Cuarenta y nueve
Soledad afinaba la guitarra sentada en su cama con las piernas cruzadas, mientras Hernán repasaba la lista en Spotify intentando detectar aquellas canciones que no cantó esa noche. En vano, porque no conocía ninguna de ellas, a excepción de la última que era Cómo Duele de Luis Miguel, un clásico en su relación con ella.
—Bueno... ¿En el mismo orden? —preguntó Soledad, mientras se balanceaba aferrada a su guitarra.
—Y con la misma introducción que tenías pensado dar antes de interpretarlas.
—Okey... —Soledad contuvo una sonrisa, probó acordes, y comenzó con la primera—. La primera canción de este mini recital privado es mi sentimiento inicial de ira al descubrir que...
Soledad se frenó, bajó la cabeza, y comenzó a reír tímida. No era lo mismo contar su historia con él a desconocidos, que al mismísimo Hernán sentado frente a ella, con su mate en las manos, encuerado, y con sus abismos oscuros atentos a su interpretación.
—Hacé de cuenta que soy tu público. Dale, Solcito... —la animó—. Me tenés acá para explayarte sin tapujos.
La mirada que le regaló cuando levantó su mentón con dos dedos, como siempre hacía, terminó por convencerla. Además, era una oportunidad única e íntima que no sabía si volvería a repetirse. Se reacomodó y siguió con la presentación de la canción.
—Esta canción refleja ese sentimiento de ira que tuve al enterarme de que mi Marroc había encontrado otro amor. Me acuerdo que no lo podía creer, me sentía herida, y me parecía irreal, como esta canción de Deborah de Corral. Esto es Irreal.
Soledad comenzó a tocar la guitarra, y aunque al principio le costó mirarlo a la cara, se fue soltando a medida que la canción avanzaba. Y clavó sus cielos al cantarle «No voy a mentirte, espero que estés mal. Espero que no puedas dormir ni pensar en nada más, en nada más que en este lío que dejaste atrás». Al terminar de interpretarla, quedó atenta a su reacción, que fue un bufido exagerado, mientas miraba al costado y agitaba la mano que no sostenía el mate.
—Auch... Eso dolió —acotó al devolverle la mirada.
—No era para cantarla delante de tu mujer, porque pensaba clavarte la mirada y apuntarte con el dedo, ya había acordado con Darío para que tocara la guitarra y así poder hacer mi acting. Por eso la bajamos, porque se me hubiera escapado ese juego que a veces hago de manera random. Nadie hubiera sospechado que te la estaba cantando directamente a vos, porque siempre hago cosas así en mis shows.
—A ver... ¿Qué sigue?
Soledad repasó la lista y encontró la segunda diferencia con la presentación en vivo. Suspiró y sonrió cuando recordó por qué la había bajado. Buscó la pista que había preparado Darío, le quitó el mate de las manos a Hernán para usarlo de micrófono y arrancó.
—La canción que sigue relata perfectamente el principio y el fin de mi relación con Marroc. Es el Alfa y Omega, esa incertidumbre idéntica que sentí cuando apenas sabía su nombre, y cuando dejé de verlo de un día para el otro. Esto es Obsesionario en La Mayor de Tan Bionica.
Dio play a la pista y comenzó a cantar, mientras Hernán reía por la manera en la que usaba el mate de micrófono.
—Bueno, esta no dolió tanto. ¿Y por qué la bajaste?
—No te encontré en el centro hoy... —repitió cantando—. Era muy obvio, los dos estábamos en el centro.
—Nunca le hablé de vos. En realidad sí, pero no le di detalles. Y fue hace poco cuando le dije que dejé de amarla porque no podía olvidar un viejo amor. ¿Qué sigue?
Luego de revisar la lista, comprendió que debía volver a su guitarra.
—La canción que sigue, si bien es bastante melancólica, yo la tomo desde la sátira de decir «yo soy mejor que ella y no te das cuenta, vos te lo perdés, cariño». —Hernán no pudo evitar reír por la gracia con la que se expresaba—. Esto es Lo Que Yo Sé de Ti de Ha*Ash.
Soledad cantó con mucha dulzura, mientras se balanceaba a los lados con su guitarra y los ojos cerrados. Al abrirlos cuando finalizó, Hernán la observaba embelesado, con una pícara sonrisa.
—¿Y esta por qué la bajaste?
—Era demasiado pegarle dos tiros a tu mujer, elegí la bala certera, que fue la canción de Shakira.
—Marianela ni se inmutó cuando la cantaste.
—Lo sé, por eso la elegí. Solo quería sacarme las ganas de decirle vieja en la cara.
Hernán se frotó la frente mientras Soledad reía con malicia, no podía quejarse cuando en sus argumentos para terminar la relación con Marianela había resaltado la diferencia de edad entre ellos.
—¿Qué sigue? Todavía no estoy tan herido, eh. Solo la primera me pegó.
Soledad volvió a consultar la lista y estalló en risas estridentes. Hernán puso atención en la pantalla, y cuando ella le marcó la canción que seguía, negó repetidamente con la cabeza.
—¿Podemos omitirla? —pidió de una manera tan graciosa que Soledad rio más fuerte.
—De ninguna manera, me diste rienda suelta para explayarme sin tapujos y es lo que pienso hacer. Te va a gustar, la del show no estuvo tan mal, ¿o sí?
—En tu voz todo suena precioso, hasta las canciones del nabo este. Dale, antes de que me arrepienta.
Soledad se reacomodó en su lugar, tocó algunos acordes sueltos y prosiguió.
—La siguiente canción cuenta la melancolía que sentí cuando comprendí que elegí mal. Que quizás era mejor quedarme con ese hombre temperamental que era Marroc, cuando oscilaba entre su ángel y su demonio, y no con un falso príncipe que terminó mostrando su peor faceta. De un cantautor que él detestaba, y hasta se ponía de mal humor con solo escuchar su nombre, esto es Por Qué Es Tan Cruel El Amor de Arjona.
Soledad cantó con tanto sentimiento y dulzura, que Hernán no pudo evitar sonreír mientras disfrutaba la letra de la canción.
—Guau... Vas a terminar logrando que me guste el pelotudo este.
—Te pregunto de nuevo como aquella noche: no estuvo tan mal, ¿o sí?
—Para nada. Pero sigo con vida, eh... Al final no era tan nocivo como me lo pintaste.
—Herni... Hablé de vos en todas las presentaciones que hice, no podía mencionar a Marroc delante de ella porque se iba a dar cuenta. Hay muchas canciones que cuando explico por qué las canto no puedo generalizar como hice ese día.
—Admito que con esta me dejaste medio flojito, fue una trompada en las costillas. A ver, ¿qué más tenés?
Solamente al ver la siguiente canción, Soledad sintió el nudo en la garganta que se formaba cada vez que la escuchaba. Buscó la pista en su computadora y le pidió el mate a Hernán. Tomó una profunda respiración y se preparó. Esa bala también la afectaba a ella.
—La siguiente canción me hizo llorar muchas veces. Fue lanzada en 2016, el año de mayor incertidumbre con Marroc, cuando todavía estaba armando su rompecabezas. Me pegó fuerte que haya salido justo en ese verano de 2016, cuando nuestra relación de amistad era un sube y baja de emociones. Al menos para mí. Esto es Verano de La Oreja de Van Gogh.
Soledad comenzó a cantarla, y a pesar de que pudo controlar su tono de voz para no quebrarse debido al nudo en la garganta, no pudo evitar la lágrima que se escapó por el rabillo de su ojo al cantar el último verso: «Tirada en el sofá frente al ventilador, verano 2016. El aire viene y va, pero siempre me trae tu voz».
—Perdón —dijo con la voz quebrada, mientras enjugaba la lágrima.
—¿Perdón por qué? ¿Por amarme así? —replicó, mientras acariciaba su rostro—. Perdoname a mí por haberte lastimado tanto, corazón.
—Esta la bajé porque me hubiera largado a llorar en el escenario, quizás sea estúpido que esta canción me haga llorar así, pero me pegó muy fuerte en aquel verano, me agarró muy débil.
—Débil me dejaste a mí. Y no por la canción, sino por cómo te dejó la canción —enfatizó—. ¿Querés seguir? ¿O la dejamos acá? Si esto te está lastimado....
—No —lo interrumpió con una sonrisa—. No te preocupes, siempre que la escucho o la canto termino lagrimeando, esa bala es más mía que tuya. Quiero terminar, me gusta esto de que escuches el concierto original.
—¿Qué sigue entonces?
Volvió a consultar la lista, y para la siguiente buscó la pista pregrabada de su piano. Le pidió el mate a Hernán nuevamente, y se preparó para disparar su bala sentimental.
—Bueno... No hay mucho que explicar con esta canción, pueden pasar tres mil años... Pero Nunca Te Olvidaré, Marroc. De Enrique Iglesias.
De nuevo, y como en cada bala cargada de sentimiento, cantó con los ojos cerrados, solo los abría cuando recitaba ese «nunca te olvidaré» que tanto repetía la canción.
—Mierda... Esta me rozó el corazón. ¿Por qué la bajaste?
—Porque me iba a desarmar en el escenario, no hubiera podido sacarte la mirada de encima y tu mujer lo iba a notar.
—Y me desarmaste a mí, hija de puta —protestó entre risas—. Ya empiezo a sentirme herido, ¿qué sigue?
La mirada de Soledad cayó en una bala de plata. No había manera de que esa canción fuera interpretada delante de Marianela porque sí o sí tenía que dedicársela a miradas. Le devolvió el mate con una sonrisa perversa, y acomodó la guitarra en su pierna.
—La siguiente canción es mi mayor reclamo hacia Marroc. Él le dijo a todo el mundo lo que sentía por mí, a excepción de mí, justamente. Y lo tuve que oír por boca de otro cuando yo quería que él viniera y me lo dijera a la cara. Lo digo ahora y lo diré siempre. Marroc, Lo Quiero Oír de Tu Boca, de Amaral.
A diferencia de las anteriores, Soledad cantó la canción con una pizca de ira, y con muchas expresiones faciales de dolor. Hernán estaba estático y concentrado en cada palabra, tan nervioso que se tomó cinco mates al hilo. Cuando terminó, Soledad hizo un gesto de pistola con sus manos, y simuló disparar a su pecho mientras guiñaba un ojo.
—Esta sí me dolió, conchuda —se quejó mientras acariciaba su pecho—. Nunca me vas a perdonar haberle contado a Jorge lo que sentía por vos, ¿no?
—Lo que no te perdono es que no me lo hayas dicho a mí. Si me hubieras dado a elegir entre Leandro y vos, ganabas vos. Entendé que por aquellos años te veía inalcanzable, pensaba que un hombre como vos jamás pondría sus ojos en alguien tan insípido como yo, y por eso me callé.
—Qué equivocada estabas... —bufó—. Me tenías loco, solo que yo también me sentía muy lejos de vos. Ya te dije: te veía muy aniñada y yo era demasiado demonio para una chica tan dulce como vos.
—En conclusión: nos faltó comunicación y fuimos dos pelotudos. Igual ya no importa, ya nos dijimos todo. ¿Listo para la última bala?
—¿Qué? ¿Ahí se acaba? ¿Y por qué tan corto?
—Omití las canciones que interpreté esa noche —explicó—. Te advierto que esta es mi bala de plata, eh.
—¿Hay algo peor que la anterior? —protestó entre risas.
Soledad asintió con la cabeza. Tomó una profunda respiración, se acomodó por última vez con su guitarra, y se preparó mentalmente para cantarle con sus cielos clavados en sus dos abismos, algo que esa noche no hubiera podido hacer, ni siquiera si asistía sin su esposa. Porque la mirada hubiera sido tan intensa, que su público hubiera notado la dedicatoria a ese extraño.
—La última canción es algo para lo que me vine preparando desde que arranqué este camino en la música. Siendo mucho más madura, y sabiendo perfectamente lo que quiero en mi vida, es mi grito desesperado para recuperar lo que siempre debió ser mío. Marroc, después de casi tres años, siete si cuento la fecha en que nos conocimos, He Venido Por Ti, de Cami.
Le costó muchísimo cantar esa canción sin despegar la vista de su rostro, luchando con la emoción que sentía al ver a Hernán a punto de quebrarse, con sus ojos humanos color café, y una aureola roja que delataba su emoción contenida. Y se rindió a esa lágrima que pujaba por salir cuando cerró los ojos con fuerza, mientras se mordía el labio inferior para contener una sonrisa, cuando Soledad cantó «Confío que seremos perfectamente imperfectos, un bello desastre en el universo». Había sentido esa bala penetrando en el medio de su pecho, hiriéndolo de muerte, mientras ella pegaba el grito al finalizar la estrofa.
Al acabar la canción, Soledad no hizo el gesto de pistola con sus dedos, simuló pegarle un escopetazo al medio del pecho.
—Bien hecho, Soledad —apuntó, mientras se limpiaba la lágrima que se le había escapado involuntariamente por el rabillo del ojo—. Estoy muerto, pero de amor.
Hernán dejó el mate en el suelo, y con cuidado de no tirar la computadora sobre el colchón, se sentó junto a ella para besarla.
—Te amo mucho, corazón. —Fue lo único que pudo decir.
—Yo también te amo, Herni.
—Me acaba de quedar clarísimo —susurró sobre su boca.
Rieron mientras chocaban sus frentes, hasta que sonó la alarma del celular de Hernán. Eran las seis de la mañana, y debía volver a su casa para que Marianela no sospechara.
—No quiero que te vayas —rogó Soledad, también muy cerca de sus labios.
—Pero tengo que hacerlo, si queremos estar tranquilos, cuanto menos ruido hagamos será mejor para los dos.
—¿Cuándo te veo de nuevo?
—Mañana a la noche, me diste la llave, apenas Marianela se vaya vengo a dormir con vos.
Y cuando se estaba levantando, notó que quedaba una canción más en la lista. La que terminó por matarlo de amor no era la última, todavía faltaba una que había sido omitida en la lista final.
—Esperá... Falta una canción. —Soledad miró la lista y soltó una risita—. No pienso irme hasta que me la cantes como corresponde.
—¡Pero te la canté mil veces! —protestó entre risas.
—Nunca en vivo.
—¿Y aquella tarde en Inferno?
—Pero no tenías la guitarra. Dale, Solcito.
No podía decirle que no, se reacomodaron nuevamente en la cama, solo que Hernán volvió a sentarse frente a ella, a centímetros, y mientras Soledad cantaba, él la miraba embelesado, cada vez más enamorado, y le peinaba el cabello con dulzura. Apenas terminó de interpretarla, tomó su rostro con ambas manos y se fundió en un profundo beso, que a diferencia de otras oportunidades, no tenía intenciones sexuales. Era tanto el amor que Hernán tenía adentro del pecho que necesitaba canalizarlo de esa forma.
—Pronto se va a acabar esto, te lo juro, corazón.
Y fue Soledad la que no pudo contener el llanto, afirmaba con la cabeza repetidamente, mientras luchaba en vano por contener las lágrimas que caían a raudales de sus ojos celestes. Hernán las limpió con sus pulgares, dejó otro pequeño beso, y se levantó decidido a volver a su casa.
Necesitaba hacer las cosas bien.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top