Cuatro

—¡Vamos, chica! Que a tu amigo se le hace tarde.

Jessica le gritó a Soledad por la puerta de la persiana metálica, para que su amiga se apurara. Se estaba terminando de cambiar para salir a cenar, y no encontraba su perfume entre todo el desorden de su mochila de cuero. Decidió salir para no demorar más a Leandro, que debía asistir a un cumpleaños, el perfume podía ponérselo en la calle.

Las chicas saludaron a Leandro antes de comenzar con la búsqueda del frasco perdido, cuando lo encontró y se estaba echando al cuello, no pudo notar la expresión de sorpresa de Jessica, como si hubiera visto un fantasma.

O un demonio.

—Al final me hiciste caso y te vas a portar mal... —dijo a sus espaldas.

Soledad se volteó, y Hernán dio un paso atrás para observarla de arriba abajo.

Era la primera vez que no la veía de jeans y con la remera celeste de Che! Dona. Había escogido un vestido negro bien corto ajustado a su cuerpo, de cuello cerrado y mangas cortas, y en sus pies usaba borcegos negros. El cabello castaño todavía conservaba con creces las ondas que había hecho en la mañana, y lo lucía suelto. Además, era la primera vez que frente a Hernán lucía un poco más de maquillaje, resaltando sus ojos celestes con pinceladas grises.

—Se me ocurren mil cosas que hacer con ese vestido. —Cuando el rostro de Soledad se transformó en repulsión, Hernán se retractó—. Dije con el vestido, no con la modelo —aclaró, remarcando las palabras y clavándole una de sus miradas fulminantes—. ¿Qué clase de pervertido creés que soy? —la cuestionó, profundizando la mirada y el tono infernal—. ¿No me vas a presentar a tu amiga? —finalizó, cambiando al tono angelical.

—Jessica, él es Hernán, uno de nuestros clientes. —Hizo la gentileza con total desgano, todavía consternada por el episodio del vestido—. Es mi mejor amiga y somos roomies —terminó por informarle a él.

—Hola, chico —saludó Jessica con su mano mientras le sonreía.

—¿Venezolana? —preguntó devolviéndole una sonrisa ladeada.

—¡Uy! Tu sí que nos conoces bien, chico —destacó con un gesto de su mano.

—Como para no reconocerlos, me encanta su acento, es como que hablan y escupen fuego por la boca. Amo —remarcó.

Soledad miraba la escena completamente anonadada. A Jessica le hablaba el ángel, en ningún momento le vio la cara al demonio. Lejos de sentirse celosa por la atención que recibía su amiga, decidió ir redondeando el asunto.

—Deberíamos irnos, Jess, porque después no conseguimos mesa.

—Tienes razón... ¡Un placer conocerte, Hernán!

Cuando Jessica se colgó del brazo de Soledad y tiró de ella para avanzar, Hernán las alcanzó.

—Si van para allá las acompaño —expresó señalando en dirección al bajo porteño.

—¡Claro! Vamos a cenar a Puerto Madero —dijo Jessica con suficiencia, y cuando Hernán hizo una mueca de sorpresa, Soledad se apresuró a aclarar.

—Al Mc Donald's.

—¿Y después? —preguntó interesado, paseando la mirada entre las amigas.

—A casa, a seguir la noche de chicas —completó Jessica—. Lo bueno es que hoy no se cocina y solo se lavan las copas de vino.

Cuando transitaban la última cuadra de la peatonal, el viento hizo bolsa y Soledad, que caminaba entre su amiga y su demonio, se abrazó a sí misma sintiendo un poco de frío.

No notó que quien caminaba a su derecha en realidad era el ángel.

Sintió un peso reconfortante sobre sus hombros, y una fragancia dulce y masculina la embriagaba. Hernán se había quitado la campera de cuero para cubrirla del frio.

—Estás muy desabrigada, Sole, te vas a enfermar —la regañó con dulzura.

—¿No tenés frío?

—Vos la necesitás más que yo.

Y Jessica, que no era estúpida y había reconocido a ese demonio que perturbaba a su amiga, tomó sus teléfono y fingió una llamada entrante para quedarse relegada unos pasos atrás. Se reencontraron en el semáforo, el clima era tenso entre ellos, que tenían la vista perdida en la calle. Decidió darle charla.

—Y cuéntame. ¿Qué es eso que le harías al vestido de mi amiga?

Hernán rio de costado, bajando la cabeza y cruzándose de brazos. Se reacomodó en su lugar y le explicó brevemente.

—Soy diseñador amateur. Nunca estudié moda, pero evidentemente se me da bien, porque las prendas que más llaman la atención en mi local son mis diseños.

A medida que hablaba, Soledad comenzaba a entender algunas cosas sobre él. El trozo de dibujo en el papel con las donas elegidas, la razón por la que afirmaba que el cliente «pelotudo» no conseguiría ese buzo en otro lado, y por supuesto, esa intensa mirada que le regaló momentos atrás, completamente perdido en su figura.

—¿Toda la ropa de tu local es tuya? —inquirió Soledad.

—No, solo el perchero en el que estaba ayer cuando llegaste. El resto es de otras marcas de las que soy distribuidor autorizado.

Cruzaron la avenida y siguieron unos metros más, hasta que Hernán detuvo su marcha en la puerta de un estacionamiento frente a Plaza Roma.

—Me quedo acá, chicas. ¿Querés quedarte con mi campera y me le das el lunes? —le ofreció a Soledad.

—No, gracias. —Soledad se quitó la campera y se la extendió—. Va a quedar raro cuando llegue con ella el lunes a la mañana, y Leandro me pregunte cómo es que terminé con una campera tuya —explicó con una risa tímida.

—Tenías frío y te la ofrecí, ¿cuál es el puto problema? —El demonio hacía acto de presencia, imponiendo su voluntad anti celestial—. Me rompe un poco las pelotas que tengas que darle tantas explicaciones solo porque trabajás con él, además te la ofrecí fuera del horario laboral.

—Quizás le molesta que genere un vínculo con uno de sus clientes —sugirió tímida.

—Si le molesta, entonces que venga y le recuerdo muy amablemente lo pajero que se veía ayer con la morocha.

Hernán insistió para que vuelva a agarrar la campera, y Soledad no tuvo más remedio que aceptarla. Se quitó la mochila antes de calzársela por completo, y para qué lo iba a negar, congeniaba muy bien con su look. Le quedaba extremadamente grande al cuerpo, por lo que Hernán se acercó a ayudarla para que pueda vestirla con elegancia.

Y Soledad estaba tiesa con ese contacto tan cercano, podía aspirar ese perfume de primera mano, directo de su piel acaramelada a sus fosas nasales. No quería levantar la mirada, y cuando lo hizo se encontró con esos labios carnosos, y sus profundos ojos concentrados en los arreglos que hacía para amoldar la prenda a su diminuto cuerpo. Cuando sus miradas chocaron, Hernán sonrió de lado, con esa misma perversidad de su foto del documento.

Por un segundo, fue su modelo y su musa inspiradora. Y se sentía bien.

Al terminar, se alejó admirando su trabajo, y le guiño un ojo antes de buscar el ticket del estacionamiento. Y Jessica, que pudo divisar la química de esos dos, se le ocurrió un cambio de planes.

—¿Quieres venir a cenar con nosotras?

—Te agradezco, corazón. Pero me esperan mis amigos para un asado. ¿Quieren venir y cenan gratis?

Cuando Jessica estaba por comenzar a convencer a Soledad, su amiga la detuvo.

—Tal vez en otra ocasión —sentenció determinante—. Pero gracias igual, y por la campera también.

—Cuídense al volver, que la calle está peligrosa, y pórtense bien.

A continuación, Hernán se acercó a Jessica y la saludó con un beso en el cachete, y como no podía ser de otra manera, hizo lo mismo con Soledad.

Pero en su caso, la tomó de la cintura y dejó un intenso beso en su cachete.

Comenzaron a caminar, y mientras Jessica hablaba efusiva sobre lo maravilloso que era ese hombre, que para ella no tenía un pelo de demonio, Soledad no podía dejar de mirar atrás. Quería verlo salir, saber qué auto tenía, conocer más a ese hombre temperamental, tan frío y tan cálido a la vez. Se detuvo en la esquina y aguardó hasta que un Audi A1 salía y tocaba bocina.

Las había visto.

Lo poco que quedaba hasta llegar al local de comidas rápidas, se la pasó aspirando ese elixir que emanaba la campera con cada movimiento. Pensó en lo inútil que fue el dilema del perfume, porque acabó con su piel oliendo a él. Y si pensaba en frío, fue ese incidente el que causó que Hernán las alcanzara, las acompañara, y le terminara prestando su campera.

Intentó persuadir a Jessica durante la cena, quien no paraba de hablar de él. Suficiente castigo había tenido al ser marcada a fuego en la piel con su fragancia. Y fue peor cuando llegaron al departamento y se internó en la ducha. El agua caliente intentaba borrar la marca del demonio en su piel, pero el vapor reforzaba la fragancia, que se rehusaba a irse de su lado.

Completamente presa de esa maldición infernal, deslizó su mano hasta su zona baja, y comenzó a acariciarse mientras imaginaba que era ese dedo lleno de crema marroc el que la exploraba.

Y fue el orgasmo más intenso de su vida.

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