Catorce

Quedate en tu casa.

Esa simple frase, que se convirtió en latiguillo, cambió la manera de vivir del planeta entero, obligando a todos sus habitantes a reorganizar sus rutinas.

Y tanto Inferno como Che! Dona se convirtieron en tiendas virtuales.

Para Hernán fue mucho más fácil reinventarse, su fractura de rótula le impedía atender su negocio, y tener su tienda online era algo que venía postergando hacía rato. Además, tenía que encontrar algo en lo que mantenerse ocupado, porque Marianela, su nueva novia, era personal esencial de salud. La mujer se había mudado con él para ayudarlo en su rehabilitación, tanto en la rodilla como en su corazón, y la pandemia los sorprendió en el medio. Llevaban dos meses juntos, y Hernán comenzaba a olvidar a Soledad.

Aunque todavía sonreía involuntariamente cuando algo le recordaba a su Solcito.

En el caso de Soledad, la pandemia solo fue una excusa para dar el siguiente paso con Leandro a conciencia. En vista de que la única fuente de ingresos de ambos era el local de donas, Soledad se mudó a su departamento y montaron una tienda online y en Instagram. Hacían donas a pedido, personalizadas, y hasta ampliaron el catálogo a desayunos, productos de pastelería, y chocolates personalizados.

Y mientras Hernán la olvidaba un poco más cada día, cada vez más enamorado de Marianela, Soledad lo extrañaba más y más, porque estaba comenzando a desilusionarse de Leandro, lo que replanteaba su decisión de haberlo elegido sobre su demonio.

Nunca supo si el cambio de Leandro fue por la ansiedad que le generaba el encierro, el horror en las noticias, el hecho de que su padre estuvo al borde de la muerte justamente por el COVID, que el negocio online no iba tan bien, o si ese era el verdadero Leandro. Llegó un punto en el que Soledad maldecía que Presidencia renovara infinitamente el aislamiento social preventivo y obligatorio, solo por el hecho de que quería salir de allí y empezar una nueva vida. Con Jessica no podía volver, porque había cedido su espacio en el departamento que compartían para que comenzara una vida junto a su prometido. La mejor opción era volver a Chubut, con sus padres y el rabo entre las piernas, olvidándose de Leandro, Hernán, y todo lo amargo que tenía en la Ciudad de Buenos Aires.

Pero Argentina seguía en pausa, y Soledad debía aguantar los maltratos de Leandro.

La culpaba de la poca promoción que hacía en redes, criticaba aquellas donas de su invención que no se vendían, y la obligaba a reinventar sus sabores. Cuando entraba algún pedido grande tenía que trabajar sin descanso, mientras Leandro se escapaba a fiestas clandestinas, con la excusa de que iba a promocionar sus productos, y en ocasiones, esas fiestas eran denunciadas por los vecinos y Leandro quedaba demorado.

Estaba cansada de llorar en la ducha, mientras amasaba donas, cuando Leandro se dormía borracho, o en el peor de los casos, cuando violaba la cuarentena. Y no veía una salida inmediata, mientras todo el mundo siguiera cagándose en el resto y propagando el virus como consecuencia de su mal accionar. Y fue una tarde a solas cuando encontró la guitarra que Hernán le había regalado, cuando todavía era suyo. Recordó sus palabras aquel último día en que alcanzaron el pico máximo de amor entre ellos.

«Quiero que la uses, aprovechá la masividad de las redes sociales, quiero que el mundo conozca tu voz», le había dicho con el mentón apoyado sobre su cabeza.

Todo había pasado tan rápido que la única vez que las cuerdas de la guitarra conocieron sus dedos fue para grabar el video que le había enviado, cantando Cómo Duele de Luis Miguel, y luego el instrumento volvió a su estuche.

Mientras volvía a cantar la misma canción que le recordaba a su demonio angelado, las lágrimas corrían por sus mejillas, y decidió hacerle caso a ese Hernán terrenal que la contuvo en sus brazos cuando cumplió los veintinueve. Era el momento ideal, todo el mundo estaba encerrado en sus casas, consumiendo una cantidad excesiva de contenido en internet y redes sociales; si no la pegaba durante el ASPO, definitivamente no estaba hecha para cantar.

Acomodó su celular frente a ella, se limpió las lágrimas de la cara, y comenzó a grabarse cantando la canción de Luis Miguel. Sin pensarlo demasiado ni editar el video, lo subió a su cuenta de Instagram, donde tenía un lindo caudal de clientes que la seguían.

Y las reacciones no tardaron en llegar.

Para cuando Leandro volvió de quién sabe dónde, Soledad había ganado trescientos seguidores nuevos. Y en ese instante cayó en cuenta de que quizás era un nuevo motivo de discusión con su novio, en caso de que siguiera subiendo canciones. Aprovechó el gran caudal de comentarios y reacciones para redirigir a ese pequeño público que pedía más contenido a una nueva cuenta de Instagram. Pero a la hora de generar una nueva casilla de correo para esa cuenta, se detuvo un segundo a pensar un nombre artístico. Su mirada cayó en el pedido que había empaquetado para entregar al día siguiente.

Dona.

O mejor dicho, Donna.

Era su humilde homenaje al promotor de su lado cantante: Hernán. Pensó por un segundo colocarse Donna Marroc, pero ya era demasiado obvio, en caso de que Leandro se pusiera pesado si el tema se le iba de las manos. Así que cerró en Donna.

Creó una cuenta de Instagram bajo el usuario DonnaMusic, y redirigió mediante una historia a todo ese público que había ganado. Subió allí el video cantando la canción de Luis Miguel, y sumó una más.

Grande fue su sorpresa al levantarse al otro día con un poco más de mil seguidores.

Era la primera vez que sonreía en semanas.

Le urgía seguir subiendo canciones, pero tenía trabajo que hacer con Leandro, que justo ese día andaba un poco más amable y cariñoso, por lo que decidió tantear cómo tomaría el asunto de la canción que subió a Instagram.

—Si eso te hace sentir bien y te saca la cara de orto, adelante, no me molesta mientras no descuides la tienda. Esto de la cuarentena aparentemente tiene para un rato largo, y hay que remontar porque nos van a comer los piojos.

Se mordió la lengua para no echarle en cara sus escapadas clandestinas, ella no ponía en riesgo a nadie y al menos entretenía a otro montón de gente igual de encerrada que ella. Pero por el bien de su salud mental y la convivencia, que ya estaba tirada de los pelos, eligió poner todo de sí en la tienda virtual para que Leandro no la molestara.

Esa misma noche, cuando Soledad fue por su guitarra, encontró al fondo del armario su caja de madera cerrada con llave, y su corazón empezó a latir fuerte. Fue por la llave que la abriría, guardada celosamente en el bolsillo del estuche de su guitarra, y aguardó a que Leandro se durmiera.

A pesar del frío de las madrugadas de junio, ahogó un sollozo y una risa al abrirla en el balcón. Lo primero que salió de allí fue la campera de cuero que le había regalado Hernán, y debajo de ella, ese vestido que le diseñó y usó una sola vez. Cuando lo abrazó con nostalgia, pudo sentir una pizca de Fahrenheit en la tela, y lloró con más fuerza en completo silencio.

Al fondo de la caja estaba ese trozo de papel con los cinco sabores de donas elegidos por su demonio, y algunos recuerdos más, como el envoltorio del marroc que le había entregado el día que le confesó su apodo y que ella se llevó con disimulo, el libro de Sábato con esos cincuenta pesos de propina que le dio el día que se conocieron, y esas palabras que le escribió a modo de despedida el día que supo que lo había perdido, detrás de un volante de Che! Dona.

Lo leyó como si fuera la primera vez, y la nostalgia pegó más fuerte que el viento rezongón que soplaba y acariciaba su rostro. Sacó el teléfono del bolsillo de su joggineta, y buscó a Hernán entre sus contactos de WhatsApp, todavía lo tenía agendado.

El ángel había desaparecido, en su lugar, el Hernán terrenal se abrazaba a su novia en la foto. Lo más espeluznante de todo era que no solo compartía nombre con la mujer, sino que era su fotocopia. Encontraba muchos rasgos parecidos a los suyos en sus ojos color miel, la forma de su rostro, y era evidente que tenía algunos años más que ella, lo supo por las patitas de gallo en sus ojos.

Cualquier vestigio de esperanza de volver a ver esas alas de ángel al desnudo se disolvió al ver esa foto, quizás si aún las encontraba le hubiera escrito para iniciar una conversación y ser más clara con sus sentimientos, evocando los recuerdos del pasado.

Pero evidentemente la relación era sólida.

Guardó todo en la caja, la dejó en su lugar, y agarró su guitarra para crearle una melodía a esa carta de despedida.

Algunos días después, Crush estaba subida a YouTube.

Y tuvo tan buena repercusión, que la incitó a seguir escribiendo sus propias canciones, inspiradas en su extraña relación con el demonio.

Con el pasar de las semanas, cuando rompió la barrera de los mil seguidores, comenzó a interiorizarse en la monetización de su canal de YouTube, aunque allí no podría ganar dinero con los covers, pensaba generar ingresos con las pocas canciones originales que tenía.

Pero hecha la ley, hecha la trampa, y le encontró la vuelta para poder generar ingresos con un mix entre covers y sus canciones.

Se unió a Twitch, donde hacía streams hablando con sus seguidores, y en el medio, cantaba trozos de canciones.

Y todo venía bien, hasta que Leandro comenzó a molestarse por el tiempo que pasaba en las noches frente a la computadora, y el poco dinero que invertía de sus ganancias en las plataformas para mejorar su setup.

—Es algo que hago para tener mi propia plata, Leandro —se justificó una noche—. Lo que ganamos con Che! Dona es para mantenernos, y apenas alcanza.

—Me imagino entonces que vas a aportar a la casa con lo que ganás ahí, ¿no?

—No, esto es para mí, Leandro. Nunca te jodí, jamás te pedí un mango, trabajo como esclava por la tienda y eso debería ser suficiente.

—El problema es que no es suficiente. —Leandro comenzó a acercarse—. Te recuerdo que esta es mi casa, vos estás de arrimada, y el día que se me cante las pelotas puedo dejarte en la calle.

»Y me importa un carajo la cuarentena y a dónde vas a ir. Tal vez podés pedirle asilo al loco de mierda del local de ropa, ese que seguramente te garchabas dentro de los probadores —espetó despectivo—. ¿O creíste que era pelotudo? ¿Veinte minutos para entregar una dona? ¿Te cogía rico el loquito?

Soledad no soportó cómo la denigraba, y le dio vuelta la cara de una cachetada.

El problema fue que recibió la réplica por parte de Leandro. Y con el puño cerrado.

Les dije que a partir de acá se ponía fuertecita la cosa. Solo les advierto que mis mujeres siempre son fuertes y empoderadas, no se asusten.

Por otro lado, acá comienza a quedar en evidencia las dos cosas que me llevé de escribir Eva. Me sentí cómoda tanto con las escenas maduras, como relatando streams. Ya van a ver.

Me escuchan la canción de multimedia, que encima su versión original salió en 2020. Me quedó redonda para este capítulo en todo sentido, encaja perfecto con el sentimiento de Soledad.

Y dejo una más, que salió el mismo día que subí este capítulo. También sería Soledad consternada por su gran parecido con Marianela. 🤣

¡Hora del glosario!

Nos van a comer los piojos: Una frase que solemos decir acá para indicar que podemos pasar por problemas económicos. "Trabajá porque nos van a comer los piojos", significaría que si no consigo un trabajo se me va a acabar el dinero.

Tirado de los pelos: Algo que está forzado.

Garchar: Tener sexo.

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