Cuarenta y siete
—Desde ya te aviso que voy a un albergue transitorio. El primer día de filmación es ahí, el resto es en el bar de Rama. Aviso por si alguna de tus amiguitas psicópatas me ve entrar a un telo con el auto, para que no pienses pelotudeces.
—Y... Qué se puede esperar de una mujerzuela así... —Marianela acotó con desprecio—. Está bien, avisame cuando llegues.
—Primero, no te voy a avisar un carajo porque ya no te debo explicaciones. Y segundo, la canción es del trapero BeEme, no de Soledad, ella fue invitada a colaborar.
—¿Y a quién iba a invitar el asqueroso ese? ¿A Valeria Lynch? ¡Por favor!
—Empiezo a pensar que ese ensañamiento con Soledad es envidia —deslizó con malicia, mientras se cruzaba de brazos—. No me importa, atragantate con tu veneno, me voy a trabajar.
Hernán abandonó el departamento sin saludarla y se dirigió al lugar de la cita. Al llegar, dejó el auto en la cochera del hotel, tomó la indumentaria que Soledad usaría, y se anunció como parte del equipo de filmación del video. Minutos más tarde, estaba cara a cara con ella, a casi dos meses de su último encuentro.
Le sorprendió el cambio en su cabello, si bien todavía conservaba el rubio balayage, las puntas lucían colores vivos, y estaba excesivamente maquillada. Saludó con cortesía a quienes la acompañaban, y al llegar a ella le succionó el alma con esas intensas miradas que ya eran su marca registrada. Soledad se colgó de su cuello, y él aprovechó para dejar en claro sus intenciones.
—Hoy vas a ser mía de nuevo —susurró en su oído con un tono gutural.
Pero fue interrumpido por Baltazar, llegando al encuentro para saludarlo y finalmente conocerlo personalmente.
—Miren quien llegó. El tercero en discordia.
Hernán se separó al instante de Soledad, y se alivió al ver que estaban solos. La mirada que le regaló no era para nada amigable, y Baltazar extendió sus manos hacia adelante para tranquilizarlo.
—Calma, hermano. Yo sé todo, es más, deberías agradecerme por salvarte el culo y que tu jermu no sospeche de lo tuyo con Soledad.
El rostro de Hernán era confusión pura, paseaba la vista entre ambos buscando respuestas, y las encontró en la mirada indulgente de Soledad.
—No entiendo... ¿Ustedes no están...?
—Nos comemos, sí... pero en público —explicó con parsimonia—. Un poco lo disfrutamos, no te lo niego. Pero nuestra relación es una mentira. Te diría que un cincuenta por ciento es por marketing para promocionar esta canción, y el otro cincuenta es para que tu mujer no te corte las pelotas si se entera que sos su famoso Marroc.
Hernán seguía paralizado y boquiabierto, hasta que finalmente estalló en risas incrédulas.
—Esto es increíble... —Fue lo único que pudo decir—. ¿De quién fue la idea?
—Mía, por supuesto —afirmó Baltazar—. Soledad me encanta desde que la vi por primera vez, quería conocerla, y bueno... Se me dio. No te niego que a mí me vuelve loco, pero yo no soy vos, así que... —suspiró mirando hacia un costado—. Me toca ser el otro, el amante del amante —finalizó con sarcasmo.
Hernán reventaba por dentro, pero no podía retrucar nada. Todo lo que Baltazar afirmaba era cierto, y quizás esa era la causa por la que Marianela se había quedado tranquila en relación a Soledad. De todos modos quería decir algo, dejarle marcado el territorio, pero no sabía qué. Con la boca entreabierta y el dedo en alto, todo lo que pensaba era inapropiado por su posición de casado, hasta que finalmente se decantó por lo más simple.
—Más te vale que la cuides, porque apenas me divorcie la convierto en mi esposa. ¿Te quedó claro?
Baltazar solo torció la boca y asintió con suficiencia, justo en el momento en que la vestuarista de Soledad volvía a la habitación. No tuvo tiempo de hablar con ella para que le explicara acerca de la extraña relación por conveniencia que tenía con el trapero, solo le enseñó los modelos que había acordado y salió para dejarla a solas con la mujer.
Recargado sobre la pared del pasillo frente a la habitación en donde se filmaría el video, veía a todo el mundo correr de un lado a otro, mientras sonidos amatorios le llegaban del piso inferior. Estaba molesto, mientras sentía deseos de ser uno de los que ocupara una de esas habitaciones en compañía de Soledad. Cuando todo estuvo listo y Soledad llegó a la habitación para comenzar a rodar, hizo sus propios ajustes sobre la prenda, le guiñó un ojo y susurró un «éxitos» que la hizo sonreír.
Era el comienzo de la peor parte.
Soledad entrando a la habitación, mientras Baltazar cantaba sobre su boca aferrado a su cintura. Los dos acariciándose antes de dejarse caer al colchón. Soledad cantándole a la cámara sobre la cama, arrodillada y gateando muy sensual. Un breve corte para que ambos se desnuden de la cintura para arriba, a excepción de ella, que debió quitarse el ajustado vestido rosado, antes de introducirse en la cama para grabar las escenas más jugadas, mientras se besaban y rodaban por la cama sin despegarse la mirada.
Y ya no pudo ver más.
Esos besos eran reales. Una cosa era saber que estaban juntos, encontrando una foto de ambos justo en el momento que se estaban besando en algún portal de espectáculos, y otra muy distinta era verlos revolcándose en una cama, besándose delante de él en la realidad. Aguardó lo más lejos que pudo, con la vista fija en la alfombra roja del suelo, hasta que escuchó un estallido de aplausos y silbidos. Levantó la vista y allí estaban Soledad y Baltazar festejando con todo el equipo de filmación, hasta que en un momento sus miradas se chocaron, y aunque ella le sonreía feliz, el demonio había tomado el control de sus facciones, y no pudo ocultar la molestia en su rostro. Se acercó hasta él, todavía vistiendo la bata de baño que seguramente le acercaron para poder salir cómoda de la cama.
—¿Y? ¿Qué te pareció? —preguntó animada.
—La canción es horrible, y el video es un asco. Pero te felicito.
Las facciones de Hernán estaban endurecidas, y el rostro de Soledad oscilaba entre la desilusión y la comprensión. Sabía que hablaba el demonio enfurecido por verla en la cama con otro hombre. Aunque fuera parcialmente ficción, se ponía en su lugar por un momento y comprendía lo desagradable que era ver a la mujer que amás revolcándose con otro.
—¿Termino acá y podemos hablar?
—No tengo nada que hablar, Soledad —sentenció sin mirarla.
—Sí que tenemos que hablar —insistió.
—No, hay otra cosa que hacer antes de hablar. Necesito borrar todo rastro de este simio de tu cuerpo. —Hernán enarcó una ceja—. Y ya que estamos acá... ¿Dos horitas está bien? ¿O vamos a tu departamento? Yo te debo algo.
Soledad lo observó confundida. —¿Qué me debés?
—El modelo exclusivo que te mencioné cuando nos reencontramos. Lo tengo en el auto. Elegí, ¿saco un turno o nos encontramos en tu departamento?
—Me tienta la idea de graduarme de amante en una cama de hotel... —susurró con gracia—. Pero tengo que irme con el equipo, sino van a sospechar que estamos juntos, nos vemos en mi departamento esta noche, ¿podés? ¿Qué onda tu mujer?
—Ya no le doy explicaciones, es la condición para que viva en mi departamento hasta que consiga dónde ir o salga el divorcio, lo que ocurra primero —explicó sin mirarla, con aires de grandeza—. Además, justo cuando dejamos de vernos la trasfirieron al turno noche, nos perdimos en la mejor parte.
—Entonces... ¿Te espero para cenar? ¿A las nueve está bien?
—Perfecto. —Hernán miró por encima del hombro de Soledad, y al no ver a nadie atento a ellos al fondo del pasillo, la atrajo por la cintura y dejó un fugaz y húmedo beso en su boca—. Nos vemos más tarde, corazón.
Soledad se alejó con una gran sonrisa en sus labios, y Hernán solo se limitó a esperar a que le devolvieran la ropa para poder prepararse para la noche del reencuentro. Ni siquiera debía volver a su casa, eran alrededor de las siete de la tarde cuando abandonó el hotel luego de saludarse cordialmente con todo el equipo de Soledad en la puerta, acordando verse en la última locación de la grabación. Manejó hasta una perfumería y lo primero que hizo fue comprar un frasco de Farenheit, acto seguido, fue hasta una cadena de farmacias y compró varios artículos de perfumería, como un cepillo de dientes, máquinas de afeitar, y el shampoo que utilizaba en su casa. Las nueve de la noche llegaron rápido, poco tuvo que esperar dentro del auto estacionado cerca de plaza San Martín, lo guardó en el garage de siempre, y luego tocó el timbre en el departamento de Soledad.
Se saludaron como dos conocidos ocasionales, y una vez que estuvieron a solas dentro del inmueble, ninguno pudo contenerse a tener una muestra de lo que harían hasta las seis de la mañana. El sillón fue testigo de ese reencuentro luego de casi dos meses sin hablarse, y mucho menos verse. Era tanta la desesperación que ambos sentían, que duraron cinco minutos antes de alcanzar la cima, casi en simultáneo y sin quitarse la ropa.
—Hola, corazón —jadeó Hernán muy cerca de su rostro, acomodándole el cabello detrás de la oreja.
—Hola, Herni —saludó ella, todavía moviéndose sobre él, con los últimos espasmos.
—Mía de nuevo, como debe ser. Como siempre debió ser —remarcó.
—Perdón por tener que mostrarme de la mano con otro, pero es la única solución que encontré para liberarte de la carga de tener que aguantar los berrinches de tu mujer.
—No es mi mujer, vos sos mi mujer, aunque en este momento estés compartida con ese simio.
—No le digas así —protestó entre risas—. Balta es un chico súper bueno, la apariencia de bad boy es solo una fachada. Él comprendió enseguida que mi corazón es tuyo, de tu demonio en realidad, y me está ayudando para que podamos estar juntos sin poner mi carrera en juego.
—Claro... Total ya se sacó las ganas con vos —acotó, algo resentido.
—¿En serio me vas a hacer una escena de celos, Hernán? —se quejó, mientras se desacoplaba de él—. Entonces, ¿qué tendría que decir yo cada vez que volvés a tu casa con tu mujer?
Dio en la tecla, pensó en las veces en que se acostó con Marianela por puro despecho durante ese tiempo que estuvieron separados, y volvió a entender que no estaba en condiciones de exigir nada. Decidió cambiar de tema.
—Está bien, tenés razón. Es solo que no me acostumbro. —Se acomodó el pantalón y fue en busca de la bolsa de farmacia—. Espero que no te moleste esto.
Hernán colocó la bolsa sobre la mesa del comedor y comenzó a sacar todos los artículos que había comprado, Soledad iba aumentando la sonrisa a medida que iba desempacando cada cosa, y lo siguió cuando se dirigió al baño a acomodarlas. Ver dos cepillos de dientes se le hacía extraño y reconfortante al mismo tiempo, estaba oficializando una pseudo convivencia, porque sería solo por las noches.
—¿Cómo tengo que interpretar esto?
—Estoy cansado de dormir solo, y Marianela nunca se va a enterar que no paso las noches en casa porque no está.
Soledad asintió, y se alejó con pasos lentos hasta su habitación. Tomó el juego de llaves de repuesto de su departamento y se lo entregó.
—Ahora sí —sentenció—. Bienvenido a tu segundo hogar.
Hernán miraba el manojo de llaves en sus manos mientras sonreía perversamente, luego, cerró el puño y lo agitó mientras iba a guardarlo en su mochila, sintiéndose satisfecho por el gran paso que habían dado en su relación clandestina.
Cenaron hablando de su línea de ropa a punto de salir al mercado, y algo sobre lo ocurrido en la tarde durante la filmación del video. Luego de compartir helado del pote a cucharadas, fue el momento de entregarle aquel vestido que había diseñado años atrás.
—Conservemos la magia de aquello que pensé cuando lo empaqueté. Abrilo a solas en tu habitación, te espero acá.
Soledad asintió mientras contenía las lágrimas por el tono dulce con el que Hernán le habló. Dejó un pequeño beso sobre sus labios, y se internó en la habitación. Y apenas cerró la puerta, liberó las lágrimas contenidas.
Estaba recibiendo demasiado amor de su parte, y todavía presentía que algo podía salir mal.
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