Ocho

La sesión de moda de ese sábado en Inferno, había modificado considerablemente la relación entre Soledad y Hernán. Él comenzaba a tomar posesión de su cuerpo y sus emociones, luego del choque entre su demonio y su ángel en el cual quedó completamente expuesto ante ella. Le costó un domingo entero tirado en su sillón comprender que el demonio la trataba mal y border para llamar su atención, porque el ángel comenzaba a generar sentimientos por Soledad.

No era una guerra, los muy hijos de puta estaban trabajando en conjunto.

Y Soledad no comprendía cuál era el verdadero Hernán: el que se escapó del infierno, el que se cayó del cielo, o ese hombre terrenal de carne y hueso que la miraba con dulzura, recostado sobre el volante de su auto.

Cualquier de los tres le atraía, y la fusión de todas sus personalidades también, porque le encantaba adivinar cuál la atendería cada día cuando le llevaba la dona.

Había llegado diciembre, la magia de la Navidad y el contrapunto de la estética anglosajona. Vidrieras con nieve artificial que mostraban prendas de temporada, como bikinis, shorts, o vestidos frescos.

A excepción de Inferno, que no tenía ni una sola decoración festiva.

—Herni, ¿en serio no vas a poner aunque sea una guirnalda tirada en el piso de la vidriera? ¿Un gorrito de Navidad a un maniquí? ¿Nada?

—Lo hice. —Hernán señaló un diminuto árbol de Navidad sobre su mostrador, de no más de treinta centímetros—. Y lo compré por vos, porque cada vez que venís me rompés las pelotas con lo mismo. No sé por qué a la gente le interesa tanto esta época del año, debería ser la semana mundial de la hipocresía.

Era demonio, ángel, a veces humano, y del 8 de diciembre al 7 de enero también era Grinch.

—Qué pena que detestes tanto la Navidad, no vas a poder disfrutar la dona que te traje hoy.

Hernán tomó la bolsa de papel, y al sacar la dona rio de costado, mientras negaba con la cabeza y se mordía el labio inferior.

—Si serás hija de puta, Sole... —protestó entre risas—. No sé quién de los dos está peor, si el pelotudo de Leandro haciendo esta dona que parece que tuviera la cobertura vencida por el verde radioactivo, o vos, que sabés que detesto la Navidad y me la traés igual. Encima esto parece moho.

Hernán tomó entre sus dedos una pequeña estrellita de azúcar y la observó de cerca. Soledad se la quitó de los dedos, la apoyó en su lengua, y la tragó luego de disolverla.

Y él, que para esas alturas del año y de su relación con ella ya estaba completamente enamorado y resignado a ser esclavo de su ángel y demonio, dejó la situación en manos de sus captores, para que ellos decidieran quién le respondería a Soledad.

—¿En serio me tengo que comer esto? —El demonio había hablado—. ¿Se vende esta mierda al menos?

—Ya no hay más, volaron antes del mediodía.

—¿Sabés al menos de qué es?

—Claro, las inventé yo.

Hernán enmudeció, su vista iba y venía entre esa dona estrafalaria, y Soledad, parada con las manos tras su espada y un vaivén de suficiencia, mirando aquella creación que había incursionado inspirada en él, tanto en sabor como en su rechazo a la Navidad.

Porque para que su relación con Hernán funcionara, necesitaba tener su pequeño demonio.

—La cubierta es chocolate blanco pigmentado de verde, las estrellitas son de azúcar, las granas rojas y verdes, por supuesto, una pizca de azúcar impalpable para simular nieve, y el relleno es de crema Bon o Bon con pedacitos muy chiquitos de marroc. Sé que tu dona favorita es esa, y necesitaba un ingrediente clave para que la comieras.

De nuevo, discusión bíblica entre el ángel y el demonio, tan fuerte que descuidaron a Hernán, y quien le respondió a Soledad fue el hombre terrenal.

—¿La hiciste para mí?

—No solo eso, esta es la hecha con mis manitos. Ayer hice un par, se las di a probar a Leandro y a Gonzalo, y les gustó tanto que me pidieron la receta y permiso para venderlas. Esa dona que tenés ahí la hice yo.

Era cierto, de hecho, Gonzalo, el amigo de Leandro que se encargaba de cocinar las donas, protestó porque tenían demasiado trabajo artesanal para incluirlas en la producción diaria. Aceptó cuando Leandro ofreció cobrarla como parte de los sabores premium.

—No te creo, me la mandó aquel hijo de puta que me odia. —En referencia a Leandro.

Pero Soledad extendió sus palmas abiertas frente a sus ojos, donde todavía tenía manchas del colorante verde.

—Te digo que la hice esta mañana —reiteró, rodando los ojos—. ¿Me vas a dar el gusto de probarla? ¿Cómo te hubieras sentido si te criticaba el vestido que me regalaste y que con tanto cariño hiciste?

Había dado en la tecla, el ángel tomó el control de la situación, obligando a Hernán a dejar de ser tan prejuicioso con una simple decoración. Le dio un mordisco, y todos los sabores chocolatosos comenzaron a mezclarse en su boca, sumado a la suavidad de la masa, el relleno, y los pequeños pedacitos de marroc.

—Es la mejor dona que probé en mi vida —admitió con la boca llena.

—Dejá de mentir, Hernán —lo apuró entre risitas—. Decís eso porque te metí el dedo en el culo con lo del vestido y te sentiste mal.

—No, Soledad. Esto está riquísimo. Al final somos iguales, cada uno tiene talento para los productos artesanales de sus locales.

—La diferencia es que a vos te gusta diseñar, a mí no me apasiona la pastelería, simplemente nací en una cocina. Mis viejos tienen un restaurante familiar en Chubut, y aprendí muchas recetas viéndolos cocinar.

—Así que sos chubutense... —expresó mirándola embelesado, controlado por el ángel—. Yo te sentía una melodía extraña al hablar.

—Después de cuatro años viviendo acá, ya me pegaron la tonada porteña —confesó entre risas tímidas—. Pero sí, cada tanto me como alguna consonante al final de las palabras.

—Y si la cocina no te apasiona... ¿Cuál es tu pasatiempo?

—Cantar.

—Sabés que no te vas a ir de acá hasta que me cantes algo, ¿no? —amenazó señalándola con la mano que sostenía la dona, mientras su mirada se comenzaba a oscurecer.

—¡Ay, no! Otro día, Herni. Tengo que volver al local, con la cuestión de fin de año y la gente comprando en la peatonal, no puedo quedarme mucho tiempo. Además tenés clientes y pueden entrar más.

Solead tuvo la mala suerte que los únicos clientes que estaban salieron apenas terminó de hablar, y Hernán se apresuró a cerrar la puerta antes de colocar el cartel de cerrado.

—Bueno, cuanto antes lo hagas, más rápido vas a volver al local. Dale.

No podía negarse a la sonrisa del hombre terrenal, porque tanto el demonio como el ángel aguardaban impacientes dentro de sí para escucharla cantar. No era momento de actuar. Soledad suspiró resignada.

—¿Cualquier cosa?

—Lo primero que te salga, con lo que te sientas cómoda.

Eso primero que le salía era la última canción que reprodujo Spotify al bajar del colectivo.

Y es contigo con quien duermo, y me duele la raíz de mis entrañas que un beso antes que yo alguien te daba. Me calcino de pensarlo, si podré al fin superarlo. Cómo duele que la luna no te la haya yo enseñado, que volaste hasta una estrella de otra mano. Y si yo me he equivocado, por mi Dios que está saldado desde el día en que te tuve y que te amé.

—Mierda, Solcito —soltó con su tono gutural del averno a nombre del demonio, y con los ojos brillosos, controlados por el ángel—. Explicame ya qué hacés desperdiciando esa voz en una tienda de donas.

—No es fácil entrar en la industria musical —admitió bajando la cabeza—. No te niego que me encantaría vivir de esto, pero tenés que estar en el momento y el lugar indicado. Y eso no me estaría pasando —admitió con una sonrisa torcida.

Hernán se paró frente a ella, y con su índice y pulgar la tomó del mentón y levantó su cabeza.

—Bajando la cabeza nunca lo vas a lograr. El día que te decidas a intentarlo quiero acompañarte, acá tenés tu primer fan.

Soledad paseaba la mirada entre los ojos oscurecidos de Hernán, sus labios carnosos arqueados con su sonrisa diabólica, y se embriagaba con la mezcla de su aliento a marroc y el Fahrenheit que emanaba de su cuello.

Solo pudo asentir con la cabeza mientras se mordía el labio para no acortar la distancia y besarlo en horario laboral. En su caso, todavía no estaba enamorada, el que le generaba sentimientos era su némesis: Leandro. ¿Cómo podía enamorarse de un hombre que la trataba tan distante y tan dulce en partes iguales? Pero no podía negar que sentía un deseo enorme por él. Imaginaba que en la cama predominaba el demonio, y tenía ganas de morir incendiada en su infierno.

—Me tengo que ir, Hernán.

Dejó un beso en su cachete y salió del local sin mirar atrás. Hernán todavía estaba inmóvil en su lugar, metió la mano que sostuvo el mentón de Soledad en el bolsillo de su jean y la siguió con la mirada, bajo el hechizo de su canto de sirenas. Se quedó pensando en la canción que cantó tan armoniosamente, desconocida para él. Fue hasta su computadora y la buscó en Google, escribiendo lo que recordaba de la letra, el resultado era claro.

Cómo Duele – Luis Miguel.

La reprodujo a pesar de que era un género que, además de no consumirlo, lo detestaba. Pero a ella le perdonaba todo. Puso atención a la letra, y la pregunta era obvia.

¿Le cantaba a él? ¿O realmente fue al azar?

Les dejo Como Duele de Luis Miguel en un cover de Merari, (ya escucharon uno de sus temas propios, Idiota Tu, en el capítulo Seis). De hecho, la conocí cuando encontré este cover. Imaginen a Soledad cantando como ella, que tiene una voz preciosa.

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