¡Sorpresa!


ϟ ..ઇઉ..ϟ

Tenía que haber millones de formas mejores de empezar una semana, pero no, a mí me tenía que tocar empezarla de forma vergonzosa y ridícula.

Me había levantado temprano; quería ducharme para relajarme y vestirme tranquilamente.

El otoño había llegado y el día se presentaba frío, por lo que me coloqué unas medias blancas que subían hasta arriba de mis rodillas, me puse la falda del uniforme, una camisa de manga larga y por encima el jersey azul celeste reglamentario. 

La falda sólo llegaba tres palmos por debajo de mi trasero, pero me alivió comprobar en el espejo que no se me veía nada aunque me agachase, además, no me quedaba mal, de hecho, me agradaba el gracioso movimiento que tenía cuando caminaba.

En un principio me había parecido horrible la idea de llevar uniforme, pero, después de pensarlo detenidamente, agradecía no tener que estar preocupándome de elegir ropa cada mañana. Guardé el colgante de las gemelas por debajo del jersey para sentirlo cerca.

"Debería bajar a desayunar".

Sí, debería, pero no lo hice. 

Me sentía demasiado nerviosa y temía hacer algo estúpido en mi primer día. ¿Qué tal si tropezaba con algún pie o si me sentaba en un lugar ya reservado por otro alumno? No, no. ¡Eso sería demasiado vergonzoso!

Nunca me había considerado tímida y no recordaba que nunca antes me hubiera puesto nerviosa por nada. ¿Había tenido motivos siquiera? No había ido a la escuela, no había tenido que lidiar con burlas de otros adolescentes en épocas de acné o cuando llevé aparato dental, ni con las incertidumbres del primer amor... Había dado mi primer beso a los dieciséis años, pero no había sido por amor.

Había sido con Pablo; nos habíamos conocido en el otoño de mis quince, cuando él se había mudado a Madrid, y nos hicimos buenos amigos; y en el verano de mis dieciséis, después de un largo viaje con mi madre, volví a casa, quedamos y, nada más vernos, ¡él me besó! Había sido alarmante, extraño e incómodo. Se había separado de mí rápidamente y me había pedido disculpas. —"Ha sido la emoción de volver a verte"—, había dicho. 

Estuvimos el resto del verano riéndonos de eso. Al terminar las vacaciones se fue con sus padres a Argentina, y ya no supe más de él, pero deseaba que le fuera muy bien.

Llamaron a la puerta y todos mis sentidos se pusieron alerta; tal vez bajar al comedor era obligatorio y alguien venía a decirme que saliese de mi habitación. Abrí y vi a Sophia con una bandeja que contenía una jarra de leche y una tacita con un platillo a juego, sobres de azúcar, sacarina, café, cola-cao, galletas, magdalenas, tostadas con mermelada y varias piezas de fruta.

La miré expectante. ¿Se suponía que yo iba a comer toda esa comida?

—Pensé que no bajarías a desayunar, y como no sé qué prefieres... traje un poquito de todo.

"¿¡Un poquito!?"

Mi estómago rugió hambriento y Sophia me sonrió pidiendo paso. Dejó la bandeja encima de mi baúl y me ordenó comer.

—Sé que estás nerviosa, pero cuanto antes empieces a relacionarte con los demás mejor será para ti—Asentí, que fácil era decirlo—. Tienes una hora para acabarte eso, baja luego la bandeja al comedor, ¿vale? ¡Suerte en tu primer día! —Y sin más se fue.

Miré la bandeja asustada. ¡Era imposible que me comiese todo aquello!

Hice una foto de mi primer desayuno londinense. ¡Esperaba que no comiesen así siempre! Tal vez una tila hubiese sido lo más acertado para esa mañana, no obstante, ¡había recibido servicio de habitaciones! No tenía derecho a quejas. Eché leche en la tacita de porcelana blanca y le agregué cola-cao.

"Todo irá bien, todo irá bien." —Me repetía, pero el temblor de mis manos no disminuía.

Agarré en una mano el plato que contenía la taza de cola-cao, y en la otra una tostada, y salí al balcón; el aire me despejaría.

Me asombró ver todo lo que la oscuridad de la noche me había ocultado. Podía ver que el edificio era muy grande y tenía forma de "L", no todo estaba cubierto de hiedras como había pensado, sino que tenía amplias zonas donde se veía la piedra de la que estaba hecho.

Mi habitación daba a la parte de atrás, donde había un bonito jardín con caminos de piedra que no sabía a donde iban, pero todos se encontraban en una fuente de mármol gris que estaba situada en el centro del jardín. La imagen se completaba con el bosque de cerezos cuyas hojas comenzaban a amarillear. El frío me helaba la cara, pero, curiosamente, eso tranquilizaba mis nervios; terminé mi tostada y me apresuré a tomar la leche para que no se enfriase; me apoyé en la barandilla y disfruté del silencio y de las vistas.

El sonido brusco de una puerta rompió la armonía del momento, seguido de un gran bostezo. Mi vecino de abajo habría salido también al balcón. Me asaltó la curiosidad por saber cómo era ese chico que pasaría cada noche durmiendo debajo de mí.

"Lucía haría grandes chistes con ese comentario."

Me reí interiormente de mi estupidez y decidí inclinarme ligeramente hacia el lado izquierdo del balcón.

Vi un bonito cabello caoba oscuro y unos hombros anchos escondidos bajo una camiseta gris. Estaba claro que aquella espalda pertenecía a un hombre, sin embargo, el pelo estaba considerablemente largo, como poco, llegaba hasta sus hombros; me incliné un poco más para saciar mi curiosidad y el tiempo repentinamente se paró.

Pude ver por el rabillo del ojo como la taza se desprendía del plato de porcelana y comenzaba a caer lentamente.

"¡¡No!!"

El tiempo volvió a su ritmo natural y vi con horror como la taza salía disparada hacia la cabeza de mi vecino sin que me diese tiempo siquiera a decirle: "¡cuidado!"

—¡Aay! ¡Porca vacca! ¿Pero qué mierda...? ¡Cazzo!

Me aparté rápidamente del balcón y me metí en mi habitación antes de que él me viese.

"Pero, ¿qué haces, loca? ¡Pídele perdón!" —Gritaba mi mente, desesperada. Pero no me paré a escucharla.

El corazón me latía a cien por hora; no había cerrado la puerta por lo que aún podía escuchar al chico quejarse de dolor.

—¡Oye tú! ¡Sal aquí ahora mismo y da la cara, asesina! —Gritó el chico en inglés. Me encogí.

No sabía por qué había salido corriendo, ¡habría sido tan fácil suplicar perdón! ¡Maldita ley de la gravedad! Ya no podía salir ahí ¡no podía dejar que ese desconocido me odiase desde el primer día!

"Lo siento, lo siento, lo siento" —Repetí en mi mente, con la vaga esperanza de que le llegase el mensaje telepáticamente. Mientras, él seguía gritando.

—¡Oye! ¡Sé que sigues ahí! ¡Sal aquí ahora mismo, mujer! ¡Merda! ¡Duele!

"¡Perdón! Lo siento mucho."

Cerré la puerta del balcón y dejé de escucharlo.

¡Bendita insonorización!

Con el pulso haciendo eco en mi garganta, me puse unas Converse azules, agarré los planos, el horario y el móvil, los metí en mi mochila, me aferré a la bandeja aún llena y me apresuré a salir de la habitación. Por el pasillo me encontré con varias alumnas, pero no me puse nerviosa por su presencia, estaba demasiado ocupada viendo que nadie se percatase de que en mi bandeja faltaba la taza, que estaría en ese momento hecha pedazos contra el suelo.

Pasé el segundo piso corriendo con la cabeza agachada y nada más terminar las escaleras me lancé al comedor a dejar la bandeja en uno de los carritos que había dispuestos para eso.

Salí de la casa rápidamente con la vista fija en el suelo y sin pararme ante nadie; tropecé con un par de personas y, esta vez sí, pedí disculpas aún sin levantar la vista.

—¡Hey! ¿A dónde vas con esas prisas?

Me paré en seco al reconocer la voz que me hablaba. Levanté la vista para ver a un perfecto y sonriente Axel vestido con unos vaqueros oscuros y un jersey negro de cuello subido. Inmediatamente sonreí.

—Voy a... a.... —Tartamudeé señalando a ninguna parte.

El levantó una ceja divertido y comenzó a hablarme en castellano. Su acento era dulce y seseante. Me agradaba.

—¿Vas a buscar los stands informativos de las materias optativas?

—¡Eso! Sí, para allí voy.

—Están en la otra dirección —Rio señalando el lado contrario al que yo había marcado—, delante del instituto. Tardarás unos quince minutos en llegar; esto es bastante grande ¿sabes? ¿No has mirado los planos?

¡Los planos! Los saqué del bolso y comencé a estudiarlos sin darme cuenta de que él se acercaba a mí. Agarró el plano y con un rotulador empezó a poner nombres y flechas a lo largo del mapa, explicándome qué era cada dibujo que aparecía y cuál era la forma más rápida de llegar.

—Gracias. —Le dije con toda la sinceridad que albergaba mi avergonzada alma.

Sus ojos amables me sonrieron para luego dedicarme un guiño.

¡Dioses del Olimpo! Aquel hombre era muy hermoso. Me obligué a dejar de lado las ganas de fotografiarlo.

—Es un placer. —De nuevo sonrió y mis ganas de sacarle una foto fueron casi insoportables.

"Suelta la cámara, Daniella, ¡suéltala!"

—Y cuéntame, ¿cómo lo llevas? —Preguntó.

—Bien, creo; aún no he tenido que enfrentarme a una gran multitud. Tú... Tú sabes quién soy, ¿verdad? —Él asintió sonriendo.

—¡Eres Daniella, una alumna nueva! —No tenía claro si bromeaba conmigo, o si no tenía idea sobre mi verdadera identidad pero supe que, si por algún motivo él lo sabía, podría contar con su silencio, de modo que le sonreí agradecida—. Y hasta ahora mi alumna favorita.

Enrojecí.

—¿Eres profesor en alguna de las optativas?

—Sí, y estoy seguro de que querrás apuntarte cuando averigües cual es. Vamos, te acompaño.

Nos dirigimos en silencio hacia el instituto; yo observaba relajada el bonito paisaje que me rodeaba. El camino de piedra clara, que estaba bordeado por pequeños arbustos recortados en forma de pequeña pared, las farolas, los campos verdes, jardines y árboles. Miraba atenta el plano para saber qué eran las construcciones que podía ver desde nuestro camino.

Notaba que el profesor me miraba algunas veces y sonreía; su presencia me tranquilizaba. Sin que yo supiera el porqué, caminábamos al lado de los demás alumnos y profesores sin sentir temor o nervios, solamente sentía curiosidad por saber qué clase impartiría Axel. De pronto él se paró.

—Desde aquí te dejo ir sola. No es bueno que crean que tienes enchufe con el profesor —Sonrió amable—, ¡además debo ir a abrir mi stand! Suerte en tú primer día. ¡Y recuerda no elegir todas las optativas hasta que veas mi asignatura! —Asentí.

—Gracias. —Él me sonrió amable y se despidió levantando una mano.

Continué el camino sola. Ya podía ver la fachada del enorme edificio color crema que iba a ser mi instituto. Gracias a Axel, los nervios habían casi desaparecido, pero entonces comencé a escuchar la conversación del grupo de chicos que venía riendo detrás de mí a todo volumen y volvieron a aparecer.

—¡Oh man! Siempre pensé que tu novia te ponía los cuernos, ¡pero esto es demasiado literal! ¡No deberías llevar ese trofeo para presumir! —Risas—. En serio, hermano, ¡pareces un unicornio! —Más risas.

—Primero, nadie tiene constancia de que mi novia me ponga los cuernos. Segundo, ya os dije que una loca intentó matarme con una taza, y ni siquiera se disculpó. —Mi cuerpo se tensó por completo.

—Es sólo un chichón, tío, ponle hielo y mañana estarás mejor. —Dijo una segunda voz.

—¡Que chichón ni que nada! ¡¡Alessandro es un habitante de Narnia!! —Habló una tercera voz y el grupo se carcajeó de nuevo.

—Como encuentre a la graciosa... —Me encogí.

Ya sabía el nombre de mi vecino. Alessandro.

—Piensa que al menos la taza no estaba llena. —Agradecí a la cuarta voz por su apoyo.

—¿Intentas decirme que tuve suerte? —Habló mi vecino, que sonaba más enfadado que ofendido.

—¡Tranquilo, My little pony! —Dijo la primera voz.

El grupo estalló en carcajadas, e incluso a mí me costó no echarme a reír.

No sabía que estaba tan atenta a la conversación hasta que el enorme chico que iba delante de mí frenó en seco; haciendo honor a mi torpeza natural, me golpeé contra su espalda y reboté hacia atrás tropezando con mi propio pie y precipitándome contra el suelo.

Cerré los ojos para recibir un impacto que nunca llegó.

—¿Are you okay? —Preguntó una dulce voz que me resultaba conocida.

Abrí los ojos y me encontré con un guapo joven rubio de ojos color aceituna sujetándome por la cintura. Me miró de arriba abajo fijamente durante unos segundos con gesto extrañado, hasta que miró mis ojos con los suyos abiertos como platos.

—¿Nella? —¿Por qué sabía mi nombre? —. ¿Eres tú?

—¿Nos conocemos? —Miré al rubio a los ojos y él sonrió—. ¿Podrías soltarme?

—¡No me lo puedo creer! ¡Eres tú! —Gritó en castellano, ayudándome a incorporarme con delicadeza y pasándose una mano por el pelo—. Otra vez te salvo de un golpe en la cabeza y otra vez te olvidas de mí. —Rio.

¡Ahora lo recordaba! ¡Era el chico de la disco!

Había pasado medio camino tratando de ponerle un rostro y ¡ahí estaba! Con el pelo más corto, por lo que apenas se notaban los caracoles que recordaba, pero si, era él. Miré a sus amigos, ¡estaban todos!... los cinco, todos dándome un buen repaso visual, ¡incluido mi vecino de abajo!

"¡Oh, por todos los Dioses!"

Con un notorio nerviosismo me apresuré a peinarme el flequillo.

—Pero, ¿qué haces aquí? —Preguntó el rubio volviendo al inglés. 

¡Tanto cambio de idioma terminaría por volverme loca! Pero tendría que acostumbrarme, después de todo, en eso consistía un colegio plurilingue, ¿no? 

—¿Estudiar? —Sus amigos rieron, todos menos Alessandro, que me miraba serio y se masajeaba la frente. Recé para que no se percatase que yo lo había atacado—. ¿Qué haces tú aquí? ¿No deberías estar en Barcelona?

—Ah, ¡conque sí que me recuerdas! —Sonrió alegre.

Sus dientes no terminaban de encajar con su rostro, se me antojaban algo pequeños, y sin embargo provocaban una linda sonrisa de duendecillo travieso. Asentí sonriendo.

—Filipino, ¿no?

Sus amigos rompieron a reír estruendosamente haciendo que todos los que pasaban por nuestro lado se girasen para saber que pasaba; incluso me había parecido ver un pequeñísimo atisbo de sonrisa en la cara seria de Alessandro.

—Es Filippo en realidad, Filippo Costa —Me corrigió, sin perder la sonrisa, con un bonito acento italiano—, pero me gusta que me llamen Filipp. ¡No lo olvides esta vez, eh! -Me advirtió divertido—. ¿Recuerdas a Jake? —Me preguntó señalando al chico que recordaba que había intentado ligar con Lucía.

Asentí dirigiéndole una sonrisa. Jake era muy guapo, tenía el pelo engominado formando una cresta despeinada, ojos oscuros y espesas cejas ¡y no era tan bajo! No era tan alto como Filipp, pero a mí me sacaba al menos cuatro dedos de altura.

—Jake White —Me tendió la mano y me la estrechó con cuidado—. Que sepas que tú amiga me provocó un trauma con la altura —Su rostro y expresión eran pura ternura. Sólo mirarlo me hacía sonreír—. ¿Está ella aquí también?

—No —Dije agachando la cabeza—, ella y su hermana siguen en Madrid. —Él asintió y noté que estaba ligeramente apenado.

—Tienes que darme su número —Lo miré sorprendida por su tono imperativo—. ¡Alguien tiene que pagar las facturas del psicólogo! —Reí.

No lo conocía y aun así me agradaba. Hablaría con Lucía y, si ella aceptaba, le daría su número.

—¿Eran gemelas verdad? —Preguntó un chico de piel morena, ojos cafés y el pelo con corte militar. Asentí—. ¡Os lo dije!

—Este "genio" es Drew Scott. —Lo presentó Filipp, él me saludó con dos sonoros besos, que me pusieron algo incómoda.

—Me tienen envidia porque ellos no se habían fijado en ese detalle. —Me dijo. Tenía un acento inglés muy fuerte. ¿Escocés tal vez?

Le dediqué una sonrisa forzada dándole la razón.

—Encantado, yo soy Alan —Un cuarto chico sonriente me tendió su mano. Este tenía hermosos rasgos asiáticos; sus ojos rasgados eran oscuros y me encantó su pelo anaranjado casi rapado de un lado y con un largo flequillo cayendo hacia el lado contrario—, Alan Hyum, y sí, soy asiático. —Le sonreí.

—No lo había notado —Dije divertida—. ¡Me encanta tu pelo! —Él rio.

—Es uno de sus mayores encantos, pero no te acostumbres mucho al color, pronto lo tendrá azul, verde o rubio pollo. —Explicó Jake. Asentí y le sonreí de nuevo a Alan.

—Hablando de cambios —Habló Filipp—, ¿siempre has tenido el pelo así? Te sienta bien.

Me coloqué el flequillo sobre los ojos y encogí los hombros un tanto avergonzada.

—Déjala que se pinte el pelo como quiera. Estar siempre igual es aburrido, ¿verdad Nella? —Preguntó Alan, utilizando el apodo que le había dado a Filipp en la discoteca.

—Verdad. —Aprobé, aunque yo no tenía pensado cambiar mi color de pelo por un lago tiempo—. Y, ¿qué hacíais vosotros en Madrid?

—Es una tradición que hemos empezado hace dos años. —Me contó Jake. Filipp asintió.

—Nuestro vuelo hace escala en Madrid —Dijo señalándose a él y a Alessandro, que seguía con un rostro inplacable—. Así que comenzamos a viajar una semana antes de comenzar el curso y nos reunimos allí.

—¡Es la semana de los chicos! —Rio Alan—. Las mujeres hacéis eso mucho, ¿no?

—Escuchamos lo de la disco nueva y lo demás es historia. —Terminó Jake.

—Por cierto, ¡aún no presentamos a Pegaso!

Todos rieron, menos "Pegaso" y yo, que se me había congelado la sangre de pronto.

Me giré hacia mi vecino de abajo y todo mi cuerpo se congeló. Era muy alto, posiblemente una cabeza y media más que yo, pero no iba a acercarme más para verificarlo. Su piel estaba ligeramente bronceada, su espalda era ancha y fuerte, tal como había visto desde el balcón; el cabello caoba oscuro, largo hasta los hombros, brillaba con reflejos anaranjados en las zonas donde le daba el sol.

Su rostro era perfectamente ovalado, sus labios gruesos y sus ojos color chocolate también estaban ligeramente rasgados, aunque no de la misma forma que los de Alan; las cejas oscuras los enmarcaban a la perfección. En resumen, era tan guapo que robaba el aliento. Me quedé mirándolo atontada, hasta que vi allí, a un lado de su frente, el enorme chichón violáceo que yo le había hecho.

Enrojecí por completo.

El me miró con expresión seria y tras alisar mi nuevo flequillo una vez más, decidí que presentarme sin esperar a que los demás me dijeran su nombre primero, sería lo más correcto.

—Me llamo Daniella —Dije para él y para los demás, para que supieran de dónde venía mi apodo—. Daniella González.

Alessandro sólo asintió una vez con la cabeza.

—Bonito nombre. Por cierto, ¿sabías que el uniforme te sienta de maravilla? No tenía idea de que podía quedar tan bien.

¡Vaya! ¡Ya sabía quién era el ligón del grupo!

—Drew... —Habló Filipp levantando ambas cejas. Luego se volvió a Alessandro y le pasó un brazo por los hombros—. Este es Alessandro Colombo, unicornio por unos días y mi mejor amigo. Perdona su carácter, como ves tuvo un pequeño incidente esta mañana —Señaló el bulto de su frente con un dedo, que el otro apartó de un manotazo—. Tranquilo bro, pronto se te pasará y tendrás la cara tan sexy como siempre.

—No culpemos al tazazo que recibió, su carácter es siempre así. —iRo Drew recibiendo una mirada severa de Filipp.

Yo no era capaz de mirar a Alessandro a la cara, pero veía de refilón que él me miraba de no muy buena forma.

Y ahí estaba yo, con un grupo de personas que no creí volver a ver, y entre ellos mi serio vecino de abajo, accidentado por culpa de mi torpeza.

¿Se podía empezar mejor? Estaba segura de que sí.

Al menos mis nervios se mantenían a raya, siempre que no mirase la frente de Alessandro, que me provocaba sudores fríos en las palmas de las manos.

Fuimos juntos a mirar los stands donde alumnos y profesores promocionaban sus asignaturas y daban folletos informativos y de inscripción, algunos incluso ofrecían comida con el fin de obtener más visitas. Tomé folletos de las asignaturas que más me gustaban; como canto o natación, mientras que los chicos escogían, además de algunas de las mías, todas las de deportes. Teníamos tres días más para elegir y presentar las hojas de inscripción en el stand correspondiente.

Caminé buscando el stand de Axel y cuando lo vi, fui corriendo hacia él; los chicos me siguieron extrañados por mi repentina alegría.

—¿¡Eres el profesor de fotografía!?

—¡Sorpresa! —Respondió él sonriente y me tendió un folleto con los puntos que se verían durante el curso.

—¿Os conocéis? —Preguntó Drew, con una extraña mirada.

—Nos conocimos esta mañana —Respondió el profesor con naturalidad—. Daniella es nueva y estaba más perdida que Papá Noel en marzo, así que le indiqué el camino. Como vi su cámara me imaginé que le gustaría mi clase y le pedí que me buscara. Por cierto, mi nombre es Axel y seré el profesor de fotografía; ¡necesito miembros chicos! ¡Apuntaos! —Les tendió un folleto a cada uno. 

Ahora ya conocía el motivo por el que él sabía que sería alumna suya; la cinta que sujetaba mi cámara de fotos sobresalía de la mochila, mostrando la marca del aparato. 

—¿Cuento contigo, Daniella?

—¡Por supuesto! —No iba a perderme esa clase independientemente de quién la impartiese, pero, que fuera él, ¡era un plus a favor!

Me fijé que Alessandro miraba a Axel con los ojos entrecerrados y este le sonreía despreocupado.

"¿Qué le pasa?"

—Nella, ya casi es hora de la competición de natación, ¿vienes a verla con nosotros? —Filipp también se mostraba incómodo y miraba a Axel con desconfianza. Asentí y me despedí de mi futuro profesor.

Pasé el resto del día con los chicos, charlando y conociéndonos. 

Comimos juntos en la cafetería del instituto donde habían dispuesto canapés, patatas fritas, sándwiches y bebidas, y Alessandro aprovechó para conseguir hielo y ponérselo en la frente; me sentía fatal por él, debía disculparme antes de que se enterase por cualquier motivo de que yo había sido la responsable de su dolor.

Vimos las distintas demostraciones que estaban programadas para ese día, en las que participaban los alumnos que habían terminado su último año en el internado y mostraban todo lo que habían aprendido.

Ya no me sentía nerviosa ni preocupada; de la misma forma natural en la que había conocido a los chicos, pensaba conocer a todo aquel que quisiese conocerme a mí.

Ellos me caían realmente bien. Filipp era el más atento, Jake era muy tierno, Alan divertido, Drew era un ligón y Alessandro estaba todo el tiempo serio; apenas hablaba, y cuando lo hacía no se dirigía a mí. Podía asegurar que había tristeza escondida en el fondo de su mirada con varias capas de mal humor. ¿Se debía todo a la marca que le había dejado? No podía ser eso, él no sabía que había sido yo.

Aquella noche soñé con él. Entraba por mi balcón y me gritaba: "¡Sabía que habías sido tú!"

Por la mañana me levanté agitada. Debía arreglar las cosas con él antes de que la cosa fuese peor.

Había estado tan agotada la noche anterior que no había cenado ni escrito a mi madre ni a mis amigas, así que encendí el móvil y el ordenador, y abrí mi correo. Tenía tropecientos WhatsApp y dos mensajes, todo de ellas.

Leí primero los de las gemelas ya que no les había escrito desde mi llegada y les contesté contándoles todo lo que me había ocurrido hasta el momento, aproveché también para preguntarle a Lucía si le podía dar su número a Jake. Luego le escribí a mi madre diciéndole que estaba bien, que estar allí ya no me disgustaba tanto y que había conocido a un grupo de chicos con los que me llevaba muy bien. Me puse el uniforme limpio bajé el que ya me había puesto a la lavandería.

Me decidí a ir por primera vez al comedor donde divisé a los cinco amigos sentados en una mesa cerca de la ventana. El aire estaba cargado con olor a pan y pasteles recién hechos; se me hacía la boca agua.

Al verme entrar, Filipp se levantó y me llamó con la mano para que desayunase con ellos. Agarré una bandeja y pasé por la barra para elegir una taza de leche y un croissant. Llegué junto a ellos justo cuando Alessandro recibía una llamada al móvil y se levantaba gruñendo de la mesa.

—Puedes sentarte en su lugar —Me dijo Filipp suspirando y señalando la silla que quedaba entre él y Alan—, probablemente ya no vuelva al comedor.

—¿Va todo bien?

Me preocupada que durante la noche el chico serio hubiera tenido que ir al médico por el golpe con la taza; que le hubiese causado algún tipo de problema cerebral o algo.

"Por favor que no sea eso. ¡Que no sea eso!"

—No estamos seguros —Explicó Drew—, pero al parecer arrastra problemas con su novia, ¿no? —Preguntó dirigiéndose a Filipp, que asintió en su dirección.

Miré las puertas blancas por las que había desaparecido. ¿Sería ese el motivo de su tristeza?

—Nella —Alan llamó mi atención moviéndome el brazo—. ¿Estás bien?

—¿Eh? Sí, sólo me siento cansada.

—¿Cansada de qué, si aún no empezaron las clases? —Rio él.

—De tanto pensar de qué parte de Asia habrás venido. —Todos reímos mientras Alan, con falsa cara de ofensa me preguntaba si realmente no deducía su procedencia por sus rasgos.

Negué disculpándome con la mirada.

—Soy de Brooklyn, Nueva York. Mis padres eran de Taiwán, pero emigraron antes incluso de que yo naciera. De ahí mi nombre inglés con apellido asiático.

—¡Jamás lo habría adivinado!

El día transcurrió de forma amena, divertida y sin rastro de Alessandro por ninguna parte. Los mediodías y parte de la tarde eran bastante calurosos aún, y el aire olía a bosque y sol, pero pasada media tarde empezaba a refrescar de nuevo.

Filipp me explicó que la discusión de su amigo con su novia habría sido bastante fuerte y que él preferiría estar sólo; al parecer ella se había quedado en Italia, de donde eran los dos amigos.

—"Aun estando los dos en el mismo país, viven en distintas localidades y la relación es difícil, supongo que ahora que no comparten ni el mismo suelo, lo será aún más" —Me había aclarado.

Filipp me gustaba, me trataba con cariño y respeto y siempre tenía su sonrisa de duendecillo para mí. Cada vez que estábamos a solas aprovechaba para practicar su español, pero cuando estábamos con los demás hablábamos en inglés, y con el paso del tiempo, sentía que mi mente se volvía más agil haciendo los cambios de idioma.

Jake esperaba ansioso la respuesta de Lucía y me obligaba a mirar el móvil cada diez minutos a pesar de que le había explicado que mis amigas ya habían empezado las clases de forma normal y no disfrutaban del mismo tiempo libre que nosotros.

Alan no dejaba de poner caras y de mostrar su gracia natural; una de las veces me enseñó como poner su cara de "seductor"; giró la cabeza para que no le viese el rostro y cuando volteó con los ojos fijos en los míos y una mano relajada sobre su mentón con una pose sensualona, la mandíbula se me cayó al suelo.

—Te pillé. —Sonrió pícaro. Yo le sonreí con la cara ligeramente sonrojada.

Drew por su parte trataba de saber más cosas sobre mí, lo cual me agobiaba ligeramente. ¡No quería que, por no decirle lo que preguntaba, se pusiese a investigar en Internet! Tampoco quería mentir, pero, ¿acaso no lo había hecho ya renunciando a mi apellido?

Les dije que mi madre era profesora en un colegio público de Madrid. No había por que investigar a una profesora común y corriente, ¿cierto? 

Y en cuanto a mi padre, no lo conocía, cosa que hasta cierto punto era verdad.

Yo no tenía Facebook o Twitter; las gemelas y yo hablábamos por WhatsApp o Skype, y ahí no había fotos que pudieran relacionarme con nadie, de modo que no había peligro.

El tercer día, me sentía realmente exhausta. Me había pasado la noche estudiando los planos del internado y peleándome con los folletos informativos para decidir a qué clases acudiría. Al final me había decantado por fotografía, por supuesto; natación, y cocina. 

Cocinar era algo que me relajaba, así que pasar unas horas a la semana entre fogones me haría mucho bien. Fui a entregar los documentos en sus stands correspondientes, dejando los de fotografía para el final.

—¡Ya pensaba que no vendrías, Dani! —Me saludó Axel.

Le sonreí, sonrojada y sorprendida por mi nuevo apodo.

—¿Bromeas? ¡Es la única clase que me hace sentir bien aquí! —bajé la cabeza hacia mis Converse rojas, como si encontrase algo nuevo e interesante en ellas.

Axel llevaba un chaquetón negro con el cuello levantado que se le veía demasiado bien; mi mano viajó una vez más hacia la cámara, pero la alejé de ahí con fuerza.

—La verdad es que ya tengo ganas de empezar. —Confesé.

—¿En serio? —Sonrio sorprendido—. Me agrada saber eso. ¿Te sientes bien aquí?

—Se me hizo duro en un principio dejar a mi madre, y pensar que no voy a viajar en todo el año aún me pone los pelos de punta —Él asintió—, pero he conocido a los chicos del otro día, y me han acogido en su grupo. Me siento más tranquila y a gusto.

—Son buenos chicos —Afirmó—. ¿Qué tal está tú madre?

—¿Mi madre?

Esa era una pregunta extraña, o tal vez no tanto; mi madre era famosa y si él ya sabía quién era yo, lógicamente sabía de mi madre.

"Una pregunta por cortesía." —Decidí finalmente.

—Bien. Me echa de menos, pero hablo con ella cada día pronto viajará de nuevo y el trabajo la distraerá —Él asintió con gesto serio—. Estará bien.

—Eso me alegra.

Me despedí del profesor y me decidí a dar un paseo por el terreno, era la primera vez que estaba sola desde que había coincidido con los chicos, pero ellos tenían también papeles que entregar, y yo ya no estaba nerviosa por estar rodeada de cientos de personas desconocidas ya que finalmente había entendido que apenas trataría con las de mi curso.

Me parecía increíble haber coincidido ahí con ellos. Filipp me había contado que Jake era de allí, de Inglaterra, Alan y Drew eran americanos, y Alessandro y él eran italianos. Allí, en Italia, se habían conocido todos un verano, cuatro años atrás; al parecer los tres primeros ya estudiaban en el internado desde el primer curso, y Filipp y Alessandro se habían incorporado dos años atrás.

Paseé por los caminos de piedra; giraba la "D" de mi colgante entre los dedos una y otra vez; hacerlo me hacía desconectar de todo, relajarme y sumirme en mi mundo. Caminé hasta dar con uno de los campos de fútbol. Mi nariz se llenó con el olor a césped recién cortado. 

Delante de la portería, un muchacho golpeaba con furia el balón, que impactaba contra las redes y caía al suelo para ser recogido y golpeado de nuevo. Me fijé en sus anchos hombros y en su cabello caoba oscuro recogido en una coleta. ¿Era él?

Claro que lo era.

Una vez más mi curiosidad pudo más que mi espíritu de supervivencia. ¿Por qué, aunque luciese enfadado, a mis ojos siempre parecía tan triste? Debía disculparme por lo que le había hecho. ¡Había sido un accidente! No podría guardarme rencor durante todo el curso, ¿no?

Comencé a sentir los ya famosos nervios en mi estómago y aferré el colgante con fuerza. Llegué a su altura caminando por la banda; él estaba tan concentrado en aporrear el balón que no se había percatado de mi presencia.

Tenía puesto el pantalón gris oscuro del uniforme y una camiseta de manga corta blanca que dejaba ver unos brazos bien definidos; ya casi era medio día, pero aun así todavía refrescaba; sudando de esa manera y con ese frío se enfermaría; busqué su chaqueta y la encontré tirada en el campo, al lado de la portería.

—Emmm... Deberías ponerte la chaqueta; hace frío —Alessandro dejó el balón en el piso girándolo dos veces sobre la hierba y me miró sin decir nada—. ¿Te encuentras bien?

—¿Hay algún motivo por el que deba estar mal? —Su voz era grave y seria, pero al mismo tiempo dulce, suave...

¿Era eso posible? Provocaba que mi corazón bombease con fuerza.

—Bueno, yo... —Aún tenía la frente roja por mi culpa y eso me hacía sentir horrible. Apreté con más fuerza el colgante entre mis manos—. Yo, como... Como vi que ayer... —Señalé a mi espalda como una estúpida y él levantó una ceja.

—¿Ayer qué?

—Ayer te llamaron y no volviste a aparecer... pues...

—¿Sí?

—Quería saber si... —No, definitivamente era incapaz de preguntarle por los problemas con su novia. ¿Cómo se me había ocurrido intentarlo siquiera?—. Si ya entregaste tus papeles o si necesitas que yo los entregue. Quiero decir que... yo... puedo entregarlos por ti, si aún no lo has hecho. —Dije lo primero que se me ocurrió. Él me miró confundido.

—¿Qué te hace pensar que no los entregué?

—Bueno... Tú estás aquí y los chicos iban a presentarlos ahora y...

—Me levanté temprano, ya está todo hecho. —Me cortó y disparó el balón de nuevo furioso.

—Ah... Oye, ¿necesitas algo? —Fue a por el balón de nuevo y se me quedó mirando serio con los ojos entrecerrados. No pude resistir la necesidad de peinarme el flequillo para ocultarme de su intensa mirada.

—¿Quieres ponerte de portera? —¿Portera? ¿Yo?

—¿De portera?

—Sí. ¿No querías ayudar? —Hablaba serio y tranquilo, sus ojos color chocolate me miraban intensamente, probándome.

Quería ayudar, ¿no? Al fin y al cabo, se lo debía.

Me saqué la cámara de fotos del cuello y la puse encima de su chaqueta, me coloqué delante de la portería sujetando mi colgante con tanta fuerza que me dolía la palma de la mano. Las piernas me temblaban, no podía pedirle que disparase despacio, pero me aterraba la fuerza con la que lo había visto lanzar. Me quedé estática viendo como él colocaba el balón girándolo de nuevo dos veces contra el campo y se separaba de él dos pasos, preparándose para tirar.

Me miró y asintió advirtiéndome que iba a lanzar. Mi cuerpo se sacudía gravemente pidiéndome que lo sacase de ahí, sin embargo, clavé los pies en el suelo y asentí también. Avanzó hacia el balón y endureció aún más el rostro. 

Disparó con fuerza.

No pude moverme. Sentí el balón pasar zumbando al lado me mi oreja derecha estrellándose segundos después contra la red. Y todo se puso negro.

Me desperté sola en una sala blanca, que enseguida supe que era la enfermería. ¿Me había desmayado? Eché la mano a mi cuello para agarrar mi colgante que... no estaba.

Me levanté de golpe de la camilla y sentí un leve mareo que me obligó a proceder con más cautela. Acaricié mi nuca y sentí un tremendo ardor.

—¡Auch!

Abrieron la puerta y entró una mujer mayor vestida de blanco que al ver que me había despertado vino corriendo a mi lado.

—¡Señorita González! ¡No debería estar ya de pie! El desmayo la ha dejado débil, ¡lleva aquí seis horas durmiendo!

—¿¡Seis horas!? —Ella asintió y yo miré por la ventana. Ya se había hecho de noche.

Lo cierto era que no había dormido la noche anterior, de modo que parte de la culpa de la gran siesta podía haber sido simplemente el cansancio.

—¿Cómo se encuentra?

—Bien; un poco mareada, y con dolor aquí atrás —Le referí señalándome el cuello—, pero bien. ¿Qué ha pasado?

—¿No se acuerda? —Recordaba estar con Alessandro y ponerme en la portería, después de eso nada, así que negué con la cabeza—. Estaba jugando con uno de sus compañeros cuando de pronto se desmayó, al menos eso me dijo él. Le duele el cuello porque se arrancó la cadena; ¡traía el colgante tan apretado en la mano que pensé que tendría que cortarle un par de dedos para quitárselo! —La miré horrorizada—. Se lo dejé sobre la mesilla, junto con la nota que le dejó su amigo.

"¿Una nota? ¿Para mí?"

La enfermera se giró y yo me estiré hasta la mesilla gris claro, donde había un vaso con agua, mi cámara de fotos y un papel, encima del cual estaba mi cadena que, por supuesto, estaba rota.

—¡Me falta un colgante!

—¿Cómo dice?

Me faltaba un colgante, ¡mi pequeño colgante con la "A" grabada no estaba! ¿Lo habría perdido en el campo? ¡Debía ir enseguida a buscarlo!

Me puse las Converse, me levanté de la camilla con cuidado y agarré mi cámara, era imposible colocármela al cuello tal y como ardía; ya me disponía a irme cuando recordé la nota de Alessandro.

La abrí y sentí que podría desmayarme de nuevo, sin embargo, me quedé allí, de pie, petrificada por completo.

"Eso vale por lo de la taza"

¿Cómo demonios lo había sabido?

¡¡¡Hola zanahorios!!!

¡¡Dejadme vuestros comentarios con qué os ha parecido y votad si os ha gustado!!^^ No olvidéis de recomendar la historia por el mundo!! Me estaréis ayudando un montón :D

¡¡Os mando un ENORME beso con sabor a zanahoria!!

Alma.

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