Consuelo
Galilea estaba sentada en su cama, mientras Jack abrazaba su cintura y recostaba la cabeza sobre su estómago. La mujer suavemente acariciaba aquellos mechones color plata, mientras le miraba con esa dulzura tan característica de ella.
Esos momentos eran poco comunes y solo había pasado dos veces desde que se casaron, momentos donde él simplemente buscaba el cariño de su esposa en silencio. Ella trataba de no leer su corazón y respetar esos momentos de diálogo consigo mismo mientras se refugiaba en el calor y el confort de su mujer.
Sabía que no era por los asesinatos que cometió. De hecho siempre había sido honesto en decir que no se arrepentía de lo que hizo, pero él había reflexionado y sabía que lo que hizo estaba mal y no era algo de lo que estuviese orgulloso tampoco.
Galilea sabía que sólo necesitaba darle consuelo y amor como siempre, esperando que algún día él le contara lo que solía ponerle en ese estado reflexivo y hasta angustiado.
— Por favor, nunca me dejes— dijo él escondiendo el rostro en el vientre de su mujer.
—No lo haré, Jack. Voy a estar contigo hasta el día que no vuelva a respirar e, incluso de esa forma, estoy segura que nos volveremos a encontrar más allá del "por siempre".
El caballero alzó la mirada hacia su esposa, antes de acomodarse para poder quedar cara a cara con ella y darle un suave beso.
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