Treinta y cinco
Hernán se estaba dando el gusto de ver en el cuerpo de Soledad muchos de esos diseños que realizó pensando en ella. Sacaba vestidos y prendas de los percheros para que ella se probara, aprovechando que tenía todo su catálogo allí. Y aquellos modelos que Soledad amaba, los colocaba dentro de una bolsa como regalo.
Hasta que el celular de Hernán sonó con una llamada entrante y su rostro se transformó. Era Marianela. Le hizo una seña con su mano a Soledad para que hiciera silencio y atendió.
—¿Qué pasó?
—Hola primero, ¿no? —le reclamó.
—Perdón, tengo la cabeza en otro lado. ¿Qué pasó? —reiteró.
—¿Tiene que pasar algo para que te llame, Hernán? ¿Por qué me tratás así?
Hernán se frotó los ojos con lo dedos, mientras Soledad se hacía chiquita en su lugar, escuchando los gritos de su esposa. Era su primera vez sintiéndose como una criminal, y no dudaba de que fuera la última.
—Perdón. —Volvió a disculparse—. Estaba atendiendo un asunto acá en el local.
—Justamente por eso te llamo, ¿todo bien? Me dijo Nancy que hoy fue a la sucursal de Avellaneda y que estaba cerrada, ¿pasó algo?
—Tuve un quilombo con la conexión a internet, no me funcionaban las cámaras ni la registradora. Aproveché el partido y mandé a los chicos a su casa, estoy esperando al técnico. No sé a qué hora llegue, Nela.
—Está bien. Avisame. Te amo.
—Igualmente.
Y colgó, soltando un profundo suspiro mientras enredaba los dedos en su cabello, hasta que Soledad habló.
—Oficialmente, mi primera vez siendo la otra.
—No me rompas las pelotas, Soledad —escupió, cubriéndose el rostro con ambas manos.
—Ahí va de nuevo el demonio... —protestó por lo bajo—. A mí me importa un carajo, en realidad no, porque el día que tu mujercita me descubra me cancela en redes. ¿Pero vos vas a poder bancarte esta doble vida?
—Me agarró desprevenido, es eso. Perdón por gritarte.
—Tranquilo, estoy acostumbrada a tu hostilidad y a tu temperamento —soltó con ironía—. Y ya debería irme, voy a pedir un auto.
—Te llevo, me queda de camino a casa. Solo dame un minuto que ordeno el desastre del probador.
Mientras Hernán limpiaba las marcas de sus cuerpos en el espejo, Soledad se vistió, se acomodó el cabello y se retocó el labial con el color que encontró en su riñonera.
—Te necesito en una cama, Solcito. Merecés más que un probador de mierda.
Soledad levantó la vista de su celular, Hernán estaba parado junto a ella con las manos en los bolsillos de su pantalón, y la mirada oscurecida.
—¿Me regalas dos horas de tu tiempo en un hotel? —preguntó finalmente, algo avergonzado.
—No, vamos a mi departamento, amortigua el impacto de ser la otra y te queda de camino.
—Si voy a tu departamento, a tu cama, no me voy a querer ir, Solcito.
—Es bueno para que empieces a acostumbrarte a cómo van a ser las cosas de ahora en más entre nosotros —destacó, con una sonrisa torcida.
Hernán sacó las manos de los bolsillos y puso los brazos en jarra, mientras se giraba mordiéndose el labio inferior. Finalmente, soltó una risa sarcástica.
—Hace años nos escondíamos de Leandro, ahora de Marianela. Al fin entiendo cómo te sentías en aquel tiempo.
—Lo dudo. Leandro no era mi marido. ¿Te doy un consejo? No pienses en ella, cuando estés conmigo somos vos y yo, el resto del mundo no existe. Eso hacía cuando iba a Inferno.
—Tenés razón. Vamos, hasta las diez tengo tiempo.
Salieron del local cuando todavía no había terminado el partido, y poca gente deambulaba por el shopping. Hernán tomó la mano de Soledad por inercia, pero ella se soltó con algo de brusquedad.
—Puede vernos alguien —justificó sin mirarlo—. Ya veo que anda esa tal Nancy por acá y le cuenta a tu mujer.
—Me haría un gran favor.
—Así no son las cosas, Hernán. Tengo una carrera en ascenso, y lo que menos necesito en este momento es que tu mujer me destroce en redes como roba maridos. Si realmente querés divorciarte, dejá de comportarte como un cobarde y hablá con ella como corresponde.
Hernán no dijo nada, sabía que Soledad tenía razón y que Marianela podía ser capaz de arruinar su carrera. Cuando llegaron a Retiro, el partido había terminado con una victoria para Argentina, asegurándose el pase a cuartos de final, y Soledad recordó que el gobierno de la ciudad colocaba una pantalla gigante para ver el encuentro en plaza San Martín.
—Mierda, ¿por qué hay tanta gente? —protestó Hernán, mirando hacia todos lados, claramente perseguido.
—Me olvidé de que proyectan el partido en la plaza. Seguime.
Se colaron entre la gente, Soledad iba adelante y Hernán la seguía por detrás. Afortunadamente, llegaron al edificio sin que nadie reconociera a Donna en medio del festejo, y Soledad agradeció por primera vez el hecho de no ser tan conocida.
Hernán entró al departamento con sigilo, comenzaba a sentir sobre sus hombros el peso de la infidelidad, pero la culpa se fue disolviendo a medida que se iba perdiendo en los pequeños detalles del hogar de Soledad.
Y terminó por sucumbir cuando vio algunas cajas de donas listas para entregar sobre la mesa del comedor.
—Te dije que tenías talento para la pastelería.
Soledad se volteó y lo encontró con una caja de donas en sus manos. La sonrisa de nostalgia con la que miraba el paquete la obligó a acercarse, abrir una caja, y sacar una dona. Su preferida.
—Infierno Marroc. —Soledad le entregó la dona—. Es la misma que hice para vos hace unos años, sin la cubierta radioactiva y el moho —bromeó, recordando sus palabras—. La cubierta es de chocolate al setenta por ciento.
Hernán la tomó, y luego de observarla le dio una mordida. Su cabeza voló a aquella tarde de diciembre de 2015 en su viejo local de Lavalle, y cuando abrió los ojos luego de saborearla se encontró con una hermosa sonrisa de Soledad. Dejó la dona sobre la mesa, la tomó por la cintura, y comenzó a besarla.
Pero el beso tenía una tonalidad distinta, era lento, pausado, y acariciando la nuca de Soledad. Se separaba, la miraba embelesado, y volvía a prenderse de su boca. Soledad lo tomó de las manos y lo llevó a su habitación, pero antes de continuar necesitaba preguntarle algo.
—¿Estás seguro de esto, Hernán?
—Por sobrepensar las cosas en el pasado, hoy no sos mi esposa.
Dicho eso, le capturó la boca y se tomó todo el tiempo del mundo para desvestirla sentado en la cama, y disfrutando de cada caricia que dejaba al quitarle las prendas. Allí, con la luz que se colaba por la cortina cerrada, pudo apreciar a detalle sus pechos, y se lamentó no tocarlos cuando eran mucho más pequeños.
—Esto no era necesario, Solcito —sentenció, con una mano sobre cada pecho—. Siempre fuiste hermosa.
—Ahora lo soy más. Disfrutalos, sos el primero que los toca.
Hernán le hizo caso, y se llevó uno de ellos a su boca, Soledad lo dejó saciarse a gusto, y luego se sentó a horcajadas completamente desnuda para seguir besándolo, a pesar de que él seguía vestido. Aunque no tardaron mucho en quedar piel con piel. A Soledad le urgía acariciar por primera vez esas alas de ángel en su espalda, y no tardó en quitarle la remera para poder apreciarlas en vivo y en directo.
—Dejame verlas —rogó mientras las delineaba con sus dedos.
Soledad se levantó de su regazo, Hernán se puso de pie y se volteó. Volvió a acariciarlas, mientras iba dejando un camino de besos en cada una de ellas. Era el preludio de lo que ya estaba establecido.
Sentados frente a frente, acostados, de pecho y espalda, tomando cada uno el control del otro... No dejaron posición sin hacer hasta que el sol cayó en el horizonte, cubiertos por la oscuridad del ocaso y la luz apagada de la habitación.
—¿Qué hora es? —preguntó Hernán al aire, cuando todo había acabado.
—Ni idea, voy a buscar mi teléfono.
Soledad se levantó de la cama y fue hasta el living desnuda, con una naturalidad que hipnotizaba a Hernán, todavía acostado y apenas cubierto por la sábana.
—Ocho y media —confirmó Soledad—. Deberías bañarte ahora, para que se te seque el pelo y tengas tiempo de que el olor a jabón se disipe de tu cuerpo.
—Mierda... —protestó con su tono del averno—. Quería dormir con vos.
—Te toca esperar a que tu mujer esté de guardia.
—El jueves —recordó en voz alta, mirando al vacío—. No hagas planes, pienso instalarme acá esas veinticuatro horas. ¿Me acompañás en la ducha?
Soledad aceptó, y estaba preparando todo cuando Hernán se disculpó y le pidió que se adelantara. Su sorpresa llegó cuando él abrió levemente la cortina, estaba comiendo la dona que había dejado sobre la mesa, con sus ojos oscurecidos clavados en sus cielos. Al terminarla, repitió el gesto de aquella vez, chupándose los dedos y limpiando la comisura de su boca, mientras le hacía un gesto con la cabeza.
Soledad entendió lo que tenía que hacer.
Comenzó a acariciarse como aquella noche ante la atenta mirada del demonio, que no emitía palabra y solo la miraba encendido. Fue mucho más pasional consigo misma, y es que no era lo mismo teniéndolo frente a ella, completamente endurecido en todo sentido. Ver las líneas de sus músculos, el ángel y el demonio en sus hombros, y esa mirada oscurecida sobre ella, le facilitó el trabajo. El grito retumbó con eco en todo el baño, y esa fue la señal para que Hernán finalmente se introdujera en la ducha.
Y en Soledad.
Las flores del infierno brotaron de nuevo mientras el agua de la ducha se evaporaba sobre sus cuerpos. Ambos sabían que ese era el último contacto en días, y querían llenarse del otro para poder aguantar estoicos su primera separación después de conocerse a piel desnuda.
Y a Hernán le quedaba una hora antes de decirle adiós.
—¿Querés cenar antes de irte?
—Ceno en casa —dijo al pasar, y sin entrar en detalles.
—Entonces me pido delivery.
Mientras Soledad elegía su cena en una aplicación, a Hernán le llamó la atención la puerta entreabierta de la otra habitación. Se acercó lentamente y empujó la puerta.
—Ese es mi estudio y streaming room —explicó, parada detrás de él.
Hernán abrió la puerta y encendió la luz. Claro que conocía ese cuarto, había visto todos sus streams, reconoció el piano, y aquella guitarra que le había regalado.
—¿Todavía la tenés? —preguntó entre risas.
—¿Cómo no la voy a tener? Es el mayor recuerdo que tengo de vos. Es la que usé en el show del bar de Ramiro.
—No me di cuenta, estaba concentrado en vos, en tus canciones.
Se acercó hasta la repisa y allí estaba su micrófono rosado con brillos. Lo tomó entre sus manos, le echó una mirada fugaz a Soledad, y a continuación, fue hasta el escritorio. Observó el lapicero: una birome rosa, una azul, y un corrector líquido. Suficiente. Sacó una hoja de la impresora, tomó las lapiceras y comenzó a trazar un boceto como en los viejos tiempos.
Inspirado en la Soledad de carne y hueso, y no en una fotografía inerte.
Al cabo de media hora, en la que Soledad lo observó recargada sobre el marco de la puerta, Hernán había diseñado un mono rosado. Un short con una pechera cuadrada y tiras en los hombros, con la espalda al descubierto, como ya era costumbre en sus diseños. En simples palabras, un jardinero rosado con brillos que simuló haciendo puntos con el corrector, pasando su dedo sobre algunos de ellos para darle ese efecto que estaba buscando. Al terminar, le sacó una foto con su teléfono para poder comenzar a trabajar apenas llegara a su casa, y le entregó la hoja a Soledad.
—Es increíble, Herni —esbozó sorprendida al verse en el boceto, cantando con su micrófono también coloreado de rosado y con el detalle de los brillos.
—Es tuyo —corrigió—. Para tu próxima presentación en vivo, así hace juego con esto. —Hernán giro el micrófono entre sus dedos con destreza, y se lo entregó—. Recomiendo borcegos blancos para cerrar el look.
Soledad no había notado que había coloreado los borcegos del dibujo con el corrector, para resaltar el blanco y hacer contraste con el pálido de la hoja.
—Así me vas a mal acostumbrar —lo amenazó entre risas.
—Para nada. También es una manera de promocionar mi marca, todos ganamos.
—¿Lo vas a poner a la venta?
—Este particularmente no, el que salga a la venta tendrá cambios así te queda el diseño único. Además, quiero que empieces a vestirte con Inferno para tus presentaciones, al fin y al cabo todo está inspirado en vos. Quiero ser tu diseñador personal y asesor de imagen, Solcito.
Soledad enmudeció, le encantaba la idea de cerrar el círculo de Marroc. Ya no solo cantaría canciones para él, sino que además vestiría toda esa ropa diseñada por él, e inspirada en ella.
—Sería una excusa para pasar más tiempo juntos sin que nadie sospeche —agregó ante su silencio—. Y si alguien nos ve en la calle como hoy, por ejemplo, sería lógico porque trabajamos juntos.
¿Cómo podía decirle que no a ese rostro humano y semi enamorado? Asintió con la cabeza, entusiasmada, y se colgó de su cuello para besarlo.
—Me tengo que ir, corazón —informó, acariciando su cabello—. Quiero que me prometas algo. —Soledad asintió—. Que no vas a parar de escribirme, como en los viejos tiempos. Por Telegram para evitarnos un problema, Marianela no lo usa, y ya lo configuré para que los mensajes se autodestruyan. Si te clavo el visto es porque en ese momento no puedo responderte, no te persigas.
Soledad volvió a asentir, y cuando Hernán estaba a punto de abrir la puerta del departamento para salir, recordó un pequeño gran detalle.
—¡Esperá! —lo detuvo, y corrió a su habitación. Volvió con un pequeño atomizador, y comenzó a echarle sobre la ropa en puntos clave.
—¿Qué hacés, Soledad? —protestó, algo molesto.
—Olé.
Hernán olfateó la nube perfumada a su alrededor, y soltó una risa espontánea.
—Uso esta fragancia para aromatizar la ropa desde que me prestaste la campera allá por 2015, quizás es la culpable de que te haya compuesto tantas canciones. —Soledad le mostró la etiqueta del aromatizante: «Faren»—. Al menos recuperaste el perfume que perdiste en mi cama y en la ducha. Obviamente, no es lo mismo que el perfume original, pero...
Hernán tomó el rostro de Soledad con una mano y le plantó el último beso. Lo acompañó hasta la calle, y se despidieron como dos desconocidos a minutos de las diez de la noche. Y cuando Soledad volvió al departamento, recordó que había olvidado lo más importante.
Y en ningún momento me dijiste qué te pareció la canción que te compuse. 😔✓✓
Creí que eso quedó claro esta tarde ✓✓
Para mí no, Hernán ✓✓
Soledad aguardó varios minutos la respuesta con el chat abierto, hasta que Hernán comenzó a grabar una nota de voz, y su cuerpo comenzó a temblar.
—Yo no iba a tirar mi matrimonio por la borda por una calentura, por más que ya esté roto. Te pedí que me ayudaras a amarte, y fue lo que hiciste con esa canción. Te amo, Solcito. No sé si más o menos que vos, pero te amo. Y quiero todo con vos. Esperame, por favor —soltó al final en un ruego, con su tono infernal.
—Yo también te amo, mi Marroc —respondió, pero no grabó para enviar a modo de respuesta. Eligió ser cauta:
💖 ✓✓
Porque algo dentro de ella le gritaba que no sería fácil eliminar al Súcubo de sus vidas, y no quería volver a ilusionarse con un hombre que seguía fuera de su alcance.
Auspició este capítulo: Saphirus, y su dupe de Farenheit (Faren). 🤣
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