asintió entusiasmada, y como el bar estaba completamente vacío y cerrado, aprovecharon para probar algunas canciones que quizás quedaban fuera del setlist final. Pasaron un buen rato en compañía de Ramiro hasta que el reloj marcó la hora de apertura, las puertas se abrieron, y Purgatorio comenzó a llenarse.

Ramito había anunciado en las redes sociales del bar su presentación en vivo, y muchos fans acérrimos concurrieron a Purgatorio a escucharla en vivo a cambio de dos consumiciones. De nuevo, pudo charlar con ellos, sacarse fotos, y cuando menos lo esperaba, Hernán hizo su aparición con el Súcubo en su mano derecha.

Disimuladamente, se resguardó de su vista en una esquina y se volteó, dejando a Darío de cara a ellos, oficiando de sus ojos.

—Evidentemente sale la lista dos —confirmó Soledad en un susurro—. Es ella, ¿no?

—Sí, boluda —afirmó entre dientes, con un pequeño chillido—. Es una anciana, tenías razón. Están en la barra con Ramiro, girá un poco la cabeza y vas a poder verla.

Soledad hizo caso a su amigo, y la vista periférica hizo el resto. Estaba confirmado que eran polos opuestos que solo compartían nombre y rasgos faciales. Marianela lucía una falda blanca larga hasta los tobillos, y una remera color ladrillo, perfectamente colocada dentro de la falda. En sus pies, unas finas sandalias de taco, a juego con la remera y la cartera en su brazo.

A simple vista, la diferencia entre ambas era notoria, y Soledad no pudo más que mirarse la ropa que llevaba puesta. Al lado de Marianela, estaba vestida como una callejera, y Darío pudo leer sus pensamientos.

—No te sientas mal, recordá que ese hombre diseña prendas para mujeres como vos: libres de pudor, empoderadas, y enamoradas de su cuerpo.

Soledad levantó la vista y le regaló una amplia sonrisa. Ramiro no tardó en unirse a ellos.

—Bueno, el bar está casi lleno, y Hernán está acá. Vení que te presento al resto de los chicos y arrancamos, ¿les parece?

—¿Tus amigos saben quién soy? Digo, me refiero a...

—No, solo yo sé quién sos, Hernán no les habló nunca de vos, así que simplemente sos Donna.

—Perfecto, es que tenía miedo de que empiecen a gritar cosas, porque vino con el Súcubo —aclaró Soledad entre risas nerviosas.

—No, tranquila que solo yo sé cuánto te ama ese hijo de puta. Vengan conmigo.

Ramiro les presentó a sus tres amigos, aquellos que también se alejaron de Hernán cuando contrajo matrimonio, y a los que Marianela también miraba con reticencia. Y cuando Soledad estaba hablando de su música con ellos, una voz escapada de las profundidades del infierno sonó a sus espaldas.

—¿No me vas a presentar a tu amiga, Rama?

Soledad se volteó y le vio la cara a Lucifer. Vestido como aquella noche en que sus manos recorrieron su cuerpo dentro de Inferno para retocar su diseño exclusivo, Hernán aguardaba a que comience el show de la fingida demencia.

—Perdón, no quise molestarte porque estabas con Marianela, es mi cumpleaños y no tengo ganas de terminar en la guardia por una mordida de rabia. —Soledad se mordió los labios para evitar reírse delante de él—. Ella es Donna, una artista emergente que me encanta, y la contraté para que dé un show esta noche. Él es Hernán, mi hermano de la vida.

—Un gusto, Donna —enfatizó su nombre artístico, mientras le succionaba el alma con una oscura mirada, como en los viejos tiempos, luego de darle un beso en el cachete.

—Igualmente, Hernán.

Soledad se mordió el labio inferior intentando contener una sonrisa, y automáticamente se quedó con el alma de Hernán. Lo supo cuando sus ojos se aclararon y sus facciones se aflojaron, dejando a la vista aquel humano que pocas veces había tenido el placer de conocer.

Había descubierto su debilidad, y ya sabía cómo servirse su alma en tan solo un segundo.

—Bueno, vayan acomodándose que en cinco empezamos —avisó Ramiro, mientras se frotaba las manos.

Pero Hernán necesitaba explicaciones.

Aguardó a quedarse a solas con Ramiro para tomarlo sutilmente del codo y sacarlo a la calle, temía que Marianela volviera del baño y se les acoplara.

—Escuchame una cosita, pelotudo —siseó enfurecido—. ¿Qué mierda se supone que estás haciendo?

—Festejando mi cumpleaños, ¿por qué?

—No te hagas el pelotudo. —Hernán reforzó el agarre en el codo de su amigo—. Sabías que podía venir con Marianela, lo hiciste a propósito, ¿no?

—¡Está bien! ¡Sí! —exclamó, zafándose de su agarre—. ¡Es que estoy cansado de verte así, Hernán! No sos feliz porque nunca la pudiste olvidar, y ahora que volvió a tu vida podés recuperarla. A Marianela te ata un papel que con un juzgado de por medio se invalida, y ni siquiera tienen hijos. ¿Nunca te pusiste a pensar en eso? Lo que pasó con el hijo que esperaban fue obra del destino, algo o alguien te está diciendo que no es por ahí, hermano.

Ramiro respiró profundo para recuperar el aire que había perdido en su soliloquio, mientras Hernán comenzaba a aflojar la postura, y notaba que Marianela no dejaba de mirar esa pequeña discusión. Comenzaba a pensar un excusa para cuando volviera a la mesa y le preguntara qué tanto hablaba afuera con Ramiro.

—No sé si cagarte a trompadas por todo lo que me conocés, o agradecerte por pensar en mí. Ya hablaremos después, solo espero que Soledad no me deje expuesto con sus canciones.

—Es un setlist tranquilo, ya lo ensayó antes de abrir. Además ya me dijo: lo que menos quiere es que Chernobyl la cancele, así que estás a salvo. Disfrutala, no seas pelotudo, ¿querés?

Hernán omitió el hecho de que su mejor amigo había llamado Chernobyl a su esposa, tratándola una vez más de tóxica, porque en el fondo sabía que era cierto. Marianela a veces perdía la cabeza con sus celos infundados.

El problema era que en esa oportunidad eran totalmente válidos, y eso lo hacía perseguirse.

Efectivamente, apenas tomó asiento en su mesa, Marianela consultó el motivo de esa pequeña discusión que presenció.

—Nada importante, cosas de los pibes —minimizó el asunto.

—¿Pero qué fue? Porque realmente se los veía molestos... —insistió.

—Lo mismo de siempre, Nela —bufó agobiado—. Que desde que estamos juntos nunca volví con ellos a las juntadas de los sábados.

—Bueno, pero tienen que entender que ya sentaste cabeza, si ellos siguen siendo una bala perdida es su problema —acotó despectiva—. Vos ya tenés una familia.

—No somos una familia, somos una pareja —la corrigió con su tono del averno—. Familia es cuando hay hijos, y acá no hay. Al final, tienen razón, podría estar allá con ellos festejando el cumpleaños de Rama, y tengo que estar acá apartado porque no te llevás bien con ellos.

—No te preocupes, llamo un Uber y me voy a casa, no debería haber venido.

—Nela, basta. —Hernán la tomó por el brazo cuando amagó a levantarse—. Ellos van a seguir hasta el cierre, apenas termine de cantar esta chica en vivo, brindamos con Ramiro y si querés te vas, te llevo a casa y vuelvo con ellos, que hace mucho que no me ven.

—¿Qué chica?

La pregunta de Marianela quedó respondida cuando Ramiro tomó el micrófono en la pequeña tarima que había preparado y presentó a Soledad.

—Es un placer para mí presentar esta noche, acá en Purgatorio, a una artista que me gusta mucho, y es un regalo de cumpleaños que quise hacerme. —Ramiro tuvo que aguardar a que el público le cantara el feliz cumpleaños, y luego prosiguió—. Una artista que la está rompiendo y escalando con mucha velocidad en la industria. Amigos, los dejo con Donna.

Soledad subió al escenario, y su pequeño grupo de fanáticos explotó en aplausos, mientras los amigos de Hernán y Ramiro enloquecían al verla, sabiéndose privilegiados de que al final de su presentación podrían conocerla de cerca.

Y Hernán se retorcía en su lugar.

—¡Mirá como está vestida! —comentó Marianela, despectiva—. Es un insulto a la bandera argentina. ¿De dónde la sacó Ramiro? —Ante el silencio de Hernán, continuó—. Y bueno... No esperaba menos de él.

—Por comentarios así, mis amigos no te quieren —puntualizó sin dejar de mirar a Soledad—. Lo peor es que, como mujer, queda horrible que hables así de otra mujer.

Marianela se reacomodó en su lugar, visiblemente incómoda por el comentario de su esposo, que seguía mirando embelesado a Soledad con todo el disimulo que le fue posible.

Hasta que en un momento sus miradas se cruzaron, y aunque él esbozó una milimétrica sonrisa, cubriéndose el rostro con la mano del brazo que tenía apoyado sobre la mesa, Soledad lo ignoró por completo.

A pesar de que Marianela estaba disfrutando el pequeño concierto, a Hernán le tocó aguantar todos los comentarios machistas de su esposa en lo que duró el show, mientras recibía todas esas balas musicales que Soledad disparaba con su micrófono rosado, decorado con pequeñas piedras brillantes.

Arengada por el reducido grupo de fans que estaba en las mesas más cercanas al escenario, Soledad brindó un show único, muy distinto a aquel primero en el bar de Palermo. Darío la acompañó con el sintetizador, el launchpad, y su MacBook, además de cantar tres canciones a dúo con ella. Bailó, gesticuló sintiendo cada letra que interpretaba con profesionalismo, y pudo omitir exitosamente que Hernán estaba a metros de ella, con el Súcubo colgado de su hombro.

Desconocía la procesión interna de su demonio, el cual ya había establecido un antes y un después de ese diecinueve de noviembre.

Tengo que agregar esta canción, de nuevo, no se pueden poner dos en multimedia.

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