Una de cal y otra de arena


ϟ ..ઇઉ..ϟ

Aparté mi cara justo antes de que lograse alcanzar mis labios y me alejé hacia atrás, chocando con una de las mesas altas de la cafetería y llamando la atención de los, por suerte, pocos alumnos presentes.

—¿Qué rayos haces? —Pregunté con toda la rudeza que alvergaba mi alma.

—Iba a besarte, ¿no es obvio? —Contestó él, sonriendo burlón y manteniéndo su posición, aun demasiado cercana a mí—. ¿Te molesta que lo haga?

—¿El hecho de que me aparte de ti no es suficiente indicativo de que sí me molesta? —Respondí irritada—. ¿Por qué has hecho eso, Drew?

—Era un simple beso, Daniella —¿¡Un simple beso!? ¿Y si yo no lo quería? —. Simplemente me pareces guapa, ¿no te lo digo cada día? Me atraes y quería besarte. ¿Qué tiene de malo? —La tranquilidad de su voz me sacaba de mis casillas.

—¿¡Te planteas siquiera la opción de que no quiera que me beses!? —Grité indignada. 

Toda la gente en la cafetería nos estaba mirando, pero me daba igual. Él sonrió orgulloso.

¿Encima se reía de mí?

—¡Es sólo un beso! ¡No le des tanta importancia! Si no lo quieres hoy está bien, lo respeto. Y si tanto te ha molestado me disculpo, ¿de acuerdo? Lo siento —Levantó las manos en señal de paz y me miró con cara de perrito abandonado dando un paso atrás—. ¿Amigos? 

Me quedé mirándolo a los ojos, evaluando su sinceridad. Él junto las palmas de las manos suplicando e hizo un gracioso puchero con la boca. Me rendí y acepté. Él me sonrió satisfecho. Amigos; eso era lo que éramos, eso era lo que yo quería que siguiésemos siendo. Amigos. Nada más.

—Gracias por perdonarme; eso sí, te advierto —se señaló los labios—, que terminarás por quererlos. —Me guiñó un ojo y se fue.

¿Qué demonios había sido eso? Todos me miraban curiosos por lo que deseché mi idea de beber allí y, sin levantar la vista de mis Converse, salí corriendo de la cafetería.

"¿Cómo demonios se le ocurre al muy... ¡Idiota!?"

Yo sabía que su carácter era así, que se consideraba a sí mismo un mujeriego, que veía en cada chica una oportunidad para pasar un buen rato. Pero debía dejarle claro que yo no sería jamás una más en su lista de conquistas. La idea de que él me besara me resultaba incómoda y tan desagradable como probar uno de los postres quemados en clase. Sencillamente, él no me gustaba de esa forma.

Para él, un beso no era más que un beso, una forma de divertirse y de pasar el rato. Para mí, un beso sin amor no tenía sentido alguno, ¡lo había comprobado con Pablo! Un beso sin amor era insípido, no se sentía nada mágico.

Un beso con una persona a la que se quiere, o que te gusta, debe ser mágico, ¿no?

Yo no podía saberlo, nunca había sentido algo especial por nadie. No pasaba el tiempo suficiente en el mismo lugar como para desarrollar esa clase de sentimientos.

Estaba tan metida en mis pensamientos que no me había dado cuenta del frío que tenía, hasta que un fuerte golpe de aire impactó en mi espalda, mojada por culpa de mi pelo aún sin secar.

—¡Hey! ¡Nella! —Giré mi cabeza para ver como Filipp corría hasta darme alcance—. ¡Hace rato que te vengo llamando! ¿Qué te tenía tan pensativa? 

Me miró de arriba abajo y negó con la cabeza sonriendo de forma cálida y amable. Se sacó la chaqueta del uniforme y me la colocó sobre la cabeza.

—Gracias —Sonreí. Filipp siempre cuidaba de mí. Era lo más parecido a lo que yo creía que sería el comportamiento típico de un hermano—. Siento no haberte escuchado; mi cabeza andaba por las nubes.

—¿Ah sí? ¿Y cómo andan las cosas allá arriba? —Sonrió él, burlón.

—Bien, todo va bien, Filipp. —Contesté no muy convencida, cosa que él notó.

—¿Estás segura? Sabes que puedes contarme lo que te pase, para eso estoy aquí.

—Lo se, Filipp, eres un amigo maravilloso. —Le sonreí, pero él no me devolvió la sonrisa. Miraba serio al frente.

—Sí, un amigo genial. —Repitió.

Pensé que lo mejor sería contarle algo para eliminar su preocupación, pero no creía que contarle lo que había pasado con Drew fuese la mejor opción. Ambos eran muy protectores conmigo, y conociendo el historial de Drew, al rubio no le haría ninguna gracia que el moreno se hubiese lanzado sobre mi.

—¿Sabes que nunca creí poder tener buenos amigos? A parte de Lucía y Linzy. —Me sinceré. 

Él me miró sonriendo con cariño de nuevo.

—¿Por qué no?

—Nunca me paraba a conocer a nadie... como ya tenía a las gemelas... —Dije encogiendo los hombros. En realidad, no tenía tiempo de conocer bien a la gente porque mi madre y yo no parábamos de viajar. Pero él no tenía por qué saberlo. ¿Para qué iba a viajar tanto una simple profesora? —. ¡Al principio, la idea de venir a un internado me horrorizaba! —Cambiar el hilo de la conversación sería lo mejor.

—¿Y ahora?

—Ahora me alegro de estar aquí. Os he conocido a vosotros, y a Ali, además me gusta ir a clase —Sonreí y él asintió satisfecho—. Aún echo de menos a mi madre, y aunque las clases mantienen mi mente muy ocupada, cuando termino y voy a mi habitación... No sé, es raro no tenerla ahí y tener que hablarle por webcam o escribirle. Supongo que ella lo estará pasando mal también, porque yo no estoy en casa como estaba siempre cuando volvía del trabajo...

Me quedé en silencio pensando en mi madre; seguramente, el haber ingresado en el internado no era tan difícil para mí como para ella, después de todo, yo tenía a los chicos y a Alina. Ella, una vez se tuviese que ir de Madrid, no tendría a nadie. Filipp pasó un brazo por mis hombros y me atrajo hacia él.

—Pronto ambas estaréis bien, ya lo verás. Además, tu madre estará muy ocupada preparando clases y corrigiendo exámenes. Los días se le pasarán volando. —Asentí. Mi madre no estaría corrigiendo exámenes, pero estaba segura de que sí aceptaría más trabajos y viajaría para mantenerse ocupada.

Escuché unos pasos apresurados justo detrás de nosotros y giré la cabeza para ver a Alessandro, que pasó por nuestro lado gruñendo y siguió de largo sin saludar. Filipp lo miró extrañado. Yo no me inmuté.

—¡Que raro está este hombre!... Bueno y ¿no podría venir a verte alguna vez tu madre aquí?

—Sí, tal vez... Aunque será complicado por sus clases y eso. Pero pronto iré yo a verla; en navidad. —Él me soltó.

—¿Volverás a España en navidad? —Asentí alegre.

—Aprovecharé las vacaciones para estar con mi madre. Por cierto, Filipp, ¿sabes algo del golpe de Alessandro?

—De hecho, sí —rio y yo tragué saliva—. Me dijo que ya había saldado cuentas con la chica, pero está muy misterioso con el nombre de la susodicha; no logro sacárselo. —Respiré aliviada al escucharlo. Sería muy vergonzoso que todos se enterasen por él cuando yo me había callado.

—Seguro que intentó volarle la cara de un balonazo. —Estaba más que segura.

—No lo creo, no he visto a ninguna chica sin dientes. —Contestó el rubio riendo.

—Siempre pudo haber fallado. —Me encogí de hombros.

—¿Fallado? —rio burlón—. Alessandro jamás falla con el balón, pero, ¿por qué piensas eso? ¿Lo has visto jugar? —Preguntó serio de pronto. Yo asentí y el negó la cabeza sonriendo de nuevo—. Entiendo que después de verlo lanzar pienses de ese modo, pero te lo aseguro, si él le hubiera lanzado un balón a alguien queriendo darle, se notaría.

—¿Por qué no está en el equipo de fútbol con Drew si es bueno jugando?

—Él... no puede jugar. Si vuelves a verlo en el campo avísame inmediatamente, ¿de acuerdo? —Asentí. 

No sabía que le pasaba a Alessandro, pero notaba que Filipp no quería hablarme de ello, por lo que no pregunté más; de todos modos, había otra duda rondando mi mente.

"Si él nunca falla... ¿Por qué no me golpeó con el balón?"

Llegamos al Pettit y le di de vuelta a Filipp su chaqueta agradecida. Nos despedimos hasta la hora de cenar. Subí a mi habitación y me metí en la ducha.

El agua caliente relajaba mis músculos. La cara de Drew acercándose a mí en la cafetería no dejaba de aparecer en mi mente, poniéndome los pelos de punta. Sacudí la cabeza y masajeé el champú de frutas con fuerza tratando de deshacerme de la imagen. Luego me puse una mascarilla hidratante y me senté a depilarme en la banqueta de plástico que había en la ducha. Tan pronto cumpliese los dieciocho me haría la depilación láser. ¡Odiaba tener que pasarme la maquinilla eléctrica cada semana! Claro que eso era mejor a que mis piernas pareciesen papel de lija, y más ahora que el internado me obligaba a ir siempre en falda.

Cuando terminé,  busqué mi crema hidratante con olor a fresa y la apliqué bien por todo el cuerpo. Me sequé el pelo y lo dejé suelto como siempre. Saqué del baño la ropa sucia y bajé con ella en una bolsa de tela.

La lavandería estaba vacía. Era un espacio bastante amplio, teniendo en cuenta todo lo que allí dentro había.  A mano derecha estaban las dos filas de lavadoras, de un brillante color rojo, una encima de otra, sumando un total de veinte aparatos; cada uno tenía dibujados dos números correspondiendo con el número de habitación de la persona que los usaría. La fila superior era para las chicas y la inferior para los chicos. Del lado opuesto había colocadas le la misma manera dos filas de secadoras. Al frente había una serie de armarios donde se guardaban los jabones, detergentes, suavizantes con olores y funciones diferentes, varias planchas y demás trastos, y debajo, dos lavaderos y un amplio tablero de madera clara con espacio para planchar. 

A pesar de ser un internado de lujo, las tareas de arreglar nuestras habitaciones o lavar y planchar la ropa, las teníamos que realizar nosotros mismos; el centro sólo se encargaba de mandarnos alguien a limpiar los baños y aspirar el polvo y el suelo.

Mi compañera de lavandería, Amy, me había dicho que me podía quedar con todo, porque ella no bajaría de ningún modo allí. Al parecer era una niña consentida, a la que sus padres enviaban cada día una persona que le recogiese la ropa sucia y le entregase una limpia y planchada, de modo que tenía las máquinas sólo para mí.

Metí la ropa en la lavadora y elegí un buen detergente y un suavizante con olor floral, para sentarme luego a esperar en una de las sillas que había en el centro de la habitación. Por suerte el programa era rápido y eficaz ya que yo no soportaba la espera. Veinte minutos después, el aparato pitaba indicando que había terminado. Fui al otro lado de la habitación, metí todo en la secadora y me senté, resignada a esperar de nuevo. ¿Por qué no habría bajado el móvil? La espera era sumamente agobiante y aburrida.

Se abrió la puerta y un serio Alessandro entró en la lavandería. Me vio y noté una leve indecisión en sus pasos.

Todo mi cuerpo se tensó y volví la vista al frente mirando como la ropa daba vueltas en la secadora. Me peiné rápidamente el flequillo y me quedé inmóvil. Pronto escuché como la puerta se cerraba y creí que finalmente él habría decidido esperar a que yo saliese para volver, hasta escuché detrás de mí el sonido de la puerta de la lavadora abrirse y de la ropa entrando en ella. Todos mis sentidos se pusieron inexplicablemente alerta. Él no me había saludado, de modo que seguía imperando la ley del silencio, pero yo necesitaba al menos disculparme.

Alessandro volvió de los armarios con detergente y suavizante para la lavadora, cerró la puerta y el aparato empezó a sonar. Escuché como volvía a poner el pequeño cacito en el estuche de detergente, y lo ponía junto con la botella de suavizante en el armario. Pensé que se iría entonces y volvería a por la ropa más tarde, pero para mi sorpresa, se sentó en la silla detrás de la mía.

Todos los pelos de mi cuerpo se erizaron. Me concentré en mi camisa blanca, que giraba a toda prisa en el tambor de la secadora. No sé cuánto tiempo estuve así.

—¿No podrías cambiar de canal? —Giré mi cabeza hacia la derecha encontrándome a escasos milímetros de la cara de Alessandro, que se había girado y miraba aburrido mi secadora. Se me cortó la respiración por unos segundos, y me quedé completamente congelada—, este programa está aburrido —Me miró directamente a los ojos y me perdí el chocolate derretido de los suyos. Solté todo el aire que había retenido, ¡olía tan bien! Dulce pero masculino—, ¿no te parece, Daniella? —Sentí mi rostro entrar en calor y enrojecer de golpe. Tenía la boca seca, y el cuerpo no respondía a mis órdenes.

Alessandro aún tenía el pelo mojado; por su rostro se escurrían traviesas gotas, una de las cuales atrapó mi mirada al bajar acariciando su mejilla izquierda hasta sus labios; me fijé que el labio superior era ligeramente más fino que el inferior, y que al lado de este último tenía una pequeña y graciosa pequita color café. La gota continuó descendiendo hacia su barbilla y se perdió en alguna parte, precipitándose hacia abajo. Volví la vista a sus ojos, que me observaban divertidos a pesar de la expresión seria de su cara. ¿En qué estaría pensando? Podía ver que entre sus cejas comenzaban a marcarse un par de líneas de expresión.

"¿No pasas demasiado tiempo serio, Alessandro?"

Cuando me percaté de lo que estaba haciendo, enrojecí todavía más, giré bruscamente mi cabeza hacia la secadora, que aún giraba con mi ropa en su interior.

—Oye, yo... Lo siento. —Susurré.

—No te preocupes —Dijo él girándose también a mirar su lavadora—, no es como si realmente pudieses cambiarlo.

—¿Eh?

—El canal.

—¿Qué canal?

—¡El de la secadora!

—¿De qué hablas?

—¿De qué hablas tú?

—¡De la taza! —Él se calló—. Yo... Siento mucho haberte golpeado. ¡Fue un accidente! Pero debí haberme disculpado —Silencio fue todo lo que recibí de él—. Estoy realmente arrepentida, Alessandro. —Después de unos largos y agobiantes segundos en silencio, habló.

—Estás perdonada.

No dijo nada más. Quería preguntarle por el balonazo; quería preguntarle cómo había sabido que había sido yo la que le había dado el golpe. Pero preferí dejar por el momento las cosas así.

La secadora pitó tres veces, indicándome que su tarea había finalizado. Saqué la ropa rápidamente y la llevé a la tabla para plancharla. Sentía la mirada de Alessandro clavada en mí, pero no me atrevía a girarme para corroborar si realmente me miraba. Comencé a arrastrar la plancha por mi camisa con cuidado, luego por la falda del uniforme. Guardábamos tanto silencio que además del rumrum de su lavadora, podía escuchar las profundas respiraciones de Alessandro, o la forma en la que se revolvía incómodo en la silla. El aparato pitó de pronto sobresaltándome, y escuché como, al igual que yo antes, él sacaba su ropa y la introducía en la secadora.

Mi corazón bombeaba sangre a toda prisa, y sentía pequeños calambres viajando arriba y abajo por mi nuca; las manos me temblaban, por lo que tuve alguna dificultad para doblar la ropa y meterla en la bolsa ya limpia y seca. No había escuchado el crujir de la silla indicando que Alessandro se hubiera sentado, y eso me ponía nerviosa. ¿Qué estaba haciendo?

—Te dejaste esto en la secadora. —Chillé hasta que sentí de repente una mano tapándome la boca.

¡Había escuchado su voz tan cerca que me había sobresaltado!

Me sacudí para apartar su mano y me di la vuelta dispuesta a gritarle, pero me encontré con Alessandro demasiado cerca de mí y mi corazón dió un salto, asustándome aún más. Rápidamente se alejó un paso.

¿Estaban las comisuras de sus labios ligeramente arqueadas? No podía estar segura; su cara lucía tan seria como siempre, sin embargo, sus ojos brillaban como el chocolate caliente.

—¿Qué pasa? —Pregunté con la voz demasiado chillona. 

Él me miró levantando una ceja. Miró luego su mano, y de nuevo a mi. Alcé los ojos y quise gritar de nuevo por la vergüenza. Allí, colgandas de su mano, estaban mis bragas con dibujos de conejos. Él las ondeó cual bandera delante de mi cara.

—Dije —habló tranquilo—, que te dejaste esto en la secadora. —Veloz como un rayo, agarré la prenda y la metí bien al fondo de la bolsa con el rostro cargado de vergüenza.

—Muchas gracias. —Contesté aun mirando la bolsa. Él se dio la vuelta en silencio y se sentó.

No era humanamente posible que mi cara se pusiese más roja de lo que estaba, y había perdido por completo mi voz. Apuré a doblar y guardar toda la ropa y me dirigí enseguida hacia la salida. Ya había alcanzado el picaporte de la puerta cuando él me llamó.

—Oye, Daniella, bonita "lencería". 

¿Y aún se atrevía a burlarse de mí? ¿¡Encima de la vergüenza que estaba pasando!? Le saqué la lengua y cerré la puerta enfadada.

"Muy bien, un comportamiento muy maduro Daniella."— Me aplaudí irónica.

Subí a mi habitación y dejé la ropa en el armario. Me tiré boca abajo en la cama y ahogué un profundo grito en la almohada. Mi pulso estaba descontrolado y una estúpida sonrisa luchaba por asomarse a mi rostro.

"¡No tuvo gracia! ¡No tuvo ninguna gracia!"

Pero sí que la había tenido.

¿No podía haberme olvidado una de las bragas que me había dado mi madre? Con su encaje, con transparencias sensualonas... ¡Eran mucho mejores para que un chico las encontrase que aquellas llenas de conejos! 

Reí con todas mis fuerzas, al fin y al cabo, nadie podía escucharme. No sabía con qué cara podría mirar a Alessandro después de lo sucedido, pero lo más probable era que él volviese a hacer como si yo no existiera, así que no había nada de qué preocuparse.

Me senté frente al ordenador y lo encendí. Tenía ganas de hablar con mi madre y las gemelas. Encendí la webcam y esperé a que mi madre aceptara la llamada. Su imagen pronto apareció sonriendo reluciente en la pantalla.

—¡Daniella, mi tesoro! ¿Cómo estás? ¿Estás comiendo bien mi vida? ¿Qué tal las clases? ¿Y con tus amigos? ¡Cuéntame hija, que no dices nada!

—¡Es que no me dejas! —Contesté yo riendo—. Estoy muy bien, como bien, las clases también están bien, menos matemáticas que es supremamente aburrida y...

—¡Eso no puede ser! —Me cortó ella—. ¡Las matemáticas siempre se te han dado bien, hija!

—No dije que me fuera mal en la clase, mamá, sólo que me resulta aburrido.

—¡Oh! ¿No te agrada el profesor? ¿Qué tal es?

—Es... mayor. Mayor y aburrido; no hay mucho más que decir de él. —Ella rio y asintió.

—¿Y qué tal tus amigos?

—...Bien.

—¿Y esa duda?

—Es que...uno de ellos...

—¿Cuál?

—Drew, mamá, ¿qué más da eso? —Pregunté divertida.

—¡Es por cotillear, cariño! Bueno, cuéntame, ¿qué pasa con él?

—Intentó besarme. —Dije lo más rápido que pude.

—¿Cómo? —Preguntó ella elevando la voz—. ¿Y tú que hiciste?

—¡Me aparté! Él no me gusta. —Ella me miró un momento de una forma como nunca antes había hecho.

—Lo has hecho bien, Daniella, no tienes por qué estar con una persona que no te gusta.

—Lo sé. Sólo espero que no insista.

—Te las arreglarás bien, mi vida —Me dijo con ternura—. Ahora, dime lo más importante, ¿me extrañas? —Yo reí.

—Cada día, mamá.

Hablamos otro rato y me despedí de ella para hablar con las gemelas. Las llamé y sólo Linzy apareció en pantalla.

—¡Hola Lizz!

—¡Hola Nella! ¿Cómo estás?

—Bien, muy bien la verdad. ¿Dónde está Lucía? —Ella suspiró.

—¿Tú que crees? ¡Hablando con Jake! —Llamó a su hermana a gritos y yo reí. 

Lucía apareció al ratito por detrás de Lizz.

—¡Hola Nella! ¿Qué tal? —Mi amiga se veía realmente radiante, sólo tres semanas hablando con Jake y la habían cambiado por completo.

—Bien Luz, ¿y tú? —pregunté burlona—. ¿Qué tal está Jake?

—Bien —Contestó sonriendo como una boba—, bueno, ¡dímelo tú que lo puedes ver cada día! —Se corrigió. Yo reí con verdaderas ganas.

—Lo veo con la misma cara de tonto que tú. —Ella se sacó la lengua, sin embargo, pude ver que su cara se iluminaba aún más de la alegría.

Hablé con ellas hasta la hora de cenar. Les conté lo que había pasado con Drew, haciéndole jurar a Lucía que no le diría nada a Jake, y luego les conté lo que me había pasado con Alessandro y ambas se carcajearon de mí. Me pidieron que les informase de como seguían las cosas y cerramos la conversación.

Le envié un mensaje a Ali para saber si bajábamos juntas a cenar. Su habitación estaba en el otro pasillo por lo que siempre quedábamos en el pequeño recibidor. Nos encontramos y bajamos al comedor juntas. Agarramos como siempre una bandeja y nos pusimos a la cola para recoger la cena.

Los chicos entraron en el comedor en ese momento, riendo y golpeándose entre ellos. Me sentía algo incómoda con el moreno, que vino como siempre a saludarme con dos sonoros besos. Nos sentamos en nuestra mesa y Drew hacía como si no hubiese pasado nada, de modo que yo hice lo mismo y comencé a relajarme poco a poco con sus bromas.

Alessandro estaba como siempre callado y serio, sin embargo, pude notar una leve variante en su actitud; notaba, esporádicamente, su mirada curiosa puesta en mí y, por alguna razón, aquello me aceleraba el ritmo cardíaco. Ni siquiera sabía cómo era capaz de notar que me miraba, pero lo sentía como un hormigueo, como suaves cosquillas sobre la piel. 

Filipp me miraba con una inmensa sonrisa y me hablaba animado del partido de baloncesto que tendría la siguiente semana.

—¿Vendrás a verme jugar, Nella? ¡Tienes que venir!

—Claro. Iré a animarte, Filipp. —El rubio pasó un brazo por mis hombros y me atrajo hacia él.

—¡Esta es mi chica! —Me sonrió y yo le devolví la sonrisa. 

Mi cara empezó a hormiguear; levanté la cabeza y miré a Alessandro directamente a los ojos sorprendiéndolo, y sorprendiéndome a mí misma al ver que, efectivamente, él me estaba observando.

Esa noche volví a soñar con él, me robaba toda la ropa interior de la lavandería y la escondía por todo el internado. Luego me entregaba un mapa con la situación de las prendas.

"¡Es la última vez que ceno hamburguesa!"— Me prometí.

A la mañana siguiente había bajado al comedor temprano a por el desayuno: una tacita de café con leche y dos tostadas con queso y mermelada de fresa.

Desde el incidente con Alessandro y la taza, no había vuelto a salir al balcón, pero los colores marrones, amarillos y anaranjados de las hojas de los cerezos llamaban a gritos a mi cámara de fotos, de modo que decidí salir a desayunar allí. Me apoyé con cuidado en la barandilla metálica y disfruté del silencio de la mañana. El paisaje era hermoso, tranquilo, pacificante; era una perfecta mañana de otoño. Cerré los ojos para sentir bien el aire frío contra mi cara y respiré hondo.

—¿Intentas agredirme de nuevo? —Abrí los ojos de golpe y me incliné sobre el borde izquierdo del balcón. 

Un perfectísimo Alessandro miraba hacia mí con gesto severo. Llevaba el pelo recogido en una desordenada coleta a la altura de la nuca, un pantalón de pijama largo con cuadros negros, blancos y grises, y una camiseta de manga corta blanca, que dejaba a la vista sus fuertes brazos.

¡Estaba tremendo!

—¡Oh! Buenos días. ¡No te escuché llegar! —Mis mejillas enrojecieron al instante, recordando mi ropa interior en sus manos. 

—Ya estaba aquí cuando tú saliste. ¡Aleja esa taza del borde! —Aparté la taza, apuré el café que me quedaba y la dejé en el suelo.

Volví a asomarme por el borde del balcón, pero él ya miraba el paisaje apoyado en la barandilla como yo había estado momentos antes, así que me aparte y me coloqué en el centro del balcón con la cámara en la mano, me incliné al frente y me concentré en buscar un buen plano y enfocar de forma correcta el bonito paisaje otoñal. Eché un par de disparos y cuando las fotos salieron de la cámara, pocos segundos después de hacerlas, sonreí feliz y orgullosa del resultado. 

Escuché el sonido de una cámara disparando, pero no era la mía, me asomé hacia abajo y vi que Alessandro también estaba haciendo fotos de los cerezos.

—Bonito paisaje, ¿verdad? —Preguntó aun mirando a través del objetivo.

No dejaba de sorprenderme que Alessandro me hablase en castellano, lo poco que habíamos hablado al menos. Tenía aquel precioso acento italiano, con el que marcaba las "erres" y las "eses", y debía reconocer que me resultaba muy atractivo al oido... y a la vista.

—Sí.

Si quería que nos llevásemos bien y fuesemos amigos al igual que los demás, los monosílabos no serían de mucha ayuda, de modo que busqué algo que añadir.

—Aunque a mí me gustará más en primavera, cuando estén en flor —Él no dijo nada más. Continuó mirando al frente y lanzando disparos aquí y allá. Yo empezaba a sentir frío, de modo que me despedí de él—. Bueno, nos vemos luego.

—Sí.

Tal vez un monosílabo sí que era suficiente para él.

¡¡¡Hola zanahorias y zanahorios!!!

Aquí estamos con un nuevo capítulo OwO ¿Os ha gustado? ¿qué me decís de los muchachos? :3 ¡hermosos los muchachos! ¿cuál os está gustando más? ¡¡Dejadme vuestros comentarios y votad el capítulo si os ha gustado!! ^^

¡¡Os mando un enorme beso con sabor a zanahoria!!

Alma.

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