Quince
Leandro había despertado al demonio que dormía dentro de ella.
Fue el golpe en el rostro de Soledad lo que hizo que el demonio interno, que dormía desde que Hernán desapareció de su vida, emergiera de su letargo para salir a flote por la herida en la comisura de su boca.
Soledad no se amedrentó, todo lo contrario. Sintió un calor en su boca, y al pasar la mano por la zona, todavía con el golpe latente, sus dedos se tiñeron de carmín. Por primera vez, sus ojos se oscurecieron de tal manera que Leandro dio un paso atrás.
Literalmente, como si hubiera visto una criatura escapada del averno.
—¿Te pensás que me voy a dejar maltratar así tan fácil, estúpido?
Soledad le proporcionó un empujón con la mano ensangrentada, dejando una mancha en su buzo blanco.
—Perdón, Sole —rogó, acercándose a ella, intentando abrazarla.
—¡No me toques, desgraciado! —vociferó, levantando ambas manos—. Esto es así, no vas a ver un solo centavo de lo que gano con mi esfuerzo, mi voz, y mi creatividad. Yo duermo cuatro horas por día para poder trabajar en la tienda y hacer esto que me entretiene y me gusta. Así como vos pasás horas jugando a la Playstation mientras yo armo pedidos, o te vas a la mierda en las noches violando la cuarentena, mi entretenimiento es este. ¿Lo puedo monetizar? ¡Perfecto! —exclamó abriendo los brazos—. Así puedo irme a la mierda de acá lo antes posible y no me ves más la cara, si tanto te molesta lo que hago.
Se hizo un silencio en el que Soledad todavía escupía fuego por sus cielos celestes, y Leandro tenía el rostro desencajado. Su cabeza se quedó en otra parte de la discusión, y se lo hizo saber.
—Y no me desmentiste lo de Salvador —destacó, retomando la postura agresiva—. Te lo cogías mientras estabas conmigo, ¿no?
Leandro se acercó nuevamente hasta quedar a escasos centímetros de Soledad, quien le sostuvo la mirada en pose desafiante.
—Ganas no me faltaron, ¿sabés? —admitió, acercando más su rostro a él—. Pero no, lamentablemente ni siquiera nos dimos un beso, porque elegí mal y me arrepiento. Hernán estaba tan enamorado de mí que renunció a tenerme solo porque estaba con vos. Las apariencias engañan, ¿sabías? —rio con sorna, más cerca de su rostro—. Hernán no estaba loco porque sí, estaba loco por mí, porque no podía tenerme y me veía enamorada de un boludito, según sus palabras.
Leandro no se contuvo, y volvió a golpearla, pero con la mano abierta. Pero el demonio tomó posesión de su cuerpo y lo agarró del cuello, a pesar de la diferencia de altura.
—Te dije que no vuelvas a ponerme una mano encima, porque vamos a terminar mal, Leandro.
Sus pequeños dedos, sumado a la ira que sentía en ese momento, estaban surtiendo efecto en Leandro, quien comenzaba a ponerse morado por la falta de aire mientras intentaba quitársela de encima. Finalmente, terminó soltándolo porque temió cometer una locura.
—Estás tan loca como él —espetó cuando se recompuso—. Son tal para cual.
—Tal vez tengas razón, pero ya es tarde para rectificar mi elección. Podés quedarte tranquilo de que ya no puedo correr a buscarlo, aunque tampoco pienso quedarme acá. Apenas se levante la cuarentena me voy, Leandro. Hoy traspasaste todos los límites: me trataste de puta, me golpeaste, sumado a lo desagradable que sos como pareja. Hoy me toca a mí violar la cuarentena, espero que para cuando vuelva estés más calmadito, porque ya te dije: yo no me como una, y uno de los dos va a terminar saliendo en una bolsa.
Soledad tomó su abrigo, su guitarra por miedo a que Leandro tomara represalias con el instrumento, se colocó el barbijo y salió a caminar por Boedo sin parar, como si estuviera circulando de camino a su hogar, mientras lloraba de impotencia por su mala elección. Volvió una hora antes de la medianoche cuando una nueva canción le quemaba en su cabeza, y la escribió antes de olvidarla, aprovechando que Leandro ya dormía. Luego, se duchó y se acostó en la cama que todavía compartía con el joven.
Y si su relación con Leandro tenía problemas, luego de esa fuerte discusión nada volvió a ser igual.
Leandro había pasado a la fase 2, al igual que la cuarentena estricta. Contenía su impulso violento cuando la veía a Soledad tan hermosa para sus seguidores, ya con su cabello teñido de rubio con un balayage cuidadosamente aplicado, y mucho más maquillada a diario. Frases como «estás mas gorda», «las donas son para vender, no para que te las comas vos», mellaron la autoestima de Soledad, quien estuvo al borde de los trastornos alimenticios, aunque no llegó a eso porque afortunadamente los comentarios en redes reubicaban su autoestima en donde tenía que estar.
Haciendo oídos sordos a Leandro, concentró toda su energía en su canales de Twitch y YouTube, mientras mantenía contacto con sus seguidores en Instagram, y para cuando el aislamiento se convirtió en distanciamiento, ese número había llegado a los cien mil seguidores. Sus ingresos crecían por las donaciones, las suscripciones, los ingresos por publicidad, y para fin de año ya tenía cuarenta mil dólares en su cuenta.
Fue el mediodía del 14 de diciembre de 2020, bajo el eclipse solar, que sus recuerdos fuertes con Hernán salieron a flote. La imagen de ambos viendo caer la falsa noche a las cinco y media de la tarde durante el anterior eclipse total de sol de aquel 2 de julio de 2019, se replicaba vívida en sus recuerdos. Cuando le llevó la dona que había pedido especialmente a esa hora para poder contemplar el eclipse con ella, mientras Leandro hacía lo mismo, aunque solo en la puerta de Che! Dona.
Y así debió ser siempre: ella junto a Hernán, y Leandro en la suya. Pero eligió mal.
El eclipse no duró tanto como aquel de 2019 por el día nublado, pero sí fue esclarecedor. Volvió al interior del departamento, y luego de anotar el nombre de su primer disco para no olvidarlo, Crónicas de mi Demonio, porque obviamente todas las canciones eran para Hernán, se dispuso a buscar su nuevo hogar.
Pero antes de irse definitivamente de la vida de Leandro, tenía algunas cositas que hacer.
Primero, bajó de la tienda todas esas donas de su invención. Lo segundo que hizo fue arrancar las hojas con las recetas del cuaderno en donde estaban anotadas las instrucciones de todos los sabores, como referencia en la cocina. Estaba segura de que Leandro solo tenía en su cabeza los sabores de su invención, y que los suyos los consultaba. En su primera instancia de independencia planeaba competirle, porque los ingresos de sus canales de música eran variables, y un buen día podía ser cancelada o simplemente olvidada, no podía depender exclusivamente de eso.
Avisó en sus redes que se tomaría unos días de introspección para componer, algo que en cierta medida no era mentira, y es que cerrar esa etapa de su vida en el fondo le generaba nostalgia. Porque había amado a Leandro, claro que sí, pero la pandemia lo transformó en un ser horrible, o tal vez, había aflorado su verdadera naturaleza. Algo que nunca supo ni tampoco se interesó en averiguar.
A mediados de enero de 2021, empacó sus cosas y le dijo adiós a Leandro.
Cuando el pequeño flete que transportaba lo poco que tenía en su vida dejó toda sus pertenencias en su nuevo departamento ubicado en Retiro, frente a plaza San Martín, Soledad lloró en el vacío del inmueble. Le tocaba empezar de cero por tercera vez, sintiéndose sola y vacía. Sacó su teléfono del bolsillo y entró a WhatsApp para observar la foto de Hernán, quizás volvía a ver esas alas de ángel talladas a tinta en su espalda.
Pero aún seguía acompañado en la foto.
Recordó que en una ocasión se habían agregado a Facebook, pero por alguna razón no veía sus publicaciones en su feed de noticias. Seguramente, el algoritmo no le mostraba sus publicaciones porque no interactuaban. La única interacción que tuvieron en la red social, fue un «Me encanta» que agregó Hernán a una foto suya con Jessica, festejando justamente su cumpleaños veintinueve, el día que su rostro reposó en su pecho y pudo sentir los latidos de su corazón.
Buscó su perfil entre sus amigos y ahí estaba: no la había eliminado. Entró y su corazón volvió a romperse en mil pedazos, porque tenía bastantes fotos con su copia barata y añeja de La Salada. Y para rematar, al volver al inicio, la susodicha aparecía como sugerencia de amigo.
Si era cierto el mito de que en las sugerencias de amigos también aparecen aquellos que visitaron tu perfil, la mujer la había investigado.
Marianela Soledad Goya. Y a diferencia de Hernán, estaba sola en la foto, en una selfie que dejaba al descubierto que era más grande que ella, y en consecuencia, que Hernán, porque ella y él tenían la misma edad.
—¿Cómo será si volvemos a encontrarnos? —susurró mientras bloqueaba el teléfono.
Miró a su alrededor, todavía tenía mucho qué hacer antes de buscarlo. Necesitaba estabilizarse, levantar su propio negocio de donas, y por supuesto, editar y lanzar su disco.
Porque si volvía a verlo, tenía que ser con el disco en la mano, como prueba de que finalmente cumplió con su promesa, logrando que el mundo conociera su voz gracias a su regalo. Pero sobre todo, como muestra de su arrepentimiento por dejarlo ir y de su amor tardío.
Tenía una sola oportunidad para que Hernán también rectifique su —mala— elección.
Les dije que mis mujeres no se dejan amedrentar tan fácil. Y no puedo dejar de poner esta canción como cierre del capítulo.
Nunca olvidemos el #NiUnaMenos. ✊🏻💜
Y me olvidaba el glosario:
La Salada: Es una feria enorme, de hecho, consultando en Wikipedia para ser precisa con ustedes, es la más grande de sudamérica, y está ubicada Ingeniero Budge, partido de Lomas de Zamora, en Buenos Aires. Por lo general, allí se pueden conseguir muchas marcas de imitación a la mitad o menos de la marca original, y por eso la referencia de Soledad a que Marianela es una copia barata de ella.
Creo que inconscientemente me inspiré en esta canción. 🤣
Si no les gusta el género tropical...
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