Un día importante
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Por fin se acercaba el último sábado del mes.
¡Por fin podría salir a recorrer Londres! Me sentía tan contenta que me había pasado toda la semana flotando en una nube, aunque algo se emperraba en empañar mi felicidad.
No había vuelto a hablar con Alessandro desde aquella tarde, después de la clase de fotografía, pero cada vez que teníamos clase con Axel, "casualmente", el proyecto de pelirrojo se quedaba en el aula hasta que yo salía.
Filipp, andaba medio desaparecido desde nuestra charla en la fuente del Laberinto. Alan me había contado que se sentía muy nervioso por el partido, que se jugaba mucho y que necesitaba concentración.
El día del partido se suspenderían todas las clases de la mañana para poder recibir a los jugadores y seguidores del equipo contrario, enseñarles las instalaciones del internado, tomar el desayuno todos juntos y luego ya, jugar el partido. Yo no era la persona a la que más le emocionase un partido de baloncesto, sin embargo, estaría en primera fila para animar a Filipp.
Me encontraba en mi habitación, repasando las fotos que presentaría la tarde siguiente en clase de Axel. Diez fotos, diez sentimientos, de los cuales sólo tenía ocho.
Tranquilidad, admiración, amor, odio, soledad, miedo, alegría y satisfación.
Esta última era en particular una de las mejores y más divertidas, ya que la cara de Jake al saborear uno de los famosos "Chocolate Volcano Cake" del internado, era de puro gozo.
Me faltaban dos fotos, pero mi madre me había enseñado a ser paciente y a esperar al momento perfecto. Aunque la presentación era aquella misma tarde, después del partido, de modo que debería estar muy atenta a la mínima posivilidad.
Suspirando, observé el reloj y me apuré a levantarme del escritorio para ponerme el uniforme y arreglarme para bajar a desayunar.
Dejé mi colgante con forma de D por fuera de la camisa azul agua, después de mucho tiempo escondido debajo de mi ropa. Tenía miedo a que este se perdiese también; aún no podía evitar pensar en el otro pequeño colgante... Me daba muchísima rábia el haberlo perdido.
Había ido varias veces a la oficina de Sophia, a ver si alguien lo había encontrado y se lo había entregado, como era común hacer con los objetos encontrados, pero llegó un punto en el que ella, probablemente cansada de mí, me había prometido avisarme directamente si se lo entregaban. Pero aquello nunca sucedió.
Me miré en el espejo y le sonreí a la imagen que este me devolvía. Me puse la cámara al cuello y salí disparada hacia la primera planta, donde ya me esperaban Alina y los chicos, aunque no había ni ratro de Filipp o Drew; busqué con la mirada a lo largo del salón, pero no los veía por ningún lado.
—Tranquila, Nella —Dijo Alan con una gran sonrisa, dándose cuenta de que los buscaba—, están entrenando con el equipo. Por muy amistoso que sea el partido de hoy, el entrenador no les perdona por haber perdido la temporada pasada, y ahora que muy buenos jugadores quiere volver a disputar la capitanía.
—¿Quién era capitán el año pasado? —Preguntó Alina con curiosidad. Alan miró a Jake en silencio y este se encogió de hombros.
—Era Drew.
"¡Genial! ¡Como si no hubiese ya problemas suficientes!"
Al ver mi cara de fastidio, Alan rio y me explicó más:
—Sí, a Drew le encantaba ser capitán, pero ahora que llegó Filipp, que juega igual...
—¡Mucho mejor! —Intervino Jake.
—Sí, mejor que él, en realidad —Acordó el asiático—, y su puesto peligra... Así que hay mucha tensión entre ellos. —Suspiré.
Perder sería un golpe duro para Drew, pero en el fondo de mi corazón deseaba que Filipp consiguiese vencerle, después de todo, él era mi mejor amigo.
Mientras caminábamos hacia el patio principal, donde se bajarían los invitados, los dos chicos comenzaron a discutir las probabilidades del partido con Alina, que sabía del tema tanto como ellos. Yo me dediqué a escuchar en silencio pero pronto me aburrí de no entender nada y mis ojos cayeron en Alessandro, que caminaba mirando al suelo y en silencio a mi lado.
Su apariencia era tan seria como siempre, y sin embargo podía ver sobre él la misma tristeza que creía ver ahí cada día. Levantó la mirada de repente y yo aparté los ojos. Sentí un suave cosquilleo en mi cara durante los breves segundos en los que me miró y luego dirigió la mirada a Jake, que apostaba una pérdida por tres puntos para el otro equipo.
La directora, el entrenador y el equipo de baloncesto, ya vestidos con sus uniformes azules, nos esperaban en el lugar.
Miré a Filipp y me alivió comprobar que me dedicaba una amigable sonrisa; levanté mi pulgar y le sonreí para infundirle ánimo y su sonrisa se amplió aún más. La directora Lemoine nos pidió que nos colocásemos en dos filas, chicas delante y chicos detrás y se paseó por delante de nosotros comprobando que el uniforme estuviese correctamente planchado, como había pedido en las circulares que habían estado rondando todos los pasillos durante la semana. Sonrió amable hacia mí y yo incliné levemente la cabeza a modo de saludo.
—¡Wellcome, boys and girls! Veo que todos han hecho sus tareas —Habló con su seseante inglés—, me siento orgullosa de cada uno de ustedes. Hoy, dejarán bien claro su educación y saber estar. Sé que todos queremos ganar el partido, pero, sin embargo, los alumnos del San Raphael son nuestros invitados durante esta mañana, no nuestros enemigos, y se les tratará como tal. No quiero ver malas caras, asperezas, ni mucho menos malas palabras entre ustedes. Demuestren su decoro. ¿Okay?
—Sí, Missus Lemoine. —Contestamos al unísono.
Ella sonrió complacida.
—Perfect. Por último, y no menos importante —se giró hacia el equipo y habló solemne—, no importa cuál sea el resultado de este partido; es un partido amistoso, y todos —Habló ahora dirigiéndose también a nosotros—, nos alegraremos sea cual sea el resultado. Eso sí, yo les deseo mucha suerte a nuestros jugadores, y por supuesto, ¡les deseo la victoria!
Todos aplaudimos.
Los dos autobuses granates con el escudo del San Raphael no tardaron en aparecer. Del primero se bajaron los alumnos que, al igual que nosotros, venían a ver el partido; del segundo se bajaron los doce sonrientes jugadores del equipo contrario.
Sus uniformes eran similares a los nuestros, a excepción de los colores, y que las chicas llevaban un traje con vestido en lugar de una falda. El vestido era granate, con una americana negra, y los chicos llevaban un pantalón negro con una americana también granate.
El escudo de su instituto era un aro dorado con un pájaro negro dentro de él, con las alas extendidas y las patas apoyadas en el aro.
El del Michelangelo, era mucho más sencillo; un rombo dorado, dentro del cual se veía la letra "M" enredada por una pequeña rosa roja y su espinoso tallo verde esmeralda.
Los alumnos visitantes, se colocaron también en dos filas, mientras que los profesores y el entrenador que los acompañaban, saludaban a nuestra directora y al entrenador.
Me fijé en nuestros contrincantes; se los veía fuertes y confiados. Me llamó la atención uno de ellos que me miraba con una ceja levantada y el ceño fruncido. Su cara me resultaba familiar.
—Alina —llamé a mi amiga entre susurros—. ¿Conoces a ese chico? —Alina miró en la dirección en la que mi cabeza había señalado discretamente.
—¿Te refieres al que te mira tan concentrado? —Rio ella, y yo asentí avergonzada—. ¡Oui! ¡Es capitán de "los cuervos" desde el año pasado! Fue cuando nos machacaron por completo —Recordó molesta.
"Los cuervos", así se les llamaba a los alumnos del San Raphael por lo bajo, no estaba segura de que el pájaro de su escudo fuese un cuervo, pero ¿quién era yo para discutir un apodo así?
—Es una pena que sea de la competencia ¿cierto? Es muy guapo... ¡Y no deja de mirarte! ¡Mon Dieu, amie! Has dejado a Pablito embobado. ¡Oh! ¡Tal vez si tú lo distraes podamos ganar!
¿Había dicho Pablito?... ¿Podría ser...?
Las filas ya se habían roto y los alumnos comenzaban a mezclarse y saludarse tranquilos. Yo me había quedado parada, con la boca abierta mirando al capitán de los cuervos; a Pablo, que me miraba aún con las cejas arrugadas y una pequeña sonrisa de incredulidad asomándose a sus labios.
—¿Pablo?
—¿Daniella?
Le sonreí y él me sonrió de vuelta, feliz. ¡No podía creer que estuviese allí!
Avancé hacia él corriendo y nos fundimos en un tremendo abrazo. Pablo me alzó y dio un par de vueltas sobre sí mismo, haciéndome lanzar una fuerte carcajada de felicidad.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¡Creía que estabas en Argentina!
—¿Y tú no deberías estar en Madrid?
Ambos reímos y nos separamos para poder mirarnos a los ojos de nuevo. No fue hasta entonces, que nos percatamos de que todos los alumnos se habían parado a mirarnos desconcertados. Ambos nos miramos y rompimos a reír de nuevo.
—Estás preciosa, Daniella.
—¡Tú también estás muy guapo!
—¿Y ese tonito de sorpresa? —Reímos. Ahí estábamos los dos de nuevo, como si nunca nos hubiésemos separado, como si él nunca se hubiera ido.
—¡Te extrañé cuando te fuiste! —Dije cambiando de tema. Él me dio otro rápido abrazo mientras añadía:
—Como yo a ti cada vez que te ibas, enana.
—¿Por qué no me llamaste ni me escribiste?
—Bueno... —Comenzó a rascarse la nariz como solía hacer cuando estaba avergonzado y reí en anticipación a su respuesta—, después de haberte atacado con mis labios de sapo... —Reí como loca.
—¡Que exagerado! ¡Ni me atacaste, ni tienes labios de sapo! —Él rio también y me pidió paciencia para poder terminar su relato. Asentí para que siguiera.
—Pues eso, después de besarte... No sé, ¡era un crío! Me fui y al principio me daba vergüenza hablarte, y ya luego pensé que... simplemente, te habrías olvidado de mí.
—Pablo, ¡nos reímos de ese beso durante todo el verano!
—¡Tú reiste! —dijo él avergonzado—. ¡Yo me aguantaba como macho la vergüenza que había pasado! —Reí con él.
—Te perdono por no comunicarte conmigo, ¡pero promete que no volverá a pasar! Y, por cierto, nunca me olvidé de ti.
—Lo juro. —Dijo solemne colocando una mano sobre su pecho y sonriendo alegre por mis palabras.
Pablo había cambiado mucho, había crecido ¡por supuesto! y los años le habían sentado muy bien. Su cuerpo era atlético como el de Filipp, y tendrían más o menos la misma altura también, sus brazos estaban bien definidos, al igual que sus piernas, su pelo castaño oscuro estaba más corto en los laterares que en la parte superior, dándole un aspecto travieso y atractivo. Sus ojos eran tan grandes verdes y sinceros como recordaba.
Charlábamos tranquilos hasta que Drew llegó a nuestro lado.
—Hombre, Pablito... ¿¡Conoces a Daniella!?
—Desde hace años. —Contestó él mirándome feliz y haciéndome sonreír y asentir.
Filipp y los demás se acercaron también a nosotros curiosos.
—Os presento a mi buen amigo Pablo —Ellos asintieron—. Pablo, estos son Filipp, Jake, Alina, Drew, Alan y Alessandro. —Dije mientras los señalaba.
—Mucho gusto.
—¿Y dónde os conocisteis? —Insistió el moreno.
—En Madrid —Contestó Pablo educado—, fuimos amigos por unos años, pero... —de repente sentí pánico. ¡Pablo no conocía mi nueva identidad y podía decir algo comprometido! Pero cuando habló, hubiera preferido que descubriese mi mentira—, un día la besé y tuve que salir corriendo del país.
El español reía mientras que Drew lo asesinaba con la mirada y Filipp lo miraba con los ojos muy abiertos. Los demás sólo me observaban a mí, que me había puesto del color del uniforme de mi amigo.
—¿En serio? —Rio Alan.
—Te lo juro. Si quieres besarla, enamórala primero, o te cortará las pelotas. —No pude evitar reírme ante sus ocurrencias.
No había hecho nada malo. Mi amigo me había besado hacía años, y no me había gustado; luego él se había ido. El asunto no tenía mucha más historia.
—¿¡Así que no te gustan los royos de una noche, eh, Nella!? —Preguntó Jake, divertido. Pablo negó enseguida con la cabeza.
—¡Ni lo intentes!
Las bromas de Pablo, Jake y Alan habían relajado el ambiente, pero yo sabía que Alina no dejaría correr tan fácilmente el tema del beso.
Paseamos por el internado durante gran parte de la mañana, riendo y bromeando. Luego desayunamos juntos hasta que el reloj de Filipp marcó las once y media, y avisó de que pronto comenzaría el partido.
—¡Deséame suerte, Daniella! —Pidió Pablo feliz antes de entrar en los vestuarios.
Vi como Filipp se paraba a escuchar mi respuesta. Estaba feliz de ver de nuevo a mi amigo, pero debía lealtad al Michelangelo, y sobre todo a mi héroe.
—En verdad espero que no te duela mucho la derrota, Pablo, ¡porque os vamos a dar una paliza! —Él se fingió ofendido.
—Tanto tiempo sin vernos, ¿¡y te pones de parte de los "Jardineros"!?
"¿¿Jardineros??"
—¡Por supuesto! Son mi equipo— Me encogí de hombros y me dirigí a Filipp que me observaba con ternura—. Suerte, Filipp. —Él asintió contento y entró al vestuario.
Nos dirigimos a las bancas de la derecha, donde ondeaban las banderas azules de nuestro equipo y nos sentamos en la segunda fila a esperar a que saliesen los jugadores. Alessandro, que había quedado sentado a mi lado, miraba la pista con gesto triste, pero cuando nuestro equipo salió se levantó a aplaudir; yo lo seguí, como todos los espectadores, estallando en un fuerte aplauso.
No entendía mucho del partido, pero, en el último tiempo, el marcador me decía todo lo que necesitaba saber; íbamos perdiendo.
Pablo era genial haciendo mates, y la defensa de los cuervos nos impedía efectuar muchos lanzamientos. Alessandro no paraba de maldecir por lo bajo. Quería preguntarle qué estaba pasando, pero, no me atrevía, y Alina estaba muy ocupada discutiendo el partido con Alan y Jake.
Drew agarró el balón y voló por la pista esquivando contrarios hacia la canasta, logrando que todos nos levantásemos esperando que encestara, pero al intentarlo, Pablo frenó su balón en el aire con un salto imposible. Toda nuestra banca lanzó un sonoro quejido, mientras que los cuervos aplaudían sin parar. Veía como Alessandro se pasaba la mano por el pelo desesperado.
—Pásale el puto balón a Filipp, Drew. —Decía entre dientes para sí mismo.
Vio que lo estaba observando y fijó sus ojos color chocolate en los míos. No sé fue lo que encontró en ellos, pero después de un largo suspiro y de negar con su cabeza, se acercó un poco a mí y me explicó:
—Perdemos por cuatro puntos y no tenemos tiempo. El estúpido de Drew no quiere soltar el balón en su afán por presumir y mantener la capitanía, pero ya tiene una falta técnica, si sigue así lo descalificarán y nos hará perder el partido.
Mientras me explicaba, comenzó una pelea entre dos jugadores. Alessandre dejó su explicación para ver que dictaminaba el árbitro, que separó a los jugadores y dio una orden que no entendí.
—Vale, tenemos dos tiros libres, si metemos los dos, empatamos. Luego sólo necesitaremos un tiro más. Si marcamos ese, ganamos —Se levantó de pronto sobresaltándome y empezó a gritar—. ¡Filipp! ¡¡Deja que los lance Filipp!! ¡Porca vacca!
La grada debía estar de acuerdo con él porque se pusieron de pie y comenzaron a victorear el nombre del rubio. Drew le pasó el balón de mala gana y Filipp se colocó y miró hacia nosotros. Me levanté y le lancé un grito de ánimo. Él sonrió y miró concentrado la canasta mientras botaba el balón. Después de unos inquietantes segundos, lanzó y encestó. Todos gritamos. Le pasaron otro balón y repitió lo mismo, miró concentrado la canasta, lanzó y encestó. Gritamos de nuevo.
Vi como Pablo se giraba para no ver como lanzaba el tercer tiro. La pista se llenó de un tenso silencio que pondría nervioso al más experto jugador, notaba la indecisión de Filipp, el temblor de la mano con la que debía lanzar, las gotas de sudor cayendo por su cara impidiéndole ver bien.
—Vamos, Filipp, mira el tiempo, ¡se nos acaba, hermano! ¡Per lámor del cielo! —Susurraba Alessandro contra sus puños apretados.
A pesar de la tensión del momento, su precioso acento italiano lograba que se me rebolviese algo en el estómago. Aquella forma de mover los labios y sesear... ¡Me resultaba demasiado atractivo!
"¡Atractivo!"
De pronto me giré hacia Filipp. Sin saber si hacía lo correcto, me levanté y le grité a mi salvador, recordando lo que me había dicho que se necesitaba para ser como su padre.
—¡Filipp! ¡Puedes hacerlo! ¡Recuerda que tú eres muy guapo! —Alessandro me miró confuso y chocado, y Filipp levantó la mirada riendo divertido hacia mí y asintió.
Nuestra grada se puso en pie imitándome y rompimos el silencio con un fuerte aplauso de ánimo para el rubio. Él, aun sonriendo, lanzó el balón y encestó, dándonos la victoria.
Los gritos eran ensordecedores. La gente aplaudía y vitoreaba a Filipp que alzaba el balón con una inmensa sonrisa de triunfo. Enfoqué la cámara y saqué una foto de su feliz perfil. Ahí estaba mi novena foto, la representación del orgullo.
Jake me abrazó dando saltitos, yo reí sumida en el espíritu de la celebración y me giré para abrazar a Alessandro, que se quedó completamente congelado entre mis brazos. Al darme cuenta de lo que hacía, lo solté de inmediato y fijé mi mirada en el suelo por unos segundos. Lo miré con una sonrisa arrepentida y le dije:
—¡Ganamos...! —El tosió un par de veces.
—Sí... Esto... Fue un buen partido. —Asentí de acuerdo con él y me giré inmediatamente hacia Alina que gritaba mi nombre eufórica.
Los cuervos ya estaban listos para marcharse. Pablo y yo habíamos intercambiado nuestros números y nos despedíamos, junto con los demás, frente a los autobuses.
—¿Nos veremos pronto, Daniella? ¡Tenemos que ponernos al día!
—¡Claro! Mañana tengo permiso de salida por la mañana, ¿tú puedes salir? —Filipp que estaba a mi lado para despedirse del capitán, me miró extrañado.
—¡Sí! El Sant Raphael no es un internado. Salimos todas las tardes, y el fin de semana, claro.
—Entonces podemos vernos mañana. —Acordé feliz.
—¿A las diez delante del Big Ben? Sigue gustándote, ¿cierto?
—Sí —Reí—. Hasta mañana, Pablo.
—Hasta mañana, enana —Me dio dos besos, como era costumbre en España, y se dirigió a Filipp—. Será un gusto competir contigo este año, Filipp. Eres un buen jugador. —Se estrecharon la mano y el rubio le sonrió amable.
—Gracias, lo mismo digo.
Este me guiñó un ojo y se subió a su autobús. Me giré hacia Filipp y le sonreí contenta.
—Así que... futuro capitán, felicidades. ¡Ganaste el partido! —Él se sonrojó levemente y me sonrió nervioso.
—Gracias a ti, por infundirme ánimo, rubia.
—Lo llevas en la sangre, Filipp. ¡Juegas myu bien! Sólo tienes que confiar en ti. Creerte lo bueno que eres.
—Gracias —Me dio un fuerte abrazo y me sonrió—. Ahora tenemos una reunión con el entrenador, y se decidirá la capitanía. Serás la primera en saber el resultado —Puso una mano sobre mi cabeza y me desordenó el pelo—, bueno, la segunda en realidad, Drew será el primero. —Se mofó. Me guiñó un ojo y se fue con los demás miembros del equipo.
Traté de encontrar a los chicos y a Alina, pero no aparecían por ningún lado. Fui a comprobar si seguían en la pista celebrando, pero las gradas estaban vacías, y sólo una figura de anchos hombros y cabello caoba estaba en la pista, observando el aro de una de las canastas con nostalgia.
Sin pensarlo demasiado, subí la cámara y tomé mi décima y última foto. Luego me acerqué a Alessandro despacio y me coloqué a su lado, mirando hacia arriba. Un manojo de nervios se instaló en mi estómago, pero no dejé que alterase mi voz cuando hablé.
—No sé cómo hacen para encestar un mate. ¡La canasta está altísima!
—A tres metros y cinco centímetros exactamente; pero no es tan difícil llegar, sólo hay que querer hacerlo... y saltar. —Su tono era suave pero también serio como siempre, sin embargo, notaba en él tristeza, al igual que en sus ojos.
Miré de nuevo por encima de mi cabeza hacia la canasta y alcé un brazo para comprobar que aún quedaba una gran distancia desde la punta de mis dedos hasta el aro. Tomé impulso y salté con todas mis fuerzas sin llegar a rozar siquiera la red que pendía del aro.
—Creo que no basta con eso... —Reí. Me pareció ver como las comisuras de Alessandro se inclinaban levemente hacia arriba.
Los nervios de mi estómago se transformaron en torbellinos.
—Inténtalo de nuevo, con más ganas. —Dio un paso atrás y yo lo miré arqueando las cejas. Volví la vista al aro de altura infernal, y me preparé para saltar.
Impulsé mi cuerpo hacia arriba con todas mis fuerzas. Sentí presión a ambos lados de mi cadera, y miré hacia abajo con sorpresa, para ver como Alessandro me estaba alzando. Sentí como ardía toda la piel bajo sus manos, y como el fuego que la consumía subía hacia mi rostro, tiñéndolo por completo de rojo.
—Ahí lo tienes. Un mate. —Miré sorprendida el aro de la canasta, que pendía del tablero a pocos centímetros por encima de mi cabeza.
Sonreí.
Era cierto, desde aquella altura podría hacer con facilidad un mate. Levanté rápidamente la cámara de mi cuello y le saqué una foto a la canasta antes de que Alessandro me dejase de nuevo en el suelo con cuidado.
Todo mi cuerpo temblaba y mi control terminó por completo cuando levanté la vista y vi un atisbo de alegría en el chocolate caliente de sus ojos. Las mariposas de mi interior rompieron a flotar y bailar como locas.
—Gracias... —Sururré.
—De nada. —Se encogió de hombros.
Traté de calmarme, y ordené las siguientes palabra que iba a decir en mi cabeza antes de empezar a hablar. Aún podía sentir sus manos, su firme agarre en mi cintura.
—El... ¿El baloncesto te gusta también? Además del fútbol quiero decir...
—No tanto, pero jugaría sin pensarlo si me dijesen que puedo hacerlo.
—¿Por qué no puedes jugar? —Pregunté sin pensar. Alessandro volvió a su típica mirada de hielo y me habló serio y cortante.
—Eso... no importa. —Se dio la vuelta y se fue.
Al fin, era hora de presentar nuestras fotos en clase de Axel.
El gran ventanal estaba tapado por una densa cortina gris dejando la habitación sin más luz que la que entraba por la puerta aún abierta y por un aparato rectangular que estaba en frente a la mesa de Axel, en el centro de la clase.
Uno por uno, saldríamos al frente y colocaríamos las fotos en el sofisticado aparato, que las ampliaría y reproduciría contra la cortina, por detrás del escritorio del profesor, de forma que todos las pudiésemos ver.
Me arrepentí de alguna de mis fotos en cuanto supe el mecanismo que usaríamos; eran buenas, a mi entender, pero enseñarlas sería muy vergonzoso.
—De acuerdo, chicos. Hoy expondrá la primera mitad de la clase y el próximo día la otra mitad. ¡Vamos allá!
Cuando Axel dijo mi nombre, me atacaron unos nervios terribles. A pesar de la falta de luz, podía sentir las miradas de toda la clase puestas en mí mientras bajaba las escaleras.
Le dediqué a mi profesor favorito una mirada de súplica y él me devolvió una de ánimo.
Comencé presentando las fotos menos vergonzosas. Axel elogió cada una de mis fotos, habló de sus puntos buenos y de sus posibles mejoras, hasta que me detuve pensando en las tres fotografías que me quedaban. Pensé que lo mejor era mostrar la foto de Axel primero, representando la admiración, pero no me atreví a decir lo que significaba en realidad y dije:
—Diversión.
—¿Diversión? —Preguntó Axel, desde luego, divertido en aquel momento.
—Creo que te diviertes mucho haciendo fotos. Creo que no es sólo tu trabajo, sino que te diviertes con ello.
—Es cierto, pero no es eso lo que yo veo reflejado en esa fotografía... —rio, miré hacia Alessandro y creí ver que negaba enfadado con la cabeza, aunque no podía estar segura—, pero es un interesante punto de vista. Continua. —Me animó.
—Orgullo. —Toda el aula aplaudió a la foto del nuevo capitán de baloncesto alzando el balón con una inmensa sonrisa.
Filipp me había dado la buena noticia en el comedor. Esa era la razón por la cual Drew no nos estaba acompañando a comer. También me había pedido que fuese a la fuente del laberinto después de la clase de fotografía. Quería hablar conmigo. Pero aquello no me preocupaba en ese momento. La siguiente foto que tenía que presentar sí lo hacía.
—Desde luego, expresa a la perfección el orgullo del jugador —Aprobó Axel—. Como para no estar orgullosos, ¡eh, chicos! ¡Somos unos máquinas! —Aplaudieron aún más fuerte e incluso se escucharon algunos silbidos de alegría que Axel calmó riendo.
Por mí podrían quedarse así hasta que terminase la clase, me daba mucha vergüenza enseñar mi última fotografía.
—Venga, ya chicos, silencio. La última foto Daniella.
De repente mostrar aquella foto me parecía una pésima idea. ¡El mero hecho de hacerla había sido mala idea!
La agarré con suma lentitud y la coloqué en la máquina. La pista de baloncesto se proyectó de inmediato sobre la cortina, y en ella estaba el perfecto perfil de Alessandro, mirando hacia la canasta con un semblante sombrío.
La clase se quedó en silencio y yo miré a Alessandro, que se colocó derecho en su silla y miró la foto con lo que parecía mucho pesar, como si fuese la primera vez que se veía a sí mismo.
—¿Qué ves en esa foto, Daniella? —Preguntó Axel, aun mirando hacia atrás.
Busqué a Alessandro de nuevo. No podía ver correctamente sus expresiones por culpa de la falta de luz, pero sentí que esperaba mi respuesta. Cuando hablé, traté de enfocar sus ojos.
—Soledad. —Intuí una mirada de sorpresa en la cara de Alessandro, que se recostó en su silla y volvió su vista a la foto de nuevo.
Después de unos largos segundos en silencio, al fin Axel miró hacia mí y me sonrió con cariño.
—Sólo tú podías ser capaz de verlo.
No entendí sus palabras, pero su sonrisa me decía que no había hecho algo malo. Se levantó, sacó la foto del potente foco de luz que la reproducía y me la tendió. La agarré y él amplió su sonrisa.
—Buen trabajo, Dani. Puedes sentarte. ¡Venga, la siguiente! Stella Awner.
Subí a mi lugar mirando al suelo, para no caerme y también para no encontrarme con la mirada de Alessandro.
La clase terminó demasiado rápido para mi gusto y Axel abrió la cortina, cegándonos con la potente luz que entraba por el ventanal. Todos recogieron y salieron a la velocidad del rayo, después de entregarle al profesor las fotografías como había pedido; metí nueve de ellas en el sobre amarillo que nos había entregado, y guardé la otra en el bolsillo delantero de mi bolso.
Ya me había acostumbrado a que después de clase, Alessandro recogíera a la velocidad de un zombie, sin embargo, aquella vez no lo hacía deliberadamente, para que yo saliese antes que él. Estaba metido en su mundo, pensativo; entonces, fui yo la que aminoró la velocidad para adecuarme a la suya.
Salimos como siempre en silencio por la puerta. Alessandro observaba a la nada con la mirada completamente vacía.
Tomé la foto que había guardado, la suya; agarré su muñeca para frenarlo y él se giró hacia mí. Estiré la fotografía hacia delate y él bajo su mirada seria hasta dar con la foto, estudiándose de nuevo, viéndose, de alguna manera, a través de mis ojos.
—Esto es tuyo —Susurré nerviosa—. No pretendía ofenderte, Alessandro, yo sólo....
Antes de que terminara la frase, Alessandro hizo algo que me paralizó por completo.
¡¡Hola mis adorados Zanahorios!!
¡¡¡¡Contadme qué os pareció el capítulo de hoy!!!!^^ Quiero leer vuestras opiniones sobre todo!!jejeje sobre Filipp, sobre, Alessandro, sobre Pablo... sobre qué va a pasar en el próximo capítulo...;) ¿¿Ya tenéis más claro a qué Team pertenecéis?? ^^
Ya sabéis que podéis votar si os ha gustado el capi, compartirlo o recomendarlo si queréis que vuestras amigas/os lo lean.
Quiero agradeceros, a todas las personas que leéis, y me apoyáis mediante vuestros comentarios y votos. No tenéis una idea de lo feliz que me hacéis <3
¡¡Y sin más, me despido con un gran beso!!
Alma.
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