Once

Hernán estuvo lo que restó de su jornada laboral con el número de Soledad en sus manos. Por más que intentaba leerla, había actitudes que no terminaba de comprender. Su atracción hacia Leandro era evidente, podía ver desde su lugar privilegiado cómo se transformaba su carita cada vez que el muchacho atendía una bella joven, y cómo brillaba a su lado cuando estaban solos.

Sin embargo, esas actitudes no concordaban con la manera en que lo miraba a él, una mirada que hablaba a través de sus grandes ojos celestes. Ese imperceptible temblor que sintió cuando le recorrió la espalda con sus manos mientras ajustaba el vestido, la manera en que lo enfrentaba en ocasiones cuando su demonio se ponía a hacer de las suyas, y no menos importante, la dona que había creado inspirada en él.

No había manera de que Soledad no sintiera algo por él, y que le diera su número de teléfono era un gran avance. Porque él no estaba acostumbrado a esas emociones, no sabía cómo empezar un vínculo sin arrancar por la cama, tenía miedo de hacer algo mal y que Soledad terminara por decirle que no, a pesar de que desconocía que ella le pedía a gritos que avanzara. La veía tan dulce, tan aniñada, tan inocente, que se sentía demasiado hombre para ella. O mejor dicho, demasiado demonio.

Y como no se animaba a echar todo a perder, prefería que fuera ella quien avanzara el primer peón y comenzara la partida.

Algo que esa tarde había hecho al darle su teléfono.

Aguardó a que Che! Dona cerrara para intentar generar un encuentro casual en la salida de ambos, pero la persiana del local de donas bajó y ella nunca salió. Era evidente que ya había algo entre Soledad y Leandro, de otro modo ya estarían en la calle despidiéndose.

Cerró su negocio y se fue a su casa, y por más que intentó olvidar que tenía ese papel, le quemaba dentro de su bolsillo. Frustrado, decidió ser cauto y le envió un SMS, todavía no estaba listo para caer en la trampa de perderse en su foto de WhatsApp.

Soy Hernán. Decime en qué puedo ayudarte.

Corto, conciso, y al hueso. Decidió esperar la respuesta a sabiendas de que no llegaría si sus sospechas eran ciertas.

Y lo eran.

Estaba despierto cuando su teléfono sonó a las ocho y media, apenas había pegado un ojo en toda la noche esperando ese mensaje que acababa de recibir. Tomó el aparato, leyó el mensaje desde la notificación, y bufó molesto. Hubiera preferido un «Hola, ¿cómo estás?», alguna excusa estúpida de la tardanza, pero no. Era un favor, favor que podía hacerle si quisiera porque su distribuidor conseguía esa marca, pero prefirió no darle el gusto. Quizás la había mal acostumbrado con el vestido que le regaló, y pensó erróneamente en que lo veía como una feria americana de ropa para ella y su amiga.

No respondió, y se levantó de la cama malhumorado. Se alistó para salir a su local y aguardar a que el reloj macara la cinco de la tarde, le respondería en persona y con la peor de las ondas. Si esas eran sus verdaderas intenciones, era hora de poner un límite. No sería la primera mujer que se acercaba a él para tener prendas de vestir gratis, y con ella había cometido el grave error de diseñarle un vestido exclusivo.

Pero ese mensaje también le quemaba a él. Luego del almuerzo, se rindió y le respondió.

No puedo ayudarte, no trabajo con esa marca. ✓✓

Puso especial atención a su reacción mientras simulaba revisar unos documentos, y se sorprendió al ver una expresión triste en su rostro al leer su mensaje. Dejó de prestarle atención cuando la vio escribiendo en su teléfono, a los pocos segundos, la respuesta cruzó la vereda.

No te preocupes! Gracias igual! ✓✓

Pudo ver por vista periférica que era el turno de Soledad para observar sus movimientos. Cuando el mensaje llegó, lo abrió, lo leyó, y arrojó el teléfono con rabia sobre el mostrador. Comprobó nuevamente por vista periférica la desilusión que sintió al recibir las dos tildes azules, y cómo intentaba recomponerse para seguir trabajando.

Cuando el reloj marcó las cinco, ya supo quien había traspasado la puerta de su Inferno, y estaba claro quién la recibiría.

—Hola, Hernán. Te dejo la dona.

—Hola —dijo arisco, y señaló con su lapicera en dónde debía dejarla, sin siquiera mirarla, atento a su hoja de stock.

Sin embargo, Soledad seguía parada frente a él, con claras intenciones de generar una conversación.

—Che, gracias igual por lo del favor.

—Lamentablemente no puedo ayudarte con eso, no trabajo con marcas de medio pelo —acotó despectivo, siguiendo atento a su hoja.

Se hizo un silencio muy incómodo, en el que Hernán podía ver por su tan privilegiada vista periférica cómo Soledad se removía en su lugar. No pensaba hablarle, tampoco pensaba echarla, simplemente la estaba ignorando.

—No te preocupes, me voy, tenemos el local medio explotado —dijo finalmente, cuando entendió que no tendría su conversación de cada día.

—Nos vemos.

En ningún momento del intercambio comercial que acababa de terminar levantó la mirada, era evidente que Soledad ya había elegido, lo mejor era sacar a relucir su demonio para espantarla, y que dejara de ser tan linda y dulce con él.

Pero eso no estaba en los planes de Soledad.

Al día siguiente, ya más calmado y centrado, no esperaba el mensaje que cayó en su celular.

Hola Hernán! En un rato voy para allá, querés algún otro sabor distinto a los que te llevo siempre???? ✓✓

El ángel lo obligó a rendirse, estaba demasiado enamorado de ella para ser cruel.

Si hoy me dejas elegir, traeme una de marroc. ✓✓

Dale! En un rato ando por allá. 😊 ✓✓

No solo era la primera mujer con la que no sabía cómo empezar una relación, también era la primera que se sentía atraída por su demonio. No comprendía cómo podía seguir hablándole como si nada después de su destrato del día anterior, y mucho menos después de confirmar que estaba comenzando una relación con Leandro, porque los había visto robarse un beso al fondo del local, en un momento sin clientela.

Reunión de emergencia del comité bíblico. ¿Cómo seguir ante semejante incertidumbre? ¿Por qué le escribía si ya había elegido a Leandro? Al fin y al cabo era su cliente, no tenía la obligación de escribirle a su número personal para preguntarle qué dona se le antojaba esa tarde, cuando ella ya tenía su lista de sabores pegada en la caja registradora. Lo veía cada sábado que iba a comprar su docena para compartir con Ramiro, el amigo que iba a hacerle la segunda los sábados, en pos de levantarse alguna clienta.

Sabiendo qué sabor le llevaría esa tarde, se preparó un café instantáneo y lo dejó sobre el mostrador para generar el espacio de conversación de cada día. Ángel, demonio, y hombre terrenal, estaban listos para llevar a cabo su plan.

—Hola, Hernán. Tu pedido, literal, porque hoy la elegiste vos —bromeó, soltando una risa que ya lo enloquecía de maneras inexplicables.

—Llega justo para el café. —Hernán señaló la taza humeante sobre el mostrador—. Esta dona es la única digna de ser acompañada por un café.

—Ya entendí que es tu sabor preferido.

Había caído redonda en la trampa, y no solo eso, le dio a entender que ya lo conocía lo suficiente para entender que cada vez que ella le llevaba ese sabor, él se comportaba diferente con ella. Hora de explicarle la raíz de su fascinación por el marroc. Sacó su caja de placer culposo del segundo cajón, la apoyó sobre el mostrador, tomó uno, lo abrió, y se lo entregó.

—Voy a contarte algo que solo mis amigos saben. —Ella aceptó el chocolate con otra de esas risitas inocentes que lo hacían dudar de cuán adecuado era para ella—. Y más vale que quede acá, no corras a contarle al boludito que trabaja con vos porque me voy a calentar mucho —advirtió el demonio, con la mirada oscurecida.

—No hablo con Leandro de vos, y tampoco tiene que saber las cosas que hablamos —aseguró, con la vista clavada en lo que quedaba de su chocolate.

Era la pre confirmación de que tenía algo con el joven, le faltaba saber si él tenía una porción de su corazón, o al menos, si le robaba algún que otro suspiro a escondidas de Leandro.

Una prueba de confianza.

—Mis amigos me dicen Marroc, primero, por el color de mi piel. —Abrió otro bombón, y señaló la parte central—. Y segundo, por lo que es obvio, mi adicción a esta mierda.

Acto seguido, se mandó el bombón entero a la boca mientras le succionaba el alma con su mirada intensa, algo que hace tiempo no hacía. Sabía que cuando le cedía el control de su mirada al demonio, Soledad perdía el autocontrol de sus emociones y se rendía ante él.

Desconocía que ella tenía su propio demonio interno que le soplaba los truquitos de su tocayo.

—Ustedes los hombres siempre andan poniéndose apodos raros entre ustedes, tranquilo, para mí siempre vas a ser Hernán, Herni a lo sumo.

«No, hermano... Así no se puede...», gritó el demonio dentro de sí, cediéndole su espacio al ángel, que no dejaba de suspirar corazones ante esa sonrisa encantadora.

Soledad se despidió para volver a su local, y Hernán no pudo más que guiñarle un ojo. Y mientras ocurría la milésima guerra bíblica dentro de sí, el hombre terrenal necesitaba confirmar sus sospechas. Sacó su teléfono y envió el último mensaje del día.

Si no querés que tu noviecito se entere que hablamos por acá, podés agendarme como Marroc. 😉 ✓✓

Pudo ver a lo lejos cómo se ponía pálida al leer esa simple línea, Soledad miró hacia su posición y él le guiñó un ojo con soberbia y una gran sonrisa irónica. Cuando la vio colocar el teléfono en el bolsillo trasero de su pantalón tuvo su lamentable confirmación.

El que calla otorga, y ella habló más con esas tildes azules que con una respuesta escrita. Había caído en su trampa, y él ya sabía cómo proseguir.

No tenía nada que perder, y tenía mucho qué ganar.

Habrán notado que este capítulo es similar al anterior. Bueno, esto va a pasar bastante seguido. Aunque tenemos narrador omnisciente, necesito que vean las reacciones de cada uno. Ya ven que Hernán no es pel*tudo, y hay un trasfondo que quería mostrar casi desde su punto de vista.

Sumo una cancioncita más porque no puedo poner dos videos en la parte de multimedia, y tenía que estar sí o sí en este capítulo:

https://youtu.be/yfzp3LplRew

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