Cincuenta y nueve

La despedida en el aeropuerto fue agridulce. No estaba en los planes de ninguno de los dos despedirse en Milán, pero así debió ser. Soledad no quería abandonar a Hernán, pero tenía obligaciones con la discográfica. Una nueva colaboración con un artista melódico de renombre la esperaba, y él había aceptado confeccionar los vestidos para Nerea y Chiara.

—Apenas termine, vuelvo corriendo a buscarte y nos casamos, ¿sí, preciosa? —prometió, sosteniéndole el rostro con ambas manos.

—No tengo apuro, Herni. Al fin y al cabo es un papel, no va a cambiar esto que sentimos.

—Pero para mí es importante, incluso lo prefiero bajo la ley argentina, pero respeto tu decisión. Punto medio. Así que andá pensando cómo querés el vestido.

—Ya me lo hiciste el vestido. —Hernán la observó confundido, y Soledad le aclaró—: Tu primer vestido y tu primer amor. No hay mucho qué pensar.

—Veo que te tomaste en serio la tradición de llevar algo usado —dijo entre risas—. Te vas a casar con un diseñador, ¿de verdad no querés un vestido de novia?

—No, ¿para qué? Ya me llevo al diseñador.

Hernán no pudo discutir mucho porque estaban llamando a abordar el vuelo de Soledad. Se fundieron en un profundo beso y se despidieron por tiempo indefinido.

Y cuando Hernán estaba a punto de volver a Buenos Aires, a fines de octubre, recibió una oferta difícil de rechazar. Otra actriz, pero de Hollywood, y debía viajar a Berlín para la prueba final y la entrega. Y mientras cosía el vestido en su nuevo taller de Milán, más pedidos llegaban a su bandeja de Instagram.

El boca a boca europeo era una bola de nieve imparable.

Quería volver a Buenos Aires y no podía. Pasaba sobreprecios exagerados, que sus nuevas clientas VIP pagaban sin chistar, y ya no sabía qué hacer. Estaba solo, fastidiado, y malhumorado. Aun así, aguantó estoico por su única razón de ser.

Soledad.

Ver su carita iluminada cada noche en la videollamada cada vez que le hablaba de su trabajo, era su motor para resistir a la distancia que lo carcomía. Se decía a sí mismo: «pude vivir tres años sin ella, unos meses sabiendo que es mía no son nada». Incluso, tenían la capacidad de encender las flores del infierno a distancia, cuando en ocasiones tenían sexo virtual. Soledad había comprado algunos juguetes, y disfrutaba al hacer un pequeño show erótico con ellos, solo por ver a su demonio masturbándose con ella al otro lado del océano.

Para cuando el calendario llegó a diciembre, Hernán tenía un showroom montado en aquel local que inicialmente iba a ser su base temporal. Dejó algunos modelos hechos para vidriera, contrató personal para atender, y dejó establecidas las pautas para los pedidos VIP. Quien requiera sus servicios, debía viajar a Buenos Aires, o pagar un extra para una cita personal en Milán. Diseñaría alta costura en Buenos Aires, y mandaría los moldes al taller italiano.

Ni siquiera Soledad supo la fecha exacta de su vuelta, y grande fue el susto al llegar a su departamento la noche del 11 de diciembre. Sonaba su último disco en la versión deluxe a todo volumen dentro de su departamento, y era imposible que fuera Darío porque acababa de despedirlo en el estudio de grabación. El muchacho era el único que tenía una copia de las llaves de su departamento ante cualquier emergencia.

Además de Hernán, por supuesto.

Apenas lo vio preparando la cena en la cocina, arrojó su mochila al piso y corrió a su encuentro.

—¡¿Por qué no me dijiste anoche que volvías hoy?! —lo recriminó cuando se cansó de besarlo.

—Quería darte la sorpresa. Hola, preciosa.

Volvió a prenderse de su boca, mientras la sentaba sobre la mesada y comenzaba a quitarle la ropa con urgencia. Besó absolutamente todo su cuerpo desnudo, mientras Soledad no paraba de retorcerse, todavía sobre el frio mármol. Supo llevarla al cielo recorriéndola lentamente con la lengua, en una hermosa tortura que era el preludio de la noche del reencuentro. Fueron uno solo en un baile que duró apenas cinco minutos, suficiente para calmar ese deseo contenido de casi tres meses.

—Decime que te vas a quedar al menos hasta después del año nuevo —rogó Soledad, colgada de su cuello.

—Y tal vez unos meses más. Ya avisé en Milán que no pienso tomar pedidos hasta febrero. Tenemos algo que hacer en Las Vegas, ¿o ya te arrepentiste? Quiero pasar al menos un mes con mi nueva esposa estadounidense. ¿Cómo viene tu agenda? Porque quiero que pasemos las fiestas allá.

Soledad suspiró ruidosamente y cambió la cara, se tomó unos segundos antes de responder.

—Nada me haría más feliz que festejar la navidad allá con vos, sobre todo después de tantos años de pasar las fiestas sola entre estas paredes. Pero este año tengo que ir a Madryn, me llamó mi viejo después de tantos años, y... —Volvió a suspirar—. Se enteraron de todo el revuelo que hubo con nosotros, con Marianela, y digamos que quieren una explicación. O al menos, mi versión de los hechos.

—¿Versión de qué? —siseó Hernán confundido, dejando escapar una risa amarga—. Si no hiciste nada malo.

—«Te fuiste de acá para ser odontóloga, y terminaste rompiendo un matrimonio. ¿Es cierto eso, Soledad?» —repitió las palabras de su padre, con sarcasmo y los ojos elevados, en tono burlón.

—No podías romper algo que ya estaba roto, pero no te preocupes, yo se los aclaro. Después de todo voy a ser su hijo político.

Soledad abrió exageradamente los ojos, no esperaba esa naturalidad en Hernán para auto invitarse a la casa de sus padres en Chubut. Realmente se estaba tomando en serio el tema de ser su esposo.

—Herni, no. No es necesario que vengas, esto es algo que tengo que arreglar con ellos. Porque no me fui muy bien que digamos, y en el medio pasaron muchas cosas que me distanciaron de ellos. Los conozco, son chapados a la antigua; me van a bardear por el video que hice con Baltazar; porque me metí en tu matrimonio; porque dejé la carrera para trabajar, y después dejé el trabajo por la música... Y te conozco, no vas a aguantar que me bardeen, y van a terminar mal.

—Corazón... ¿Podés confiar en mí?

—Yo confío en vos —enfatizó—, son ellos los que me dan miedo.

—Solcito, soporté por tres años a la vieja cajetuda de mi ex suegra, que me detestaba porque para ella siempre fui un pendejo pelotudo que jugaba a ser Versace, en sus palabras textuales. Estoy más que preparado para enfrentarme al cuestionario de tus viejos, a menos que vos no quieras que vaya... —deslizó con cautela.

—Es que esto está escalando a relación seria demasiado rápido, y me asusta un poco —afirmó entre risitas nerviosas.

—¿Acaso no es serio lo que sentís por mí? —preguntó con una mirada oscurecida y tierna, mientras acariciaba la mejilla de Soledad con dulzura.

—No es eso, es que... No quiero al marido de Marianela. O sea, me refiero a esa versión tuya, la que está presa de un papel y una alianza.

—Es que no quiero volver a perderte, corazón. Te necesito en mi vida, saber que sos mía aunque el trabajo nos separe. Quiero volver a casa y verte, que vuelvas de tus giras y me encuentres preparándote la cena, como ahora. Quiero que la boda en Las Vegas sea nuestro periodo de prueba. Si lo nuestro resulta, lo registramos en Argentina. O mejor aún, nos volvemos a casar como se debe.

De nuevo, la seguridad de Hernán en sus palabras bajó la guardia de Soledad, quien terminó aceptando, mientras comenzaba a asimilar que el demonio y el ángel ya eran parte de su vida.

Los días previos a la navidad, Hernán se ocupó de sus tiendas, mientras Soledad lanzaba junto a Darío Una Caja de Veinte Marrocs, un álbum de covers interpretado por el dúo Daronna, que no era más que el nombre que inventaron sus fanáticos para el ship con Darío. Allí estaban todas aquellas canciones que le dedicó a Hernán, tanto en sus streams como en los conciertos en vivo. Lo que Soledad buscaba con eso era catapultar la carrera de Darío como músico, y decidió empujarlo porque lo notaba demasiado aferrado a ella como manager, y sentía que estaba desperdiciando su talento al trabajar solo como su agente.

La víspera de la navidad llegó rápido, era el mediodía del 24 de diciembre de 2023 cuando Hernán caminaba por primera vez las calles de Puerto Madryn, mientras que algún que otro vecino se acercaba a saludar con orgullo a Soledad, porque la veían como una embajadora de su ciudad. Caminaron un poco por la costanera hasta que Soledad cruzó y enfiló hacia un modesto restaurante, frente a la costa. Hernán observó cómo los ojos de Soledad se cristalizaban al poner un pie en el lugar. Ella sonrió al ver a un hombre detrás de la barra, quien se quedó paralizado antes de acercarse a saludarla.

—Hasta que al final te dignaste a venir después de diez años. —Fue lo único que dijo, con una sonrisa torcida.

—Hola, papá.

Soledad y su padre se fundieron en un cálido abrazo, mientras Hernán daba un paso atrás y perdía su vista en la calle para darles privacidad.

—¿Y él es...? —preguntó, señalándolo con la cabeza.

—Él es Hernán, es...

—Hernán Salvador —la interrumpió, extendiéndole la mano al hombre—. Digamos que soy su yerno.

El hombre aceptó el saludo mientras los observaba confundido, le tomó algunos segundos relacionar su nombre al que aparecía en los portales de espectáculos. Si había una posibilidad de que fueran habladurías, quedaban completamente dilapidadas al tener al sujeto de la discordia frente a él.

—Soledad, ¿este es el hombre del matrimonio que rompiste? —susurró, algo indignado.

—Con todo respeto, señor —intervino Hernán, acercándose—. Soledad no pudo romper nada que ya estaba roto. Voy a ser directo. Yo me enamoré de su hija antes de conocer a mi ex esposa, y nunca pude olvidarla. Si alguien se equivocó, ese fui yo. Fui un cobarde, elegí mal, y cuando nos reencontramos solo arreglé mi error, que fue perderla. Ella no rompió nada, mi matrimonio ya estaba roto.

El hombre se quedó inmóvil por un momento, sorprendido por la sinceridad de Hernán. Observó a Soledad, buscando en sus ojos alguna señal de remordimiento, pero solo encontró firmeza.

—Eso no fue lo que dijo tu ex esposa —murmuró, mirando a Hernán.

—Sé muy bien lo que dijo, pero fueron puras mentiras...

—Está bien, sí —lo interrumpió Soledad, levantando ambas palmas—. Fuimos amantes, eso es cierto, y no es algo de lo que me enorgullezca. Pero yo también estuve enamorada de él desde que nos conocimos hace ocho años. Estoy cansada de mentir y de esconderme, y hay cuatro personas a las que nunca podría mentirles: a vos, a mamá, a Hernán, y a mí. Ya está, se acabó. Él se divorció, ahora estamos juntos y nos amamos. Si no pueden aceptar eso, ya saben dónde encontrarme cuando recapaciten. Vamos, Herni.

Soledad estaba dispuesta a salir mientras derramaba algunas lágrimas, pero su padre la detuvo tomándola del brazo. Se acercó a Hernán, y volvió a extenderle su mano.

—Mario Dávila —se presentó—. Bienvenido a la familia. Ahora, si llegás a romperle el corazón a mi hija como lo hiciste con tu ex esposa, te descuartizo, ¿entendiste? Porque los piratas siempre van a ser piratas, y eso va para vos, Soledad —La apuntó con el dedo—. Ascendiste de amante a oficial, y en cualquier momento alguien puede tomar el lugar que dejaste vacante.

Hernán se removió en su lugar, colocando los brazos en jarra, antes de responder:

—Eso no va a pasar, Mario, porque ya la tengo conmigo. Pero acepto, si llegara a hacerlo, me dice en dónde me acuesto y me descuartiza a gusto.

Mario todavía seguía sorprendido por las contestaciones de Hernán cuando Rita, la madre de Soledad, apareció por la puerta del restaurante.

—¡Dios mío! ¡Hija! —exclamó dejando caer la bolsa que traía en su mano—. ¿Qué haces con Hernán Salvador acá? ¡No me digas que lo conocés!

La escena era una pintura renacentista. Hernán, todavía con los brazos en jarra, bajando la cabeza para ocultar una risa; Mario paseaba la vista boquiabierto entre su esposa sorprendida y su nuevo yerno; y Rita con los ojos exageradamente abiertos, pidiéndole explicaciones a Soledad con una mirada, mientras su hija se mordía el labio inferior para contener la risa.

Lo siguiente fue explicarles a los señores Dávila la parte que le faltaba a cada uno para comprender quién era Hernán. Mario no sabía que él era un diseñador reconocido, y Rita lo sabía, pero no asoció nunca su nombre al de aquel hombre del escándalo de Soledad. Y ambos desconocían que era el heredero de Salvador Seguros.

Con todo aclarado, la cena de navidad fluyó, y hasta Hernán se dio el lujo de diseñar un vestido para Rita, que prometió enviarle por correo apenas lo cosiera, al llegar a su taller en Buenos Aires. Se despidieron al día siguiente de navidad, con la promesa de regresar cuando sus agendas laborales se lo permitieran.

De nuevo en Buenos Aires, descansaron un día antes de salir directo a Las Vegas, y en ningún momento Soledad se paró a analizar la locura de Hernán. Ya lo había perdido una vez por sobrepensar las cosas, y no quería volver a perderlo por sus inseguridades y sus cavilaciones. Él desbordaba de felicidad, y ella se subió a su tren.

Apenas se vieron en el pasillo del hotel, porque alquilaron habitaciones separadas para sorprenderse al encontrarse vestidos de novios, Soledad quedó boquiabierta al ver a Hernán con un traje rojo intenso, camisa negra, y unos finos zapatos en punta que se trajo de Italia.

Literalmente, se iba a casar con el demonio.

Pero lo otro que la sorprendió, fue la bolsa que tenía en sus manos: Inferno by Salvador.

—Entiendo que quieras usar mi primer diseño, pero lo mejoré un poquito para las ocasión. Te espero.

Soledad tomó la bolsa, y al quitar el vestido sus ojos se inundaron. Era exactamente el mismo diseño que llevaba puesto, con las alas caladas, pero confeccionado en encaje blanco, dándole un toque nupcial.

Le bastó menos de un minuto colocárselo y volver con él, que la esperaba paciente en el pasillo. Partieron en busca de la capilla que habían seleccionado previamente, y mientras esperaban su turno, Hernán aprovechó para quitarse una duda que lo carcomía desde que volvieron a encontrarse.

—¿Te puedo preguntar algo que lo tengo dando vueltas desde que nos reencontramos?

—Me asusta que no me lo preguntes directamente —acotó Soledad entre risas.

—Tranquila, es una pelotudez, pero necesito saberlo. —Hizo un silencio mirando al vacío, antes de fijar su mirada en ella—. ¿Por qué hiciste ese juego con la caja de veinte marrocs?

Soledad reprimió una sonrisa mientras contenía el aire, lo soltó, liberando la sonrisa, asintió con la cabeza y se dispuso a explicar.

—Era la única manera que tenía para que te dieras cuenta de lo que sentías por mí. Necesitaba que abrieras los ojos, y eran la excusa perfecta porque conozco tu adicción a ellos. Cada bombón que te comías de esa caja te recordaba a mí, y por eso dejé en tus manos la evaluación final de la experiencia. Pudo haberte chupado un huevo, pero no fue así. Porque solito te diste cuenta de que el amor por mí seguía más vivo que nunca.

—Igual no era necesario que hicieras eso. Nunca pude sacarte de mi cabeza, Solcito, nunca —aseguró, acariciando su mejilla con el pulgar—. A mí también me carcomió ese Cómo Sería, que me cantaste mil veces.

¿Cómo sería? ¿Qué hubiera sido de mí si ese día no te hubiera dejado partir? —Soledad hizo una pausa y se perdió en la mirada enamorada de Hernán. Luego, cantó la primera parte de la canción—. Quizás no fue el tiempo ni fue el momento, no tiene lógica el argumento, a veces la vida es así.

Que el hecho de no actuar y no abrazar lo que era nuestro, fue el error que viviré para siempre —cantó Hernán sobre su boca.

—¿También te la sabés? —expresó entre risitas sorprendidas.

—Me quemé la cabeza durante el vuelo con tu último álbum, el que sacaste con Darío—. Y sí. Ese no fue el tiempo ni el momento. Es ahora, Solcito.

Estaba por acercar su rostro para besarla cuando fueron llamados para su turno, y media hora después, se encendieron las cámaras de sus celulares en las afueras de la capilla. Tomaron infinidad de fotos, de las cuales seleccionaron las diez más controversiales, y Hernán las subió a su cuenta de Instagram con un pie aún más polémico.

hernan_salvador Orgullosamente esposos estadounidenses.

A la prensa: sigan mamando, este momento será por siempre de los dos. Sin primicias, sin paparazzis. Solo ella y yo.

A nuestros ex: gracias por confirmarnos que éramos el uno para el otro.

A la opinión pública: siempre serán eso. Una opinión que nadie pidió, y que por cierto, nos chupa un huevo.

Y por si todavía no les quedó claro, mi veinte a diez, su diez a cero. @donnamusic.ok ya eres mía, te reclamo, te amo.

¡Ayyyy, ya no falta absolutamente nada! ¿Esperaban esto? Yo no. 🤣

Los que me conocen saben que no soy fan de Taylor Swift, pero cada tanto me cruzo alguna joyita de ella que me mueve el cerebro, o me pega un golpe bajo. Este es un caso. Y lo peor, es que la primera vez que la escuché, no pude dejar de pensar en la escena de Soledad con sus padres. Acá se las dejo de bonus. Dedicada a mi geme beiia Kathwriter. 🥰

Pero todavía no terminanos, falta el final, y ahí me voy a despachar. Un capítulo más y cerramos para luego dar paso al extra, que ni se lo imaginan. Pero quedó súper bonito, y les va a cerrar algunos cabos sueltos que seguramente tenían.

¿Listos? ¡Vamos para alla!

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