Treinta y cuatro

El viernes 2 de diciembre de 2022, Amo vio la luz como single en todas las plataformas digitales.

A Soledad le llevó media botella de vino escribir esa canción, la madrugada posterior a su show en Purgatorio, luego de que Hernán le suplicara por una canción que hablara del amor que le tenía. La grabó con su piano, y filmó el video tocando el instrumento en un galpón vacío que consiguió Darío, vestida con aquel buzo que compró en Inferno, el día que se reencontró con su demonio.

Apenas la canción tocó las plataformas digitales, Soledad le envío a Hernán los links del single en Spotify y el video en YouTube.

Y de nuevo, ese silencio atroz, solo que en esa oportunidad volvía la réplica en forma de tildes azules.

—No entiendo para qué te la pidió, si al final te sigue boludeando como el primer día —protestó Darío, al final del día del lanzamiento.

—Lo está procesando o está con el Súcubo, me arriesgo por la segunda opción.

Era cierto. La hostilidad de Hernán desde la noche en Purgatorio, cuando estuvo a punto de perder la cabeza con el rostro de Soledad entre sus manos, había reforzado esa toxicidad que marcaba Ramiro desde su visión externa. Escudada en su pequeña depresión, absorbía a Hernán en actividades de pareja como ver una película, salir a cenar, o despertar al demonio en la cama, que se movía por inercia mientras colocaba la imagen de Soledad en su cabeza.

Aunque nada de eso funcionaba, porque Hernán ya había elegido.

No pudo abrir la canción hasta el mediodía del sábado en Avellaneda. Tomó la caja de marrocs, y fue hasta el Starbucks del shopping. Pidió un café, se colocó sus auriculares, y reprodujo el video mientras ponía atención a la canción.

Le bastó escuchar la intro recitada para bajarse el primer marroc.

Los fue devorando uno a uno mientras reproducía el video una y otra vez, poniendo atención a cada uno de los detalles. El buzo diseñado por él, el marroc y la dona mordida sobre el piano, además de hojas con partituras y bocetos de diseñador regadas por el suelo.

Su café se acabó al mismo tiempo que la caja de marrocs; lo mismo sucedió con su autocontrol y el respeto hacia su matrimonio. Había sufrido demasiado en su vida, y con la convicción de que era el momento de ser egoísta, volvió a su local con la caja vacía y las ideas esclarecidas.

Reunió a todos sus empleados en el mostrador a minutos de las tres de la tarde, con algunos clientes deambulando por el local.

—Chicos, falta una hora para que juegue Argentina. Dudo que vengan más clientes, y tengo algunas cosas que ordenar. Vayan a ver el partido, yo atendiendo a los que quedan. Nos vemos mañana.

Deshechos en agradecimientos, y antes de que su jefe se arrepintiera, todo su equipo de trabajo abandonó el local. Cuando Hernán se quedó solo, bajó la persiana, apagó las luces, las cámaras de seguridad, y colocó la caja vacía sobre el mostrador. Abrió Telegram, el mensajero que nunca usaba, y luego de comprobar que Soledad tenía cuenta allí, envió la foto y luego su ubicación actual.

Y se sentó a esperar con el local sin vida, solo con la luz que se filtraba por la vidriera.

Y Soledad no salía de su asombro al ver la foto y las coordenadas de ubicación en Telegram, ella tampoco usaba mucho el mensajero, pero entendía que algo había cambiado si Hernán le escribía por allí. Quizás por la facilidad para ocultar los chats, o para que su esposa no lo viera en línea.

—Creo que quiere que vaya ahora al local de Avellaneda —le informó a Darío, que estaba junto a ella en la previa del encuentro entre Argentina y Australia, por los octavos de final de la Copa del Mundo.

—¡Sole! ¡Pero ahora juega Argentina! ¡¿Es que no mira fútbol este hombre?!

—¡Lo sé! ¡Pero se terminó la caja de marrocs! —exclamó frustrada—. Tengo que ir, Dari...

—Está bien, te llevo —aceptó resignado.

—No, no te preocupes. Voy en Uber.

Soledad fue por su riñonera, se despidió de Darío mientras solicitaba un auto, y se dirigió hacia Avellaneda así como estaba vestida, con la misma camiseta de Argentina que había utilizado en el último concierto en Purgatorio, un short de jean, y sus Converse blancas. Ni siquiera reparó en el maquillaje o el cabello, solo salió disparada a la cita con Hernán.

Ya en el shopping, caminó por el pasillo circular con la sensación de que se alargaba infinitamente, y cuando finalmente localizó el local de Inferno, le llamó la atención que estuviera cerrado. Se acercó con cautela y se asomó por la vidriera, quizás Hernán se había confundido y la cita era en Galerías Pacífico, pero allí estaba. Recargado sobre sus codos en el mostrador, con la cabeza gacha y las manos en la nuca. Golpeó el vidrio, y Hernán no tardó en reincorporarse.

Abrió la puerta con el rostro oscurecido, y se apartó para dejarla entrar. Luego, la cerró y bajó la persiana metálica que la cubría. A Soledad le costó acostumbrar la vista a la media penumbra rota por la luz que se colaba por la vidriera. Hernán se paró detrás del mostrador, y arrojó despectivamente la caja de marrocs vacía, le clavó una de esas miradas intensas succionadoras de almas, y comenzó a acercarse a ella con lentitud. Cuando estuvieron cara a cara, tomó su rostro con una sola mano y la besó.

Soledad no tardó en rendirse a ese beso que esperó por siete años, colgándose de su cuello y reforzado la intensidad. Hernán se giró todavía prendido a su boca y fue caminando hacia los probadores, hasta que la espalda de Soledad chocó con el espejo de uno de los cubículos. Él se separó de ella y la observó atentamente, con una mezcla de deseo y amor.

—¿Puedo hacerte mía?

Soledad solo pudo asentir con la cabeza, y Hernán no tardó en quitarle la remera, había llegado el momento en que conocería esos piercings que lo enloquecían por debajo de la tela. Comenzó a besar todo su torso y cada uno de sus pechos, mientras Soledad no paraba de retorcerse contra el frío espejo en su espalda. El camino de su lengua y besos intermitentes desde su estómago hasta su cuello era algo que ningún amante había hecho en su vida, y logró tocar el cielo por primera vez a manos de su demonio.

No aguantó y le quitó la remera, ella también necesitaba recorrer ese torso que tantas veces imaginó en las visitas de las cinco en el local de Lavalle. Y pudo conocer al ángel y al demonio, parados en cada uno de sus hombros. Los acarició y luego los besó: ángel, demonio, y humano, en ese orden.

La mirada que se echaron luego de eso fue la entrega voluntaria de las almas, y era la primera vez que Soledad pudo ver el amor en las facciones de Hernán. Volvió a prenderse de su boca y terminó por quitar la ropa de ambos. Finalmente, fueron uno en el mismo momento en que el shopping entero explotaba en un grito por el primer gol de Messi, a los treinta y cinco minutos del primer tiempo. A lo lejos se escuchaba la ovación de quienes veían el partido en alguno de los televisores del centro comercial, como si de una ironía del destino se tratara: el cielo y el infierno festejando que, finalmente, Soledad y Hernán bailaban frenéticamente unidos y de pie. De frente y de espalda, sintiendo el tintineo de los piercings golpeando el espejo, y dejando una marca de vapor en el vidrio mientras él cumplía ese deseo de introducir el pulgar en su boca.

Para cuando Hernán llegó a su fin, Soledad ya había perdido la cuenta de los viajes al cielo. Se abrazó a su cintura y recargó la frente sobre la espalda de ella mientras intentaba recuperar la respiración, y se rompió cuando Soledad apoyó su mano en las entrelazadas de él sobre su estómago.

—Perdón, Solcito —susurró en un balbuceo.

—¿Por qué? —preguntó ella, reforzando la caricia.

—No nos merecíamos esta primera vez. Esperé siete años por esto, y al final del camino no me aguanté. Y porque vas a tener que tomarte la pastilla del día después, ni un forro me puse.

—Me ligué las trompas, Herni —lo tranquilizó—. No quiero hijos.

—Yo tampoco. Al menos no ahora.

Permanecieron un largo rato en esa posición, hasta que Soledad rompió el silencio.

—Ya te sacaste las ganas conmigo... ¿Y ahora? ¿Me toca volver a tu Olimpo?

Hernán la giró para quedar de cara a ella, le tomó el rostro con ambas manos y la obligó a que lo mirara a los ojos.

—Ahora viene la peor parte: volver a casa y no verte ahí. Si no pude olvidarte durante estos casi tres años, ¿qué te hace pensar que después de esto voy a seguir mi vida como si nada hubiera pasado?

—Que estás casado, Hernán —remarcó con la voz quebrada.

—Mi matrimonio está roto, necesito tiempo para ordenar mi vida. Mientras tanto, no me alejes de nuevo, ¿sí?

—Yo nunca te alejé, Hernán —aclaró, separándose de él—. Vos te fuiste, preferiste buscarme en otra mujer antes que venir a decirme a la cara lo que sentías. Y no digas que no lo hiciste porque estaba con Leandro, podrías habérmelo dicho y yo decidía.

—Tenía miedo a que me digas que no, no lo hubiera soportado.

—Ah, genial —soltó con sarcasmo, mientras tomaba su camiseta del suelo—. Gracias a tu actitud de cobarde y cagón, yo terminé en manos de un violento que me regaló el peor año de mi vida.

—Pudiste decírmelo vos también, ¿no? —reclamó, mientras se vestía de la cintura para abajo—. ¿Por qué tenía que hacer todo yo?

—¡Porque a veces las mujeres estamos cansadas de hacer todo el trabajo! —gritó, girándose en su lugar—. Ya sé que eras un demonio en ese entonces, pero ¿qué mierda te costaba meterte el orgullo de machito en el orto y cruzar a buscarme?

Hernán tiró del brazo con el que Soledad lo señalaba y la abrazó.

—Perdoname, corazón —soltó con su tono gutural del infierno—. Punto medio, fuimos dos idiotas. Todavía estamos a tiempo, solo dejame ordenar mi vida.

Soledad se abrazó a su cintura y asintió con la cabeza, hasta que notó que si quería cumplir con su pedido había un pequeño detalle.

—Básicamente me acabo de convertir en la otra, ¿no? —preguntó, hundida en su pecho.

—Sos la única, Solcito.

—Soy tu amante.

—Sos el amor de mi vida —volvió a susurrar, con el tono gutural.

Soledad se separó un poco y lo miró a los ojos, de nuevo podía ver su café natural, y ese rostro humano que pocas veces apreció. Y de nuevo, la misma sonrisa que había visto en su auto aquella noche en la puerta de la pizzería. Se colgó de su cuello y lo besó con todo el amor que tenía en pausa.

Aceptaba las reglas del juego. Sería la otra hasta poder ser la única.

Esto era lo que estaban esperado, ¿no? 🤣

Yo avisé (creo). Esta es una historia de amantes. 🙈

De acá en adelante se empieza a justificar la etiqueta de contenido maduro, y vuelvo a aclarar: es un escaloncito más arriba de lo que leyeron por el final de Eva, creo que quedó claro en este capítulo. Quizás lo hice como el orto, pero más de esto que leen no puedo hacer. 🙃

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