Cuarenta y uno
—Tengo malas noticias.
—¿Qué pasó ahora? —bufó Hernán molesto, mientras enroscaba la pasta del almuerzo en el tenedor.
—Me transfirieron al turno noche, me necesitan más a esa hora.
Hernán se llevó el tenedor a la boca para ocultar la sonrisa maliciosa de su demonio.
—¿Y cuál es tu nuevo horario?
—Nueve de la noche a seis de la mañana. ¿Me vas a extrañar en la cama? —preguntó con picardía.
«Ni siquiera voy a dormir acá», pensó. Luego, respondió en voz alta—. No lo creo, voy a tener toda la cama para mí solo.
Marianela enmudeció, no esperaba esa respuesta, y mucho menos que ni siquiera la mirara a la cara para responderle. Hernán estaba en un estado de apatía total, y a ella se le hacía cuesta arriba cumplir con su deseo de volver a enamorarlo. Aún así, lo intentaría.
—Hoy es mi día libre, arranco mañana con el nuevo horario, ¿qué te parece si terminamos de comer, dormimos una siesta, y a la noche salimos a comer afuera?
—No puedo —sentenció con la boca llena—. Me espera Donna en Lavalle para empezar a trabajar en su línea.
El rostro de Marianela se transformó en odio, se mandó una porción de tallarines a la boca con visible molestia, arrojó el tenedor sobre el plato, y luego de limpiarse la boca con la servilleta de papel lo escupió.
—¿De verdad me vas a cambiar por esa mujer?
—Es mi trabajo, Marianela. Ya te dije que no te metas en mi carrera. Además, acaba de firmar un contrato con Sony Music, sabés lo que eso significa, ¿no?
—No tengo idea, ni me importa lo que esa mujerzuela haga.
Hernán seguía sin mirarla a la cara, concentrado en su plato, y mordiéndose la lengua para no pedirle de mala manera que dejara de atacar a la mujer que amaba.
—Va a tener más visibilidad: conciertos, quizás colaboraciones con artistas más grandes, llegada a los medios de comunicación... Y a donde vaya, irá vestida con mi marca. Ahora más que nunca la necesito conmigo.
—Podés hacerlo mañana, Hernán —rogó—. Dame el gusto de quedarte en la cama conmigo, hace un montón que no hacemos el amor. Y yo te necesito, Herni.
—¿Qué parte de que ya no te amo no entendiste? —sentenció, clavando por primera vez su mirada oscurecida.
—Está bien, te cambio la palabra. Quiero tener sexo, y para eso no necesitás estar enamorado de mí.
—Okey.
Hernán se levantó, fue hasta la mesita de luz y tomó un preservativo. Volvió hasta el comedor, se lo enseñó a Marianela, y le hizo una seña con su cabeza para que lo siguiera hasta la habitación. Ella se levantó gustosa de su lugar, hasta que al acercarse notó lo que sostenía entre sus dedos.
—Yo no pienso permitir que uses eso, Hernán —siseó Marianela entre dientes, quitándole el preservativo de la mano.
—Y yo no pienso permitir que ocurra tu milagro y me empernes con un pibe —retrucó él, con su tono del averno, acercado su rostro al de ella.
Marianela le dio vuelta la cara de una cachetada, y fue la señal para que Hernán abandonara de un portazo el hogar que compartían. Se subió a su auto, y golpeó el volante para descargar la impotencia que sentía.
Ya no había vuelta atrás, su matrimonio estaba completamente roto, y no soportaba convivir con Marianela. Su cabeza, su corazón, y su libido, estaban en Retiro.
No podía seguir retrasando lo inevitable.
—Rama, tu deseo se hizo realidad. Decime qué necesitás para empezar a tramitar mi divorcio.
Envió la nota de voz sin pensarlo demasiado, y no tardó mucho en recibir una respuesta.
—¡Al fin, hermano! Yo me encargo, no te preocupes. Ya mismo me pongo con eso, te juro, voy a dejar todo lo que estaba haciendo para atender tu caso.
—Gracias. Cualquier cosa que necesites voy a estar en Lavalle con Solcito. Y hablando de ella, no le comentes sobre mi divorcio, todavía no quiero que se ilusione. Presiento que Nela me va a dar batalla, y no me la va a dejar fácil.
—Tranquilo, hermano. Estoy de acuerdo con vos, y que Marianela se prepare porque conmigo no va a poder. Nos hablamos.
Hernán arrojó el teléfono tras la palanca de cambios y arrancó en dirección a Lavalle. Como todavía era temprano para la cita con Soledad, decidió buscar una casa de artículos para el hogar, estaba seguro de que le tocaría pasar muchas noches en su depósito de la peatonal, y lo mejor era adecuar la oficina del fondo para poder pasar noches allí. Eligió un moderno sofá cama, almohada, juego de sábanas, y un fino canasto de mimbre para colocar la ropa de cama. Y aunque no era el mejor lugar, quería tener su propio espacio para poder pasar tiempo con Soledad, al menos hasta que su divorcio con Marianela fuera efectivo y pudiera recuperar su departamento.
Llegó unos minutos después de las cuatro de la tarde, Soledad esperaba por él concentrada en su teléfono, mientras sus empleados empaquetaban los pedidos de la página web. Se acercó a ella, y luego de succionarle el alma con una de sus profundas miradas, la saludó con un beso en el cachete, y la presentó con sus muchachos.
—Voy a estar ocupado en la oficina del fondo, me golpean solo si es estrictamente necesario, ¿sí?
Sus empleados asintieron, y Hernán tomó a Soledad por la cintura para llevarla hasta su oficina. Pero una vez allí dentro algo lo inquietaba.
—Acomodate —le indicó a Soledad—, ya vengo.
Volvió hasta la parte delantera del local, y reunió a todos sus empleados en la mesa de preparación de pedidos. Se recargó con los puños sobre la mesa, y la cabeza gacha.
—Vamos a dejar algo en claro. Vi sus caras recién, y sí, están en lo correcto. Esa mujer es el amor de mi vida, la perdí hace cuatro años por cagón, o dicho en sus canciones, por cobarde. Ahora volvió a mi vida y no quiero perderla de nuevo. Mi matrimonio siempre fue una mentira, y ya me estoy encargando de eso. Entiendo que van a ser absolutamente reservados con este tema tan delicado, ¿no?
Hernán levantó la mirada por primera vez, con sus ojos completamente oscurecidos, y sus empleados, que ya lo conocían, solo se limitaron a asentir con la cabeza sin emitir palabra.
—Cuente con nosotros, señor. Su secreto está a salvo acá —aseguró el encargado designado.
—No es mentira que vamos a sacar una línea de ropa en conjunto, pero tampoco es mentira que estamos juntos. Y nadie puede saber lo que hay entre nosotros —recalcó, acercándose un poco más a ellos—. Lo aclaro porque la van a ver seguido por acá, y esa puerta puede que esté cerrada por horas. No quiero a nadie espiando en el fondo, ¿quedó claro?
Volvieron a asentir, y se dispersaron cuando Hernán abandonó la mesa para volver a la oficina del fondo. Soledad estaba nuevamente consultando su teléfono, y él no pudo resistirse a abrazarla por la espalda, comenzando a besar su cuello. Ella le dio acceso ladeando la cabeza, y esa fue la señal para que él la volteara y comenzara a besarla. La alzó para sentarla sobre el escritorio, aprovechando la falda que traía corrió su tanga y repitió la escena de la mañana. Le llevó unos segundos acoplarse a ella y comenzó a embestirla con fuerza mientras no dejaba de besarla, para que sus gemidos no salieran de su boca y alertaran a sus empleados en la parte delantera.
Soledad se quitó su remera y luego hizo lo mismo con la de Hernán, necesitaba estar piel con piel con su demonio, y se encendía solo con el roce de sus pechos sobre el torso de él, que no se aguantó y comenzó besarlos mientras no dejaba de moverse, y ella ahogaba gemidos mientras tiraba la espalda hacia atrás, para entregarse por completo a él. Volvió a su boca cuando sintió que llegaba al final, y Soledad se dejó llevar, cerrando fuertemente los ojos mientras tiraba la cabeza para atrás, mordiéndose el labio para no gritar del placer que le causaba sentir cómo su demonio se derramaba dentro de ella.
—Te lastimaste, corazón —indicó Hernán al ver sangre en su labio inferior.
—Era eso o pegar el grito de mi vida —explicó, mientras no dejaba de jadear—. Fue increíble esto, Hernán. No sé si es la adrenalina de que todos tus empleados estén adelante, de que estás casado... Pero me estás regalando los mejores orgasmos de mi vida, cariño.
Hernán pasó su pulgar por la herida en el labio de Soledad, y luego se llevó el dedo a la boca, como solo él solía hacerlo. Soledad no pudo más que jadear al ver ese gesto que la encendía de maneras inexplicables, aprovechando los espasmos que todavía sentía en su zona baja. Y Hernán, ni corto ni perezoso, con la mirada oscura clavada en sus cielos, se llevó su dedo índice y mayor a la boca antes de ayudarla manualmente a terminar ese último orgasmo que quedó a medias. No despegó sus ojos ennegrecidos de los suyos durante el rato que Soledad se retorció debajo de su mano inquieta, acariciando sus pechos, dándole a Hernán un espectáculo que disfrutó con una perversa sonrisa. Soledad ahogó un grito mientras él aumentaba el ritmo, y cuando llegó al cielo, él retiró la mano con lentitud, y luego se llevó ambos dedos a la boca.
—Hora de trabajar —sentenció con su tono del averno, y la mirada nuevamente clavada en sus ojos, mientras se abrochaba el pantalón.
Soledad sentía que de a poco estaba volviendo esa personalidad dual, regida por el ángel y el demonio. Paso de estar preocupado por la herida de su labio, a tratarla con frialdad, como si fuera una prostituta que ya lo había satisfecho. Pero a esa altura de su vida no iba a dejársela pasar.
—¿Te das cuenta por qué elegí a Leandro hace seis años atrás? —deslizó, mientras se colocaba la remera y se acomodaba la ropa que Hernán había desarreglado.
—¿El príncipe azul que te golpeaba? —preguntó con malicia, mientras sacaba su iPad.
—Okey, tenés razón. Reconozco que me equivoqué con él. Pero, ¿te das cuenta por qué terminé con Leandro? ¿Para vos es normal tratarme así de temperamental?
—Entiendo que es lo que te gusta —aclaró sin mirarla—. Lo dijiste en tu última canción, lo dijiste en el EP, en Tú, tú, y tú...
—Sí, pero tenés que entender una cosa. Sinceramente, yo no te conozco, Hernán. Todavía no puedo poner las manos en el fuego por tu amor, me está pasando lo mismo que en 2016. Me tratás como un príncipe, y a los diez minutos como si fuera un estorbo. O como una prostituta.
—¡¿Y qué mierda querés que haga, Soledad?! —gritó, acercándose a ella—. ¿Alguna vez te paraste a pensar que yo también me sentí pelotudeado con tu actitud? Cuando venías, me coqueteabas acá mismo, y después te ibas a besuquear con ese imbécil al local de enfrente. Al menos vos pudiste elegir entre él y yo, ¡yo nunca pude elegir porque te amaba solo a vos, y todavía te amo! Te amo, y me estoy arriesgando a perderlo todo por algo que no sé si dure un día o toda la vida, y lo hago porque no puedo vivir sin vos. Lo intenté, y no pude. No puedo.
Hernán terminó su soliloquio agotado, con los ojos cristalizados más claros que nunca, y conteniendo las lágrimas de impotencia. Soledad no pudo más que bajar la cabeza, mientras se tomaba un segundo para analizar sus palabras. No sentía una gota de mentira en ellas, pero tampoco quería dejarse llevar por completo a ese sentimiento que, evidentemente, era el mismo en ambos.
Los dos se amaban intensamente, pero ninguno quería rendirse a ese sentimiento por miedo a perderlo todo.
Aquí se ve lo que remarqué siempre. El cambio de Hernán y Soledad con el paso del tiempo. Él está mas osito cariñosito, y ella más endemoniada. Por eso la canción de Axel es la canción principal de esta parte de la historia. 🙈
Y dejo una cancioncita más por el lado de Soledad.
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