Treinta y ocho
Marianela no podía dejar de mirar el iPad de Hernán, la firma de Soledad en la marca de su esposo se le hacía extraño, y también frunció el ceño al ver la pequeña dona dibujada debajo del nombre.
—Realmente no pensé que fueras a hacerlo. —Comenzó a hablar con los brazos cruzados, sin despegar la mirada de la pantalla—. Mucho menos tan rápido.
—¿Tanto te molesta? Es mi marca y siempre las decisiones las tomé yo, sin consultarle a nadie.
—No voy a negar que me genera inseguridad el hecho de que trabajes con una mujer como Donna —confesó en voz baja.
—Y si no hubiera sido ella, pudo ser otra modelo, Nela. ¿Desde cuándo te generan inseguridad mis modelos?
—No es una modelo cualquiera, Hernán, porque una modelo se pone lo que le decís, posa, y se va. Acá le vas a diseñar a ella, ¿entendés? Nunca pudiste diseñar para mí, decías que era complejo y no se cuántas cosas más, ¿y le vas a diseñar a esta mujer?
—Creo que no estás entendiendo el concepto by Donna. —Hernán comenzó a gesticular con sus manos, clara señal de que estaba perdiendo la paciencia—. Yo no voy a diseñar, yo voy a dibujar lo que Donna me pida, ella va a diseñar su propia línea basada en el concepto y la imagen de mi marca.
Marianela hizo un silencio, procesando la explicación de su esposo. En otra situación hubiera discutido un poco más, pero su matrimonio no estaba en su mejor momento luego de que la noche anterior él le había reconocido que ya no la amaba.
—Está bien, es tu marca y yo no voy a interferir, de todos modos no vine a eso.
—¿Y a qué viniste?
Marianela volvió a cruzarse de brazos y exhaló con pesadez antes de comenzar a hablar.
—Solo quería que sepas que está bien, entiendo si nuestra relación se rompió, reconozco que no empezamos de la mejor manera y que todo fue muy rápido. Pero yo te amo de verdad, Hernán. Y si una vez pude sacar a flote a ese ángel que decís, creo que puedo hacerlo de nuevo. Démonos otra oportunidad, ¿sí?
Hernán no hablaba, solo la observaba abatido, y Marianela aprovechó la oportunidad para acortar la distancia, abrazarse a su cintura, y finalmente levantó a cabeza para besarlo, gesto al que él respondió por completa inercia. Hasta que al abrir los ojos vio a Soledad por las rendijas de la persiana, en total armonía con Ramiro, y volvió en sí, separándose.
—Nela, lo que dije anoche es cierto, ya no te amo, y dudo mucho que...
—No. —Marianela lo calló, colocando un dedo sobre sus labios—. Ya lo sé, me costó una noche entenderlo, pero quiero volver a enamorarte. No me alejes, por favor.
Aunque su cabeza estaba fuera de esa oficina, en nombre del amor que sintió por Marianela no podía ser cruel, al menos no en ese momento. Asintió con la cabeza y volvió a prenderse de su boca motivado por el ángel, que se rehusaba a abandonar a su esposa.
—Vamos a casa, ¿sí? —propuso Marianela—. Lo que sea que estés haciendo puede esperar a mañana, disfrutemos del domingo.
—Igual ya terminamos, Rama se va a encargar de lo legal en cuanto a los derechos de imagen de S... —Se detuvo antes de revelar el nombre de su pequeña obsesión—. Donna.
—Soledad —completó Marianela—. Soledad Dávila. Ya sé como se llama la chica.
Hernán sonrió incómodo y se separó de ella. Lo había hecho de nuevo. Cada vez que él trabajaba con alguna modelo para su marca, Marianela se encargaba de investigarla. Decidió esquivar la conversación.
—Sí, así se llama —confirmó—. Vamos a casa, ya luego me reuniré con ella en cuanto todo esté en orden.
Hernán la tomó de la mano y salió de la oficina, Soledad y Ramiro conversaban animadamente hasta que los vieron acercarse.
—Que lindos se ven. —Marianela le susurró a Hernán—. Quizás sea el comienzo de un nuevo amor.
—Ya te dije que no es el estilo de Rama —reiteró con su tono infernal—. Son amigos.
Hernán apuró el paso para cortar la conversación que comenzaba a molestarle solo porque Marianela tenía razón: Soledad y Ramiro se veían bien juntos, y era evidente que se llevaban muy bien.
—¿Les parece si seguimos en la semana? Tengo que irme a casa.
Hernán le regaló a Soledad una mirada cargada de disculpa, porque había quedado un asunto pendiente entre ellos en la misma oficina de la que acababa de salir. Ella solo le guiñó un ojo, detalle que Marianela no pasó por alto.
—¿Y vos? —Le habló a Soledad—. ¿Planes para esta tarde?
—Ninguno, quizás aproveche este día hermoso para seguir componiendo mi próximo disco.
—Ramiro, sé caballero. Invitala a tomar algo.
Tanto Ramiro como Hernán abrieron los ojos sorprendidos por la insolencia de Marianela. Soledad, en cambio, comenzó a reír con ganas.
—De verdad, agradezco la no intención de Rama. Pero tengo que componer, solo tengo el single que salió el viernes. Necesito inspiración, así que quizás me vaya a caminar sin rumbo por la ciudad.
—Ay, cantate algo a capella —pidió Marianela de la nada.
Soledad sonrió, y buscó respuestas con la mirada en Hernán, quien le hizo una imperceptible seña con sus ojos para indicarle que le diera el gusto, y poder salir de esa situación lo antes posible. Se reacomodó, y comenzó a cantar, en parte aleatoriamente, y por otro lado, a conciencia.
—La luz ya no alcanza, no quieras caminar sobre el dolor descalza. Un ángel te cuida, y puso en mi boca la verdad para mostrarte la salida. Y aléjate de mí, amor, yo sé que aún estás a tiempo. No soy quien en verdad parezco y, perdón, no soy quien crees, yo no caí del cielo. Si aún no me lo crees, amor, y quieres tú correr el riesgo, verás que soy realmente bueno en engañar, y hacer sufrir, y hacer llorar, a quien más quiero.
La cara de Marianela se transformó, porque se aplicaba perfectamente al estado de su relación con Hernán. Miró a su esposo, y aprovechó los elogios de Ramiro para ser contundente con su pregunta.
—¿Hablaste de nosotros con ella? —murmuró al oído de Hernán.
—No, ¿por? —mintió.
—Lo que acaba de cantar. —Marianela hizo silencio en cuanto notó que tenía la atención de Soledad. Decidió indagar—. Adoro esa canción, ¿cómo lo supiste?
—Era lo que venía escuchando de camino para acá.
Soledad tomó su teléfono de la riñonera, abrió Spotify, y allí estaba la canción en pausa. Giró el teléfono, evidenciando que no mentía. En parte. Porque esa canción era su pequeña obsesión desde la noche en que Hernán abandonó su departamento, en un intento de no dejarse llevar por un hombre que, nuevamente, no estaba a su alcance, y sabía que tarde o temprano terminaría lastimándola.
—Tenés una voz preciosa, espero volver a verte pronto en vivo.
—Gracias —esbozó bajando la cabeza, realmente incómoda—. Por ahora no tengo fechas, como dije, toda mi energía está concentrada en el nuevo disco. Y bueno, ahora en la marca de Hernán.
Soledad le regaló una sonrisa a Hernán, y a continuación se mordió el labio, gesto que lo debilitó al quedarse con su alma. Marianela paseaba la vista entre ambos, ligeramente molesta porque notó un semblante extraño en su esposo. Y Ramiro, ni corto ni perezoso, salió al rescate de su amigo.
—Che, ya casi es mediodía, y Marianela tiene razón. Te invito a almorzar, y después puedo acompañarte en tu inspiración por la ciudad.
—Bueno, ahora sí es una intención real —rio—. Dale, acepto.
Soledad extendió su mano, y Ramiro la tomó para luego abrazarla, mientras Hernán se retorcía de celos, aunque consciente de que no podía exigir nada mientras tuviera a Marianela de su mano.
—Entonces, con su permiso, me llevo a esta hermosa señorita. Nos hablamos mañana, hermano.
Se saludaron entre todos, y cuando llegó el momento de Hernán y Soledad, se regalaron una intensa mirada que dio inicio a una nueva guerra. Él, succionándole el alma con una de sus oscuras miradas, y ella mordiéndose el labio con la misma intención.
—Después te escribo —susurró luego de besar su mejilla.
Ella solo asintió disimuladamente con la cabeza antes de abandonar el local con Ramiro. Pero apenas llegaron a la esquina, mientras decidían qué almorzar, su teléfono vibró dentro de la riñonera.
De verdad quería pasar la tarde internado en tu departamento, no esperaba esto. Perdón. ✓✓
Te toca complacer a tu esposa. Suerte con eso. 🙃 ✓✓
—Se quiere cortar las pelotas, ¿no? —Ramiro había adivinado el remitente de ese mensaje por la sonrisa perversa de Soledad.
—Algo así... Pero es lo que eligió, que se joda.
Finalmente, fue Soledad la que propuso el destino para almorzar, nada más ni nada menos que El Palacio de la Pizza, aquella pizzería que Hernán le había recomendado cuando apenas se conocieron. Y para remover sus recuerdos, luego de almorzar se sacó una selfie recostada sobre el pecho de Ramiro, con un pie más que sugerente.
donnamusic.ok Se vienen cositas de la mano de @rama.funes. Te 💖
Ramiro también sacó su propia selfie junto a Soledad para su perfil, guiñando un ojo mientras ella dejaba un beso en su mejilla. El pie no fue tan distinto al que ella subió a su perfil.
rama.funes Un placer trabajar para esta hermosa mujer, dueña de una voz única. Te quiero, amiga @donnamusic.ok
Ramiro pagó la cuenta y salieron a caminar por la ciudad mientras aprovechaban a conocerse un poco más, en vista de que pasarían mucho tiempo juntos por el vínculo que compartían con Hernán.
Y Soledad se lamentaba de haber puesto sus ojos en el incorrecto, porque no podía negar que Ramiro era un hombre tan atractivo como su demonio. De contextura más robusta que Hernán, así como más alto, algo en sus ojos rasgados del color de la miel la atraía. La piel más rosada, y una gran sonrisa que la encandilaba, la hacía dudar de su decisión de seguir aferrada a un hombre prohibido. Porque Ramiro estaba soltero y buscaba lo mismo que ella en una pareja: libertad.
Pero no quería volver a equivocarse, y mucho menos después de haber arrastrado al demonio a su cama. Borró esos pensamientos de su cabeza, y se concentró en forjar una amistad con Ramiro mientras caminaban por el Microcentro porteño.
Y una nueva canción se formaba en su cabeza.
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