Secretos


ϟ ..ઇઉ..ϟ

 Seguí a Alessandro hasta la pequeña cafetería, decorada con flores colgantes y llena de porcelana por doquier. No entendía como no la había visto al pasar antes.

Me senté en una de las sillas de hierro de la terraza mientras él entraba a hablar con el camarero. Mi mente estaba distraída, pensando en la mejor forma de comunicarme con Luis tan pronto llegase al internado. 

Alessandro no tardó mucho en aparecer delante de mí con un cubito de hielo envuelto con varias capas de papel. Un fuerte calambre viajó a lo largo de mi columna vertebral cuando vi que lo colocaba sobre mi frente; lo miré sorprendida y él me devolvió una mirada seria.

—Yo puedo hacerlo, gracias.

—¿Pasa algo? —Preguntó él, ignorándome mientras movía el hielo haciendo pequeños círculos sobre mi frente—. Estás más distraída que de costumbre.

—Bueno... Me acabo de golpear la cabeza contra un cristal... Y tú lo has visto...

Por no hablar de lo que había visto la otra noche.

¡Por todos los demonios! ¡Practicamente le había regalado mi trasero en bandeja!   
Mi cara se volvió granate y él elevó una ceja, esbozando una diminuta sonrisa.
¿No estaría también él pensando en aquello, cierto?

—De pleno —Afirmó divertido. Lo miré mal y su sonrisa se amplió—, pero, ¿qué tiene eso que ver?

—Pues que... ¡es muy vergonzoso!

Agaché la mirada.

Lo era. Mucho. Sin embargo, esa no era la razón por la que estaba pensativa; mi padre viajaría a Londres, ¡podía descubrir todo el pastel! Claro que Alessandro no podía saber que ese era el verdadero motivo de mi pesar.

Después de unos segundos en silencio, agarró con suavidad mi mentón y me alzó el rostro; mi corazón dio un pequeño brinco.

—Si agachas la cabeza no puedo ponerte hielo —Me ruboricé—. Prometo no reírme de lo que pasó, ¿va bene? De nada de lo que pasó. —Aclaró divertido.

Genial, él se estaba acordando de mi culo en pompa y yo no era capaz de contestarle. Estaba demasiado distraída por la forma en la que sus labios se movian con el seseo que su acento provocaba.

"De acuerdo, Daniella. Te atrae el acento italiano. No pasa nada. ¡No es la gran cosa!"

Alessandro me soltó y aun así pude sentir el calor y la caricia de su mano allí donde había estado. Continuó haciendo círculos sobre mi frente mientras yo me peleaba para volver a conectar mi cerebro.

—¿Seguro que estás bien? —Estaba tan cerca que podía escuchar el sonido tranquilo de su respiración.

—Estoy bien. De verdad —Él asintió. Había una duda rondando mi cabeza y tenía una buena oportunidad para preguntar—. Alessandro, ¿por qué le contaste todo aquello a Pablo?

—Sólo dije la verdad.

—Ya, ¡pero él estaba pensando mal de nosotros!

—Mal no; sólo estaba pensando cosas que no fueron —Puntualizó—, pero eso no es culpa de nadie más que de él y de su mente de niño.

—¿De niño? —Reí—. Pablo tiene diecisiete años, como nosotros.

—Como tú tal vez —Lo miré extrañada y él bajó la vista a mis ojos—. Yo tengo diecinueve.

El hielo ya estaba casi completamente derretido, y los papeles comenzaban a gotear, por lo que Alessandro los arrojó a la papelera que había sobre la mesa y comenzamos a caminar de nuevo sin una dirección clara.

—¿Tienes dos años más que nosotros? —Él asintió y la curiosidad me atacó una vez más—. ¿Por qué estás en nuestro curso?

—Claramente repetí dos años, pero es algo de lo que no quiero hablar. —Me adelantó.

—Oh... De acuerdo —Dije quitándole importancia—. Igualmente, ¡sólo tienes dos años más! No creo que tu mente sea mucho más madura que la suya, así que no te escudes en eso.

—Creeme: dos años marcan mucho la diferencia; pero está bien, entonces deja que te diga que yo no hablé con él en ningún momento, sólo hablaba contigo y él se metió en la conversación.

—¡Estaba a mi lado! ¡Era obvio que la iba a escuchar!

—Pero no tenía por qué meterse. —Suspiré enfadada y él encogió los hombros con aires de victoria. Pretendía que el tema le daba lo mismo pero la diversión en sus ojos era evidente.

Continuamos nuestro paseo hablando un poco de nada importante, mientras yo hacía alguna que otra foto, y cuando pude darme cuenta, estábamos de nuevo al lado de la parada del bus.

—El bus llegará en media hora. Podemos comer algo mientras esperamos, ¿quieres? —Señaló una bocatería y yo asentí.

Alessandro compró dos sándwiches y me tendió uno.

—Gracias. —Sonreí y mordí mi sándwich de pavo y queso.

El bus llegó puntual. Cuando subí mi mente tropezó con el dilema de dónde sentarme. Había venido sola pero ya que Alessandro estaba allí conmigo... 

Me senté al fondo, en el lado más cercano a la ventana para que él ocupase el asiento de al lado, pero me decepcionó ver cómo se sentaba en la fila de al lado, también en el asiento más próximo a la ventana.

"¿Y ahora que hice?" —Me pregunté resignada.

¡Él era tan extraño! En el fondo de sus ojos seguía estando escondida aquella tristeza que había visto en él desde el primer día, pero también había logrado verlo sonreír, y de algún modo eso me hacía sentir bien.
Sin previo aviso, comenzó a sonar la conocida y estruendosa música de guitarra eléctrica. Todos los ocupantes del bus se giraron hacia Alessandro curiosos.

"Por supuesto..."

Ya era mediodía; hora de la llamada. Vi como Alessandro miraba con gesto serio el móvil negro que escondía entre las manos, suspiraba y luego tocaba la pantalla para recibir la llamada.

—Hola. —Contestó mirándome de reojo.

Me giré hacia la ventana y me coloqué unos audífonos con música alta para darle privacidad.

Cuando llegamos al internado, caminamos en silencio hasta cerca del Pettit; Alessandro se despidió de mí diciendo que iría a ver cómo estaba Filipp después de la fiesta y entró al edificio. Yo caminé hacia el bosque de cerezos, y aprecié una vez más como el otoño manchaba sus hojas de un tono cada vez más oscuro; me adentré en el bosque siguiendo el viejo camino de piedra oscura, y no me sorprendió ver que este me llevaba a un pequeño claro, donde había un bonito y cuidado jardín custodiado por la blanca copia del David de Miguel Ángel.

La escultura era mucho más pequeña que la original, pero igual de detallista en sus intrincados rizos, la inquietante mirada, la forma de los músculos, el pequeño amigo al aire... 

Aquello me parecía demasiado personal y privado, de modo que aparté la mirada.

—David, con el dinero que tienen en esta escuela y no pueden comprarte unos pantalones.

—¿Hablando con una estatua, Nella? —Me giré y vi a Drew, apoyado en un árbol, mirándome divertido.

—¿Cómo me has encontrado?

—Te vi entrando en el bosque y seguí el camino. ¿No me escuchaste llegar? —No, no lo había hecho—. ¿Qué problema tienes con David? —Reí. ¿Cuánto tiempo llevaría allí?

—Ninguno, sólo pensaba que con unos pantalones estaría mejor. —Drew se colocó a mi lado y miró a la estatua sonriendo.

—Sí, si yo lo tuviera así de pequeño también querría que me taparan —Rodé los ojos. Drew siempre sería Drew—. No te veo desde el partido, Nella, ¿cómo has estado?

—¡Sólo ha pasado un día! —Reí—. Estoy contenta de que hayamos ganado. —El suspiró.

—Sí... ¿Ya sabes que Filipp es capitán ahora? —Me sorprendió su tono triste y cómo agachaba avergonzado la cabeza.

—Sí. Lo siento mucho, Drew.

—No lo sientes —Dijo aún con la cabeza baja—. No me digas que sí porque sé que te alegras por Filipp.

Me puso mal su tono rasposo y el dolor de su voz, no estaba acostumbrada a ver a Drew de ese modo.

—Drew, me alegro por Filipp, es cierto; pero siento mucho que seas tú el que ha perdido. Desearía que ambos pudieseis ser capitanes. —Él levantó su triste mirada hacia mí y asintió.

—Eso sería estupendo. Me gustaba ser capitán, ¿sabes? —Me miró fijamente con los ojos aguados, partiéndome el corazón de pena—. No sabes cuánto duele que sea mi amigo el que me quitó el lugar. ¡Yo lo hubiese rechazado si la situación fuese la inversa! Pero él...—Apoyó la frente sobre mi hombro y yo pasé una mano sobre su espalda tratando de calmarlo—. Puedo... ¿Puedo darte un abrazo?

—¡Claro que sí, Drew! —El moreno me atrajo hacia él y me abrazó con fuerza. ¡Jamás me hubiera esperado que lo sucedido le hubiera afectado tanto!, pero verlo así era realmente triste, de modo que traté de consolarlo—. Oye, aún juegas en el equipo de baloncesto, no estás fuera, y estás también en el de fútbol; no hay nada perdido. —No pude evitar pensar en Alessandro, que, por algún motivo, no podía jugar a ninguna de las dos cosas.

—Pero no soy bueno. Si lo fuera sería capitán.

—Eres bueno, sino no habrías sido capitán el año pasado; es sólo que...

—Que Filipp es mejor —Suspiré. No podía rebatir algo que, incluso para mí que no entendía de baloncesto, era cierto. Filipp había estado mucho mejor que él en el partido—. Supongo que lo lleva en la sangre ¿verdad? —Preguntó soltando una ligera risa y aflojando su abrazo.

—Sí, eso parece —Dije orgullosa del rubio. Drew me soltó y yo le sonreí tratando de darle ánimo—. Todo irá bien, Drew, serás la mano derecha de Filipp, los dos seréis las estrellas del equipo y este año ganaremos a los cuervos.

—Sí, tienes razón. Gracias, Nella; eres genial —Sonreí agradecida—. Por cierto, hablando de cuervos, ¿de qué conoces exactamente a su capitán?

—Nos conocimos en Madrid hace años y nos hicimos buenos amigos. —Él asintió y suspiró.

—Pablo entró en el equipo el año pasado y en seguida lo hicieron capitán. Perdimos contra él. Y este año Filipp... Soy un puto inútil, Daniella. —Dijo pasándose las manos por los ojos. ¿Estaba llorando?

—No digas eso, Drew. —Él me abrazó de nuevo y permanecimos de ese modo un largo rato, mientras yo trataba de consolarlo.

Una vez que el moreno se tranquilizó, caminamos juntos hasta el Pettit y lo dejé en la segunda planta para subir a mi habitación. Fui directa al baño a cepillarme los dientes y luego me senté delante del ordenador. 

Después de pensarlo mucho, había decidido enviarle un e-mail a Luis. Escribí su dirección de correo y comencé:

"Hola, papá.

Me he enterado de que vas a venir a Londres a finales del mes que viene. Supongo que mi madre ya habrá hablado contigo sobre mi situación actual; aquí muy poca gente sabe que soy hija vuestra, y quiero que siga siendo así, de modo que te pido que no vengas a verme al internado, que no le digas a la prensa que estoy aquí y que me permitas seguir en el anonimato. 

He accedido a estar aquí, te pido que al menos me dejes estar a mi manera.

Un saludo."

Me sorprendió ver al poco rato un nuevo mensaje en el buzón.

"Hola, Alejandra.

Me alegra que te hayas comunicado conmigo. Sí, estaré en Londres pronto. Antonella me contó sobre tu cambio de apellidos y entiendo tu decisión, de modo que, aunque mi idea era pasar un tiempo contigo, invitarte al desfile y que todos viesen lo hermosa que está mi hija, en vista de tu petición, accederé con una condición:

Que vengas a pasar las vacaciones de navidad a Italia."

"¿¡Me está chantajeando!?"

Como si me leyera la mente, un nuevo mensaje de Luis llegó a mi buzón.

Lo abrí furiosa.

"Sí. Es posible que te esté haciendo un poquitín de chantaje, pero yo sólo quiero que pases un tiempo conmigo, que me conozcas. No tienes por qué venir todas las vacaciones si no quieres, con una semana me conformaré. ¿Vendrás?"

¿Iba a ir? Esa era la gran pregunta. 

Mi padre quería al fin conocerme y pasar un tiempo conmigo. Una semana en Italia a cambio de que no se supiera que era su hija no podía ser tan mal trato.

"De acuerdo. Iré una semana en navidad. Yo misma se lo diré a mamá y le pediré que hable contigo."

Iría a Italia. Conocer a mi padre no iba a matarme, de hecho, sentía un pequeño gusanillo de curiosidad hacia ese hombre que después de tanto tiempo quería que lo visitase.

"No sabes cuánto me alegra que vengas, Alejandra. Esperaré la llamada de tu madre y cumpliré con mi parte del trato.

Te veo en Navidad, hija."

Apagué el ordenador y le escribí un mensaje a mi madre en el móvil pidiéndole que me llamase más tarde, cuando tuviese un momento. Yo debía arreglarme para bajar a la cafetería, donde me reunía siempre con el grupo para ir a gimnasia.

Como cada sábado, tendríamos que ir a las pistas durante dos horas a hacer ejercicio. Me vestí y me miré al espejo. La falda-pantalón del uniforme nos haría pasar malos momentos en invierno, pero al menos la parte de arriba era de manga larga y nos abrigaría un poco.

Bajé a la cafetería donde ya estaban Alina, ahora teñida de morena, y Alan, teñido de rubio, peleando mientras que sus ojos brillaban al encontrarse.

—Te digo que este uniforme está muy mal pensado, Alan.

—Pero a mí me gusta. —Decía él con inocencia, sorbiendo su cola-cao por una pajita.

—Bonito color, Ali. Me gusta. —Dije saludando a mi amiga.

Alan extendió el puño hacia mí y se lo choqué.

Merci, Nella. ¡A ti te gusta porque todas vamos enseñando las piernas! —Siguió protestándole a Alan.

—¿Qué opinas tú, Nella? —Preguntó Alan, guiñándome un ojo mientras ocupaba mi lugar de siempre.

—Opino que sería mejor usar un chándal normal, sobre todo ahora que hace frío; por mucho que os guste ver piernas, si las tenemos azules no serán muy atractivas.

—Pero hasta que termine el invierno iremos a la pista cubierta. —Me recordó Alan.

—Sí, pero aún estamos en otoño, no han encendido la calefacción y ya hace un frío de mil demonios. —Alan asintió pensando en mis palabras mientras que Ali le enseñaba la lengua.

—Voy a por un café. ¿Te traigo uno, Nella? —Ofreció mi amiga levantándose con gracia de la silla y haciendo que Alan babease con sus curvas.

Yo asentí y ella le dedicó un último y coqueto vistazo al america-asiático, que la siguió con la mirada hasta la barra.

—Tierra llamando a Alan —Él me miró sonriendo—. ¿Por qué no se lo dices?

—¿El qué? —Preguntó alternando su mirada entre Ali y yo.

—Que te gusta. —Alan se atragantó con la leche. Me miró con la cara completamente roja y un romántico brillo en los ojos cuando habló.

—¿Cómo lo sabes? —Reí —.Quiero decir... ¿Por qué lo piensas? —Lo miré divertida.

—Intuición femenina. —Susurré guiñándole un ojo.

—¿Cómo es posible? ¡Si yo aún no tengo claros mis sentimientos! —Dijo mortificado, agachando la cabeza y escondiendo los ojos detrás de su larguísimo flequillo.

Miré hacia Alina. Will, uno de mis compañeros de fotografía, la miraba de arriba abajo muy sonriente mientras hablaban esperando las bebidas.

—Pues, tal vez sea buena idea que ta decidas pronto, porque Will parece tenerlo clarísimo ya —Alan levantó la cabeza y miró hacia la barra. Will le había contado algo a la morena, y ella se reía animada—. Se ve que a él también le gusta cómo le sienta a Ali el uniforme corto, ¿verdad? —Alan frunció el ceño mirando hacia el muchacho con odio.

Mi amigo sólo necesitaba un empujoncito para darse cuenta de lo que sentía, o, más bien, para admitirlo.

—Discúlpame un momentito, Nella. Se me acaba de antojar también un café. —Se levantó de la mesa y caminó hacia la barra hinchando el pecho como un pavo.

Reí contenta de que al fin se decidiera. Sabía que Alan no iba a armar una pelea con Will, de modo que podía quedarme tranquila.

O no.

—Vaya, vaya. Mirad a quién tenemos aquí.

Reconocería aquella voz chillona en cualquier parte.

De mala gana, me giré para encontrarme con Susan y sus dos amigas.

—La becada. —Dijo la pelirroja, y las tres comenzaron a reírse como hienas; pero yo no me inmuté.

Estaba demasiado ocupada fijándome en la camiseta floreada de Susan, el famoso bolso de Stella y la chaqueta rosa de Brittany. Todas de la marca de mi padre, y así lo demostraban las enormes "G", que estaban bordadas en cada una de las prendas.

—¿Qué? ¿Te gusta? —Preguntó Susan señalando su camiseta con un notable tono de burla en la voz.

La pelirroja me miraba con una mezcla de odio y asco en sus ojos. No la entendía. ¡No nos conocíamos prácticamente y ya me odiaba!

—Ya le hablé del diseñador el otro día cuando me vio el bolso, o sea, ¡ella no lo conocía! —Dijo Stella haciendo reír a sus amigas.

—No te preocupes Daniella, yo tengo un montón de ropa de la temporada pasada que ya no me pongo, tal vez podrías probártela... Aunque no sé, para que quede bonita hay que tener con qué llenarla.

¡Y ella tenía con qué! ¡Vaya que sí! Esas dos monstruosidades de Brittany no podían ser normales; su padre era muy conocido en el internado por ser uno de los mejores cirujanos plásticos de Inglaterra, y eso era lo que su hija lucía: plástico. Toda ella parecía una Barbie, con su pelo rubio, sus lentillas azules y su ropa siempre rosa.

—No es necesario, pero gracias. —Contesté secamente.

—Déjala, Britt —Intervino la odiosa pelirroja—, ella estará más cómoda con la ropa de mercadillo que su mamá le puede comprar —Respiré hondo y dejé que se rieran de mí a su gusto—. Sólo venía a preguntarte ¿Dónde estuviste anoche? —Se me paró el corazón. 

¿A qué venía aquella pregunta? Si ellas habían descubierto que había estado en la habitación de Alessandro, podía darme por perdida.

—En mí habitación, durmiendo. ¿Por qué? —Contesté intentando que mi voz sonase segura.

—O sea, te perdiste una gran fiesta. —Rio Stella. Tanto "o sea" me estaba incordiando.

—Estuvo realmente bien, ¿verdad Susy? —Rio Brittany. Un tenebroso escalofrío recorrió mi cuerpo. Estas tres me ponían los pelos de punta.

—¡Podéis ir al grano y decirme de una vez lo que queréis!

—Lo que pasó fue que tu querido Filipp vino muy triste a mi lado ayer —Habló Susan con la voz pastelosa que usaba para hablar con los chicos—. Me contó que se sentía muy mal, pobrecito, estaba destrozado.

—¿Y? —La apuré.

Si venía a decirme que Filipp había estado mal por mi culpa, ¡que lo soltara de una buena vez!

—¡Que vino corriendo a mi lado, tonta! Y yo muy feliz lo consolé. Toda. La. Noche. Ya me entiendes. —Me quedé sin palabras. ¿Qué podía decir? Mi mejor amigo se había acostado con Susan después de decirme que me quería—. ¿Te molesta querida? ¡No me digas que te has puesto celosilla! 

No estaba celosa. ¡Estaba alucinando!

—Se quedó, o sea, mudísima.

—Eso a mí me da igual que no hable, lo único que quiero es que escuche —Susan se agachó para quedar a mi altura y me miró fijamente con sus ojos oscuros cargados de odio—. Sí que puedes oírme, ¿verdad, becada? Aléjate de Filipp. Ya no tienes nada que hacer. Apártate de él o convertiré tu pobre vida en un infierno. —Se enderezó y se fue, seguida de sus dos amigas.

Me mordí la lengua para no levantarme y contestar, sabía que, si me enfadaba, nada bonito saldría de mi boca. Y no podía llamar la atención; no quería a Susan averiguando sobre mí, tratando de amargar mi "pobre" vida, y, en consecuencia, descubriendo mi secreto.

La puerta se abrió, y Filipp entró en la cafetería seguido de Jake y Alessandro; una vez más Drew estaba desaparecido. Mi mirada se cruzó con la de Alessandro provocando una cálida sensación de cosquilleo en mis mejillas.

Todos ocuparon sus lugares, quedando Filipp a mi lado. Lo miré mientras él se sujetaba la cabeza con una mano. ¿Realmente habría pasado la noche con aquella pelirroja trastornada?

Tenía un aspecto horrible, unas oscuras ojeras manchaban su piel, y sus ojos verdes estaban oscuros y enrojecidos. Él levantó la mirada hacia mí y me saludó sonriendo lo más que pudo.

—¿Qué tal, rubia?

—Bien, Filipp, pero tú... Si hoy jugaras un partido de baloncesto, estoy segura de que perderías. —Él rio sin muchas ganas.

—¿Tan feo estoy? —Reí.

—Un repollo pasado tiene mejor cara que tú hoy, hermano. —Intervino Jake. Filipp me miró preguntándome si era cierto y yo negué con la cabeza.

—Tú no estarías feo ni queriendo, pero no creo que puedas correr mucho —Mi amigo sonrió y sus ojos se iluminaron ligeramente, dándole un mejor aspecto—. ¿Resaca? —Él afirmó.

—El alcohol es malo.

—Lo es. ¿Cómo harás hoy en clase?

—Me tomaré un café bien cargado y estaré como nuevo. No te preocupes por mí, Daniella.

—Por mucho que me lo pidas me seguiré preocupando.

"Porque eres mi mejor amigo y me importas." —Quería decirle. Pero sabía que en ese momento mis palabras lo hundirían. O tal vez no...

Sentí un suave cosquilleo y desvié la vista un segundo para comprobar que Alessandro me miraba fijamente con los ojos nadando en un cálido y brillante chocolate. Volví mi vista a Filipp, que me sonreía agradecido; su piel tenía mejor color en ese momento. Le devolví la sonrisa y di un leve apretón a su brazo sobre la mesa. 

Una parte de mí se sentía mal por lo ocurrido, por no poder corresponder a sus sentimientos, la otra no dejaba de recordarme que había hecho lo mejor y que al parecer, Filipp había sabido reponerse rápidamente con Susan.

No. Filipp no era ese tipo de personas. Aunque tal vez al estar borracho... ¿Se habría aprovechado de él la pelirroja?

Él colocó su mano sobre la mía y me mostró su pequeña sonrisa de duendecillo. Miré hacia la otra esquina del comedor y vi cómo los ojos de Susan ardían enfurecidos.

Tal vez estuviese jugando con fuego, pero Filipp era mi mejor amigo, me quería y me cuidaba, y aunque no sabía si lo seguiría haciendo después de mi rechazo, yo sí cuidaría de él.

—Hey. ¿Dónde está Alan? —Preguntó Jake.

Giré la cabeza hacia la barra y vi como Alan se había unido a la conversación de Will, mientras abrazaba a Alina tratando de parecer casual.

Sonreí al ver la cara roja de mi amiga, que estaba más firme que un soldado.

—Está marcando territorio —Informé divertida. Todos miraron hacia la barra y reímos llamando la atención de los tortolitos que se despidieron de Will y vinieron a la mesa—. ¿Y mi café? —Le pregunté a la morena burlona.

—La cafeína est très mala y vamos a llegar tarde a las pistas, amie. Mejor vamos yendo. —Me agarró de la mano y tiró de mí hacia fuera de la cafetería.

—¡Pero si aún falta una hora, Ali! ¡Quiero mi café!

Pero ella no me soltó hasta que estuvimos fuera del Pettit. El aire frío golpeó nuestras piernas y yo me abracé, rogando al cielo que Ali tuviese algún destino en mente que no fuese a la intemperie.

—¿Viste lo que hizo Alan?

—¿El qué? —Pregunté con inocencia.

—Él... ¡me abrazó! ¿No lo viste? —Se notaba la gran felicidad que sentía en su voz, y en el brillo de sus ojos.

—Ah, ¿eso?

—¡Sí, eso! —Contestó dando un pequeño chillido de emoción—. ¿Por qué lo haría? ¿Sería porque me vio con Will?

—Tal vez —Sonreí—. ¿Por qué no le dices que te gusta?

—¡Je ne sais pas, Daniella! ¿Y si yo no le gusto? —Rodé los ojos y reí divertida. 

¡Alan y ella eran exactamente iguales!

—Todo es intentarlo, Ali.

Una hora más tarde, todos los alumnos de sexto estábamos en la pista comenzando los calentamientos. La profesora, Rachel, era una mujer joven con unas apretadas mayas de lycra y una camiseta, muy ceñida, del mismo material; apenas sería diez años más mayor que nosotros, y desde el primer día nos daba el mismo discurso mientras empezábamos.

—Todos sabéis que en este centro la gimnasia no es una asignatura más; aquí no hacemos ejercicio buscando una buena nota, sino como una forma de mantener un cuerpo sano, y la mente ocupada —Terminamos los ejercicios entre los sonoros babeos de gran parte del alumnado masculino, que miraban a la profesora como si fuese un pedazo de carne—. Muy bien, poneos en parejas y empecemos a trotar. Colombo, conmigo.

Alessandro siempre entrenaba con la profesora, a un ritmo más lento que los demás. Lo vi alejarse del grupo en silencio. ¿Qué le habría pasado?

—Nella, ¿corres conmigo? —Me giré y vi a Drew sonriéndome amable.

—¿Eh? Sí, claro. ¿Dónde te habías metido? —Drew encogió los hombros con aire triste.

Vi como Filipp le lanzaba una extraña mirada al moreno mientras se colocaba de pareja con Jake, pero Drew no lo notó. Me alegró ver que el rubio tenía mejor aspecto y color; le sonreí y él cambió su amarga expresión para devolverme la sonrisa.

—Cinco vueltas, chicos. Tenéis diez minutos máximo. —Rachel tocó el silbato y comenzamos a trotar.

—Quería darte las gracias por tu apoyo, Nella. —Dijo Drew. Le sonreí quitándole importancia al asunto.

—No tienes por qué darlas. Para eso están los amigos, ¿no?

—Gracias entonces por ser mi amiga. Me estoy sintiendo bastante solo en estos momentos, y las cosas con los chicos no van demasiado bien, así que tu apoyo es lo único con lo que cuento.

—Todo pasará, y los chicos y tú volveréis a la normalidad, Drew, ya lo verás. —Afirmé tratando de sonar segura.

—Pero mientras te tendré a ti a mi lado, ¿verdad?

—Cuenta con ello.

Las horas pasaron enseguida. Corrí hasta mi habitación para darme una ducha con agua caliente y decidí tomarme un buen rato para cuidarme con mascarillas y cremas; para finalizar me eché mi loción hidratante de fresa. Agarré mi pantalón vaquero favorito y una camiseta llena de orejas de conejo y bigotillos. 

Bajé a la lavandería con mi ropa sucia, y aprobeché la ocasión para lavar, secar y planchar a conciencia las prendas que Alessandro me había dejado.

Cuando terminé, subí hasta el segundo piso con intención de devolverle su improvisado pijama, pero me percaté de que no podría atravesar todo el pasillo hasta su habitación a esa hora de la tarde sin ser vista por nadie, de modo que subí a mi habitación y esperé a que anocheciera haciendo ejercicios de clase, hablando con las gemelas y con mi madre, que finalmente había podido llamarme.

Ella se había alegrado de que fuera a ver a mi padre en vacaciones, y más cuando era sólo una semana y podría pasar las demás navidades con ella.

Cuando ya había oscurecido lo suficiente, salí al balcón y el aire frío me golpeó una vez más en la cara; el invierno se acercaba. Bajé con cuidado hasta el pequeño balcón de Alessandro y miré por el cristal de la puerta.

Él estaba sentado en su escritorio, ya con el pijama puesto. Desde mi posición podía apreciar todo el esplendor de su ancha espalda, la perfecta forma de los músculos de su brazo izquierdo y por primera vez, reparé en el pequeño pendiente negro de su oreja, que se veía gracias que traía el pelo atado a la altura de la nuca; vi su cama y recordé una vez más el peso y calor de su brazo sobre mis costillas; a pesar del frío, mi cuerpo entró vergonzosamente en calor.

"¿Qué demonios haces, Daniella? ¿¡Ahora eres una acosadora!?"

Sacudí mi cabeza para eliminar las imágenes que se empeñaba en recordar.

"¡Llama de una vez!" —Me exigí.

Acerqué mi mano temblorosa a la puerta. ¿Qué pensaría Alessandro al verme? ¡Tenía que devolverle la ropa! y no podía ser delante de alguien ni entrando por la otra puerta de su habitación, de modo que, ¿qué otra opción tenía?

Golpeé con cuidado el cristal un par de veces, pero mi vecino no pareció escucharlo; golpeé de nuevo con más fuerza y Alessandro se giró extrañado hacia la puerta.

Lo saludé con la mano, con las mejillas cargadas de vergüenza, y pude ver como las comisuras de sus labios se arqueaban ligeramente antes de que agachase la cabeza. Segundos después me miró de nuevo claramente divertido y le levantó de la silla con lo que pareció un profundo suspiro. Se acercó a la puerta y me miró desde dentro sin abrirme. Vi que movía la boca diciendo algo, pero el buen sistema de bloqueo del sonido del edificio me impedía saber qué era.

—¿Qué? —Alessandro se acercó más a la puerta y dijo algo de nuevo, que tampoco pude escuchar; me acerqué un paso hacia la puerta—. ¿Qué?

Él rio tímidamente parando  el tiempo a mi alrededor. Mi cuerpo aumentó de nuevo de temperatura y las traviesas mariposas eléctricas comenzaron a flotar por mi estómago, haciéndome cosquillas. Tenía una sonrisa realmente hermosa.

—Alessandro... No te escucho. ¿Podrías abrir la puerta?

Él se acercó más al cristal quedando pegado a él y negó con la cabeza dándome a entender que no me escuchaba. Me pegué también al cristal y le repetí que me abriera. Él apoyó la oreja en la puerta y esperó. Me coloqué de puntillas, acerqué a boca al cristal a la altura de su oreja, cerré los ojos avergonzada y con paciencia grité.

—Por favor, Alessandro, ¿me puedes abrir la puerta?

Abrí los ojos y vi a Alessandro sonriendo y mirándome fijamente, con unos cálidos ojos bañados de un líquido chocolate, por primera vez, sin restos de tristeza. Yo me congelé ante la belleza de esos ojos, pero mis mariposas enloquecieron y comenzaron a enviar fuertes corrientes que recorrían mi cuerpo de arriba abajo.

Sin moverse de su lugar, él abrió la puerta, dejando nuestros cuerpos a escasos centímetros. Sentí como si mi corazón saltase en Parapente.

—Hola, Daniella.

—Hola. —Hablé en un hilo de voz. 

Nos quedamos en silencio durante unos eternos segundos hasta que, al fin, Alessandro negó algo para sí mismo con la cabeza y se apartó hacia un lado invitándome a pasar.

Me costó horrores darle a mi cuerpo la orden de avanzar, pero finalmente, entré en su habitación y él cerró la puerta del balcón. Mis traviesas mariposas viajaban de un lado a otro, sorprendiéndome con una descarga eléctrica cada vez que me atrevía a mirar a Alessandro.

—¿Quieres dormir aquí hoy también?

"¿¡QUÉ!?"

—¡No...!

—Te advierto que no pienso dormir fuera de las mantas. La noche está fría y aún no tenemos calefacción.—Continuó sin dejarme explicar.

—¡No es eso!

Él rio, divirtiéndose a mi costa.

¡Por todos los demonios del infierno!  ¿Pero qué se creía ese italiano de pacotilla?

Como siempre, mi creciente enfado encerró a todas las mariposas en cápsulas de acero.

—¿Pasó algo entonces? —Preguntó con inocencia.

—¡Sólo venía a traerte la ropa! —Hablé con dientes chirriantes.

—¿Mi ropa? —Miró mi mano y levantó las cejas comprendiendo—. Oh. Y yo pensando que estaría en el cubo de la ropa sucia.

—Quise lavarla antes de devolvértela —Le pasé las prendas y él las colocó sobre la mesa—. No sabía cómo entregártelas sin que los demás se enterasen. No quería molestar, y ¡por supuesto o pretendía dormir aquí! 

—Está bien —Dijo él divertido, levantando los brazon en son de paz—. no te preocupes. —Asentí.

Las palabras de Susan volvieron de pronto a mi mente. Si Filipp había estado con ella, ¿no lo sabría su mejor amigo?

—Oye, Alessandro, tú... ¿Sabes si Filipp pasó ayer la noche con Susan? —Pregunté de corrido, para no tener tiempo de arrepentirme. Alessandro me miró con sorpresa primero y después su rostro se mostró serio.

—¿Te molestaría si así fuera?

—No —contesté inmediatamente—, pero sí me molestaría que Susan inventase esas cosas sobre Filipp. —Vi como me observaba, evaluando mi sinceridad y finalmente habló.

—Filipp no recuerda mucho de lo que pasó, pero Jake y Alan sí, y le contaron que Susan se lo había comido a besos mientras él no paraba de decir lo mal que había sentado el alcohol. Tuvieron que quitársela de encima, pero te puedo asegurar que durmió en su habitación anoche, solo. —Maldita mentirosa endemoniada—. ¿Susan dice que se acostaron? —Asentí y él negó con la cabeza—. A Filipp no le hará gracia saber eso. A saber con quién habrá estado ella realmente.

—No le digas nada a Filipp.

—¿Por qué no?

"Porque si Filipp se lo reprocha, ella me culpará a mí, me irá detrás y puede que me descubra."

—Porque no merece la pena que se enfade por eso. Ella sólo quería molestarme a mí... sin mucho éxito la verdad. —Alessandro me observó pensativo y finalmente accedió.

—Está bien, pero si descubro que se lo cuenta a alguien más...

—No lo hará —Le aseguré—. No se arriesgará a que alguien le vaya con el cuento a Filipp.

—Puede que tengas razón —Vi como cogía la ropa que acababa de traerle y la llevaba hasta el armario—. ¿También la has planchado? —Preguntó divertido.

—Sí, yo... Después del favor que me hiciste pensé que era lo menos que podía hacer —Él asintió con la cabeza y se giró para guardar las prendas—. ¡Pero aun así podrías agradecerme! ¿Tus padres no te enseñaron a dar las gracias? —Pregunté bromeando.

Alessandro se paró y se giró hacia mí dejándome ver que su rostro no mostraba signo alguno de humor; sus ojos se habían puesto oscuros de repente, y en el fondo de su color chocolate había vuelto a aparecer la tristeza.

Su expresión hizo que mi corazón dejase de latir y borró la sonrisa de mi rostro. Por alguna razón, mi broma lo había lastimado, y no saber el por qué me torturaba, aunque no tanto como cuando lo supe:

—Mis padres están muertos, Daniella.

¡¡¡¡Hola Zanahorios!!!!

¡¡¡Contadme qué os ha parecido este capítulo!!! ¿¿Qué os ha parecido Alessandro con el hielo y la puerta?? Qué opináis sobre Drew?, ¿Y del cuento de Susan?  Y, por último, ¿os esperabais la noticia final? 

Dejadme vuestros comentarios, votad si os ha gustado el capítulo y recomendad la novela si queréis que lo lea algún amig@ ^^

¡Besos!

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