Sólo tú y yo
—¿¡Tú!?
Los ojos marrones de Susan me miraban con confusión mientras que los míos estallaban en llamas. Podía sentir la rabia creciendo en mi interior a un ritmo vertiginoso, cubriendo cada rincón de mi cuerpo.
A pesar de que la pelirroja me había asegurado que ella ya no era la responsable de los estúpidos mensajes, allí estaba, con medio cuerpo asomado desde detrás de la puerta blanca de la habitación número treinta y siete.
Había sido ella. Todo el tiempo había sido ella; y lo peor era que ni siquiera me sorprendía. ¿Qué debería hacer ahora? No me había parado a pensarlo. ¿Qué haría cuando encontrara al responsable de los mensajes?
Mil ideas cruzaron mi mente en sólo un segundo. Debía elegir la más sensata, pero la ira se apoderó de mí, cegándome por completo. Ya me había enfrentado a Susan una vez. ¿No le había quedado claro que ya no le temía?
—¿Yo qué? —Preguntó.
Sin mediar palabra me lancé a por ella. ¡Le arrancaría las pocas extensiones que le quedaban!
Ya estaba harta de ser la tonta, de dejar que me controlasen, y de que esos mensajes amargasen mi vida y la de quienes me rodeaban. Mi mente había sido una potente bomba de relojería, y acababa de estallar.
—¡Aaaaah! ¿Qué te pasa loca? ¡Déjame! —Susan gritaba asustada, tratando de sujetarme las manos para que no pudiese alcanzarla.
—¡Estoy harta de ti y de tus mensajes! —Le grité furiosa.
Ella chilló avanzando hacia atrás, entrando en la habitación a tropezones, forcejeando conmigo.
—¿Qué hacéis? —Levanté la vista y vi a Victoria en pie frente a la cama, mirándonos alarmada.
¿Qué hacía ella allí?
—¡Suéltame! —Me exigió la pelirroja.
Hice lo que me pidió y ella retrocedió rápidamente, acariciándose las muñecas al tiempo que gruñía llamándome demente y verdulera.
En el aire danzaba una fragancia dulce , empalagosa; un perfume que yo sabía recocer.
—¡Tu padre debería pagarte un buen psicólogo! —Decía Susan. La ignoré, mirándolas a ambas con incertidumbre.
—Daniella, ¿qué ocurre? —Me urgió Victoria.
—¿De quién es esta habitación? —Pregunté.
—Es mía —Dijo la pelinaranja extrañada—. ¿Por qué?
Abrí la boca sin saber qué decir. Susan me miró elevando las cejas y luego dibujó una pequeña sonrisa en sus labios finos, entonces supe que lo sabía; ella sabía que yo había descubierto a Victoria.
—Antes de que me ataques de nuevo como vulgar barriobajera, te diré que vine a decirle que dejase de hacerlo. —Dijo Susan mirando a Victoria por encima del hombro.
La pelinaranja juntó las cejas en una fina línea y me observó con cautela, seguramente preguntándose qué tanto sabía yo.
—No me interesa llevarme mal contigo, Giannetti —Habló con su voz chillona—, y estoy dispuesta a olvidar el pequeño incidente que acaba de ocurrir —Me enseñó el arañazo que le había hecho en el brazo derecho—. Después de todo, sólo fue un error. ¿No es cierto?
Por primera vez parecía ser sincera. A Susan no le interesaba llevarse mal conmigo.
Ella había orquestado toda esa estupidez de los mensajes, pero había tenido ayuda. La pelirroja no había podido hacer ninguna de las fotos que acompañaban a los mensajes. Su calidad era excelente, ninguna estaba desenfocada, su ángulo estaba minuciosamente cuidado, la luz y las sombras ayudaban a acentuar la escena tal y como Axel nos había enseñado...
Tenía la mandíbula tan apretada que comenzaba a dolerme. Miré a Victoria con más furia de la que era capaz de soportar, y ella me devolvió una angelical y confusa mirada fingida. ¿Aún pretendía hacer que la cosa no iba con ella?
Estaba segura de que Susan había dictado palabra por palabra el contenido de los tres primeros mensajes, pero entonces descubrió quien era mi padre, y todo su odio mutó para poder acercarse a Daniella Giannetti.
De algún modo, la pelirroja tenía sus motivos para odiarme, que aún siendo del todo irracionales, en su mente retorcida y ególatra tenían una lógica. Detestaba a los que consideraba inferiores a ella, a la gente que tenía menos que sus padres y que no podían contribuir a aumentar sus bienes, y sobre todo no soportaba no salirse con la suya, así que cuando me había presentado en el internado como una becada y me había acercado a su objetivo de ese año, rápidamente pasé a ser el blanco de su afilada ira.
Pero, ¿qué motivaba a Victoria a ayudarla y luego a seguir con aquello por sí misma?
La respuesta estaba justo frente a mí. Al lado de la cama, encima de la mesilla de noche de color marfil, estaba una foto del rostro de Alessandro, sonriendo en el comedor de forma cálida y abierta.
Susan elevó una ceja, sabiendo lo que había visto y señaló con un pequeño gesto a la derecha de mi espalda. Giré la cabeza y sentí como si una bola de hierro impactara contra mi pecho al ver el corcho de Victoria repleto de fotos de mi novio.
Alessandro sentado en los bancos del campo de baloncesto, Alessandro recogiendo un balón de fútbol, Alessandro con los ojos cerrados y los audífonos puestos en el aula de fotografía, Alessandro detrás de una cámara de fotos, Alessandro sonriendo a algo o alguien en la distancia, Alessandro riendo con Filipp, Alessandro haciendo un ejercicio en la pizarra, la espalda de Alessandro, su cabello enrojecido por el sol... Alessandro, Alessandro y más Alessandro.
Pero sin duda, lo que más me llamó la atención fue la foto que estaba enmarcada sobre el escritorio. Era del día que se había descubierto que estábamos juntos, y Alessandro me observaba con esa mirada que reservaba sólo para mí, sus ojos estaban bañados en chocolate caliente, cargados de dulzura y deseo, sus manos abrazaban mi cintura, y las mías se enroscaban en su cuello, impidiendo que se alejara demasiado. Mi camisa empapada dejaba a vista el color azul de mí sujetador. Pero yo no estaba en esa foto.
El rostro de Victoria, apoyado en mis hombros, le sonreía a Alessandro casi con devoción.
Sentía ganas de vomitar, rabia y unos estúpidos celos que me devoraban desde el fondo de mi estómago.
Giré la cabeza y me enfrenté a Victoria. Ella se enderezó, cruzó los brazos sobre el pecho y balanceó su cuerpo hacia un lado, apoyando su peso encima de su finísimo zapato de tacón. Su expresión cambió de repente, sus cejas se enarcaron con desdén, sus ojos claros me miraron con frialdad y las comisuras de sus labios de curvaron de forma burlesca.
El aire se volvió pesado a mi alrededor. La fragancia de Victoria me mareaba, me recordaba que ella había estado en la habitación del proyecto de pelirrojo en ropa interior. Había sido a propósito. Ahora lo sabía. Quería aprovecharse de la repentina lejanía que había surgido entre Alessandro y yo, pero su plan había fallado.
—Tú no te lo mereces. —Me aseguró con soberbia.
Susan me lanzó una última mirada; ella ya no tenía nada que ver con aquello, así que salió de la habitación dejándome a solas con Victoria.
La pelinaranja dio un paso hacia mí, desafiándome; parecía un animal luchando por conseguir territorio, pero si ella quería jugar de ese modo yo no daría mi brazo a torcer, de modo que mantuve mi posición.
—Aquella noche, en la piscina... Nadie te seguía, ¿cierto? Y nadie te había robado la ropa. —Le sostuve la mirada pacientemente, a pesar de que mi único deseo era hacerle pagar por lo que había hecho.
—Creí que Alessandro sabría aprovechar una oportunidad así, pero no. Claro que no. Él es demasiado bueno para eso...—Dijo, mirando la foto del proyecto de pelirrojo con una suave sonrisa—. ¿Sabes por qué? ¡Porque tú estás en el medio! Alessandro no quiere hacerte daño, pero él y yo compartimos muchos gustos, nos lo pasamos bien juntos; soy la persona perfecta para él.
—Pero me quiere a mí. —Resolví.
Lo dije sin pensar, segura de mis palabras, tranquila. ¡Era tan obvio de pronto! Debía confiar más en él, en sus palabras. Me quería a mí. Seguro que muchas otras chicas querrían estar con Alessandro; podía entender cómo lo veían: guapo, inteligente, misterioso, y con un gracioso halo de rebeldía. Pero él había hecho su elección. Me había elegido a mí.
Miré a Victoria a los ojos, sintiendo de repente que toda la ira se esfumaba.
Su objetivo había sido siempre separarme de Alessandro, que nos enfadásemos, y al final yo había caído en la trampa. ¡Había sido tan tonta!
—Él me quiere a mí —Repetí ante sus ojos furiosos—, y no importa lo que intentes, ni los mensajes que te inventes, eso no cambiará. Alessandro confía en mí, y yo no volveré a desconfiar de él.
Me sobresalté al sentir una mano en mi hombro. Me giré y vi a Sophia mirando a Victoria con frialdad.
—Victoria, la directora te espera en su despacho.
—¿Por qué? —Sophia miró a su alrededor, viendo las fotos de Alessandro con una ceja levantada.
—En seguida lo sabrás. Acompáñame.
Salí de la habitación detrás de ellas y vi a Susan apoyada en la pared con gesto relajado. ¿Había llamado ella a Sophia?
—Así que a mí me tiras del pelo, pero con ella hablas tranquilamente. —Dijo cruzando los brazos sobre el pecho.
—Susan, tú empezaste con el juego de los mensajes, además de poner a medio instituto en mi contra y atacarme físicamente en varias ocasiones. No voy a pedirte perdón por colmar mi paciencia.
—Creí que eso ya estaba olvidado. ¡Sólo era un juego! —La miré con dureza y ella borró la sonrisa de sus labios—. ¿Sabes qué? Tienes razón. Si soy sincera, ya estaba harta de que te hicieras la mosquita muerta; todo el tiempo aguantando, fingiendo que no ocurría nada —Hizo una mueca de desagrado—. Me alegro de ver que tienes carácter, aunque juro que te demandaré, sin importar lo mucho que adoro a tu padre, si vuelves a tirarme del pelo.
Sonreí sin poder evitarlo. La pelirroja parecía muy diferente ahora. Yo era perfectamente consciente de todo lo que nos había hecho, a mis amigos y a mí; sin embargo, en ese momento, viéndola frente a mí bromeando como si nada, costaba imaginar que alguna vez me había odiado.
—¿Por qué me odiabas? —Pregunté clavando mi mirada en sus ojos marrones.
Ella se puso seria. Se irguió todo lo que pudo y cuadró los hombros. Ahí estaba la Susan que yo conocía. La Susan orgullosa, que observaba a las personas con superioridad.
—Eso no importa —Me dio la espalda y se alejó de mí meneando las caderas en exceso, como siempre hacía.
Tres días después, Victoria había sido expulsada.
Mi padre había volado hasta París para hablar con Mademoiselle Lemoine y aunque yo había intentado convencerlo de que a falta de sólo un mes de clase no era necesario expulsarla, ya que cuando terminase el instituto no volveríamos a verla, él no había querido escuchar hablar del tema.
Después de leer todos los mensajes que se habían enviado y de que la directora accediera a su ordenador y viera miles de fotos en las que la pelinaranja substituía mi cara por la suya, mi padre había insistido en que la echaran.
—Quién sabe hasta dónde la pueda llevar su obsesión —Le había dicho a la directora—. No estoy dispuesto a asumir un riesgo así, señora Lemoine. Quiero a esa chica lejos de mi hija y mi sobrino.
—Lo entiendo. Avisaré a los padres de la alumna e iniciaré los trámites de su expulsión.
Por suerte para ella le dejarían asistir a los exámenes finales, pero no podría ir a la fiesta de graduación ni al baile de fin de curso.
Al igual que en invierno, Axel debía encargarse de la organización del evento, pero de nuevo había preferido delegar el trabajo en nosotros.
—Como la otra vez salió todo tan bien, he pensado en dejar a Daniella y Alessandro a cargo de la fiesta. ¿Os parece bien? —Preguntó en clase, señalándonos con su enorme dedo vendado.
—¿No se supone que tienes que hacerlo tú? —Protestó Alessandro.
—Alessandro, ¡tengo un hombro y un dedo heridos! ¿Es que no tienes corazón?
—Eres un viejo vago.
—¡Todos de acuerdo entonces! Daniella y tú os encargaréis. Necesitamos buena música, una bonita decoración y un fotógrafo que me sustituya. Yo no puedo hacer fotos así. Sé que será difícil encontrar a alguien mejor, pero tendréis que intentarlo. —El profesor me miró fijamente, con un brillo divertido en la mirada, y yo le sonreí con malicia.
—Sé quién puede hacerlo mucho mejor.
Celebraríamos el baile la noche del penúltimo día de instituto, y la graduación al día siguiente, por la tarde, acompañados por nuestros padres; habría una pequeña recepción con bebida y comida, y luego tendríamos todo un verano por delante, para disfrutar de la familia y los amigos.
Pero antes, Alessandro y yo teníamos que tomar importantes decisiones, como a qué universidad iríamos y qué sería de nosotros al terminar el verano. Si por ejemplo yo iba a una universidad en España y él a una de Italia, ¿podríamos seguir con nuestra relación a distancia, como las gemelas con Jake y Filipp?
—¿Has decidido ya qué vas a estudiar? —Me preguntó, estrechándome contra él bajo las sábanas de su cama.
—Aún no estoy segura —Suspiré—. Siempre había tenido claro que quería ser fotógrafa como mi madre, pero...
—Has encontrado otra cosa que te gusta. —Sentí cómo formaba una sonrisa. Le sonreí de vuelta y asentí.
En momentos como ese me encantaba esa facilidad que el proyecto de pelirrojo tenía para leerme la mente, para saber exactamente cómo me sentía o qué era lo siguiente que iba a decir.
—Me gusta lo que hace mi padre. —Alessandro bajó la cabeza para mirarme a los ojos, sorprendido.
—¿Quieres diseñar? —Yo encogí los hombros, sonrojándome—. Espera. ¿Tú... quieres trabajar en la empresa de tu padre? ¿En Italia?
—¿Es algo malo?
—¿¡Bromeas!? ¡Luis se pondrá loco cuando lo sepa, Daniella!
—Supongo. Pero me siento culpable por renunciar a la fotografía; siento que si lo hago es como si renunciase a mi madre. Realmente me encanta, me apasiona sacar fotos pero también me gusta el diseño... No sé qué hacer.
—¿Por qué tienes que elegir sólo una de las dos cosas? —Su pregunta rompió mis esquemas. ¿Por qué tenía que elegir?—. Eres joven y muy inteligente, Daniella. Puedes entrar en una universidad de diseño de moda y estudiar fotografía al mismo tiempo. Encuentra la forma de combinar las dos cosas y serás una gran empresaria.
Ambos reímos. Mi pecho se llenó de alegría mientras que Alessandro me abrazaba con más fuerza.
—Él jamás te pediría que lo hicieras, ¿sabes? Pero eres su única hija y estoy seguro de que le encantará saber que algún día tú heredarás la empresa Giannetti.
—Alessandro, tú también...
—No —Me interrumpió sonriendo—. No sería lo mismo si yo lo hiciera. Además, eso del diseño no va mucho conmigo. Pasé demasiados años escuchando a Gina y a mi tío hablando de telas, colores y formas —Rió. Sentí una punzada de celos, y dolor por lo que me había perdido, pero Alessandro merecía esos años felices—. Admito que entré en la clase de fotografía con la intención de ayudar a Axel con las fotos de los modelos de la empresa, y así, de algún modo, agradecerle a tu padre por todo lo que me ha dado durante estos años, pero cuanto más tiempo pasaba más me daba cuenta de que no quería hacerlo.
—Entonces, ¿qué quieres estudiar? —Pregunté temerosa.
El momento se acercaba. Habíamos decidido pasar las vacaciones juntos, entre Madrid y Sicilia, pero teníamos que saber a dónde iríamos cuando terminase el verano.
Las mejillas de Alessandro adoptaron un gracioso color rosa que me hizo sonreír a pesar de los nervios. ¿Qué sería lo que quería hacer? ¿Qué lograba que el proyecto de pelirrojo tuviese ese aspecto aniñado y dulce?
—Quiero estudiar medicina —Susurró—. Aunque la sangre no me agrada demasiado.
En ese instante sentí que lo amaba todavía más. Alessandro quería seguir los pasos de sus padres.
—Yo te he visto sangrar un par de veces y no parecías tener problema. —Señalé.
—No pasa nada si la sangre es mía o de alguien que apenas conozco. Pero si es de alguien a quien quiero... Si fuera la tuya por ejemplo... —Vi que su rostro palidecía y lo zarandeé con cuidado.
—Hey... Estoy bien. —Él se disculpó, confesándome que tras el accidente de sus padres no podía ver sangrar a nadie.
Con el tiempo lo había superado, o eso creía, ya que él, Filipp y muchos de sus amigos se habían caído muchas veces jugando o se habían lastimado peleando, y a pesar de ver su sangre en codos o rodillas no se había puesto mal, hasta que una vez Gina se cortó la mano con un abrecartas, y al verla, Alessandro se desmayó. Se había puesto muy mal también al acompañar a mi padre al dentista, por ver sus encías teñidas de rojo, y el psicólogo había deducido que tras el trágico accidente de sus padres, y la muerte de su tío, Alessandro no soportaba ver la sangre de sus seres más queridos.
—Sólo me ponía mal si Gina o Luis sangraban, cosa que no pasaba muy a menudo por suerte —Rió—. Hasta que te conocí a ti. ¡Jamás había conocido a una persona tan torpe! Y cada vez que tropezabas o caías, rogaba al cielo por que no te hubieras hecho una herida.
Instintivamente alejé de él mi rodilla herida, aunque ya casi estaba curada del todo.
—Creí que la torpeza era uno de mis encantos. —Reí, citando lo que él me había dicho.
—Es uno de tus encantos y mi mayor tormento —Me besó y todo mi cuerpo tembló de felicidad—. Daniella, sé cuál es tu miedo, y quiero que sepas que te seguiré a dónde quiera que vayas. Sé hablar italiano, francés, inglés y castellano, así que allí donde quieras estudiar, iré contigo.
Busqué sus ojos y me permití nadar un largo rato en su cálido chocolate y después lo besé con fuerza, elevando nuestro pulso cardíaco y nuestra temperatura hasta el delirio.
—Tienes que estudiar en una buena universidad, Alessandro —Hablé contra sus labios. Él sólo me contestó con un pequeño jadeo que me hizo sonreír—. Es importante que hablemos de esto.
Él suspiró y abandonó mis labios con tristeza.
—¿Por qué me torturas? ¡No puedes besarme así y pretender que siga hablando de universidades como si nada! —Le sonreí con malicia.
Él me había dejado así muchas veces. No pasaba nada si yo se lo hacía una o dos más.
—Vamos, cuéntame. ¿Hay alguna universidad que te guste en especial? —Alessandro se pasó una mano por su cabello largo, desesperado, y luego me sonrió resignado.
—Oxford. Me gusta el programa de la universidad de Oxford. —Reconoció, y yo sentí una punzada de felicidad.
—En Reino Unido, ¿eh? —Él asintió.
—Pero ya te dije que iría contigo a donde tú vayas, Daniella —Negué con la cabeza, y él se puso serio—. ¿No quieres?
—Tienes que ir a Oxford, Alessandro, o dentro de unos años te arrepentirás de no haberlo hecho. Te quiero, y unos cuantos kilómetros no cambiarán mis sentimientos. ¿Los tuyos sí?
—No. Claro que no, pero...
—Entonces —Lo interrumpí colocando un dedo sobre sus labios, aún húmedos—. Debes estudiar en Oxford. Además, creo que no estaremos tan lejos.
—¿Has pensado ya en alguna universidad? —Asentí, feliz de haberlo hecho.
—Miré varias, porque no tenía claro lo que quería hacer, pero la que más me gustó fue Central Saint Martins, que está considerada la mejor universidad de moda y textil del mundo, y —Hice una pausa dramática para luego sonreír llena de alegría —, está en Londres, Reino Unido.
El rostro del proyecto de pelirrojo se iluminó.
—Pero... ¡Londres está a apenas una hora de distancia! —Me besó de nuevo. Con más ganas que nunca.
No estaríamos en la misma ciudad, pero estaríamos tan cerca que podríamos vernos cada vez que quisiésemos. Tal vez incluso vivir juntos. ¡Sólo había una hora! ¡Sesenta minutos entre su universidad y la mía! Las posibilidades se abrían ante nosotros como un amplio y colorido abanico.
A la mañana siguiente nos despertaron unos fuertes golpes en la puerta. Miré a Alessandro entre desesperada y preocupada. ¿Seguía Axel intentando "darnos caza"?
Hablaría con mi padre esa misma tarde. ¡Eso no podía seguir así! Los golpes insistieron de nuevo. El proyecto de pelirrojo me señaló el baño, y yo corrí a esconderme dentro, rogando porque al profesor no se le ocurriera ir a mirar allí.
Un par de minutos después Alessandro abrió la puerta con un gran sobre blanco en una mano y algunas fotos en la otra.
—¿Axel? —Pregunté confusa. Él negó con la cabeza.
—Era Sophia. Vino a darme las fotos que hizo Victoria. La directora las tenía como prueba y me las entrega para que haga con ellas lo que crea oportuno.
Miró con una extraña mueca una de las fotografías, mientras negaba con la cabeza. Me incliné un poco hacia adelante para comprobar que era una en la que había sustituido su rostro por el mío. Sin mediar palabra, metió las fotos junto con las demás en el sobre, y lo cerró.
—Vamos. Tenemos que ir a clase. —Dijo.
—Pero... Yo tengo que ir a cambiarme.
—Te espero en el lugar de siempre. —Me dio un corto beso en los labios antes de que me dirigiera al balcón.
A estas alturas del curso ya trepaba por la pared de piedra como una autentica profesional, era toda una "Spiderwoman", así que enseguida estuve dentro de mi ducha, preguntándome qué haría Alessandro con las fotos. No me había atrevido a preguntarle, y él no había dicho nada al respecto.
Me vestí y peiné de forma torpe, más lento de lo que hubiera deseado, pero mi mente no me permitía hacerlo mejor.
Alessandro me esperaba junto a las escaleras, en la segunda planta, tan guapo como siempre. Traía consigo el reluciente sobre blanco y eso hizo que mi estómago se pusiera del revés. Tenía también una bolsa de papel, de donde sacó un croissant y un cartón de zumo.
—Tendremos que comer de camino a clase. Llegamos tarde.
Lo seguí hacia la puerta, sin atreverme a probar el improvisado desayuno, pues sentía que vomitaría en cualquier momento viendo como el sobre se balanceaba entre sus manos. Él caminaba en silencio, apoyándose con fuerza en las muletas, con el ceño fruncido y los ojos fijos al frente.
Mi corazón latía cada vez más fuerte a medida que avanzábamos por el sendero de piedra que nos llevaba al instituto. Ocurría algo, algo que tenía que ver con las fotos de Victoria, y yo no era capaz de preguntarle qué era. ¿Querría que se las devolviesen a ella?
No, no podía ser eso. ¿O sí?
Alessandro se detuvo de pronto, haciéndome chocar con su ancha espalda. Lo miré extrañada antes de darme cuenta de que habíamos parado frente a una papelera redonda y plateada que había en la orilla del camino. Busqué sus ojos y los encontré clavándose en los míos con una calidez abrasadora.
Incapaz de hablar, observé como colocaba el sobre en la papelera, para luego sacar un mechero del bolsillo y prenderle fuego ante mi horrorizada mirada. El papel se incendió con rapidez.
—¡Alessandro! ¿¡Pero qué...!?
—No quiero que nadie más se entrometa entre nosotros, Daniella. Nunca más. A partir de ahora seremos sólo tú y yo.
A pesar de lo desconcertante de su acto, una sonrisa se hizo paso entre mis labios.
—Vale, pero ¿era necesario incendiar una papelera?
Alessandro rió al fin. Me aferró a él con fuerza, me besó con suavidad y luego comenzó a caminar de nuevo.
—Me gusta hacer maldades a veces —dijo con tono pícaro—, como secuestrar a la chica que me gusta de su cita con mi primo, escapar de la policía italiana —me miró a los ojos con los suyos inundados en chocolate caliente, tanto que me derretía—... Desobedecer a mi tío cuando me pide que no toque a su hija.
Mi mente explotó. Sentía que mi rostro ardía, me hormigueaba el estómago y casi no era capaz de respirar.
Alessandro sonrió, complacido por mi reacción. En ese momento no me gustaba tanto que fuese capaz de leerme la mente, ya que, para mi vergüenza, en todo lo que podía pensar era en su cuerpo sobre el mío, haciendo maldades.
—Ay, Daniella. ¿Qué vamos a hacer contigo?
¿Se estaba burlando de mí? ¡Yo también sabía jugar a eso!
—Cúrate pronto y luego veremos qué podemos hacer.
Disfruté de sus ojos desorbitados y su sonrisa mal escondida y sus mejillas rosadas antes de girarme para ver el humo que salía de la papelera.
—¿No habría que avisar a alguien? —Alessandro miró sobre su hombro y encogió los hombros.
—La papelera estaba vacía de modo que el fuego debería consumirse junto con el sobre, pero alguien nos debe unos cuantos sustos, así que....
Vi cómo Alessandro agarraba su teléfono divertido y buscaba entre sus números para luego llamar.
—Axel. Acabo de cometer un acto de vandalismo.
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Hola Zanahorios!
Os cuento que quedan exactamente dos capítulos para el final y otros dos más, extras!!! Ya estamos muy, muy cerca y quedan aún algunas sorpresas por delante ;)
Oh! Enhorabuena a los Zanahorios que desconfiaban de Victoria. Demasiado buena para ser cierto ¿eh? ¬v¬
Qué os ha parecido Susan en este capi? Y os gusta BadAlessandro? xD
Os mando un beso enorme y nos leemos pronto!
Alma.
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