Cincuenta
Oficialmente, Hernán tenía una doble vida.
Y Soledad también.
Absolutamente nadie sospechaba de ellos, tanto en su círculo cercano como entre los fans de Soledad, a excepción de sus cómplices, que no eran otros más que Darío y Ramiro. A pesar de que se los veía juntos en varias fotos de la campaña de la línea Inferno by Donna, replicando aquella foto que Jessica les tomó sobre la peatonal Lavalle, y que la química entre ambos traspasaba la gráfica.
Las prendas diseñadas por Soledad se vendían como pan caliente en las tiendas de Inferno, que había sumado otra sucursal en Abasto Shopping, y subieron aún más cuando Sony Music lanzó Entre el Cielo, la Tierra, y el Infierno, su segundo disco de estudio, el viernes 10 de marzo de 2023.
Y nadie sospechaba que las manos que tapaban los pechos de Soledad, en la contratapa del disco, eran las del mismísimo Hernán.
Finalmente, Darío no se animó a fotografiar la campaña de Hernán, pero sí fue el encargado de la foto para la portada de su disco. En escala de grises, Soledad estaba de costado completamente desnuda, cubriendo sus pechos con ambos brazos y mirando a la cámara. Luego, dibujó sobre la foto para darle el efecto que quería. Sobre su cabeza, una aureola y cuernos de diablo, en su espalda, alas de ángel, y una cola de demonio en su espalda baja. La fotografía de Soledad sentada mirando de frente a la cámara, con Hernán detrás de ella sosteniendo sus pechos, mientras se aferraba a uno de sus brazos con la mano izquierda, era la contratapa de la edición física del disco.
Y a ambos se les notaba el mismo tatuaje de dona en el dedo anular.
La salida de su línea al mercado, el éxito de Furtivo, que todavía seguía entre las canciones más escuchadas luego de meses en los charts, y el lanzamiento de su nuevo disco, le abrieron muchísimas puertas a Soledad. Un show en La Trastienda para presentar su último disco se terminó convirtiendo en cuatro fechas, cuando el sold out aparecía luego de una hora de venta abierta, una presentación en la madrugada de un canal de noticias, y algunos magazines vespertinos.
Y Hernán la acompañó en cada paso que daba, porque de día era su asesor de imagen y parte de su equipo. De noche, su compañero de vida, el dueño de una parte del colchón de Soledad.
El divorcio marchaba lento, pero avanzaba. Ramiro se las arregló perfectamente para que Marianela no pudiera reclamar nada que no le correspondiera, y aunque frente a Hernán tenía una búsqueda activa de su próxima vivienda, siempre surgía un contratiempo que la obligaba a empezar de nuevo. Contratiempos que él no creía, pero ya se había resignado a su actitud poco cooperativa para abandonar su departamento.
Y a pesar de que Hernán era transparente con ella en cuanto a su cercanía laboral con Soledad, era justamente esa actitud la que generaba sospechas en Marianela. Cuando pasó de no querer contarle sobre su trabajo con ella, a compartirle todo lo que Soledad estaba logrando, y cuán beneficioso resultaba eso para su marca.
—Yo la investigaría a ella —sugirió su amiga Nancy, una tarde de abril de 2023.
—Ya la investigué, sé absolutamente todo de ella. Es chubutense, treinta y dos años, tenía una tienda de donas en Instagram que cerró cuando su carrera explotó, y seguramente por eso se hace llamar Donna, anda con ese BeEme...
—¡Pero esas cosas están en Wikipedia, Nela! Yo digo investigar a fondo.
—Pero, ¿qué querés que haga? ¿Que le meta un investigador privado? —cuestionó entre risas—. Además ya está. Si se está cogiendo a Hernán no puedo hacer nada, el divorcio ya casi sale.
—No necesariamente tenés que recurrir a un investigador privado, empezó de abajo... —sopesó con la vista perdida—. Dame un segundo.
Nancy sacó su teléfono, la buscó en YouTube, y bajó hasta sus primeros videos publicados. Y dio en la tecla, allí estaban todas las retransmisiones de sus streams. Le enseñó la pantalla de su celular a Marianela.
—No te entiendo.
—Yo que vos me tomaría la tarde de mañana, que tenés el día libre, y me sentaría a ver todos estos videos. —Y mientras subía y bajaba en la lista, vio a Hernán en una de las miniaturas—. ¡Nela! ¿Ves? ¡Acá está con tu marido! Y eso parece ser la habitación de un departamento.
Marianela ya sabía por dónde empezar, y fue lo que hizo al día siguiente.
Apenas Hernán se fue a trabajar, se acomodó con su celular y el mate en el sillón, y comenzó por el stream en donde estaba su todavía esposo. Y no habían pasado ni diez minutos cuando descubrió el primer secreto.
Hernán y Soledad se conocían de antes.
Quedaba evidenciado en la confianza que le demostraban a la cámara. Y cuando estaba comenzando a aburrirse de escucharlos hablar de la línea de ropa de Inferno y la música de ella, fue cuando Soledad se frenó a aclarar que Hernán no era Marroc. Marianela se reacomodó en su lugar y comenzó a prestar más atención, afortunadamente no podía leer el chat de aquella transmisión para ver las similitudes que señalaban sus fans, y estuvo a punto de ir a otro video cuando escuchó a Hernán pedirle que interpretara No Existes. Una canción que se había cansado de escuchar en ese mismo departamento, con Hernán cantando a los gritos, mientras le regalaba miradas dedicatorias. Exactamente la misma que tenía en el stream.
Le estaba cantando a ella. Por boca de otro, como era su costumbre.
Se quedó hasta el final, quería ver si era tan sinvergüenza como para hablar mal de ella a sus espaldas, pero lo que sucedió fue mucho peor. Hernán admitía que era Marroc, y para sostener su argumento comenzó a mostrar sus tatuajes, ese ángel y demonio tan presente en las líricas de Soledad. El stream terminó y Marianela tenía un millón de preguntas, sentía que estaba frente a un rompecabezas de cincuenta mil piezas.
Y tenía que armarlo.
Buscó en Google las canciones de Soledad, y leyó cada una de ellas, no tenía tiempo de escuchar los discos atentamente porque necesitaba mirar los streams viejos. Efectivamente, en todas hacía menciones al ángel, al demonio, a una personalidad dual, y un amor trunco del pasado. Y casualmente, en su último disco las canciones hablaban de amor, un amor recíproco. Concretado. El desamor había desaparecido de su repertorio por arte de magia. Y curiosamente, seguía refiriéndose a ángel, demonio, y humano. Dos más dos son cuatro, y recordó aquella charla en la que Hernán le dijo que no quería tener hijos, y le habló de su demonio para referirse a su personalidad y sus deseos.
Marianela ya no tenía dudas, Hernán era Marroc, y no era descabellado pensar que Soledad le había puesto ese apodo en juego por la adicción que él tenía a la golosina. Sin embargo, quería más pruebas para poder enfrentar a Hernán, y siguió viendo los streams viejos en orden, desde el más antiguo hasta el más reciente.
Hasta que llegó a esa transmisión en la que contó la historia completa de Marroc.
—Hoy vamos a hablar de Marroc. Pero no precisamente de mi disco, sino del verdadero Marroc.
Marianela repitió aquello que hizo Hernán en su momento: pausó el video, fue a arreglar su mate, y al volver transmitió la pantalla de su celular al televisor, porque no quería perderse ningún detalle. Eran las ocho de la noche, y quedaban tres horas antes de que Hernán volviera, debía apurarse en caso de que necesitara ver alguna transmisión más.
Aunque allí estaba toda la información que buscaba.
Absolutamente todo el relato encajaba en Hernán, podía reconocer las actitudes y la personalidad de su esposo casi a ciegas. El detalle del chocolate cuando Soledad contó cómo se encendió cuando se chupó los dedos podía tratarse de él devorando un bocadito marroc, la mención de «su local», y sobre todo las fechas. Casualmente dejaron de verse en 2020, año en que conoció a Hernán, y suponía que para la fecha de ese stream todavía no se habían reencontrado, algo que corroboró al ver que la grabación era de agosto de 2022, dos meses después de que Marroc viera la luz en todas las plataformas. Fue entonces cuando comenzó a pensar que quizás volvieron a verse las caras en el cumpleaños de Ramiro.
Sumida en sus cavilaciones, volvió a poner atención cuando notó que hablaba de ella.
—Una mujer sosa, medio mersa, y como diez años arriba de él, que tiene mi edad. Él era mucho hombre para mí, pero tampoco era hombre para ella.
A pesar de que se indignó por la catarata de insultos gratuitos, se quedó pensando en ese parecido que pregonaba. Ella no se sentía parecida bajo ningún punto de vista, admitía la belleza natural que poseía, omitiendo sus pechos aumentados y el sutil hialurónico en sus labios, aún así buscaba rasgos parecidos y no los hallaba.
Hasta que un recuerdo reflotó desde el fondo de su mente.
Había olvidado que, en los inicios de su relación con Hernán, cuando todavía oscilaban entre la amistad y la relación profesional de enfermera y paciente, Hernán le había hablado de una mujer que lo tenía cautivado, pero que estaba de novia con un idiota, en sus palabras textuales. Había visto su perfil de Facebook varias veces, y luego olvidó el tema cuando comenzaron la relación sentimental. No recordaba su nombre, pero consultó la lista de amigos de Hernán en Facebook, y allí estaba todavía.
Soledad Dávila.
Ingresó al perfil, y al ver las fotos de 2020, efectivamente era una Soledad distinta a la que estaba pausada en su televisor, y muy parecida a ella cuando tenía su edad. Vestida con ropa sencilla, el cabello castaño, y una figura más natural, antes del aumento de senos y labios.
No había dudas de que Donna era ese amor que Hernán no podía olvidar, y por ese motivo le pidió el divorcio.
Volvió a reproducir el video, a pesar de que ya no tenía dudas, y de que Nancy tenía razón al afirmar que Hernán escondía algo respecto a Soledad.
—Así que doñita, si está viendo esto, escribí esta canción con la guitarra que me regaló su novio antes de que usted apareciera.
—Doñita... —espetó con rabia, mientras quitaba el video.
No quería ver más, ya tenía la certeza de que Hernán y Soledad eran viejos conocidos, enamorados que nunca concretaron su amor, y estaba segura de que se sacaron las ganas después del reencuentro. Tenía toda la información en sus manos y no sabía qué hacer con ella, si se la escupía a Hernán en la cara seguramente la trataría de loca, celosa, y tóxica. Debía ser certera.
Intentó buscar sus nombres en conjunto en Google, para ver si encontraba alguna noticia de espectáculos, un rumor, o lo que sea, pero todo era referido a la línea de ropa que desarrollaron juntos. Entre los resultados estaba la portada del EP de Soledad, y al poner atención notó que la foto había sido tomada sobre la peatonal Lavalle. Hizo zoom con sus dedos, y descubrió que detrás de ella estaba el local de Hernán, en ese momento convertido en una oficina de atención de la aseguradora de su todavía suegro.
Acto seguido, buscó su computadora para corroborar en Google Maps si era la misma cuadra, cuando tuvo la certeza consultó el historial de imágenes de esa ubicación en particular, y efectivamente, en 2019 había una tienda de donas frente a Inferno. Y yendo a otra instantánea de 2018, Soledad estaba en la puerta fumando un cigarrillo, y si giraba la cámara, Hernán aparecía en pose desinteresada con la cabeza en dirección a ella. No podía ver sus rostros porque la plataforma los difuminaba, pero estaba claro que se trataba de ellos.
El rompecabezas estaba completo, y Marianela estaba en shock. Cerró su computadora, desconectó el celular del televisor, acomodó el departamento para fingir que había ido a trabajar, tomó su cartera y salió antes de que Hernán regresara. Lo esperó a una distancia prudencial, y en cuanto lo vio entrar al edificio supo que no tardaría mucho en volver a salir.
Y efectivamente, así fue.
Alcanzó un taxi que justo pasaba por ahí, y la orden fue precisa.
—¿Dónde vamos, señora?
—Sé que parecerá de película, pero siga ese hombre que va ahí. Ahora va a sacar su auto del garage, yo le indico cuál es.
—¿Anda de trampa el patrón? —preguntó el taxista en tono jocoso.
—Es lo que quiero saber, igual ya está por salir nuestro divorcio, aunque no quiero quedarme con la duda.
El trayecto fue corto, y Marianela abandonó el taxi cuando Hernán se internó en un garage en la zona de Retiro, muy cerca de plaza San Martín. Lo siguió a pie a una distancia prudencial por la vereda de la plaza, y no esperaba verlo ingresar a un antiguo edificio con llave propia. Se preguntó si sería alguna de las propiedades de su padre, que quizás utilizaba cuando se iba del departamento luego de discutir con ella. Aguardó en la vereda de enfrente, camuflada entre los árboles de la plaza, con la vista fija en todos los balcones, esperando a ver si alguno de ellos encendía las luces.
Pero los minutos pasaban, y solo uno de los pisos estaba encendido.
Agudizó la vista para ver a través de las cortinas, en vano, ni siquiera había siluetas. Su cabeza trabajaba a mil, pensando alguna excusa para llamar a Hernán, hasta que se le ocurrió algo que quizás podía exponerlo. Sacó su teléfono y efectuó la llamada.
—¿Qué pasó?
Automáticamente, una silueta apareció en la ventana, podía ser mera casualidad. O no.
—Perdón que te moleste, pero no me siento bien y estoy yendo a casa. Aviso para no incomodarte, en caso de que estés con alguien o haciendo algo.
—No, estaba por irme a dormir. Vení tranquila, estoy solo.
—Perfecto, en un rato salgo para allá, nos vemos.
Colgó la llamada sin esperar un saludo de respuesta, la silueta aún seguía allí, y luego de algunos segundos desapareció. Minutos después, Hernán salía del departamento.
Ya sabía en dónde pasaba las noches cuando ella no estaba, le restaba confirmar si quien vivía allí era Soledad.
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