Nueve

La respuesta al interrogante de Hernán era la primera opción. Si bien era cierto que fue la primera canción que se le vino a la cabeza aquella tarde, la realidad era que Soledad no dejaba de torturarse con ella.

Envidiaba el hecho de saber que otra mujer recorrió ese cuerpo, cuando ella apenas podía mantener una conversación diaria de no más de veinte minutos con él. Porque aunque Hernán fuera cálido, sentía una gran muralla cada tarde que iba a entregarle el pedido. O estaba ocupado, o la atendía el demonio, o no encontraban un punto de conversación en común.

Era el último día del año, jueves 31 de diciembre. Habían sobrevivido a la gran guerra de las compras de Navidad, pero aún quedaban focos bélicos en la previa al año nuevo, sumado a los adelantados a Reyes. Por ende, Lavalle todavía era un caos, sumado al malhumor colectivo del fin de año y algún que otro episodio digno de Relatos Salvajes.

Soledad se fue a su casa con dos docenas de donas, se habían repartido el stock sobrante entre los tres para que no se echaran a perder hasta el sábado. Leandro se quedó esperando a Gonzalo cuando ella abandonó el local a las seis de la tarde, luego de desearle felicidades por el año nuevo.

Y no pudo evitar hacer una parada en Inferno para saludar a Hernán como correspondía, sin límite de tiempo.

—¿Puedo desearte un feliz año nuevo? ¿O el Grinch me va a putear?

Hernán le sonrió de lado bajando la mirada, estaba comenzando a acomodar su escritorio, juntando los diseños a lapicera en los que estaba trabajando, y entre ellos divisó uno de mujer.

Más precisamente de ella.

Tomó el dibujo sin permiso, y lo observó a detalle. Era ella, claramente, el vestido era del mismo corte que el suyo, pero los detalles delataban que lo haría en jean.

Volteó la hoja para dejarla a su vista, con sus facciones le preguntaba acerca de ese diseño. Hernán siguió en su labor de juntar las hojas, y evitando exponer sus verdaderos motivos se la quitó de las manos.

—Espero que no te moleste que te use de inspiración —comenzó a explicar mientras seguía ordenando—, como te dije, sos la única mujer que me inspira a diseñar. Quizás es porque te tengo enfrente, porque nos conocemos y tenemos un vínculo... No lo sé, pero no quiero desaprovechar la inspiración. Ese sí pienso venderlo —informó finalmente.

—Me encanta inspirarte, ya te lo dije, pero podrías compartirlo conmigo, ¿no? Me gusta lo que hacés.

—Me cuesta un poco abrirme, soy bastante reservado con estas cosas, mi proceso creativo es muy personal. —Cuando llegó al límite permitido de información que Soledad podía saber sobre sus dibujos, decidió cambiar de tema—. ¿Ya te vas?

—¿Me estás echando? —preguntó entre risas—. Ahora que tengo tiempo me echás, ¿quién te entiende, Hernán?

—Entonces, si vas a quedarte conmigo, cantame algo, Sole.

Bufó exageradamente, y rodeó el mostrador para saludarlo.

—Feliz año nuevo, Herni. Nos vemos el sábado.

Soledad lo abrazó, y él se aferró a su pequeña espalda, bebiendo ese perfume que lo había enloquecido cuando se impregnó en su campera. Cuando se despegó, se dieron un beso en el cachete, y Soledad abandonó el local.

Porque al igual que él con el motivo de sus dibujos, ella tampoco quería exponerse cantándole.

Cuando llegó a la esquina, hizo una parada en el kiosco de Jorge a comprar cigarrillos para la noche de año nuevo. Era fumadora social, pero desde que Hernán había entrado en su vida, canalizaba su ansiedad en el tabaco con mayor frecuencia.

Estaba buscando el dinero en su billetera para pagar el atado de cigarrillos cuando Jorge dijo una estupidez que encendió sus alarmas.

—¿Y? ¿Cómo va todo con Hernán?

Se detuvo con el dinero a medio salir de la billetera. Lo miró confusa, pero el hombre seguía con su pícara sonrisa.

—¿Cómo va qué? —espetó algo molesta, lo conocía y sabía que seguramente quería información para generar un rumor absurdo—. Es nuestro cliente y nada más.

—Ay, Soledad, ¿en serio no te diste cuenta?

Dejó de respirar, ¿cómo sabía su nombre? Tal vez Leandro se lo había dicho en alguna visita, pero no tenía motivos para hablar de ella con el hombre.

—¿Cómo sabe mi nombre?

Jorge levantó los hombros y desvío la mirada.

—Yo hablo mucho con Hernán, y él me habla siempre de vos, de hecho, no tiene otro tema de conversación ese chico.

—Es mentira —sentenció Soledad, entregándole el dinero y tomando el atado de cigarrillos—. ¿Por qué hablaría de mí si apenas hablamos entre nosotros?

—Me dijo que quiere todo con vos.

Soledad se congeló en su lugar, una parte de ella quería creerle, pero la otra desconfiaba de la fuente.

—En serio, no tiene sentido. Feliz año nuevo, Jorge. Nos vemos.

—Creé lo que quieras —soltó antes de que ella pusiera un pie en la vereda.

Caminó hasta la parada con la cabeza llena de preguntas, analizando las actitudes de Hernán contra las palabras de Jorge. Había una mínima posibilidad de que fuera cierto, pero prefería quedarse con su percepción de los hechos, lo que ella vivió de primera mano con él.

El problema era que Jorge no planeaba quedar como un mentiroso.

Ya era 2016, la primera semana de enero. Se habían quedado sin yerba para el mate en el local, y Leandro la envío al kiosco de Jorge a comprar un paquete.

—Me dijeron que cantás muy lindo —soltó el hombre, mientras seleccionaba la yerba.

A Soledad se le volvió a helar la sangre, eso era algo que solo Hernán y Jessica sabían, ni siquiera se lo dijo a Leandro. La pregunta era obvia, y la respuesta también.

—¿Cómo sabe eso?

—Te dije que Hernán está loco por vos —deslizó al entregarle el paquete de yerba.

—¿Qué más le dijo? —preguntó con un hilo de voz.

—Me habló de la dona que le hiciste, que sos chubutense y aprendiste a cocinar en el restaurante de tus padres... ¿No te digo que cada vez que viene vos sos el único tema de conversación que tiene? Ya te dije: si querés, meté primera, su sí ya está. Él quiere todo con vos.

Su cuerpo comenzó a temblar. No podía ser que justo en el momento en que comenzaba a coquetear fuerte con Leandro, Hernán le declarara sus intenciones por boca de otro.

—¿Ahora me creés lo que te digo? —disparó finalmente al verla enmudecida.

Lo único que pudo hacer fue asentir con la cabeza, agradecida de que ya le había entregado su dona diaria, porque de otro modo no sabría cómo mirarlo a la cara. Saludó a Jorge y abandonó el local a pasos apresurados, faltaba una hora para el cierre, y lo único que quería era llegar su casa y tirarse en la cama a pensar en todo y nada a la vez. A intentar armar el rompecabezas con la información de Jorge y su mes y medio vivido con Hernán.

Pero esa información le quemaba, y no aguantaba a llegar a su casa y contarle a Jessica. Le entregó el paquete de yerba a Leandro y se disculpó para salir a fumar. Tomó su teléfono, y le envió una nota de voz a su amiga

—Nena... Es mío. ¡Hernán es mío! —chillo incrédula entre risas—. Bueno, no es que sea mío, pero quiero decir que está conmigo. Hablé con Jorge, el kiosquero, y sabía cosas de mí que solo se las dije a Hernán. Así que es cierto. Me dijo que quiere todo conmigo si yo quiero, que el sí de su lado ya está. El problema es que no va a poder ser, porque estoy empezando algo con Leandro, y... —suspiró—. Al menos sé que es mío y que está conmigo.

Volvió a suspirar fuerte y se internó en el local. Debía seguir con su vida y el camino que había elegido junto a Leandro.

Camino que justo comenzaba a pavimentarse al cierre de ese día.

Leandro se acercó a limpiar chocolate en la comisura de su boca, con el local ya cerrado y la persiana baja, y la caricia fue lo suficientemente sugerente como para que el muchacho acortara la distancia y la besara. Soledad enredó sus dedos en el cabello castaño de él para reforzar el beso, y comenzó a desabrochar su pantalón, urgida de la unión de sus cuerpos.

—Sole... ¿Qué hacés? —la detuvo—. Yo no te quiero para esto, me gustás en serio y quiero hacer las cosas bien.

Que alguien le avisara a su demonio interno que fue creado a imagen y semejanza del que poseía Hernán, y solo debía reaccionar a él.

—Perdón, ahora vas a pensar cualquier cosa de mí... —dijo avergonzada, separándose del muchacho—. Es que... Bueno... No recuerdo la última vez que estuve con alguien, y...

No podía decirle que tenía una calentura enorme con el demonio vecino, y necesitaba escupir ese fuego por algún lado antes de morir calcinada.

—Tranquila, te entiendo —dijo con una risa mientras acariciaba su rostro con dulzura—. Si te parece, te invito a cenar esta noche en mi casa, y después vemos lo que pinta. No quiero que la primera vez que estemos juntos sea en el baño asqueroso de este local, te merecés mucho más.

Cuando salieron del local, afortunadamente Inferno estaba completamente cerrado. Caminó de la mano con Leandro hasta el estacionamiento que él utilizaba, y aprovechó su distracción al volante para enviarle un WhatsApp a Jessica. Le había respondido a la nota de voz que le había mandado presa de su frenesí al saber que Hernán estaba enamorado de ella, pero no era el momento para escucharlo. Se limitó a avisarle que quizás no volvería hasta el otro día.

No me asesines, pero me estoy yendo con Leandro. Sí, ya sé. Es una puta locura todo esto, pero es lo que siento. No creo que vuelva a dormir, apenas pueda escucho tu audio. ✓✓

Presionó enviar y suspiró disimuladamente. Había elegido, y momentáneamente no había vuelta atrás.

El demonio o el ángel debieron ser más claros con ella.

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