Cincuenta y uno
Hola, querida. Soy Marianela, la esposa de Hernán. Me encantó tu nuevo disco, y aprovechando que trabajás con mi esposo en Inferno, quería invitarte una tarde a casa a tomar el té, café, mate, o lo que quieras. Disculpá si te incomoda mi atrevimiento, pero como sos casi socia de Hernán... Así nos conocemos mejor. 😊
Soledad no podía dejar de releer el mensaje que llegó a su bandeja de Instagram. Darío estaba a punto de hacerle un agujero al suelo de tanto caminar en círculos.
—Lo sabe, estoy seguro. Pero, ¿cómo se enteró? —expresó Darío, sin dejar de caminar.
—Pero está siendo muy amable. En su lugar, hubiera escrito terrible post en alguna red social, exponiéndome, reclamando sororidad... ¡No sé! Cualquier cosa menos esto. Encima esa carita que puso al final me pone del orto, no sé por qué ni sabría explicarlo, pero es como cuando te tiran un facto «con toda la onda del mundo», y te están haciendo mierda.
—¡Es que justamente yo lo veo así, Sole! No me digas que te estás planteando aceptar su invitación. ¿Y si te asesina?
—¡Ay, Dari! —exclamó entre risas—. No seas exagerado. A lo sumo me comeré una cachetada, o me arranca las extensiones.
—Yo le mostraría ese mensaje a Hernán, él sabrá decirte si podés aceptarla o no.
—Hernán la odia, me va a decir que no, además ya está por salir su divorcio... O sea, no tiene sentido.
—¡Te estás respondiendo sola, Sole! —insistió Darío, a punto de perder la paciencia—. No aceptes el mensaje y que se curta.
—Pero quizás si hago eso ahí sí se ponga del orto y me incendie en redes, si es que se enteró que Hernán y yo estamos juntos. —Volvió a hundirse en sus pensamientos, hasta que finalmente tomó una decisión—. Lo voy a aceptar, ¿qué puede hacerme?
—¡Solo a vos se te ocurre aceptar una cita con la esposa de tu amante! Perdiste la cabeza por completo —protestó, gesticulando efusivamente con sus brazos—. Pero te acompaño, te espero adentro del auto en la puerta de dondequiera que sea la cita. Y al menos avisale a Hernán.
—No, por el momento no le voy a decir nada. Veré en qué resulta todo esto.
Soledad tomó una profunda respiración, aceptó la solicitud de mensaje, y respondió de la manera más cordial y neutra que se le ocurrió.
Hola Marianela. Muchas gracias por tus palabras, y me alegra que estés disfrutando mi último disco. Y claro, acepto tu invitación, solo decime cuándo y dónde, y allí estaré. Llevo donas hechas por mí. 😊
Te parece mañana a las 15?
Soledad aceptó, y Marianela le envió la dirección, que no era otra que en Núñez. Evidentemente seguía instalada en el departamento de Hernán, y le daba más seguridad de que fuera allí, en un caso extremo de fatalidad sería más fácil que él acudiera a su rescate.
Sabiendo los prejuicios de la mujer, eligió un look descontracturado y que no enseñara tanta piel para asistir. Un jean ancho con roturas en las rodillas, parte de la colección que desarrolló con Hernán, un top de tirantes corto color blanco, y unas Converse bajas del mismo color. Se cubrió con un fino saco de hilo color salmón, y dejó su cabello suelto. Tampoco abusó del maquillaje, solo un delineado sencillo y un labial nude. Tomó la media docena de donas que había preparado la noche anterior, y salió de su departamento sin pensarlo demasiado en compañía de Darío.
—Te espero acá, voy a estar con todos los sentidos en alerta. Dejá mi chat abierto en la pantalla bloqueada, si te hace o dice algo me escribís cualquier pelotudez. Así sean letras sueltas, «aesedé», o lo que sea. Te juro, Sole, llamo al 911, y después al imbécil de Hernán.
—¡No va a pasar nada, Dari! —lo tranquilizó—. A lo sumo me incendiará en redes más tarde, aunque no voy a ser tan pelotuda para quemarme sola.
Soledad dejó un beso en el cachete de Darío, bajó del auto, y cruzó al modesto edificio. Tocó el timbre, y cuando Marianela le habilitó la entrada, subió con la caja de donas en sus manos y unos nervios que no le había expresado a su amigo. ¿Tenía miedo? Claro que sí, pero quizás era una oportunidad para liberar a Hernán del Súcubo, si la mujer se quedaba conforme con el resultado de ese extraño encuentro. Exhaló profundamente, y tocó en timbre en el departamento.
—Hola, linda —saludó Marianela, apenas abrió la puerta—. No te hubieras molestado con las donas. —Marianela le quitó la caja de las manos con delicadeza.
—Hola, Marianela. Que bonita tu casa —dijo, por llenar el espacio de incomodidad que sentía.
—Este era el departamento de soltero de Hernán, y creéme que le faltaba una buena mano femenina.
—Está todo muy bonito y ordenado.
Soledad no podía creer que estaba conociendo el departamento de su demonio, sin su demonio presente. Era algo irreal. Dio algunos pasos y se quedó estática en un lugar, con las manos entrelazadas y los brazos endurecidos.
—Acomodate en la mesa, ya traigo algo para tomar. ¿Café, té, o mate?
—Café está bien, maridan bien con las donas que traje. —Soledad señaló la caja sobre la mesa.
—Ya te traigo.
Se sentó todavía hecha una bola de nervios, Darío lo había repetido tanto en sus argumentos para que desistiera, que se encontraba esperando a que Marianela apareciera por detrás con un cuchillo gigante, y no podía dejar de mirar sobre su hombro. Se concentró en la televisión encendida en un magazine vespertino, y no tardó mucho en tener una humeante taza de café en la mesa. Marianela se sentó frente a ella con una taza de té, y una gran sonrisa que a Soledad le daba escalofríos.
—¿Llegaste bien?
—Sí, me trajo un amigo. En realidad es mi representante, pero es más amigo que representante —explicó, enredando su argumento.
—¿Viniste desde muy lejos? Ahora me siento mal porque quizás te hice venir hasta mi casa desde lejos, y...
—No, estoy acá nomás, vivo en Retiro, frente a plaza San Martín.
Había caído en la trampa. Eso era todo lo que Marianela necesitaba saber. No había dudas de que Hernán y ella se veían a escondidas. Y lo más grave de todo, era que él tenía la llave de su departamento. No tenía nada que perder, si se iba a retirar de la vida de Hernán lo haría en grande, demostrándole que no era ninguna estúpida.
Tomó su celular y le envió un mensaje a Hernán.
Necesito que vengas ahora. Se rompió un caño de agua en el baño y se me está inundando todo el departamento. ✓✓
Se maldijo cuando Hernán le respondió en una nota de voz. Se disculpó con Soledad y se dirigió a la cocina a escuchar la respuesta, colocando el teléfono en su oído.
—Tuviste suerte de que estoy en Galerías Pacífico. En un rato ando por allá. Tratá de no romper más nada en mi casa —enfatizó lo último.
Contestó con el emoji de pulgar arriba y volvió con Soledad, que apenas había tomado su café.
—Se te va a enfriar —le reclamó Marianela—. A ver, voy a probar tus donas, ¿de qué son?
Y Soledad había cometido el segundo error. Había una dona de marroc en la caja, Marianela la eligió, la examinó entre sus dedos, y luego le dio una mordida.
—Está muy buena —expresó con la boca llena—. ¿Así que esto es lo que se siente cuando te comés el marroc de otra persona?
La respiración de Soledad se detuvo, y un temblor general la atacó. Mantuvo la calma, tomó la dona de frutos rojos, y luego preguntó con una leve risa:
—No entiendo... —dijo, clavándole la mirada.
Marianela soltó una carcajada espeluznante, y luego aclaró: —Me refiero a que fue lo que te hicieron en el pasado. Estabas enamorada de un hombre al que llamabas Marroc, y se fue con otra mujer.
—Ah, sí —aclaró mucho más relajada—, pero eso ya quedó en el pasado. Ahora es un bonito recuerdo y nada más.
Pero poco le duró el respiro.
—Vi todos tus videos, ¿segura de que quedó en el pasado? ¿Nunca más volviste a verlo? Porque seguiste hablando de él hasta el año pasado, de hecho, tu segundo disco se llama Marroc.
—No... —mintió, y se llevó la dona a la boca—. Enterré el tema luego de sacar ese disco, ya dije todo lo que tenía para decirle.
—¿Y qué harías si volvieras a verlo? Pasaron tres años, seguramente ya hizo su vida y tiene una familia, hijos...
Soledad comenzaba a pensar que Darío tenía razón, Marianela sabía lo suyo con Hernán y la estaba presionando para que confesara o se le escapara información. Decidió no darle el gusto.
—Nada, él se lo perdió por cobarde, de hecho, tengo una canción respecto a eso.
—¿Y tu single de este año? Volvés a mencionarlo. De hecho, la canción da un giro inesperado respecto a las anteriores —puntualizó con un dedo en alto, mientras revisaba la letra en su celular—. «Eres mío, te reclamo, te amo. Y amo que me ames, amo amarte. Amo querer todo contigo y que quieras todo conmigo» —leyó en voz alta, y dejó el celular sobre la mesa—. Pasaste de tratarlo de cobarde a decirle cuánto lo amas, o mejor dicho, cuánto se aman.
—Hablaba del pasado. Recordé cuánto nos amamos a pesar de no concretar ese amor, y escribí esa canción.
Soledad estaba comenzando a fastidiarse, estaba completamente convencida de que la mujer los había descubierto, y no sabía si escupirle la verdad en la cara, o seguir fingiendo demencia. Y Marianela ya no sabía cómo extender la conversación para poder lograr su objetivo, afortunadamente escuchó un ruido de llaves y se preparó para estocada final.
—Nela, ¿dónde está el caño roto? Me esperaba el agua hasta el pasillo...
Hernán levantó la vista, y se petrificó al ver a Soledad sentada en la mesa del comedor, quien aún no notaba su presencia, y a Marianela sonriendo con malicia.
—¡Ay! Llegó Marroc —le dijo a Soledad con excesiva burla—. Ahora sí, explicame qué se siente comerse el marroc de otra persona, y no menos importante. ¿Hace cuánto te estás comiendo a mi Marroc?
Soledad se giró hacia donde Marianela miraba, y su corazón se detuvo al ver a Hernán parado tras ella, con el rostro completamente desencajado de ira. Le pidió disculpas con su mirada mientras se mordía sutilmente el labio, y él solo cerró los ojos transmitiéndole tranquilidad.
Sin saberlo, tenía la situación bajo control.
C pudrió todo... 🙊🙈
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