Dos

Tanto sus hormonas como su enamoramiento precoz habían disminuido considerablemente al otro día. Apenas entró al local a las diez de la mañana, la sonrisa perlada de Leandro la encandiló mientras colocaba las donas en el mostrador. Se acercó a saludarlo como cada mañana, dejando un ruidoso beso en su cachete.

—¿Te hiciste algo? —le preguntó, enarcando una ceja.

—No... ¿Por qué?

—Te veo más linda esta mañana.

—Ay, basta, Lean... —protestó mientras se volteaba, para que no notara sus mejillas sonrosadas.

Y mientras se acomodaba para comenzar su día, Leandro reflotaba su pequeña obsesión.

—Mirá lo que me compré en el nuevo local de enfrente, ¿te gusta?

Lo que menos hizo fue admirar la remera, sus ojos estaban clavados en la bolsa desde la cual sacó la prenda. Inferno.

Y todavía faltaba la peor parte.

—Lo más loco de todo esto fue que el chabón me hizo un descuento del veinte por ciento, a cambio de que le llevemos una dona cada tarde. Dice que como está solo se le complica cruzar. Le dije no había drama, pero que dependía de la gente que tuviéramos en ese momento. ¿Te molesta llevársela? A mí me da paja, la verdad, no le cuesta nada mover el ojete hasta acá. Pero como ya me pagó la de hoy y las de la semana que viene, no queda otra que cumplirle.

—¿A qué hora? —preguntó, intentando mantener la calma.

—Tipo cinco, pero como te dije, depende de la gente que tengamos en ese momento.

—Okey. ¿Te dijo qué sabor quiere? —indagó, indiferente por fuera, ansiosa por dentro.

Leandro hurgó en la bolsa, y sacó un pedazo de papel doblado al medio. Lo leyó en voz alta.

—Coco y dulce de leche, chocolate blanco, maní, frutos rojos y marroc. Tenelo, total vos vas a hacer las entregas, andá alternando de acuerdo a lo que haya en ese momento, y llevale un volante, porque eligió en base a los sabores que me acordaba.

Leandro le extendió el papel con desinterés, y al abrirlo notó que esa no era la caligrafía infantil de su compañero. Esos trazos eran tan prolijos que solo el ángel endemoniado pudo haberlos escrito. Y al voltearlo, pudo ver una mínima porción de lo que parecía ser un dibujo. Era un hombro y un pedazo de brazo en el que se visualizaba la manga de una remera. Acto seguido, miró el reloj sobre su cabeza, diez y cuarto de la mañana.

Sería una jornada larga.

Afortunadamente, estuvo entretenida entre los clientes y la charla de Leandro, en los momentos que se quedaban a solas. Le contaba acerca de su carrera de pastelero profesional, motivo por el cual su padre había invertido en el local. Todas las donas de la cartelera fueron hechas por él, incluso algunos sabores experimentales como Bananita Dolca, Cadbury Frutilla, imitando la barra de chocolate sabor yogurt, o marroc, que replicaba el sabor de ese bombón tan popular. El encargado de cocinar las donas era un compañero suyo del instituto, quien se llevaba un porcentaje de las ventas del local.

—Las cinco, Sole —recordó mirando la hora en su celular—. ¿Le llevás al flaco de acá enfrente? Yo atiendo a las chicas.

Sabía sus intenciones, Leandro procedería a hacerse el lindo con alguna de ellas, para ver si podía manguear un número de teléfono. En otro momento se hubiera puesto un poco celosa, pero en esa ocasión su recompensa era mayor.

Consultó el papel de sabores tallado a lapicera en el infierno, el cual había pegado al costado de la registradora, y analizó el stock disponible en ese momento. Supuso que por ser viernes le correspondía el último sabor listado, y coincidía con la dona más linda que había visto. Tomó con la pinza la de marroc, y la colocó dentro de una bolsa de papel. A continuación, abrochó un volante, y cruzó mientras la respiración le volvía a fallar, y sus piernas temblaban como si no supiera caminar. Le tocó aguardar a que terminara de atender a su cliente, indeciso en un perchero.

Apenas la vio parada con la pequeña bolsita le guiñó un ojo, se disculpó con el cliente, y fue hasta ella.

—Hola, tu pedido —vocalizó, con cuidado de no tartamudear.

—Hola de nuevo —dijo, con un tono tan profundo como el mismísimo infierno del que se había escapado—. ¿Me das un segundo a que me saque este pelotudo de encima y te atiendo?

Soledad rio con la boca cerrada y asintió con la cabeza, eso le daba tiempo a escanearlo, porque lo tenía regaladísimo de cuerpo entero. Vestía un pantalón jogger gris, tan ajustado que suponía que por ese motivo lo tenía levemente arremangado, una remera negra, y zapatillas de cuero blancas. En esa ocasión, se perdió en los pronunciados músculos de sus piernas. La contextura de su cuerpo de espaldas era un triángulo perfecto, y los omóplatos remarcados cuando se cruzaba de brazos parecían alas escondidas. Ni su trasero quedó exento del escaneo, quizás era el pantalón ajustado el que causaba el efecto, o realmente había muchas horas de gimnasio para lograr esa perfecta redondez.

Afortunadamente, estaba mirando en dirección a su local para ver cómo venía Leandro con los clientes, cuando «el pelotudo» pasó a su lado en dirección a la salida, y tras él, su ángel endemoniado.

—¿Siempre tratás así a tus clientes? —preguntó con una tímida risa, solo por generar un espacio de conversación.

—Solo cuando me dan vuelta el local y no llevan nada. Se espantó con el precio, que intente conseguir ese buzo, no lo va a encontrar en ningún lado.

El que le hablaba era el demonio, lo supo por ese tono del averno, la soberbia en su postura, y el hecho de que no la miraba a la cara. Volvió a observar su local, no quería que Leandro se enfadara porque ya se había tardado demasiado para entregar una mísera dona, que para rematar, ya estaba paga.

Olvidó que quien hacía el pedido era una criatura sobrenatural.

—Tranquila, tu compañero está bastante entretenido —soltó, con un tono mucho más bajo y total parsimonia—. Dejalo un rato más, en cinco minutos se levanta a la morocha.

Soledad se volteó y dirigió su mirada al mismo punto que su demonio, y efectivamente, ninguno de los dos paraba de sonreír. Extrañamente sintió celos, esa chica estaba muchos escalones más arriba que ella, congeniaba mejor con Leandro.

—¿Es tu novio? —consultó, observándola de reojo.

—No. —Se apresuró a aclarar.

El demonio solo levantó las cejas, y siguió observando la escena con algo de malicia. Había percibido la incomodidad de Soledad, y el maldito lo estaba disfrutando.

—Igual debería volver, cuando se vayan va a notar que llevo diez minutos acá.

—Me echás la culpa a mí, que venga y me lo diga en la cara, en este momento soy tu cliente y tenés que atenderme. Yo también puedo estar media hora mirando el panfleto y eligiendo sabores —sentenció nuevamente con parsimonia, sin mirarla a la cara—. Por cierto, ¿de qué me trajiste? —preguntó, recuperando el ritmo al hablar y el tono angelical.

—Marroc.

Se cubrió la boca y comenzó a reírse, desviando la mirada.

—¿Qué? ¿No era ese? Lo traje porque estaba en el papel que me dio Leandro, como era el último en la lista y hoy es viernes, supuse que era ese el que querías.

—No, está bien. —Se apresuró a aclarar mientras dejaba de reír—. Es solo que... —Hizo una pausa antes de continuar—. Solo por saber, ¿la elegiste vos o la bolsa de hormonas de enfrente?

—La elegí yo —confirmó entre risas por la manera en la que se había referido a Leandro—. ¿Por qué?

—Curiosidad —espetó, mirándola a los ojos.

Y de nuevo, sintió como si el alma que había regenerado durante la noche era succionada con esa oscura mirada. Experimentaba una mezcla de confort e incomodidad, y supo que era hora de volver para regenerar de nuevo un alma.

—Si no se te ofrece nada más, me voy; pasó mucho tiempo, y no se qué le voy a decir a Leandro si me pregunta.

—Ya dije: estabas atendiendo a Hernán, tu nuevo cliente.

Hernán. El demonio tenía nombre, porque quien lo dijo fue la criatura infernal. Le devolvió la gentileza.

—Soledad, un gusto.

Y extendió su brazo como si fuera a estrecharle la mano, pero en su lugar, le entregó la bolsa de papel con la dona adentro. Hernán la tomó sin dejar de mirarla a los ojos.

—Soledad... —repitió, casi de manera gutural—. Bonito nombre.

—Es solo un nombre —agregó en un murmuro.

—Pero te queda bien.

De nuevo, desplegaba sus poderes sobrenaturales. Soledad sentía que hacía honor a su nombre porque lo único que tenía era a Jessica. Estaba sola en la gran ciudad, había abandonado su Chubut natal para estudiar en la capital, pero nada salió como ella quería, y finalmente terminó abandonando la carrera cuando no pudo con el ritmo de estudiar y trabajar.

Y no volvió a su provincia para no darle la razón a sus padres, cuando le decían que no podría estudiar y trabajar estando sola.

—Ahora sí debería irme —acotó, ya sin fuerzas.

—Te veo mañana, Sol —la saludó, usando su tono angelical, mientras le guiñaba un ojo, como ya era característico en él.

Hernán volvió detrás del mostrador, y tomó su teléfono sin dirigirle la mirada. Y cuando Soledad estaba a punto de salir, recordó un detalle menor.

—Esperá, mañana es sábado, es el sexto día y vos pusiste cinco sabores —dedujo mientras se volteaba—. ¿Querés que te anote alguno más?

—Mañana voy yo para allá, no te preocupes.

Sus alarmas se encendieron. El demonio abandonaría su infierno para visitarla en su purgatorio terrenal.

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