Treinta y seis

—¿Y? ¿Qué tal te fue? ¿Pudiste solucionar el problema con la registradora?

Hernán había olvidado la mentira de la tarde, y le tomó varios segundos ponerse a tono para que Marianela no sospechara.

—Sí, se cortó el cable de la fibra óptica, pero ya está solucionado. Mañana abrimos de nuevo, por si tu amiga quiere ir. Por cierto, bastante molesta, ¿eh? Justo a la hora del partido se le ocurre ir.

—A Nancy no le gusta el fútbol, a tal punto que ni siquiera le importa la selección. Ella siempre dice que aprovecha estos eventos para hacer compras con tranquilidad, porque no hay nadie...

—Y molesta a los empleados de los comercios, que a duras penas pueden ojear el partido —acotó Hernán, con evidente molestia—. Bien soreta tu amiga.

Marianela se quedó helada ante esa reacción agresiva de su esposo, y es que estaba comenzando a conocer al demonio impotente de aquellos años previos a la pandemia, el mismo que hacía berrinches al no poder tener lo que deseaba. Aunque el objetivo seguía siendo el mismo de siempre, ya había aprendido a no ahuyentar a ese objetivo, valga la redundancia.

A pesar de que no entendía esas actitudes de su esposo, decidió omitirlas para poder cenar en paz, justificando esa reacción al cansancio del día, y la frustración de tener que bajar la persiana de su local ante un inconveniente técnico. Cenaron comentando aleatoriamente la victoria argentina en el mundial de Qatar, y luego de ducharse llegó el peor momento para Hernán.

Compartir la cama con su esposa luego de lo que había hecho en la tarde.

Sacando una cuenta rápida, y conociendo el apetito sexual de Marianela, sabía que esa noche le tocaba. Y el cansancio no era un problema, el problema era que su libido la olvidó en Retiro.

Cerró los ojos con fuerza cuando la mano de Marianela comenzó a deslizarse por su pecho, delineando los músculos de su abdomen con un dedo, hasta que finalmente introdujo la mano en su bóxer, y tomó con firmeza su masculinidad.

—Estoy hecho mierda, Nela —justificó con un suspiro—. ¿Podemos pasar esta noche para mañana?

—¡Hernán! —protestó en un quejido—. Tiene que ser hoy, estoy ovulando.

—Nela, no podés tener hijos —recordó, con todo el tacto del mundo.

—¿Y si ocurre un milagro? Hay un montón de casos de mujeres con problemas para concebir que al final quedaron embarazadas. No pierdo las esperanzas, no me voy a dar por vencida.

Hernán soltó un bufido, y se sentó en la cama impulsado y dominado por el demonio. Estaba por escupir su primera verdad hasta que el ángel lo detuvo, dando lugar a otra guerra bíblica en su interior, dejando solo al humano.

—Marianela, te voy a decir algo que no te va a gustar, pero necesito que lo sepas. Queda en vos la decisión que quieras tomar, y lo aceptaré. No quiero tener hijos.

Marianela enmudeció, y sus facciones oscilaban entre el dolor, la desilusión, y el enojo. Decidió buscar explicaciones.

—Pero cuando estuve embarazada te veía feliz, hasta estabas ilusionado, me acariciabas y me besabas el vientre... ¿Qué pasó desde ahí hasta acá? Esto es obra de tus amiguitos —espetó despectiva—, porque desde que fuimos al bar de Ramiro que estás cambiado, Hernán.

—Si te bancás mi cruel sinceridad puedo explicarlo. Sino, esa mi posición, y es todo lo que necesitás saber.

Marianela se reacomodó sobre el colchón, sentándose frente a él cruzada de piernas, y lo incitó a hablar con un gesto de sus manos.

—Te escucho, dudo que puedas hacerme más mierda de lo que ya estoy.

Hernán hizo fuerzas para encarcelar al ángel y al demonio, no quería ser cruel, pero tampoco le daría esperanzas de ser madre. Cuando los tuvo maniatados, comenzó a hablar.

—Cuando me dijiste que estabas embarazada me quise matar; sinceramente, no estaba listo para renunciar a mi carrera como diseñador por un hijo. Con el pasar de los días lo fui aceptando, y me ayudó ver lo feliz e ilusionada que estabas. Cuando perdiste el embarazo me dolió, pero por vos. —Hernán hizo una pausa para ordenar en su mente la parte más cruel de su argumento—. Siento que lo que pasó fue una tregua del destino, una oportunidad para hacer las cosas bien. No sabía que el precio a pagar por mi libertad actual era tu maternidad.

Marianela no podía salir de su asombro, quería decir algo pero todos sus sentimientos pujaban por salir al mismo tiempo: ira, decepción, y comprensión por la diferencia de edad.

—Hablás como si hubieras hecho alguna especie de ritual satánico para impedir que ese bebé naciera —sentenció finalmente, empujada por la decepción—. Esa frialdad con la que hablás, la mirada perdida y oscurecida... Te desconozco, Hernán, ¿en qué clase de demonio te convertiste?

Hernán soltó una risa sarcástica, y se señaló el hombro izquierdo.

—Ambos conviven dentro de mí. ¿Ahora entendés mi tatuaje? Es mi constante lucha entre lo correcto y lo incorrecto. Lo que tengo y lo que deseo. El orden y la anarquía. Lo que quieren de mí y lo que quiero para mí. La razón y el corazón.

Hernán iba alternando entre el ángel y el demonio a medida que iba enumerando, con una parsimonia y una frialdad que seguían desencajando el rostro de Marianela.

—Puedo estar toda la noche así, Nela —continuó ante su silencio—. Y si me preguntás quién soy realmente... —Hernán levantó el hombro izquierdo, donde residía el demonio—. Estamos juntos porque aprendiste a sacar a este. —Repitió el gesto con el otro hombro, destacando al ángel—. Pero mi verdadero yo es este, que no te engañen las alas de mi espalda.

Hernán dejó el índice apoyado sobre el demonio, mientras le clavaba una intensa mirada oscura. A diferencia de lo que hacía con Soledad, en el caso de Marianela estaba estableciendo una barrera invisible para que no adivinara sus verdaderos sentimientos.

Pero Marianela necesitaba saberlos para evaluar el estado de su matrimonio.

—¿Me amás, Hernán?

«Sí», respondió su ángel.

«No», discrepó el demonio.

El humano le desvió la mirada. De nuevo, necesitaba que el ángel y el demonio llegaran a un acuerdo. Estaba completamente seguro de lo que sentía por Soledad, lo que no sabía era si estaba listo para lanzarse al vacío con ella. Necesitaba conocer a la mujer que era en ese momento, porque ya había confirmado que la chica inocente y dulce había muerto en la pandemia.

Pero por otro lado, le tenía un enorme cariño a Marianela. Ella lo encontró lastimado, física y emocionalmente, y lo curó con todo el amor que tenía. Y sí, su enamoramiento fue real, el problema estuvo en que quemaron etapas demasiado rápido, y podía asegurar que, de haber tenido un noviazgo normal sin aislamiento de por medio, la relación hubiera fracasado por la marcada diferencia de edad mental.

—Yo te quiero mucho, Nela, eso no me lo va a quitar nadie. Pero se me acabó el amor. —Cuando Marianela comenzó a llorar en silencio, Hernán levantó una mano para indicarle que lo dejara terminar—. Pensá esto. Nos conocimos, nos gustamos, arrancamos conmigo postrado en una cama, y después tuve la rehabilitación. Cuando estaba listo para salir, pasó lo de la pandemia y el aislamiento. Te mudaste acá a mi casa, dejaste toda tu vida atrás por mí. No tuvimos tiempo de conocernos como una pareja normal.

»Ahora decime una cosa. Si hubiéramos tenido una relación a su tiempo, en la calle, cada uno en su casa, conociendo a Ramiro en mi viejo local de Microcentro y a todos mis amigos, mi estilo de vida, a mi demonio... ¿Hubiéramos durado?

—Definime demonio, porque me está empezando a hinchar las pelotas toda esta cosa bíblica. Ángel, demonio, tu marca Inferno... Ya te parecés a la pelotuda esta que cantó en el bar de tu amigo —soltó con desprecio—, la escuché la otra vez y no es tan buena. Ahora entiendo por qué canta covers, sus letras no tienen sentido.

Hernán agradeció internamente que su esposa no haya entendido la música de Soledad, de otro modo, la discusión sería distinta. Aprovechó el comentario para soltar aquello que venía pensando en el camino de regreso a su casa.

—Es cierto, la escuché y sus canciones encajan perfectamente con mi marca, su look es similar a mis diseños, y por eso hablé con Ramiro para que me ponga en contacto con Donna. Quiero hacer una línea exclusiva con ella: Inferno by Donna. Sus fans conocen mi marca, mis clientes su música... Todos ganamos.

—¿Y en qué momento me consultaste eso? ¿Vas a hacer algo sin preguntarme si estoy de acuerdo?

Sin saberlo, Marianela había liberado al demonio de la cárcel.

—¿Y quién chota sos para preguntarte qué hacer con mi marca? —cuestionó con su tono gutural, acercando el rostro al de ella con la mirada casi negra—. ¿Sos mi mamá y tengo que pedirte permiso? Yo no me meto en tu trabajo, no te digo como aplicar una inyección o cómo limpiarle el culo a un convaleciente. Entonces, vos no te metas en el mío, ¿estamos, Nela?

Marianela volvió a llorar, arrodillada en la cama y cubriéndose la boca con los puños, mientras Hernán se levantaba y se vestía dispuesto a salir.

—¿Dónde vas a esta hora, Herni?

—No vuelvas a decirme Herni —sentenció, volviendo a clavar su mirada penetrante en ella—. Me parece pelotudísimo.

—¿Qué mierda te pasa, Hernán? —reclamó en un grito, colocándose delante de él.

—¿A mí? Nada... Ahí tenés tu respuesta: te presento al demonio —escupió muy cerca de su rostro—. Aparece cuando me cuestionan, cuando no consigo lo que quiero, o en simples palabras, cuando me tocan los huevos.

—¿Dónde vas a esta hora? —insistió.

—Al local de Lavalle, ahí tengo un sofá para dormir. Necesitás tu espacio para procesar mis palabras, y que querés hacer con nuestro matrimonio. Aceptaré lo que decidas, ¿sí? Te quiero, Nela.

Hernán la tomó del rostro y dejó un beso en sus labios antes de salir, mientras Marianela estaba completamente anonadada con ese fugaz cambio de humor. Estaba conociendo al humano temperamental, gobernado por el ángel y el demonio. Y salió tan rápido del hogar que compartían que ni siquiera le dio tiempo a pedirle más explicaciones.

De a poco, comenzaba a comprender y distinguir al ángel del demonio. Y no le gustaba para nada esa dualidad de personalidades conviviendo dentro de Hernán.

Y mucho menos, que trabajara codo a codo con Donna.

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