Diez

Y al final, para exorcizar al demonio debía conseguir un sacerdote de carne y hueso sin conflictos bíblicos.

Si le faltaba una vuelta de tuerca para comenzar a enamorarse de Leandro, era conocerlo fuera de Che! Dona. Apenas llegó a su modesto departamento, el muchacho comenzó a amasar pizzas caseras, con una rapidez y destreza digna de un cocinero televisivo, sujeto a los tiempos tiranos de la televisión. A las diez de la noche, Soledad tenía a su cuerpo de bomberos trabajando en sus focos de incendio.

O mejor dicho, un buen amante recorriendo su cuerpo desnudo.

A la mañana siguiente despertó primera, Leandro todavía roncaba a su lado boca abajo. Se levantó con sigilo, buscó su teléfono en la mochila, y se internó en el baño a escuchar la nota de voz que le había enviado Jessica. Se sentó en el inodoro y colocó el teléfono en su oído al menor volumen posible, imaginaba los gritos que había pegado su amiga al escuchar su chisme.

¡Chica! Yo sabía que ese hombre estaba loquito por ti, lo noté en su tienda la noche del vestido. ¿Y qué piensas hacer? Porque, con las cosas que tú me cuentas, a ese hombre se le rompió el acelerador. ¿Por qué no encuentras la manera de pedirle su teléfono? Quizás así consigas que él se declare como corresponde, y no con el hombre del kiosco como celestino.

Su relación con Hernán era tan intermitente que recién en ese momento cayó en cuenta de que nunca intercambiaron teléfonos, y es que tampoco se había generado el espacio adecuado, porque sus conversaciones eran siempre casuales y sometidas al entorno o la situación del momento.

Su demonio clavaba una nueva espina en su pecho. ¿Cómo hubiera sido si entablaban una relación de amistad por WhatsApp fuera de los límites de sus comercios?

Necesitaba saberlo antes de que fuera demasiado tarde, quizás todavía podía echarse atrás con Leandro, si Hernán resultaba ser una persona completamente distinta detrás de un teléfono.

Por el momento no pensaba decirle a Hernán que había comenzado una relación con Leandro, y afortunadamente estaba distraído cuando llegó junto con su flamante novio esa mañana a Che! Dona. Cuando el reloj marcó las cinco, eligió una dona de marroc y cruzó a su encuentro. Después de la conversación costumbrista sobre cómo estaba, qué sabor había llevado, inició el plan WhatsApp.

—Herni, cuando tengas tiempo necesito hacerte una pregunta. Este es mi teléfono, escribime.

Soledad le entregó un trozo de papel ya preparado con los ocho números de su celular, Hernán lo tomó, lo observó con atención, y asintió con la cabeza. Se despidió y comenzó con la dulce espera, ella todavía tenía su celular guardado en la nota, pero quería experimentar la sorpresa de que apareciera el ángel como un número desconocido en sus notificaciones.

Pero eso no pasó sino hasta la noche, alrededor de las nueve, justamente cuando estaba cenando con Leandro en su departamento. Y no era un WhatsApp, sino un SMS, lo que le pareció extraño. Leyó el mensaje desde la notificación.

Soy Hernán. Decime en qué puedo ayudarte.

Deslizó la notificación antes de que Leandro la notara, si bien no tenía nada de malo porque al fin y al cabo era un número sin nombre, se sentía sucia.

Que le escribiera era un gran avance que ratificaba las afirmaciones de Jorge. Y para qué iba a negarlo: a esa altura de la noche ya no lo esperaba.

La respuesta le quemaba, quería responderle, pero no era el momento ni el lugar, en caso de que Hernán resultara ser un gran parlanchín por teléfono celular.

Concentró todas sus energías en Leandro, y aprovechó para dejar en claro que aceptaba su propuesta de ir despacio, dando a entender que sería la última noche que pasaría en su casa, al menos por varios días. No quería que desgastaran la relación tan rápidamente, teniendo en cuenta que trabajaban juntos, y como toda chica ella necesitaba sus espacios.

Espacios que ya planeaba cómo aprovecharía.

La respuesta a Hernán salió de su teléfono al día siguiente, apenas se despertó y se encerró en el baño, alrededor de las ocho y media de la mañana.

Escribió eso que inventó el día anterior para justificar la charla, pero a diferencia de él, lo agendó y le mandó un WhatsApp.

Hola Hernán! Quería saber si trabajás con la marca Luna Nueva. Jessica está buscando un jean que vio en Facebook y no lo consigue. Quizás vos qué trabajás con distribuidores puedas conseguirlo. ✓✓

Lo leyó mil veces, y finalmente lo envío, con un temblor en sus manos y la respiración acelerada. El tiempo que estuvo en el baño aseándose mantuvo la pantalla encendida esperando la respuesta, pero las tildes azules brillaban por su ausencia. Salió del baño cuando ya no podía gastar más tiempo, y olvidó el asunto con el correr de la mañana, del mediodía...

Hasta que su teléfono vibró alrededor de las dos de la tarde, con las alas de ángel en su notificación. Terminó de atender al cliente y directamente abrió el mensaje.

No puedo ayudarte, no trabajo con esa marca. ✓✓

Ni «dejame ver», «voy a averiguar», «no, pero tengo esta otra marca que quizás le guste»... Nada. Directamente, no podía ayudarla, o no quería que era peor. Con disimulo miró hacia su local, estaba en la suya consultando unos documentos y trabajando con la computadora, solo descuidó lo que estaba haciendo para cobrar una venta, con la mirada apática y esa seriedad que era marca registrada de su demonio.

Respondió para ver si de esa manera activaba la conversación, quizás así aparecía el ángel o el terrenal.

No te preocupes! Gracias igual! ✓✓

Observó con disimulo cómo reaccionaba a su mensaje. Tomó el teléfono, lo observó, y luego lo arrojó despectivo sobre su escritorio.

El demonio le había clavado el visto.

Las tres horas hasta las cinco se le hicieron eternas, quería ver su reacción luego de ese escueto intercambio por WhatsApp, quizás se le daba peor interactuar por celular, y cuando fuera el momento de llevarle la dona la ayudaba con ese favor inventado.

Pero la recibió el demonio, que apenas la saludó.

—Che, gracias igual por lo del favor.

—Lamentablemente no puedo ayudarte con eso, no trabajo con marcas de medio pelo —acotó algo despectivo, anotando algo en una hoja y sin dirigirle la mirada.

Soledad enmudeció, no era un avance en su extraña relación, era un retroceso enorme porque ni siquiera el día que se conocieron la había tratado así.

—No te preocupes, me voy, tenemos el local medio explotado.

—Nos vemos.

Ni siquiera la miró para saludarla, tampoco hubo espacio para que él le preguntara de qué sabor era la dona del día. Volvió a su local sintiéndose estúpida por haberse cuestionado si estaba en lo correcto al iniciar una relación con Leandro, su instinto no se equivocaba cuando le gritaba que un hombre tan temperamental como Hernán no era una buena opción.

Sin embargo, al otro día decidió darle una segunda oportunidad.

Hola Hernán! En un rato voy para allá, querés algún otro sabor distinto a los que te llevo siempre???? ✓✓

Si hoy me dejas elegir, traeme una de marroc. ✓✓

Dale! En un rato ando por allá. 😊 ✓✓

Era un avance considerable, aun así no olvidaba el incómodo momento del día anterior. La prueba de fuego llegaría apenas pisara el Inferno.

—Hola, Hernán. Tu pedido, literal, porque hoy la elegiste vos —bromeó.

—Llega justo para el café. —Hernán señaló la taza humeante sobre el mostrador—. Esta dona es la única digna de ser acompañada por un café.

—Ya entendí que es tu sabor preferido —destacó, mientras jugaba a girar la lapicera que reposaba sobre su mostrador.

—Tengo un serio problema de adicción a ese bombón.

Y cuando Soledad menos lo esperaba, sacó una caja de marrocs de cuarenta unidades del segundo cajón de su escritorio, a la que ya le faltaba más de la mitad.

—Ah, bueno... —Soledad rio tapándose la boca.

—Voy a contarte algo que solo mis amigos saben. —Hernán tomó un bombón de la caja, lo abrió, y se lo extendió a Soledad, que lo aceptó y le pegó un mordisco—. Y más vale que quede acá, no corras a contarle al boludito que trabaja con vos porque me voy a calentar mucho —advirtió el demonio, con la mirada oscurecida.

Si supiera que le estaba diciendo boludito a su nuevo novio... Asintió mientras terminaba de comer el bombón.

—No hablo con Leandro de vos, y tampoco tiene que saber las cosas que hablamos—aseguró, con la vista clavada en lo que quedaba de su chocolate.

—Mis amigos me dicen Marroc, primero, por el color de mi piel. —Hernán abrió otro bombón, y señaló la parte central—. Y segundo, por lo que es obvio, mi adicción a esta mierda.

Acto seguido, se mandó el bombón entero a la boca mientras le succionaba el alma con su mirada intensa, algo que hace tiempo no hacía. Era una amenaza de muerte para que no revelara su secreto mejor guardado.

Y era una clara muestra de confianza hacia ella.

—Ustedes los hombres siempre andan poniéndose apodos raros entre ustedes, tranquilo, para mí siempre vas a ser Hernán, Herni a lo sumo. —Soledad le regaló una sonrisa que debilitó al demonio, y el ángel colocó una similar en sus labios—. Me tengo que ir, gracias por el marroc.

Hernán le guiñó un ojo y ella abandonó el local, pero cuando se colocó detrás del mostrador, su celular vibró en el bolsillo.

Si no querés que tu noviecito se entere que hablamos por acá, podés agendarme como Marroc. 😉 ✓✓

Su respiración se detuvo, y recordó aquel episodio en el que observaron a Leandro coquetear con la clienta, esas cejas levantadas cuando ella le negó que estaba celosa, y esa mirada inquisidora analizando su actitud corporal. Hernán siempre notó la atracción que sentía por Leandro, y eso explicaba mucho sus cambios de humor. Decidió devolverle la gentileza, le clavó el visto y siguió trabajando, cayendo en la trampa del demonio.

Porque su silencio no hacía más que confirmarle que estaba en lo cierto.

Y aquí tenemos la razón por la que este libro se llama Marroc. No es por el bombón, sino por el mismísimo Hernán. 🙃

Prosigan.

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