Doce

Finalmente, a Soledad no le quedó otra que aceptar frente a Hernán que estaba iniciando una relación con Leandro.

—Igual es algo muy reciente, no llevamos ni una semana juntos —se apresuró a explicar Soledad, al día siguiente de ese mensaje.

—No tenés que darme explicaciones, cada uno hace con su vida lo que quiere.

Hernán fue tajante, y como siempre, se sirvió su alma de una mirada. Leandro podía tener su corazón, su cuerpo desnudo en su cama, pero el alma de Soledad era solamente de él.

Sin embargo, cada vez que Soledad le escribía, él respondía siempre. El problema era que ella le escribía en tiempos muertos, cuando Leandro estaba distraído, y él le clavaba el visto. El muy hijo de puta esperaba a que el local estuviera atestado de gente para hacer vibrar su celular, generalmente horas después. Al principio, Soledad no comprendía por qué respondía tan tarde, hasta que le sacó la ficha.

Y no se quejó porque en el fondo le gustaba ese jueguito peligroso de mensajearse a escondidas, como dos criminales.

Su conciencia estaba intacta, las conversaciones eran sobre donas, sobre música, alguna serie o película, y no menos importante, quien iniciaba la conversación era ella. Siempre. Hubo días en los que no encontraba el espacio para escribirle, y él no era capaz de mandarle un mensaje.

Hernán era un rompecabezas de cincuenta mil piezas, y no sabía por dónde empezar a armarlo. Cada día era una lotería, a veces se mensajeaba con el demonio y el ángel recibía la dona, viceversa, o directamente estaba poseído por una de sus dos personalidades, tanto presencial como virtualmente.

Y eso, agotaba emocionalmente a Soledad.

Y para coronar, eran opuestos complementarios en la mayoría de los placeres de la vida. Hernán odiaba verla fumando, y ella lo hacía solo para molestarlo. Toda la música que ella escuchaba era una mierda, y él era el erudito amante del rock clásico. Soledad se mordía la lengua cuando él hablaba de los libros de Coelho como obras literarias de calidad, para no decirle que su autor preferido era el Arjona del mundo literario.

La hipotenusa de burlarse de ella por escuchar y cantar canciones de Arjona, mientras él leía autores mal vistos en los ambientes literarios de calidad. Pero Hernán era tan inestable que prefirió callar sus argumentos.

Así y todo, la relación funcionaba, y entre donas y charlas furtivas, los meses se fueron consumiendo.

Soledad lo conocía a la perfección. Hernán desconocía eso. La pantalla nunca fue un impedimento para que ella pudiera desnudar su alma, sus miedos, sus incertidumbres.

Ella sabía bien cómo alargar una charla que ya tenía fecha de vencimiento. Sabía bien las palabras que lo incomodaban, las que liberaban aquel poeta que encerraba celosamente en lo más recóndito de su mente. Soledad tenía la capacidad de hacerlo sonreír y enojar en partes equitativas.

Hernán, por su parte, se ocultaba lo más que podía. En vano. Soledad ya lo conocía en demasía. Era todo un Capricornio laureado, desconfiado como él solo, mostrando solo lo que él quería dar a conocer. Tan hermético y misterioso que a los ojos de ella era un libro abierto. Tan frío y tan cálido a la vez, haciendo honor al clima de la ciudad que los acogía. La cuidaba como a la flor más delicada, y la ignoraba como al rumor más infundado.

Soledad y Hernán eran una contradicción, una charla de locos mientras los oficinistas iban por donas huyendo de sus jefes. Eran la izquierda y la derecha hablando de Pink Floyd y la bandita de moda pasajera. Eran el Superclásico del domingo, el agua y el aceite, la bella y la bestia. Eran todo y nada a la vez.

Una relación profunda y distante, tan lejos estando tan cerca. Hernán respetaba los límites a una distancia prudencial, a Soledad le encantaba pisar la raya pero sin pasarse del límite. Porque él sabía que todo estaba perdido, ella también, pero prefería imaginar de cerca cómo sería si alguno se pasara de la raya y escupiera su sentir.

Porque Soledad lo quería y sabía que no lo podía tener, y lo cuidaba para la afortunada que lo tendría en su vida. Sin embargo, Hernán estaba enamorado hasta los huesos, quería todo con ella, poco le importaban esas pequeñas diferencias que a ella se le hacían enormes.

Y Soledad lo sabía. Aun así, lo quería, a pesar de su tosca manera de tratarla. Sabía que por él hablaba la rabia de no tenerla. Y lo comprendía.

El tiempo se fue consumiendo entre vaivenes, vacaciones, enfermedades, ausencias... El mundo giró 365 veces, dos veces, el calendario marcaba el año 2018 cuando Hernán canceló su dona diaria, y lo único que le quedaba a Soledad era ese chat intermitente que por semanas se apagaba, y era ella la que debía reactivarlo. Sin embargo, siguió en contacto con ese demonio rencoroso cada vez que se cruzaban en la calle, o cuando la molestaba de vereda a vereda, con alguna cara o gesto gracioso.

Lo que Soledad nunca supo de su boca, es que mientras él la ignoraba o la molestaba, Hernán se derretía de amor por verla brillar en lo poco que hacía. Quizás una acción tan simple como preparar el escaparate de donas a primera hora de la mañana mientras bailaba alguna canción que sonaba en la radio, era su manera de alimentar al ángel ya rendido, agotado, y sometido a las reglas de su demonio, el mismo que había dictaminado esa distancia con la absurda idea de que así la conquistaría.

La tierra pegó una vuelta más al sol, y Soledad también. Ese viernes 31 de mayo de 2019 cumplía veintinueve años, y aunque siempre tuvieron charlas irregulares, el cumpleaños de ambos eran fecha sagrada. Y la ironía alrededor de él no tenía límite: Hernán había nacido el 28 de diciembre, día de los santos inocentes.

Él siempre esperaba su mensaje, y ella igual, para ninguno era un cumpleaños feliz hasta que recibía el saludo del otro. Soledad le escribía minutos antes de levantar la persiana, mientras él, como siempre, aguardaba al momento en que ella dejaba de consultar su teléfono a cada rato, desde su visión privilegiada frente a Che! Dona.

Ese viernes sonaba alegre la radio alrededor de las dos de la tarde, cuando un mensajero irrumpió en el local con un paquete grande, de más de un metro de altura. Soledad, Leandro, y Sergio, el encargado del delivery, se miraron para ver quién había efectuado esa compra, pero el cadete fue claro al mencionar a Soledad Dávila como la destinataria del pedido.

—Yo no compré nada, ¿qué es? ¿De dónde venís?

—No tengo información, señorita. Yo solo agarro los paquetes y hago las entregas.

La respuesta a esa pregunta estaba vibrando en su bolsillo trasero.

Feliz cumpleaños 😘 ✓✓

Tratando de mantener la calma, sin alertar a su novio, despidió al cadete luego de agradecerle, y se agachó al ver la etiqueta.

—Feliz cumple. Papá —leyó en voz alta.

Su demonio era astuto, no se iba a quemar frente a Leandro, y mucho menos la pondría en un aprieto a Soledad, no era su intención.

—¡Abrilo! ¡A ver qué es! —arengaba Sergio.

Soledad abrió la caja con cuidado, si bien el contenido no era pesado, tenía miedo de dañar lo que había dentro. Y su respiración se entrecortó al ver el contenido del paquete.

En una de esas tantas conversaciones random con Hernán, Soledad había mencionado su deseo de comprarse un instrumento, extrañaba la guitarra y el piano que había dejado en Chubut, instrumentos con los que había aprendido a cantar.

Y él no había olvidado aquella promesa que le hizo, la única vez que tuvo el placer de escucharla. Motivado por eso, Hernán le regaló a Soledad una guitarra criolla.

—Buena onda tu viejo, che —señaló Leandro.

—Sí... —Fue lo único que pudo decir, consternada, y con ganas de cruzar corriendo a Inferno para agradecerle ese regalo tan costoso.

—No sabía que te gustaba la música —expresó Sergio.

—Canta como los dioses, ¿por qué no la estrenás ahora? Cantate algo, amor —pidió Leandro.

—¡No! —exclamó entre risas—. Les prometo que otro día les canto algo, además no me acuerdo mucho las notas, tendría que sentarme a practicar.

Quería sacárselos de encima para agradecerle a Hernán por su regalo en persona, pero no sabía cómo hacerlo sin exponerse. Sin embargo, su demonio estaba en todos los detalles.

—¿Los molesto un segundo? —Hernán apareció en la puerta del local, y sin ingresar hizo su pedido—. Me está bajando la presión, no me siento muy bien y necesito azúcar. Sole, ¿me podés cruzar dos de marroc? Tengo el local con gente.

—Ahí te llevo.

Pero olvidó el detalle que estaba Sergio con ellos, cruzado de brazos.

—Dejá, le cruzo yo.

—No, le lleva ella —acotó Leandro—. El chabón es un loquito y Soledad lo sabe manejar.

—¿Lo sabe manejar o le gusta tu mujer? —inquirió Sergio con total inocencia, en forma de juego.

Soledad sudó frío con la cabeza metida dentro del aparador, mientras tomaba la última dona.

—Y si le gusta, que la siga mirando de lejos.

Leandro dejó un beso sobre la cabeza de Soledad, mientras ella controlaba su respiración. Afortunadamente, su novio tenía el ego lo suficientemente alto como para sentirse intimidado por Hernán.

La pregunta del millón era la siguiente. Si Hernán estaba enamorado de Soledad, demostrándoselo a su tosca manera endemoniada, y Soledad se sentía atraída por él, amando saberse amada, y también, amándolo un poco a él... ¿Por qué no estaban juntos?

Y la respuesta era rebuscada como la relación que tenían. Hernán la veía feliz, y no quería interferir en su relación. Y Soledad estaba convencida de que su mejor opción era Leandro, porque no soportaría ese nivel de inestabilidad emocional en un compañero de vida. Temía que un día Hernán se levantara con el culo torcido y la mandara a la mierda.

Tal vez, si ambos hubieran sido claros con lo que sentían, la historia hubiera sido distinta a partir de este punto.

Bueno, acá tengo muchísimo para hablar con ustedes. 

Primero, debo aclarar que esta historia es un pequeño Frankenstein de escritos míos. Desde una escena eliminada de Historias Para Viajar, publicada en Ella y Él: Director's Cut (Contradicciones), hasta algunos Momentos Precisos, que no son más que frases que mi cabeza escupía, buscando lugar en alguna de mis historias.

Pueden ir a leer Momentos Precisos, que se lee en diez minutos, literal. Incluso, más adelante les marcaré otro momento preciso, uno de mis preferidos, ya se van a dar cuenta. Recomiendo su lectura para poder jugar a descubrir todos esos momentos precisos que encontraron su lugarcito en esta historia. Y Contradicciones lo encuentran en Ella y Él: Director's Cut. Era una escena eliminada de SMS, el noveno capítulo, en donde Agustín y Libertad tenían una relación principalmente basada en SMS.

Segundo, Francia (okno, perdón 🤣) .

Tercero, habrán notado que acá presionamos ⏩ y avanzamos bastante en el tiempo. De a poco va culminando esta primera etapa de la que les hablé, que va desde 2015 a 2020. Pueden ver cómo es la postura de cada uno de ellos en su relación actual, lo van a necesitar para después.

Cuarto, y con esto ya me despido, les dejo glosario argento:

Sacar la ficha: Darse cuenta de algo, o comprender algo. En este caso, Soledad comprendió por qué Hernán le contestaba cuando quería. 

Levantarse con el culo torcido: Levantarse de mal humor, porque "con el culo torcido" por sí solo es la manera que tenemos de decir que una persona está de mal humor.

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