Volvámos a clase
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Tres días habían pasado desde que no iba a clase.
Mi móvil debía estar a punto del colapso con tanto mensaje de los chicos, que no paraban de preguntar acerca de los rumores que circulaban por el internado sobre un supuesto ataque hacia mí, que yo, obviamente, desmentía y les aseguraba que estaba enferma. Despues todos los mensajes consistían en saber si mejoraba, cómo me encontraba y si necesitaba algo, y yo contestaba a todos que no, que ya me estaba sintiendo mejor y que pronto iría a clase.
—Deberías esperar hasta el lunes, Daniella. ¿Qué importan unos días más? Además, es una tontería ir mañana estando ya ahí el fin de semana. —Insistía Alessandro, que una noche más había subido a cenar conmigo y a trabajar en los preparativos del baile de invierno.
—No puedo perder más clases, Alessandro. Sophia ha venido a verme ayer a la tarde, y me dijo que me veía muy bien para tener gripe —Él chasqueó la lengua molesto—. Además, entre la crema y el maquillaje nadie se dará cuenta de los moratones.
—No es eso lo que me preocupa. —Miré sus ojos, cargados de rabia e intranquilidad, y una suave descarga eléctrica recorrió mi columna.
—Alessandro —Suspiré—, no puedo permanecer encerrada aquí hasta que termine el curso. Además, no voy a rendirme sin pelear.
—Si al menos me dijeras contra qué peleas... Tal vez podría ayudarte. —Le sonreí agradecida.
No podía decirle que la condición que Susan había impuesto para dejarme tranquila era, precisamente, que me apartara de ellos.
—Peleo contra que se me menosprecie sólo porque mis padres... no son como los de ellos, y ahí tú poco puedes hacer —Alessandro rodó los ojos, dejando claro que a él le parecía una estupidez que me tratasen así por ese motivo y mi corazón dio un salto, protestando por la mentira que le contaba—. Venga, terminemos con los preparativos. —Escuché cómo él resoplaba y se tiraba de nuevo en mi cama.
—¿Qué falta? —Sonreí.
—La empresa que llevará el catering y las invitaciones.
—Yo me encargo de buscar la empresa, tú elige un diseño de invitación y el lunes vamos a que nos lo impriman.
—¿Por qué no el sábado? Es el último del mes, y tú también tienes permiso de salida ¿no? —Alessandro miraba concentrado la pantalla de su móvil.
—No saldré este sábado. —Lo miré extrañada.
—¿Por qué no? —Él se encogió de hombros.
—No me apetece. Mira —Puso el móvil delante de mis ojos—, ¿qué te parece esta? — Vi el nombre de una empresa que no conocía de nada.
—Bien, supongo. Si tú no vas a salir, puedo llevarlas yo a la imprenta. Sería bueno repartirlas durante el fin de semana para darles tiempo de pensar y preparar bien los trajes.
—Está bien —Su repentina indiferencia me desconcertaba por completo—. ¿Has encontrado ya una buena invitación? —Negué y me desplacé hasta mi escritorio para buscar en el ordenador.
Diez minutos más tarde, había encontrado un diseño perfecto para la ocasión. Una bonita tarjeta con los bordes azules decorados con copos de nieve plateados, y el centro blanco para escribir la invitación.
—La encontré.
—¿En serio? —Se levantó y miró la tarjeta—. Perfecto; mañana la redactamos.
—De acuerdo.
Vi cómo recogía los restos de nuestra cena para luego salir por el balcón para ir a su habitación. Era increíble el frío que hacía ya por las noches. Me quedé impresionada una vez más con su destreza y agilidad para bajar.
—Buenas noches. —Dijo levantando la vista cuando llegó a su balcón.
—Buenas noches. —Sonreí mientras frotaba mis brazos para mantener el calor.
Entré a mi habitación con la misma sensación de vacío en el pecho que había sentido durante aquellos últimos días cuando Alessandro se iba. Coloqué una mano sobre aquel pequeño agujero negro que trataba de absorberme.
"¿Qué está pasando contigo, Daniella? ¿No te estarás enfermando de verdad, cierto?" —Me pregunté sin saber qué respuesta darme.
Me di una ducha rápida, me sequé el pelo y me metí en cama. Era muy probable que sólo necesitase descansar para que mi cuerpo dejase de comportarse de forma extraña.
A media noche, me sobresaltaron unos fuertes golpes en la puerta del balcón. Salí de la cama y ví una silueta detrás de las cortinas. Aquella espalda ancha y el pelo hasta los hombros, no podían ser de nadie más. Extrañada, caminé hacia la puerta y la abrí para dejarlo pasar.
—Alessandro, ¿ocurre algo? —Sentí su intensa y seria mirada sobre mis ojos.
—No podía dormir. Le he estado dando vueltas, y... —Apretó sus puños y labios, como si le supusiese un gran esfuerzo pronunciar las palabras que quería decir—, no quiero que te hagan daño de nuevo. —Lo miré asombrada, desconcertada y feliz al mismo tiempo.
Él no tenía por qué perder horas de descanso pensando en mí, o en mi bienestar, pero lo había hecho.
—Yo estaré bien... —Le aseguré.
—Eso no puedes saberlo —Se acercó a mí de pronto, sorprendiéndome, y colocó ambos brazos sobre mis hombros, que inmediatamente comenzaron a arder bajo su caricia—. Durante estos días he estado cuidándote. ¡Te he bañado! —Rio. Mi cara se tiñó de rojo al recordarlo— No puedes pedirme que deje de hacerlo de repente, por eso, déjame que cuide de ti.
—¿Cómo dices? —Él me enseñó su tímida sonrisa, e incluso en la penumbra, pude distinguir el brillo de sus ojos.
—Digo, que quiero protegerte. —Mi cuerpo se convirtió en gelatina al ver como la cara de Alessandro se acercaba lenta y peligrosamente a la mía.
—Alessandro... No podemos...
—¿Qué pasaría si me acerco a ti? —Sentía que me ahogaba. Mi corazón latía a un ritmo frenético y sentía mi piel en estado febril— . ¿Qué pasaría si te beso de nuevo? Y esta vez, de verdad...
—Que yo tendré que alejarme. —Susurré a duras penas.
Alessandro se inclinó hacia adelante, quedando a escasos centímetros de mi rostro. Sentía el calor de su aliento chocando contra mis labios, incitándome a abrirlos. Su profunda mirada se clavada en mis ojos, turbados por el deseo. Su mano derecha acarició mi hombro y mi cuello, haciéndome estremecer, hasta quedar sujetando mi nuca.
—Sé que no lo harás, Daniella. —Al fin, sus labios se juntaron con los míos con delicadeza, enviando descargas eléctricas a lo largo de todo mi cuerpo.
Su beso era suave, apenas un ligero roce. Alessandro suspiró y bajó su otra mano hasta mi cintura, para atraerme más hacia él. Mis ojos cayeron cerrados sin mi permiso, y mis labios se abrieron en una vergonzosa invitación que él aceptó gustoso, aprovechando para profundizar más el beso. Sentía que me iba a desmayar. Alcé mis brazos hasta colocarlos sobre sus hombros, y enredé una mano en su cabello logrando sacarle el pequeño y grave gemido que desencadenó su locura.
Alessandro comenzó a besarme con rapidez y fuerza, casi con urgencia; me arrastró con torpeza hacia mi cama, sin soltar mis labios ni siquiera para tomar aliento, y a pesar de que yo sentía que me faltaba el aire, poco me importaba morir cuando sus besos ya me hacían tocar el cielo. Me dejó en la cama con delicadeza, y luego se inclinó sobre mí para continuar besándome con mayor pasión.
El molesto pitido de un teléfono, hizo que nos detuviéramos de golpe.
Y entonces me desperté.
Abrí los ojos y agitada y sentí mi corazón golpeando contra mi pecho con fuerza.
Me llevé las manos a la cabeza. ¿Qué estaba pasando conmigo? ¿Cuándo me había vuelto una pervertida? El sueño se había terminado, y, sin embargo, seguía escuchando el corriente tono de los teléfonos antiguos que tenía programado en mi móvil.
Giré la cabeza hacia la mesilla; allí estaba. Lo agarré con manos temblorosas y se me cortó la respiración al ver el nombre de Alessandro en la pantalla.
—¿Si? —Contesté con la voz excesivamente chillona.
—¡Buenos días, Daniella! ¿Qué hacías que no contestabas? —Sentí un golpe de calor en el rostro.
—¿Yo? ¡Dormir! ¿Qué iba a estar haciendo?
—Ah... ¿y sabes qué hora es? —Alejé el móvil de la oreja para mirar la hora. Las ocho y media de la mañana.
¡Llegaría tarde a clase! Sin decir más, colgué el teléfono y salí de la cama, iba a ir al baño a alistarme, pero vi una sobra detrás de mis cortinas, y sabía muy bien a quién pertenecía.
—¡Alessandro! ¿Qué haces aquí? —Él se humedeció los labios con la lengua.
Recordando mi sueño, mi bosa cayó abierta sin permiso. La cerré inmediatamente y la cubrí con una mano para ocultar la estúpida e irracional sonrisa que trataba de asomarse al exterior. Alessandro levantó una ceja extrañado.
—Me has colgado.
—¿Qué? —Pregunté asombrada, bajando la mano.
—Que me colgaste el teléfono.
—Yo... iba a arreglarme para no llegar tarde. —Él asintió conforme y entró en la habitación sin permiso.
—Te espero. —Informó.
—¡Pero no podemos salir juntos de aquí!
—Arréglate o ambos llegaremos tarde. —Dijo con tono paciente, sin hacerme caso.
Me duché, recogiendo mi cabello para no mojarlo, y me puse el uniforme con unas gruesas medias grises y un bonito jersey blanco; me cepillé el pelo y me maquillé para que no se me notasen los restos de los dos moratones de mi cara. Me puse un poco de máscara en las pestañas y salí a mi habitación para buscar mis botas de agua blancas.
—Ya estoy lista. —Dije esperando a que Alessandro me informase de sus planes.
—Muy bien. Nos vemos enseguida. —Abrió la puerta del balcón y lo vi saltar la barandilla hacia su habitación.
Extrañada, agarré los libros que necesitaría esa mañana y los metí en mi bolso rojo; tomé mi cámara de fotos y me la colgué al cuello.
Salí de mi habitación por primera vez en cuatro días, y eché un vistazo al pasillo, temerosa.
"Vamos, Daniella. La cabeza bien alta" —Me animé.
Igualmente, a esa hora no era probable que alguien estuviese por allí, ya que las clases estaban empezando. Cerré la puerta y caminé hasta el recibidor, aplastándome el flequillo sobre los ojos todo lo que podía. Alessandro ya me esperaba apoyado contra el pasamanos.
—Buenos días, compañera. Te acompaño a clase. —Lo miré sorprendida, con una sonrisa dibujada en la cara.
—Buenos días, y gracias. —Él asintió regalándome una pequeña sonrisa.
—Ten —Dijo ofreciéndome la bolsa de papel que traía consigo—, desayuna rápido. No tenemos tiempo de parar en el comedor.
Tomé uno de los croissants y él agarró el otro. Comimos mientras caminábamos apresurados. Alessandro sacó un pequeño zumo de la bolsa y me instó a tomar el otro, lo bebimos mientras traspasábamos la gran puerta de hierro verde del instituto. El proyecto de pelirrojo me dejó en mi puerta y corrió hacia su aula.
La clase ya había empezado, pero a pesar de interrumpir su explicación sobre la edad media, el profesor Brum, me sonrió y se interesó por mi salud antes de darme permiso para sentarme. Alina me abrazó, feliz de tenerme en clase de vuelta.
—¿Por qué no me avisaste que vendrías hoy? Te hubiera esperado. —Susurró la morena.
—Fue una decisión de último minuto —Mentí de nuevo —. Ya no soportaba seguir encerrada.— Al menos esa parte sí era verdad. Mi amiga me ofreció una sincera sonrisa de alegría que yo no merecía.
Las clases pasaron enseguida y, para mi sorpresa, no recibía mucha atención, al menos del alumnado femenino, que estaba muy ocupado saltando y gritando por algún acontecimiento que no había llegado a escuchar.
Me dirigía hacia el comedor con Ali cuando alguien cubrió mis ojos desde atrás. Mi primera reacción fue asustarme, pero me calmé pensando en que, ellos, no me atacarían delante de todo el mundo.
—¿Filipp? —Pregunté probando suerte. Las morenas manos liberaron mis ojos y me giré—. ¡Drew! —Sonreí.
—¡Casi aciertas! —Rio él abrazándome—. ¿Cómo te sientes, preciosa?
—Bien, ya estoy completamente recuperada.
—No sabes cuánto me alegra, me has hecho mucha falta estos días. —Admitió avergonzado. Yo reí.
—Podemos quedar durante el fin de semana y me cuentas las novedades. —Su cara se iluminó de pronto.
—¡Eso estaría genial! ¿Te va bien el domingo?
—Perfecto. —Aprobé y él sonrió complacido. Me abrazó de nuevo y me dio un sonoro beso.
—Hasta el domingo entonces. —Me guiñó un ojo y se fue segundos antes de que Filipp me gritara.
—¿¡Rubia!? —Me giré y lo saludé feliz, él corrió hacia mí y me dio un gran abrazo—. Me alegra mucho verte por aquí de nuevo. Esto está muy triste y aburrido sin ti. —Golpeé levemente su brazo y le sonreí.
—¡Sólo he faltado tres días! Seguro que ni lo habéis notado.
—¿Qué no? —Filipp se pasó una mano por la cabeza desordenando su cabello—. Todo parecía más gris de lo normal, Nella; no sabes la falta que nos hacía tu sonrisa. ¡Hasta Alessandro estaba raro y medio desaparecido! ¿Verdad, Ali?
—Cierto —corroboró la francesa—. Agarraba un montón de comida y se iba a comer sólo. Empezamos a pensar que tiene problemas alimenticios...
—¿Ah... sí?
—Probablemente intente recuperar el apetito perdido con tanto problema... ¡El caso es que te extrañamos todos! —Aseguró Filipp. Sonreí agradecida—. No vuelvas a enfermarte, ¿vale?
—Te aseguro que lo intentaré.
En el comedor, Jake y Alan se alegraron también de que ya estuviese de vuelta, y me envolvieron en abrazos y arrumacos hasta que vieron como Alessandro entraba, tomaba una bandeja y recogía su comida de la barra para luego dirigirse hacia nuestra mesa.
—¿Va a comer aquí? —Preguntó Jake sorprendido.
—No lo sé. —Confesó Filipp, que miraba con incredulidad como Alessandro caminaba decidido hacia su silla.
—¿Qué tal, chicos? —Preguntó mientras ocupaba su lugar en la mesa, frente a mí. Todos lo miraban con asombro.
—Bien, tío. ¿Cómo estás tú? —Preguntó Alan.
—Bien. —El asiático asintió conforme mientras los demás de encogían de hombros, dando seguramente por hecho que Alessandro habría zanjado los problemas con su novia.
¡Cierto! ¡Su novia!
Alessandro tenía novia y yo soñaba que me besaba. ¿Se podía ser más tonta?
Golpeé mi frente frustrada, llamando la atención de mis amigos.
—¿Estás bien, Nella? ¿Te duele la cabeza? —Preguntó Filipp preocupado.
—¿Llamo a Sophia, amie?
—No, no. Estoy bien, gracias. De verdad, estoy bien. —Repetí ante sus miradas desconfiadas. Alessandro me miraba de nuevo con una ceja levantada, logrando que mis mejillas se pusiesen color cereza.
—Daniella, te estás poniendo muy roja, tal vez aún tengas fiebre. —Dijo Alan colocando una mano sobre mi frente.
—¿Qué haces? —Interrogó Jake.
—No sé, tío. Es lo que hace Elisa cuando cree que tengo fiebre. —Habló Alan, refiriéndose a la mujer que servía en su casa, ocupándose exclusivamente de él y sus necesidades.
—Pero si tú no sabes mirarlo es inútil que hagas eso, ¿no crees? —El rubio postizo quitó la mano de mi frente para empezar a golpear entre risas al castaño.
—Al menos yo trato de ayudar. ¿Qué estás haciendo tú? —Reí mientras ambos se peleaban tontamente.
—Estoy bien, no os preocupéis. ¡Dejad de pegaros!
Terminamos la comida entre risas y puños. Recogimos las bandejas y salimos del comedor para encontrarnos de nuevo con un gran bullicio alrededor de la pantalla de televisión.
—Mañana es el gran estreno de la colección de invierno de Luis Giannetti, que se realizará por primera vez en nuestro país. Las entradas al evento consistían en gran parte en invitaciones personales a muchas de nuestras celebridades, y las demás hace semanas que están agotadas, de modo que, si usted no tiene ya su entrada en la mano, no podrá hacer otra cosa que esperar a que la colección esté disponible en tiendas. —Hablaba la locutora.
Lo había olvidado por completo. Mi padre estrenaba colección ese mismo fin de semana en Londres. Por eso nadie se fijaba en mí ese día, estaban muy ocupados con el famoso acontecimiento. Algunas de las chicas gritaban emocionadas, presumiendo que sus "papis" tenían entradas para ir, mientras que otras suspiraban enfadadas o tristes.
—No os preocupéis chicas, os contaremos cuales son las nuevas tendencias. —Prometió Susan, que ondeaba su entrada triunfante.
Mi cuerpo tembló una vez más inundado por el recuerdo de aquella noche, pero lo frené y lo obligué a ser fuerte. Nunca más temblaría ante la pelirroja.
—¡Claro que sí! O sea, ¡va a ser alucinante!
Me oculté tras el gentío y salí de allí para ir calmada a clase de fotografía. Una cosa era no temblar, y otra muy distinta era quedarme a ver si me decían algo. Lo primero era ser fuerte, lo segundo sería ser estúpida.
—Daniella, espera. Te acompaño —No necesitaba girarme para saber que el ofrecimiento venía de Alessandro, su voz era inconfundible. Pronto lo tuve a mi lado encogiendo los hombros—. Total, vamos a la misma clase. —Explicó.
Caminamos juntos hasta el aula de fotografía, donde ya estaba Axel, preparando el material necesario para la clase. El guapísimo profesor, giró la cabeza al escuchar el sonido de la puerta y nos miró asombrados.
—La verdad, no sé qué decir primero, sí que me alegro porque estás de vuelta, Dani, o si darte la enhorabuena, Alessandro, por ser la primera vez que llegas, ¡no sólo puntual! ¡Si no antes de tiempo! —Se puso de rodillas en el suelo y se inclinó un par de veces en una graciosa reverencia—. Gracias. Gracias, Daniella. ¡Sabía que lograrías enderezarlo!
—No cantes victoria tan rápido. —Advirtió Alessandro, dejándose caer pesadamente en su lugar.
—¿Qué tal te sientes, Dani? —Preguntó el profesor, ignorándolo, mientras me estudiaba con sus oscuros ojos azules.
—Muy bien. —Le aseguré hablando al fin con la verdad.
—¿Ya estás recuperada del todo?
—Completamente.
—Eso me alegra. Se me hace raro no tenerte en clase —Dijo sonriendo mientras me guiñaba un ojo. Sentí como Alessandro se removía incómodo en un asiento—. Y ahora contadme, ¿cómo lleváis el trabajo del baile? Has faltado muchos días y ya no falta mucho... —Me dijo apenado mientras yo buscaba en mi bolso la hoja donde Alessandro y yo habíamos anotado todas nuestras decisiones sobre el baile.
Se la entregué a Axel, que la leyó gratamente sorprendido.
—Vaya, veo que vosotros dos no perdéis el tiempo —Sonrió y se inclinó hacia mí—. Dime, lo tuviste que hacer todo tú sola, ¿cierto? —Susurró, aunque no lo suficientemente bajo.
—¡Oye, viejo! Yo la ayudé con todas las decisiones, ¿no es así? —Me preguntó con gesto serio.
—Sí, es verdad. —Axel me miró sin saber si creerlo, y yo asentí de nuevo, asegurándole que era cierto.
—Impresionante. ¿Y cómo lo habéis hecho si tú estabas enferma en cama?
"¡Ups!"
—Mediante mensajes. —Contestó Alessandro con naturalidad. Axel asintió conforme.
—He de admitir que estoy impresionado, aunque no esperaba menos de vosotros. Formáis una buena pareja. —Sonreí sin remedio al escuchar como el profesor enlazaba nuestros nombres con la palabra "pareja" y acto seguido me golpeé mentalmente.
¡Estaba comenzando a actuar como Alina! Y eso, no podía significar nada bueno.
¡Hola mis queridos zanahorios! Aquí estamos un día más.
Os dejo una foto de mi perfecto Filipino:
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¡¡Me despido por hoy con un gran abrazo!!
Alma.
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