Capítulo 22: Una sorpresa para ti

Jayden le enseñó la orientación de la luz y a dar sombra, cómo se formaban los colores más comunes, cómo se aclaraban y se oscurecían.
La charla fue bastante entretenida, y le explicaba con mucho detalle.

—Es cierto. Por ejemplo, si al verde le pones blanca no se vuelve verde claro, sino color menta.

—Ese es un buen ejemplo. Aprendes rápido.

—Gracias—dijo, con una sonrisa orgullosa.

Jayden sonrió por su nula modestia y dejó el lápiz de color sobre el escritorio. Ambos estaban sentados frente a el, uno al lado de otro, mientras Jayden le explicaba algunas cosas en un cuaderno.

—¿Tienes alguna duda? ¿o quieres que explique otra cosa?

—Mm....—Henry miró alrededor de todo, y dijo—¿Qué tal los pinceles?

—Claro—se levantó y tomó todos los que encontró.

Habían de todas las formas y colores. En frascos o en estuches de cuero, unos más viejos que otros, pero definitivamente todos eran diferentes.

—¿Cómo pueden haber tantos pinceles diferentes? Yo sólo tengo un estuche de cinco—dijo Henry, refiriéndose a los que usaba para pintar las mariposas.

—Es porque unos son redondeados y otros son rectos—y le enseñó la diferencia—También hay otros que son más rústicos, como este de aquí. Lo uso para hacer el césped. Y está este otro, las cerdas son más suaves, lo uso para pintar cosas más delicadas, como el cielo o las nubes, o también para las acuarelas.

—Oh, es verdad—miró todos los pinceles que le mostró y notó la diferencia.

—También es por el número, por ejemplo, este de aquí es "cero", es el más fino que tengo.
Y por la calidad. Entre más caro el pincel mejor pinta, obviamente.

—Por supuesto. La marca y el lugar de fabricación tiene mucho que ver. Y por todas las razones que has dado, es normal tener tantos.

—Bueno—dijo en voz baja, dudando—Aunque... también es porque tengo la manía de comprarlos. Veo unos que no tengo, o que son de una marca que nunca he visto, y los compro—explicó un poco avergonzado—No puedo evitarlo.

—Me lo imagino—dijo con una sonrisa—Y.... ¿hay alguna marca de pinceles que quisieras tener? —en verdad la necesitaba; quería la respuesta.

—Sí, pero son demasiado caros, incluso para mi capricho de comprador compulsivo—y suspiró con ilusión—Son fabricados en Alemania. Es un set de ocho pinceles en total. Y el más fino de ellos es tan delicado que incluso podría pintar cabellos con el. Los venden en una librería que está en el centro del pueblo.

—Vaya...—dijo, con un ligero tono, lleno de interés.

—Estoy ahorrando, por si algún día me los compró. Pero no sé cuando tendré el dinero suficiente...—Jayden bajó la cabeza,y pensó en la situación real. El porque aún no los había comprado.

El dinero que ahorraba, ahora lo usaba en Henry. Lo gastaba cuando lo invitaba a su casa, en las bebidas o en los refrigerios que comían. Compraba todos esos ingredientes para pastelería, y pasaba mucho tiempo ordenado. Se escucha un poco exagerado o insignificante, pero en realidad gastaba en ello. Después de todo, no ganaba mucho dinero.

Además, guardaba dinero para comprarle un regalo en su cumpleaños.

—No te desanimes. Ya verás que pronto podrás comprarlo—exclamó, con un tono casual.

—Si...—sabía que esa posibilidad era lejana, pero aun así no le dolía mucho. Porque el dinero lo usaba en Henry.
Los buenos momentos y lo que hacía por él, no podían comprarse con un estuche de pinceles.

Los dos se pusieron de acuerdo en qué pintarían juntos, cómo y de qué tamaño sería el lienzo. Fue una tarde bastante productiva, y aún más para Henry, quién al final, obtuvo la información que quería.

«24 de noviembre, 1997»

En esa gélida tarde de otoño, Henry andaba de compras en el pueblo.

Lo que compró era un secreto, y en grandes cantidades. Por si fallaba en hacer "eso" para "el gran día".

Dejó su auto estacionado frente a una tienda y entró.

Habían muchas cosas de arte, artefactos que jamás había visto. Colores, plumas, pinceles transparentes, que parecían tener tinta adentro, lienzos, hojas de papel de diferente grosor, pinturas, acuarelas, libretas...Un paraíso para Jayden.

—Buenas tardes señor, ¿en qué puedo ayudarlo? —dijo la señora del mostrador. Canosa, con una larga trenza que le llegaba hasta las caderas, delgada y de rostro ovalado. Piel trigueña, casi del mismo tono de Henry, con unos finos lentes azules.

—¿Podría mostrarme los mejores pinceles que tenga? Por favor.

—Con gusto—dijo con una sonrisa, al verlo lo amable que era. De debajo de la vitrina sacó un bello estuche de cuero, lo desenrolló y dejó al descubierto esos hermosos pinceles negros, brillantes y elegantes.

—¿En dónde fueron fabricados? —preguntó, antes de que la señora le explicara.

—Son hechos en Alemania. Son un poco caros, pero valen la pena. Las cerdas son hechas de la mejor calidad, y no se le caen al pintar. El más fino es sin dudas el mejor de todos. No importa cuán pequeño sea el detalle, puede hacerlo con el—y le dio el pincel.

Henry lo tocó y supo de inmediato lo suave que era. Debía admitir que nunca había visto un pincel tan fino.

—De acuerdo, me los llevaré—miró los estantes, dudoso de que más llevar. No sólo quería darles los pinceles, sentía que era muy poco—Y.... ¿hay alguna cosa que me recomiende? Para pintar, por supuesto.

La señora notó al instante que no eran para él, sino para alguien más.

—Recientemente nos llegó un barniz muy bueno. Protege el óleo y les da más vida a los colores. No excede en el brillo y es de muy buena calidad. Sin dudas, algo que un pintor quisiera tener—y le mostró un bote, del tamaño de una palma.

—Entonces también lo llevaré—dijo sin dudarlo. Y sin preguntar por el precio.

—Muy buena decisión...—la señora sonrió, y dijo—Estoy segura de que le gustará a esa persona. Le encantará recibir este lindo detalle.

—¿...Usted cree? —preguntó risueño, dejando volar su imaginación.

—Sí, definitivamente—y al ver qué a Henry no le molestó el comentario, continuó—¿Es para su novia?

—...Algo así. Aún no le he dicho mis sentimientos, pero pronto lo haré.

—Estoy segura que todo irá bien—dijo, caminando hacia un estante para sacar una caja de regalo. Celeste, con un delicado listón azul marino—Le daré esta caja para el regalo. Claro, si usted la quiero. En agradecimiento por comprar aquí.

—Muchas gracias—dijo encantado.

—Es un placer—dijo sonriendo, y metió las cosas dentro.

Henry pagó por todo (lo que gastó también es un secreto), y se fue feliz de la tienda. Riendo de alegría.

"No me aguanto para que sea veintiséis, ya quiero ver su expresión... Estará tan feliz..."

Ese día y el siguiente Henry estuvo ocupado, preparando todo para Jayden.
Se equivocó algunas veces haciendo "eso", pero al final obtuvo un resultado decente, y el gran día llegó.

«Viernes. 26 de noviembre, 1997»

Eran las dos de la tarde, el clima no era tan frío y estaba soleado. Jayden se sentía cansado luego de un arduo día de trabajo, le dolían los pies y la espalda. Caminó por el sendero, con las manos dentro de sus bolsillos, y entró a la casa.

Dejó sus cosas en el suelo y fue a ponerse ropa cómoda. Se sentó en el sofá, con un vaso de agua y un libro....
Poco a poco se sintió somnoliento, y sin darse cuenta se quedó dormido, dejando el libro y sus lentes en el suelo, acurrucado en el sofá.

El hambre lo obligó a despertar, pero ya había descansado lo suficientemente, y ahora ya no se sentía tan fatigado. Se estiró en el sofá y abrió los ojos con pereza. No quería levantarse aún, pero debía hacerlo. Henry podría llegar en cualquier momento, ya que hoy era...

"¿Qué es...?"

Exclamó asombrado, y todo el sueño que tenía, se esfumó en un segundo.

Delante de él había un pequeño banco de madera (cosa que no estaba ahí cuando se durmió), en el había un vaso con flores blancas y amarillas, las cuales había visto muchas veces en el prado. Y junto a ellas una nota que decía:

Feliz cumpleaños.

Jayden se sentó de golpe y la tomó.

Sabía a la perfección de quién era esa caligrafía tan delicada y hermosa.

Desdobló el papel, y dentro también había algo escrito:

Llámame cuando despiertes.
~Henry F.

Jayden se cubrió el rostro, sonrojado al máximo. Un sin fin de pensamientos perturbaron su mente. Su corazón latía con locura, y un sentimiento de felicidad y amor lo invadió por completo.

Tomó el vaso con flores y lo dejó en la cocina. Tomó una ducha rápida y se puso ropa más presentable y menos fea y se lavó los dientes. Iba a ordenar el desorden que había dejado al llegar, pero se dio cuenta que ya no estaba. Supo que fue Henry quién lo ayudó.
Tomó valor y lo llamó:

—Hola Henry...—aún se sentía aturdido y sonreía embobado.

—Felicidades, Jayden—exclamó desde el otro lado de la línea.

—Gracias—bajó el volumen de su voz y su expresión se tornó tímida—Lamento haberme quedado dormido. Supuse que tal vez... podrías venir, planeaba esperarte, pero me quedé dormido.

—No importa, no te disculpes por eso—dijo, con una tono suave y agradable—Y dime, ¿qué tal dormiste? ¿ya no te sientes cansado?

—Dormí bien. Me siento mejor ahora...

—Me alegra mucho escucharlo—hizo una pequeña pausa y añadió rápidamente—Yo quería... ¿puedo llegar a tu casa? —se notaba lo emocionado y alegre que estaba con sólo oír su voz.

—Sí, de todas formas, ya estuviste aquí antes.

—Es verdad—dijo riendo—Entonces nos vemos.

—Ok.

Henry colgó, y en menos de lo pensado, Jayden escuchó que alguien tocaba la puerta.

"¿Acaso vino volando?"

Se preguntó asombrado.

Abrió la puerta y se encontró con un Henry sonriente y bien arreglado.

—Hola, gracias por venir—dijo Jayden. Con una sonrisa tan suave y dulce que derritió el corazón de Henry en un segundo.

—No hay nada que agradecer. Vine porque quería verte—extendió los brazos, y dándole un abrazo, dijo—Feliz cumpleaños.

—Gracias—dejó a un lado toda clase de pensamientos y devolvió el abrazo con gran gusto, sin importarle mucho lo demás.

Henry se sintió feliz de que Jayden le devolviera el gesto. Últimamente él también regresaba el cariño que le daba, y eso le daba aún más esperanzas de ser correspondido.

Entró a la casa y caminaron por el pasillo hasta el comedor. Las puertas de vidrio que daban hacia el patio dejaban al descubierto el hermoso jardín. El clima no era tan frío, y los rayos del sol acariciando las flores y el césped.

Jayden notó que Henry no traía nada en las manos, pero aun así se le miraba muy entusiasmado. Con su negro cabello, peinado ligeramente hacia atrás, dejando algunos mechones sueltos, su ropa limpia y perfumada, sus zapatos lustrados, su rostro bien afeitado y sus dientes blancos, que relucían con esa sonrisa que nunca abandonaba sus labios.

—Esto me recuerdo a tu cumpleaños del año pasado. Me quedé dormido y tú fuiste a mi casa... ¿lo recuerdas? —comentó Henry.

—Sí, es verdad. Pero ahora fue al revés—dijo con una sonrisa, al recordar ese día.

—Quiero que lo disfrutes aún más que ese día—hizo una pausa y lo miró a los ojos—Bien, no quiero atrasar más esto. Tengo una sorpresa para ti.

Henry sentía que Jayden estaba más guapo que nunca. Con una expresión aún adormitada, su claro cabello, un tanto revuelto, sus gafas, que ocultaban sus bellos ojos cafés, casi como el color de la miel. Sus mejillas, ligeramente coloradas, sus labios, su ropa holgada y formal, que dejaba al descubierto su cuello y parte de su clavícula. Su piel relucía, y era tan clara como la leche.
Todo él se miraba muy hermoso ese día.

Jayden no sabía muy bien que decir ante esa declaración, así que Henry habló de nuevo:

—Ve a la sala un momento. No mires, ¿de acuerdo?

—Está bien—Henry lo tomó de los hombros y lo guio.

Lo dejó en la sala y se fue a quien sabe dónde. Jayden sólo escuchaba sonidos en la cocina, en la otra sala de al lado, en el comedor, y luego lo escuchó abrir una puerta de un pequeño armario que estaba por ahí.

—Ya está todo listo—exclamó Henry asomándose en la pared de la sala.

—¿Qué tanto estás haciendo?—preguntó, conteniendo la emoción.
Se levantó del sofá y caminó hacia él.

—Espera—le quitó los lentes rápidamente y se los puso.

—¿Qué estás...? —quiso sus lentes de vuelta, pero Henry le sonrió y se puso detrás de él.

—No te dejaré verlo todavía—dijo riendo y le tapó los ojos.

—Henry...—tomó sus manos y trató de ocultar su timidez y emoción.

—Vamos, yo guiaré el camino.

Jayden no tuvo más opción que dejarse llevar hasta el comedor. Y sólo entonces, él quitó las manos de sus ojos.

—Sorpresa—exclamó Henry, aún detrás de él.

Sobre la mesa había una pequeña torta, aparentemente de vainilla y chocolate, y dos tazas de café.

—Esto...—musitó entre dientes.

—Adelante, toma asiento—Henry le devolvió los lentes y jaló de la silla, indicándole que se sentara.

Jayden se había quedado sin palabras, y aún sin procesar la grata sorpresa de Henry, tomó asiento.

—Debes tener hambre—Henry cortó dos trozos de la torta, le dio uno a Jayden y se sentó en la silla que estaba a su lado.

—¿Tú hiciste esto? —preguntó al ver que la torta parecía ser casera.

—Si. Y con esto, ahora te admiro mucho más. Fue muy difícil para mí, cada paso debía ser preciso, y los dos primeros intentos fueron un desastre—exclamó sonriendo, aunque en sus ojos se podía ver una pequeña gota de timidez. Todo el esfuerzo y dedicación que puse en ello lo hacían sentir un poco ansioso.

—No sé qué decir—dijo en voz baja, sumamente conmovido.

Se llevó un pedazo a la boca, y sintió el amargo del chocolate y lo dulce de la vainilla.

—¡Está delicioso! Eres muy bueno cocinando—Jayden lo miró a los ojos y lo halago con todo el corazón.

—¿En serio? —dijo aliviado—Me alegra escucharlo. Estaba preocupado, no sabía si te iba a gustar.

—Claro que iba a gustarme—dijo llevándose otro trozo a la boca—Te esforzaste mucho en todo esto, se nota...

Se sentía tan conmovido que su pecho comenzó a sentirse presionado, y su respiración se tornó pesada.

—Gracias por el pastel Henry. Fue un hermoso detalle de tu parte—añadió.

—No fue nada...—dijo embobado por su dulce sonrisa.

Comieron pastel mientras Henry le relataba como fue el proceso de hacerlo y las veces que se equivocó. Algunas veces Henry lo acompañó cuando él horneaba. Lo vio cocinar y le ayudó en cosas pequeñas. Con eso como referencia se animó a cocinarle algo...

—No sé como agradecerte por esto...—dijo en voz baja, jugando con el tenedor en el plato.

—No agradezcas nada. Además, aún falta algo más...—se levantó y caminó hacia la sala.

—¿Algo más?

—Si. Cierra los ojos.

—Ok—sonrió encantado y obedeció.

Lo sintió llegar, se acercó a él y quitó los platos. Luego se alejó, y por el sonido supo que se había sentado de nuevo.

—Listo, ábrelos.

Frente a él había una hermosa caja celeste, tan delicado como el color del cielo. Decorado con un moño azul marino.

—Un regalo era indispensable para este día—exclamó—¿Quieres abrirlo ahora?

—S-Si—realmente se esperaba esto, pero la realidad resultó ser mucho más impactante. Estaba nervioso, y con sus dedos temblorosos abrió la tapa.

Henry lo observó con atención, y estuvo pendiente ante cualquier cambio en su rostro. Cuando notó que sus ojos se humedecieron mientras sonreía débilmente, y sus cejas se tensaron.

—Henry...—exhaló con dificultad, y apenas logró decir eso. Se mordió el labio inferior y sacó el estuche de pinceles.

El mencionado no dejó de mirarlo y su corazón comenzó a latir con fuerza. Sus emociones eran confusas, no sabía que es lo que sentía con exactitud.

—Estuve pensando por un largo tiempo que cosa debería regalarte. Y cuando mencionaste los pinceles fue como una revelación para mí. Espero que te gusten—trató de calmar su mente y habló con un tono suave.

Jayden se contuvo, con un nudo en la garganta.

—Eres alguien demasiado bueno y amable. Detallista y dedicado, tanto que no sé como sentirme al respecto. Y todo esto que has hecho por mí. Este regalo que me has dado...es el mejor detalle que hayas hecho conmigo. No sabes como lo aprecio. Gracias...me encantó el regalo.

Logró verlo a los ojos y le sonrió con suavidad, con una extraña mezcla de melancolía y felicidad.

—Te lo mereces Jayden. Tú también eres alguien muy especial para mi, yo... quería darte el mejor regalo de todos. Me alegra mucho que te haya gustado.

Y con todas esas emociones revueltas y confusas, Jayden dijo:

—¿Podrías darme otro abrazo?

Su pregunta fue tan ligera y suave, que Henry se levantó sin pensarlo.

Jayden también se levantó y recibió el reconfortante y cálido abrazo.

Este tipo de cosas lo hacían sentir aún más amado por él, esos pequeños y grandes detalles, con dedicación y cariño...no podía pedir nada más, que vivir una vida entera a su lado.
El sólo hecho de estar con él lo hacía ser feliz, aunque le faltaran muchas cosas.
Porque con él, esas pequeñas cosas que faltaban, se complementaban.

Querer la felicidad del otro es uno de los fines más puros del amor sincero.

Y esa tarde, ambos lo experimentaron profundamente.

Se fueron a la sala y hablaron un rato más. Henry trató de calmarlo, y juntos miraron el regalo muy emocionados.

Henry también le había hecho la cena, la cual estaba escondida en el horno.
Comieron y bebieron una botella de vino, aprovechando que era viernes y se relajaron.

—Te pediré que vengas más seguido a cocinarme—dijo Jayden, con una sonrisa.

—Lo haré con gusto. Tú sólo enséñame lo básico y yo haré el resto.

—Bien, entonces, ¿qué tal este miércoles?

—Claro, no hay problema. Vayamos al supermercado y compremos los ingredientes.

Jayden sólo sonrió ante sus palabras y bebió el último sorbo de vino.

—Te ayudaré a lavar los platos—dijo Henry y se llevó todos los platos de la mesa.

—Ya hiciste demasiado—se levantó e intentó detenerlo, pero fue inútil.

Al final ambos terminaron lavando los platos, con la ropa un tanto mojada y con bastante pereza. Y luego de ver un rato la televisión Henry tuvo que irse.
No quería regresar, pero no podía quedarse, así que algo cabizbajo regresó a su casa a altas horas de la noche.

Cuando Jayden quedó solo se tiró al sillón y gritó en voz baja, dejando salir todas sus emociones reprimidas.

"Henry es tan..."

Aun no creía todo lo que había hecho por él, la comida y el regalo. Era demasiado para su corazón. Tanto que, en algún momento, deseó con todo su ser demostrarle lo agradecido que estaba, y besarlo con todo el cariño que podía darle.

"Quiero verlo otra vez...quiero seguir escuchando su voz"

[...]

Cuando Henry entró a su casa se tiró al sofá y suspiró, sin poder sacarse de la cabeza todos los momentos que habían pasado.

"Jayden..."

Suspiró y se quedó mirando el techo.

"Que bien que le gustó el regalo"

Sonrió embobado y se quedó ahí, hasta que de repente, sonó el teléfono.

"¿Será Jayden...?"

Se levantó emocionado y fue corriendo a contestar la llamada...

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