Cincuenta y cinco

El clima no era el mejor en el departamento de Soledad. Darío no paraba de rechazar llamadas de medios que querían más detalles de lo sucedido; Ramiro estaba muy atento a su computadora viendo el impacto del post en Facebook y redes en general, buscando y recolectando evidencia para el bozal legal que le aplicaría a Marianela; mientras Hernán seguía tomándose la cabeza, agobiado, recostado en el sillón del living.

Y Soledad no podía dejar de sentirse culpable por todo lo que ocasionó al volver a su vida.

No paraba de cebar mates en completo silencio, cuando fue el turno de Hernán, se acercó con cautela y tomó asiento junto a él.

—Perdón por esto, si no hubiera vuelto a tu vida... —comenzó, extendiéndole el mate.

—Si no hubieras vuelto a mi vida todavía estaría casado con una desquiciada —sentenció con la vista perdida, mientras recibía el mate—. Tarde o temprano me hubiera divorciado de ella.

—Sí, pero sin este escándalo. Vos no sos tan público, nadie se hubiera enterado.

Hernán estaba tomando el mate cuando su celular vibró en su regazo, lo giró fastidiado pensando que era algún periodista buscando su versión de los hechos, pero era mucho peor.

—La concha de su madre —siseó molesto, mientras le devolvía el mate a Soledad y se ponía de pie.

—¿Quién es? —inquirió Soledad, preocupada por su reacción.

Hernán giró el teléfono y el nombre era claro: Aníbal Salvador. —Lo que me faltaba, la reputísima madre que lo parió. No te asustes, ¿sí? —le advirtió—. Nuestra relación no es la mejor.

Soledad asintió y lo vio partir al balcón, apenas atendió, su rostro se transformó, y comenzó a gesticular frenéticamente con su mano libre. A pesar de que el ventanal estaba cerrado, podía escuchar las explicaciones que le daba a su padre, justificando su divorcio y limpiando la imagen de ella. Era evidente que Marianela se había comunicado con él, y el hombre hablaba bajo su influencia.

No te voy a devolver una mierda, ese local es mío. —Alcanzó a escuchar con claridad, pero lo que le heló la sangre fue lo siguiente que dijo Hernán—. Es más, no quería llegar a este extremo, pero no veo alternativa. Tenés un mes para pasar la escritura a mi nombre, si de acá a treinta días el local de Lavalle no es legalmente mío, la Superintendencia de Seguros se va a enterar del kiosquito que tenías para falsificar siniestros. ¿O te olvidas que era yo el que llevaba esos registros? Tengo copia de todo, Aníbal. —Hizo un breve silencio—. Obvio que no me olvido lo de mamá —escupió con un tono siniestro que Soledad nunca había escuchado en él—. No te lo voy a perdonar nunca, pedazo de sorete.

Soledad estaba tan asustada con esa faceta de Hernán, desconocida para ella hasta ese momento, que no sintió los gritos de Darío, quien finalmente tuvo que acercarse hasta ella para llamar su atención.

—¡Sole! ¿No escuchás que te estoy llamando?

—¿Qué pasó? —preguntó, totalmente ida.

—Tenés que ver esto ahora.

Darío volvió casi corriendo hasta la computadora de Ramiro, y le señaló un post de Facebook.

—Si me llamaste para ver cómo me tratan de rompe hogares, paso —aclaró, al no reconocer a la mujer que hizo la publicación.

—¡No, boluda! Leé.

Soledad se acercó un poco más a la pantalla e hizo caso a su amigo. Con solo leer la primera línea comprendió la euforia de Darío.

Jamás pensé que te iba a encontrar de esta manera Marianela Soledad Goya. ¿Así que ese es tu nombre? ¿Que a la gente buena como vos le pasan cosas buenas? ¿Te recuerdo lo mal que me trataste cuando estaba a punto de dar a luz a mi hija? Sabías que era primeriza, que tenía apenas veinte años, y te molestaban mis gritos por las contracciones. "¿Así gritabas cuando la engendraste? Bien que te gustó en ese momento, ahora bancate la consecuencia", dijiste mientras te reías como una psiquiátrica. Me puse a llorar de la vergüenza, y volviste a reírte de mí. Afortunadamente, mi obstetra después me dijo que no te hiciera caso, que eras una resentida de mierda. Ahora entiendo por qué. Le pudriste la vida a ese pobre hombre. Ojalá Hernán sea muy feliz con Donna, lo merece después de aguantar a una resentida como vos.

—Mierda —siseó Soledad, avergonzada y preocupada por Hernán en cuanto leyera esa publicación.

—No justifico su reacción, pero seguramente se comportó así después de perder el embarazo y la posibilidad de ser madre —explicó Ramiro.

—Envidia —completó Darío, detrás de Soledad.

—Hay uno más, este es más grave todavía —anunció Ramiro, y accedió a la otra pestaña en su navegador para que Soledad pudiera leer.

Esta mujer que se cree un ser de luz, Marianela Soledad Goya, es la enfermera que casi mata a mi abuelo por inyectar otro medicamento en su suero. Estaba con su celular mientras pasaba el medicamento. ¿Adivinen qué perfil de Instagram estaba mirando? Sí, el de Donna. Revisaba los likes y los comentarios de su último post. Y esto no me lo contó nadie, lo vi yo mientras estaba visitándolo. No hicimos juicio a la clínica porque afortunadamente los médicos pudieron revertir la cagada que se mandó, pero no estaría mal que la clínica tome acciones contra esta mujer. A leguas se notaba que era tóxica, que con su vida haga lo que quiera, pero que no ponga en riesgo la de sus pacientes por vigilar a su marido. Ojalá sea verdad eso de que te gorreo con Donna, te merecés eso y más.

—¿Qué pasó que están todos acá? —preguntó Hernán cuando se unió a ellos, luego de finalizar la llamada con su padre.

—Aparecieron publicadas dos denuncias a Marianela en Facebook —explicó Darío—. Una de violencia obstetricia, y otra de mala praxis.

—Concha de su madre... —refunfuñó Hernán, tomándose del cabello—. ¿Algo más?

—¿Me estás jodiendo, pelotudo? —retrucó Ramiro—. Esto es buenísimo, probablemente sigan apareciendo más denuncias, y no le va a quedar otra que cerrar su cuenta o borrar el post que les dedicó. Se está hundiendo sola, creo que ni siquiera es necesario el bozal legal. Le conviene desaparecer por un tiempo de redes, al menos hasta que las denuncias se calmen.

—Sí, Rama, ya sé —explicó, agobiado—. Pero no quería que esto terminara así, Marianela no quedó bien después de perder el embarazo, tengo miedo de que haga alguna locura. Esto es mi culpa, la puta madre...

Hernán comenzó a caminar sin rumbo por el departamento mientras se tomaba la cabeza, y Soledad lo siguió.

—Herni, lo de las denuncias no es tu culpa. Si pasaba mientras estabas casado con ella hubiera sido lo mismo o peor, porque quizás te salpicaba el escándalo. Ya viste, hasta justifican que te hayas divorciado de ella. En todo caso es su culpa por ser rencorosa, le volvió el karma.

—Lo peor de todo esto es que tiene razón en casi todo lo que escribió en Facebook, no seamos hipócritas, Soledad —admitió, comenzando a sentir remordimiento—. Si ella no se exponía de esa manera, las denuncias no hubieran salido. ¿Entendés por qué me siento culpable? Si me sinceraba con ella apenas nos reencontramos y me separaba a tiempo, todo este escándalo no hubiera ocurrido. Es mi culpa nuevamente por ser tan cobarde.

Soledad hizo silencio mientras bajaba la mirada, contagiada de la culpa y el remordimiento que sentía Hernán. Tomó aire antes de preguntar lo que le carcomía.

—¿Te arrepentís de habértela jugado por mí?

Hernán giró la cabeza con una lentitud escalofriante, y su rostro era una rara mezcla de incredulidad y apatía. Cerró los ojos y negó con la cabeza.

—Ni por un minuto, Solcito —aseguró con su tono gutural, mientras la tomaba del rostro con ambas manos—. Es más, volvería a hacerlo, una y mil veces más de ser necesario. Estoy así porque no esperaba que fuera de esta manera. Sabés que me gusta tener todo bajo control, y Marianela en este momento está fuera de mi alcance. Eso es lo que me inquieta.

—Puedo hablar con ella, quizás si...

—No, corazón. La vas a poner peor, porque ya te detestaba desde aquella noche que te conoció en Purgatorio, si a eso le sumamos que yo me divorcié de ella para estar con vos, la vas a pasar muy mal. No te preocupes, Ramiro se va a encargar por la vía judicial de que Marianela esté acompañada por profesionales.

Efectivamente, luego de que Ramiro notara el rumbo que tomaron las cosas en las redes sociales, y conociendo a Marianela casi tanto como Hernán, llegó a la conclusión de que necesitaba solicitar contención para ella por la vía judicial, y de esa manera evitar una tragedia, por su bien y el de todos los involucrados. La noche había caído cuando ya, sin nada más que hacer, Darío y Ramiro abandonaron el departamento para descansar de la jornada tan larga que vivieron.

—¿Seguro vas a estar bien, hermano? —preguntó Ramiro, preocupado.

—Sí, andá tranquilo —aseguró, soltando un suspiro—. Me quedo acá con ella, a mi casa no puede entrar porque ya cambié la cerradura, y por eso tengo miedo que se aparezca por acá. Hasta que no estemos completamente seguros de que se va a dejar de romper las pelotas, no pienso separarme de Sole.

Hernán fue el encargado de acompañarlos hasta la puerta, mientras Soledad los veía partir desde el balcón. Apenas volvió con ella, el cansancio era visible en los rostros de ambos, y se miraron completamente exhaustos.

—Te invito a comer afuera —dijo Soledad.

—De ninguna manera, Solcito. Es muy pronto para mostrarnos juntos.

—No me refería precisamente a eso.

Soledad levantó su teléfono con la aplicación de delivery abierta, mientras le señalaba el balcón con la cabeza. Hernán sonrió mientras bajaba la cabeza, y juntos eligieron la cena en Mc Donald's, que no tardó en llegar. Se acomodaron en el suelo del balcón, como si de un picnic se tratara, y ninguno emitió palabra en lo que duró la cena. Fue Hernán el que habló por primera vez, cuando estaba juntando los restos de la comida.

—La reina Donna... —leyó en voz alta lo que estaba escrito en la bolsa de papel.

—Ay, sí... Es que ya me conocen los chicos, les mandé mis discos autografiados para que escuchen en la cocina —comentó con modestia.

—Y vos no te tenías fe aquella tarde en que me cantaste por primera vez. Mirá dónde llegaste, Solcito.

—Y vos no te quedás atrás —acotó con un dedo en alto—. Tu marca hoy es una de las más importantes de la industria, de Lavalle a los shoppings sin escalas. —Hizo un silencio antes de preguntar aquello que le carcomía desde la tarde—. Por cierto... ¿Qué hablaste hoy con tu papá? Te vi muy enojado, ¿algo de lo que nos deberíamos preocupar?

El rostro de Hernán se transformó, el demonio estaba tomando posesión de su cuerpo, oscureciendo su mirada y endureciendo sus facciones.

—No quiero hablar de eso —siseó por lo bajo.

—Herni, podés confiar en mí —aseguró, tomado su mano—. Si no puedo ayudarte, al menos podés descargarte conmigo.

Soledad le dio un pequeño apretoncito, y Hernán asintió levemente con la cabeza, con una sonrisa de resignación. Ella dejó un pequeño beso en sus labios y se disculpó para terminar de acomodar todo, mientras Hernán comenzaba a desenterrar ese pasado que absolutamente nadie conocía, ni siquiera Ramiro, que era su mejor amigo.

Si quería empezar una nueva vida con Soledad, debía desnudar su alma al completo.

Quiero volver a agradecerle a LibertyLand4, que me dio una mano ayudando con la cancelación de Marianela como enfermera. Loviu boi. 💖

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