Cincuenta y tres

—Tenés la cara hinchada, Soledad. Decime ya qué te hizo esa mujer.

Soledad fijó su vista en Darío, y de la nada volvió a llorar, pero de alivio e incertidumbre. Desconocía qué estaba pasando en las redes luego de las historias de Hernán y Baltazar, además de esperar lo peor: que Marianela se calmara y destilara todo su veneno en alguna red social.

—Ya está divorciado —informó, con la cara cubierta con ambas manos—. Apareció Hernán con la sentencia y se armó la podrida. Lo sabe todo, Dari, tenías razón.

—¡Te dije! —chilló—. Tuviste suerte que el divorcio terminó, sino podía presentar pruebas en el juicio y complicarlo a Hernán. Qué suerte tiene el hijo de puta, eh —rezongó con gracia—. Los dos, en realidad. ¿Y ahora? ¿En qué quedó todo? ¿Qué es ese cuaderno?

Soledad suspiró con el regalo de Hernán entre sus piernas, y se lo extendió a Darío, que lo abrió, y admiraba boquiabierto todos los diseños plasmados en él.

—Me lo regaló Hernán, son algunos los diseños que hizo durante el tiempo que estuvimos separados —explicó mientras Darío no dejaba de pasar las hojas, y luego contó lo sucedido—. Echó a Marianela del departamento, y nada... Lo dejé solo para que hablara con ella, a pesar de todo se merecen una charla. No te niego que Marianela me da un poco de pena, no está bien esa mujer. —Suspiró con fuerza y se limpió las lágrimas—. Vamos a casa, Dari. Así te cuento todo, y además necesito hacer algo.

Ese algo era subir su parte de la historia a Instagram. De camino a su casa ya había decidido cómo hacerlo, a su manera, como mejor le salía.

Cuando Darío supo todo el detalle de lo acontecido, la ayudó a elegir las canciones adecuadas para sus historias. Aunque no las agregaría en forma de audio en un comunicado, a cambio, le pidió a Darío que la filmara cantándolas de espaldas en su balcón a capella. Una historia en respuesta a la declaración de Hernán, Coleccionista de Canciones de Camila, y otra a modo de despedida para Baltazar, Nadie Ha Dicho de Laura Pausini.

Subió ambos videos y los etiquetó a cada uno en su historia. No estaba en sus planes emitir un comunicado como hicieron ellos porque no sabía qué decir, lo más sencillo era salir a admitir que ese hombre misterioso al que ella siempre se refirió como Marroc en sus streams y canciones era Hernán, pero prefería que cada seguidor suyo sacara sus propias conclusiones.

Estuvo toda la tarde en su computadora con todas las redes sociales abiertas, esperando la bomba de Marianela. Pero aunque refrescara o se buscara en Google, no obtenía resultados. Suponía que Hernán y Marianela estaban aclarando sus asuntos, porque tampoco tenía noticias de él.

—Basta, Sole —la regañó Darío—. Ya está, te vas a enterar cuando explote todo, aprovechemos que estoy acá y vamos preparando el setlist para tu próximo show.

Darío cerró la MacBook frente a sus narices, la tomó y fue decidido hacia su estudio, y a Soledad no le costó mucho seguirle el ritmo. El sol había caído cuando fueron sorprendidos por unos aplausos, Soledad giró la cabeza y sonrió, mientras Darío saltaba en su lugar, esperando lo peor.

—¡Puta madre, Hernán! ¡¿Cómo entraste?!

Hernán solo levantó el juego de llaves, recargado en el marco de la puerta de la habitación, con una sonrisa perversa y divertida. Se desacomodó, entró con pasos firmes, y saludó a Soledad con un tierno beso en sus labios.

—¿Llego en mal momento? Venía a secuestrarte, dejé el auto en la puerta, espero que no me lo remolquen.

—Estábamos ensayando para mi próximo show, armando el setlist... Pero contame, ¿qué pasó?

Hernán emitió un largo suspiro, se sentó sobre la caja de percusión que Darío siempre dejaba allí, y se preparó para comenzar a relatar todo lo ocurrido después de que ella abandonó su departamento.

—Ya se fue, vengo de dejarla en la casa de su madre. Me comí una cachetada de mi ex suegra cuando bajé sus cosas en la puerta de la casa, pero todo bien.

—¡¿Pero de qué hablaron, hombre?! Yo quiero todo el chisme...

Hernán se quedó un segundo con la mirada clavada en Darío, hasta que finalmente le tiró una trompada a modo de juego mientras se reía, y Soledad estaba embobada viendo lo bien que se llevaban esos dos, casi sin haber tenido contacto.

—Nada... —Suspiró, con la mirada perdida en el vacío—. Me dijo de todo, me echó en cara un montón de cosas de nuestro matrimonio, yo solo la escuchaba y eso la ponía peor porque no le respondía. Quise ayudarla a juntar sus cosas, y ni eso me dejaba hacer. Me quedé recargado en el marco de la puerta de la habitación mientras me insultaba en diez idiomas distintos. Encima, cuando me saqué el anillo de matrimonio vio la dona en mi dedo, y ahí arrancó de nuevo contra vos, Solcito. Se dio cuenta que es el mismo que tenés tatuado, y no le costó mucho deducir que lo tenemos a modo de alianza.

—Solo a ustedes dos se les ocurre hacerse una alianza de amantes —acotó Darío, con excesivo dramatismo.

—Es mi manera de decirme a mí mismo que ninguna mujer en mi vida va a poder borrar a Soledad, es mi compromiso con ella y este amor que siento.

Soledad se mordió el labio porque finalmente estaba descubriendo a ese hombre tierno que había presentido el día que lo conoció, y volvió a maldecirse por no apostar todo por él en aquellos años. Respiró para no llorar, y decidió volver a encarrilar el tema en el chisme.

—¿Y qué pasó después? —preguntó ansiosa.

—La llevé a casa de su madre contra su voluntad, porque quería irse en taxi pero necesitaba asegurarme de que no me mentía, tampoco iba a dejarla en la calle. Durante todo el trayecto en el auto siguió diciéndome de todo, hasta mis amigos la ligaron, especialmente Ramiro. Es el demonio en la tierra, porque gracias a su excelente trabajo no le debo absolutamente nada en cuanto a lo material.

»Ella quería una parte de mi marca y las ganancias, pero como era algo que yo ya tenía al momento de conocerla y no hay evidencia de que ella hubiera trabajado en Inferno, no le corresponde ni una etiqueta. Pero ya está, me queda volver a poner la nueva cerradura en el departamento, la tengo en la caja fuerte del local de Lavalle, porque no confío en ella.

—Esta noche duerme con la tranca en la puerta —bromeó Darío con Soledad, y todos rieron.

—No me des ideas, Darío. No me vendría mal poner un mueble detrás de la puerta. Bueno, a lo que vine... ¿Me la puedo llevar a casa?

—Sí, ya terminamos, solo estaba ensayando —informó Darío—. Eso sí, me la devolvés mañana, que tiene una nota en la televisión a las cuatro de la tarde, por ende, la necesito conmigo al mediodía para prepararla.

—¿Te olvidás que soy yo el que la viste? Ya sabía, Daro... —resopló, con la cabeza ladeada—. La llevo yo al canal, para mañana intuyo que todo el mundo sabrá que estamos juntos, o andamos en eso... —murmuró al finalizar.

—Y ahora te toca desvestirla, ¿no, sinvergüenza?

—¡Darío! —exclamó Soledad, mientras le daba un golpecito en el brazo, y él se atajaba mientras estallaba en risas.

Acomodaron el pequeño desorden en el estudio de Soledad, y salieron los tres del departamento. Darío los saludó en la puerta del edificio, y apenas se quedaron solos, Hernán no se aguantó y se fundió en un profundo beso con ella en plena vereda.

Un gesto tan simple, pero que anheló hacer desde que la conoció.

—¿Lista para conocer mi cama? ¿Mi espacio?

Soledad asintió entusiasmada mientras lo tomaba de las manos. Ninguno de los dos podía dejar de sonreír mientras subían al auto, y durante todo el trayecto hasta Núñez. Hernán alternaba su mano derecha entre la palanca de cambios y la mano de Soledad que descansaba sobre su muslo. Al llegar al departamento ingresó con cautela, revisando todas las habitaciones, tenía miedo de encontrarse con Marianela escondida o fingiendo demencia, pero afortunadamente todo estaba en su lugar, tal como lo había dejado antes de partir. Se paró con las manos en jarra en el medio del living mirando hacia todos lados, y Soledad se preocupó.

—¿Qué pasa, Herni?

—Es que quiero hacer tantas cosas con vos entre estas paredes, que no sé por dónde empezar —confesó algo agobiado, entre risas.

—De a poco, Herni —dijo ella, acercándose a él y tomando su rostro entre sus pequeñas manos—. Acá me tenés, ya se terminó todo. No pienses, hacé lo primero que te venga a la mente.

Hernán le clavó la mirada humana color café, también tomó su rostro con ambas manos y comenzó a besarla. Soledad entendió lo primero en su lista, y de un salto se subió a horcajadas de él, quien la llevó hasta su habitación. La arrojó en la cama con suavidad y comenzó a desvestirse, mientras ella hacía lo mismo con su ropa.

Y a cada caricia, iban descubriendo cómo esas flores del infierno en las que se incendiaban habitualmente se iban consumiendo para dar paso a una danza sincronizada y delicada. El abismo en los ojos de Hernán había desaparecido, incluso Soledad pudo hundirse en dos profundos tarros de miel, mientras se balanceaba sensualmente sobre él, con sutiles gemidos que a él le parecieron cantos de sirenas. No había prisas, nadie tenía que salir corriendo porque se le acababa el tiempo disponible, no había que esconder ni fingir fragancias, por primera vez desde que se conocían no tenían que rendirle cuentas a nadie.

Era casi medianoche cuando ambos estaban tirados en la cama, cansados de amarse, de reírse de viejos recuerdos en Lavalle, y de anécdotas de sus vidas en soledad. Hasta que un estómago volvió a rugir.

—Tenés hambre, corazón. ¿Por qué no me lo dijiste? Te cocino algo.

—Estoy bien, Herni —lo tranquilizó, acariciando su rostro con una mano—. Vamos a dormir y mañana desayunamos bien power.

—No, corazón. Cada vez te veo más pálida, seguro no te estás alimentando bien porque estás todo el día de acá para allá. Te estás sobre exigiendo y te va a hacer mal.

Hernán no esperó respuesta, se vistió de la cintura para abajo, y se dirigió a la cocina. Soledad se colocó la remera de él y lo siguió.

—Cuánta mierda —refunfuñaba con la heladera abierta.

—¿Qué pasa? —Soledad se acercó, preocupada.

—Marianela me dejó la heladera llena de su porquería saludable. Un asco todo.

Soledad divisó algunos ingredientes con los que podía darle un giro a toda esa comida saludable, solo le faltaba el utensilio correcto. Comenzó a hurgar en las alacenas, hasta que lo encontró.

—Ay, no. Es una wafflera —resopló desanimada, hasta que Hernán volvió a la alacena, y sacó las placas restantes.

—¿Buscabas esto? —preguntó, mientras cambiaba las placas en el electrodoméstico, y Soledad asentía—. Las vas a estrenar, nunca las usé porque compré esta máquina solo para hacerme waffles a la mañana, fue lo más cercano que tuve a tus donas durante el tiempo que estuvimos separados. Nunca se me pasó por la cabeza hacerme un sándwich... Cuánta falta hiciste en mi vida, Solcito.

Soledad le regaló una sonrisa y fue a la heladera en busca del fiambre, el queso, y el pan de salvado de molde. Armó los sándwiches, y minutos después tenían una improvisada cena que consumieron en diez minutos. Luego, volvieron a la cama, y después de devorarse a besos se durmieron abrazados.

Era la calma antes de una pequeña tormenta.

Acá les dejo las canciones que Soledad cantó en sus historias de Instagram.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top