Dieciséis

A Hernán le costó la reconversión del local tradicional al virtual. Para empezar, tener todo su stock amontonado dentro de cajas en un rincón del living le daba escozor visual. Para él, que siempre acomodaba las prendas por color, talle, y tipo, tener todo así tirado era la muerte.

No podía seguir así.

Tomó su computadora y armó un inventario en Excel para clasificar la ropa dentro de las cajas. Había aprendido Excel a un nivel avanzado cuando trabajaba con su padre en la aseguradora, y pudo confeccionar una pequeña base de datos para poder buscar por código las prendas que vendía. Con las cajas rotuladas, simplemente ingresaba el código de la prenda ya desde su iPad, y sabía a dónde ir a buscar sin perder tiempo revolviendo.

A excepción de sus diseños, que estaban cuidadosamente colgados en un pequeño perchero que se llevó del negocio.

A diferencia de Soledad, Hernán estaba completamente solo con Inferno virtual. Marianela no podía ayudarlo más que con algún boca a boca esporádico en su trabajo en la clínica, y hasta ahí, porque la situación sanitaria no ameritaba para andar perdiendo el tiempo con nimiedades. Tampoco iba a pedirle ayuda a una persona que a diario llegaba cansada de pelear cara a cara con la muerte.

Y mientras lidiaba con preguntas pelotudas en sus canales de atención, empaquetaba pedidos en días estipulados, y maldecía con las devoluciones y cambios, Hernán cosía y cosía infinitamente en la antigua Singer de su abuela el único vestido que pudo diseñar, en diversos talles y texturas de tela, porque se vendían como pan caliente.

Aunque ninguno de ellos tenía las alas caladas en la espalda.

Tenía su bandeja de Instagram llena del mismo mensaje: «¿No tenés más modelos de mujer?». Y claro, todas sus prendas estaban rotuladas por marca dentro de la tienda online, y ese modelo era un Inferno by Salvador, el único de mujer. El problema era que Soledad se llevó consigo toda su inspiración, y aunque intentó inspirarse en su novia, todos los bocetos terminaban en la basura. Y curiosamente, los más vendidos eran sus diseños masculinos.

De a poco fue concentrado toda su energía en ampliar su catálogo de diseños y aumentar la producción de los más vendidos, mientras iba mermando paulatinamente las marcas que distribuía, y para diciembre de 2020, Inferno solo vendía Inferno. Pero las clientas femeninas también querían sus vestidos Inferno, la única prenda exclusiva del género que tenía disponible.

Fue el mediodía del eclipse cuando Hernán por fin se rindió, él sabía perfectamente lo que tenía que hacer para poder saciar la demanda de sus clientas, el problema era que sentía que la solución era incorrecta, aunque también era la única.

Bajo el punto máximo del eclipse, desbloqueó su teléfono y accedió a ese álbum de su carrete que estaba oculto. Las fotos de Soledad aparecieron en la pantalla del iPhone, y sintió una cosquilla en el corazón, junto con otra en su estómago. La del corazón eran las migajas que aún conservaba del amor que sintió por Soledad; la del estómago, la culpa porque sentía que estaba engañando a Marianela al inspirarse en un viejo amor para diseñar.

—Solcito... —balbuceó con un suspiro.

Miraba embelesado lo bien que había salido esa foto que sacó Jessica en la peatonal Lavalle. La luz de la calle y la del flash de su teléfono les daban a ellos una sobreexposición que los mostraba angelados, y el contraste de los locales a sus espaldas, ya sin vida a esa hora de la noche, era el toque perfecto para coronar una postal que podría ser tranquilamente una imagen de campaña.

Abrió contra su voluntad aquellas tomas de cerca que había sacado luego de retocar el vestido, y todos sus recuerdos volvieron al hundirse en esos dos cielos. Fueron dos minutos los que le tomó revisar a detalle esas fotos que tenía olvidadas, y durante esos dos minutos que también duró el máximo oscurecimiento del eclipse, volvió a amarla con locura, mientras se preguntaba qué fue de su vida, y cómo la trataba la pandemia.

Cuando varios diseños atacaron su lado creativo, bloqueó su teléfono y volvió adentro. Agarró su cuaderno, y luego hizo una escala en su impresora color. Tomó una hoja de papel fotográfico y envío a imprimir su foto preferida de las que tenía con ella. La pegó en la cara interna de la tapa trasera del cuaderno como referencia, porque decir inspiración era demasiada falta de respeto para Marianela, que encima ese día tenía guardia por veinticuatro horas.

La noche se transformó en madrugada cuando el segundo diseño inspirado en Soledad colgaba de sus dedos, y quería más. Para cuando Marianela volvió al departamento que compartían, lo encontró dormido sobre su máquina de coser, con dos vestidos colgados en el perchero del living.

El cuaderno yacía abierto sobre la mesa, y se acercó a ver aquello que Hernán había diseñado, apenas tocando con su dedo, no quería dejar vestigios de virus en sus cosas. Decidió no molestarlo y fue a desinfectarse antes de volver a despertarlo para que pudieran descansar adecuadamente en su cama.

—Hernán... Amor... Herni...

Hernán se removió en su lugar, y sintió un pequeño micro infarto al ver a Marianela parada junto a él, y es que ese Herni le recordó nuevamente a Soledad y temió lo peor.

—Nela... ¿Ya volviste? ¿Qué hora es?

—La una de la tarde. ¿Al final pudiste diseñar?

—Sí —soltó mientras se reincorporaba y se quejaba del malestar en su espalda—. Algo, no es mucho, pero así las minas me dejan de romper las pelotas. ¿Ya te desinfectaste?

—Sí, voy a preparar algo para comer y nos vamos a dormir, ¿te parece?

—No, yo cocino. Seguro estás cansada.

Hernán dejo un pequeño beso en sus labios, y cuando estaba por irse a la cocina, Marianela se acercó hasta su cuaderno, y su respiración se detuvo.

Si llegaba hasta la última página iba a ver la fotografía con Soledad.

Sin embargo la dejó actuar; pensando en frío, si la encontraba no había nada de malo en ello, porque fue antes de que llegara a su vida, y al fin y al cabo pudo ser una modelo cualquiera luciendo su vestido. Pero Marianela se concentró en los detalles de su boceto, y luego de elogiarlos cerró el cuaderno para luego examinar los vestidos. Los apoyaba contra su cuerpo y se miraba intentando imaginar cómo le quedarían.

El problema era que estaban lejos de su estilo y de su talle. Hernán inconscientemente seguía cosiendo en el talle de Soledad, y Marianela era más alta y más curvilínea.

—Este me gusta, pero no me entra. Hacés talles muy chicos —dijo entre risas.

—Es un prototipo, si se vende lo mando al taller para que lo produzcan en masa —explicó—. Sería un talle S o XS, vos sos M, por eso no te va a entrar.

—¿Me hacés uno?

Marianela había elegido aquel modelo inspirado en los ojos celestes de Soledad, un fino vestido de raso celeste estilo Marilyn, corto a la mitad del muslo, y algo holgado en la parte superior, dando una falsa sensación de soltura. Y por supuesto, toda la espalda al descubierto.

—Puedo hacer vestidos mejores que ese, que no es tu estilo. Sos una mujer demasiado fina para ese corte.

Y se detuvo. ¿Acaso había insinuado que Soledad era una mujer vulgar? Y lo supo mientras Marianela lo miraba algo desilusionada: Soledad le había dejado otro asunto inconcluso.

Las ganas de quitarle sus vestidos y recorrer su cuerpo al desnudo. Y ese diseño estaba inspirado en esa fantasía de escabullir sus manos por la holgadez de la parte delantera. En la tarde había recordado cuando recorría su espalda y su cintura mientras refinaba los detalles del vestido, y seguramente fue esa fantasía la que se plasmó en el diseño final.

—Este sí lo veo más de tu estilo.

Hernán sacó el modelo que todavía tenía en la máquina de coser, le faltaban algunas costuras para terminarlo pero podía mostrárselo perfectamente sobre su cuerpo.

—Sacate la ropa —pidió mientras lo acomodaba un poco.

Marianela accedió, se quitó la remera y el short, quedando solo en bombacha.

—No tengo corpiño, ¿necesitas que me lo ponga?

—No es necesario, mis vestidos se usan siempre sin corpiño —expresó mientras colocaba la tela sobre su cuerpo, con toda la profesionalidad que lo caracterizaba.

Pero se detuvo apenas lo acomodó, todavía faltaba coser el escote, ver la tela cayendo y tapando al ras sus pechos le abrió la cabeza nuevamente.

—¿Es así? —preguntó Marianela incrédula—. Porque este es más sugestivo que el celeste, muevo un poco los hombros y quedé en tetas —dijo entre risas.

Marianela sacudió apenas los hombros, y la tela cayó sobre su espalda y brazos, dejando su torso al descubierto.

Era exactamente lo que estaba pensando apenas la vio.

Se acercó y reacomodó nuevamente el vestido sobre sus hombros, luego, sostuvo la tela sobre su estómago, manteniendo ese corte sensual que dejaba al descubierto el escote, pero mostrando apenas un poco de busto. Tomó nota mental en dónde coser para que el vestido no bajara con tanta facilidad, a menos que fuera ayudado por unas manos que lo descendieran desde los hombros, y volvió al modelo original.

—No, falta coser acá, y quedaría así. —Hernán ajustó el escote a su idea original, dejando un sutil corte en «V» que tapaba completamente sus pechos—. Además, las mangas largas son cerradas, no son tan abiertas.

Hizo todos los ajustes con alfileres y luego le indicó que se viera al espejo.

—Es precioso, amor. Además es súper fresco para el verano, a pesar de las mangas largas. ¿Me lo puedo quedar? Amo los vestidos blancos, y las florcitas rojas le dan un toque oriental divino.

—Sí, solo dejame terminarlo.

—¡Por fin tengo mi primer vestido Inferno! No quiero que lo pongas a la venta, que sea mi diseño exclusivo —pidió con un quejido.

—Está bien... —aceptó con una risa de costado—. Voy a hacerle algunos cambios al molde, así el tuyo queda exclusivo. Tengo que vender, Nela, me vienen pidiendo vestidos hace mucho, y recién ahora me inspiré. Hice tres, y uno me lo sacaste de la venta antes de subirlo a la web —rio.

—¿Cuánto hace que te pedí que me diseñaras uno?

—No es tan fácil, Nela —admitió con una risa, bajando la cabeza—. Vamos a comer y después a dormir, ¿sí? Más tarde lo terminamos juntos.

Tomó su rostro y dejó un corto beso, antes de irse a la cocina sintiéndose el peor, porque sobre el cuerpo de Marianela había diseñado un cuarto vestido.

Inspirado en Soledad.

Esto es lo que les decía sobre movernos en el tiempo. Acá estamos en los zapatos de Hernán, y esto es lo que ocurre con él al mismo tiempo de los capítulos anteriores. El eclipse de diciembre de 2020 es la pauta para que se reubiquen de nuevo en el tiempo.

Y otra vez, no tenía espacio para agregar otra canción en este capítulo.  😅

https://youtu.be/F-uVC1eFiIU

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