Sábado


ϟ ..ઇઉ..ϟ

Abrí con pereza los ojos, pero no vi más que oscuridad. 

A mi lado, una suave respiración me calentaba la oreja, haciéndome espabilar de golpe.

Sentía un leve peso sobre mis costillas y supe que Alessandro descansaba su brazo sobre mí. Todo mi cuerpo subió de temperatura, despertando a mis mariposas, que comenzaron a bailar en mi estómago. 

¿Cuánto tiempo habría estado abrazándome?

Una sonrisa involuntaria asomó a mis labios al pensarlo, pero rápidamente la borré, convenciendome de que Alessandro abría acercado a mi a causa del frío. El pobre había pasado toda la noche durmiendo sobre el edredón. 

A pesar de que me había costado dormir al saber que lo tenía al lado, que dormía en su cama, su tranquila respiración había sido como una nana que poco a poco me había hecho caer en los brazos de Morfeo.

Con cuidado, agarré su brazo y lo dejé al lado de mi cuerpo; él se removió y se giró asustándome, pero me relajé ver que seguía durmiendo. Me levanté despacio de la cama y traté de cubrirlo con las mantas; al menos pasaría sus últimas horas de sueño calentito. Al pensar en ello, me golpeó un gran sentimiento de culpa. Tendría que encontrar la forma de agradecerle el favor. 

Me arrastré a oscuras por la pared hasta dar con el interruptor que buscaba y encendí la luz. No quería despertar a Alessandro, pero necesitaba ver. Por suerte él ni se inmutó.

Fui hasta su escritorio y agarré una hoja y un bolígrafo; mientras pensaba, su móvil comenzó a vibrar a mi lado, haciéndome olvidar el gran discurso de agradecimiento que iba a escribir. Me quedé mirando cómo se iluminaba en silencio el nombre de "Rosetta" en la pantalla hasta que, finalmente, se quedó en negro. Vi a Alessandro durmiendo con gesto apacible y el pelo revuelto en una maraña imposible.

El fantasma de nuestro casto beso volvió a mi mente. Recordé la conversación que habíamos tenido por la noche, cuando me había dicho que no sabía lo que se sentía al estar enamorado. ¿Por qué estaba con aquella chica entonces?

Sacudí esos pensamientos de mi cabeza; a mí no me incumbían los asuntos de Alessandro. El beso había sido sólo para alejar a aquellos tipos. Nada más. 

Eran las siete y media de la mañana. Debía darme prisa si no quería que me descubriesen y él tuviese problemas por ayudarme. Además, debía apurarme para estar a las diez bajo el Big Ben para mi encuentro con Pablo.

Debía estar contenta, al fin había llegado el ansiado día: ¡el último sábado del mes! 

Dejé la nota sobre la almohada y entré al baño a ponerme el uniforme.

Alessandro me había dicho que lo mejor era pedirle las llaves de repuesto a Sophia por la tarde, pero no podía esperar tanto; al fin podía salir del internado y no lo haría con el uniforme escolar.

Salí con mi improvisado pijama en la mano; lo lavaría antes de devolvérselo. Abrí la puerta de la habitación con cuidado y eché un vistazo al desierto pasillo, escuché a Alessandro removerse de nuevo, por lo que me apuré a apagar la luz y salir de su habitación.

Bajé corriendo a la lavandería que, para mi suerte, ya estaba abierta. Metí su ropa en la lavadora y cerré la puerta sin encender el aparato.

Corrí hacia la habitación de Sophia y llamé a la puerta. Después de insistir un par de veces, la somnolienta orientadora abrió y me miró con odio.

—¿Qué pasó, Daniella? ¿Sabes la hora que es?

—Ya son las ocho, Sophia —Hablé con tono inocente. Ella entrecerró los ojos dejándome claro que para ella era demasiado temprano—. Lo que pasa es que salí a pasear y ¡perdí mi llave!

—¿Saliste a pasear? —Asentí—. ¿A las ocho de la mañana en sábado? —Asentí de nuevo—. Y perdiste las llaves. —Asentí por tercera vez, pero al ver la clara duda que había en sus ojos a cerca de mi historia, puse a mi cerebro a pensar una explicación más completa.

—Salí con Alina, siempre vamos a correr o caminar por las mañanas y ¡hoy no iba a ser una excepción por ser sábado! No sé en qué momento perdí las llaves y por más que buscamos... Ella me abrió el portal y subió a ducharse, pero yo necesito las llaves de repuesto de mi habitación. —Recé para que me creyera, pero ella no parecía muy convencida.

Aún así, seguramente motivada por las ganas de seguir durmiendo, sacó unas llaves de algún lugar de detrás de la puerta y me las entregó.

—No hay más llaves que estas, así que trata de no perderlas también; y si encuentras las tuyas, devuélveme la copia, ¿vale? —Asentí y rápidamente me giré y comencé a caminar, pero ella me llamó de nuevo poniéndome alerta—. Daniella...

—¿Sí?

—Hoy puedes ir sin uniforme. —Aguanté la respiración.

—¡Ah! ¡cierto! Gracias por recordármelo. —Ella asintió y cerró la puerta bostezando.

Di gracias al cielo por no haber permitido que aquella mujer me preguntase por qué demonios había ido a correr con el uniforme escolar.

Subí corriendo a mi habitación y la miré como si llevase años sin entrar allí. Me desplomé boca abajo en la cama, pensando en Alessandro. ¿Seguiría durmiendo? ¿Habría leído ya la nota? Acerqué distraída un mechón de cabello a mi nariz; olía a avellana, a él...

"¿Qué estás haciendo, Daniella?" —Me reñí.

Elegí entre mi ropa una falda vaquera y una sencilla camiseta blanca de manga larga con unos pequeños e intrincados dibujos negros a lo largo de los hombros. Me coloqué una chaqueta negra de lana gruesa y mis fieles y cómodas Converse blancas. Me gustaba mucho convinar texturas y materiales para crear un estilo lindo y fiel a mí misma. Agarré el bolso, la cámara y las llaves, que se habían quedado sobre mi escritorio la noche anterior y corrí al comedor.

Éramos seis los que estábamos desayunando y, por las caras que tenían mis compañeros, estaba casi segura de que acababan de volver de la fiestecilla de ayer. Recordé a Filipp, que había estado también bebiendo; deseaba más que cualquier cosa que se encontrase bien, o, al menos, con mejor cara que los chicos y chicas que se encontraban allí tratando de acertar con el vaso en la boca.

Salí del Pettit y caminé apurada durante un largo rato, hasta llegar al gran muro que impedía mi salida. La mañana no estaba demasiado fría y el joven hombre de seguridad ya se encontraba de pie, paseando a lo largo de la verja. Al verme sonrió.

—Señorita Daniella, la estaba esperando.

—¿Sí?

—¡Por supuesto! Hoy tiene permiso de salida durante la mañana; está en mi lista —Señaló hacia un lado haciéndome notar una puerta de tamaño corriente incrustada en el muro. Me dirigí a ella mientras él sacaba una enorme llave de latón, abría y cerraba de nuevo detrás de mí—. El bus llegará en diez minutos.

—Gracias, señor...

—Bastien, sólo Bastien por favor, ¡aún soy joven, señorita! —Sonrió amable y me estrechó la mano.

—Tutéame tú a mí también. —Pedí, y él asintió. Hablamos de cosas sin importancia hasta que, tal y como me había dicho, el bus llegó pasados diez minutos.

—Recuerda que tienes que estar de vuelta a las tres. —Lógicamente lo tenían bien informado. Asentí conforme y me subí al bus.

Una hora después estaba al fin llegando a mi destino. Vi a Pablo apoyado de forma despreocupada contra una farola al lado de la parada del bus. Estaba muy guapo con unos pantalones vaqueros desgastados en las rodillas, una camiseta blanca y una chaqueta de color verde que resaltaba el color de sus ojos. Sonrió al verme mirándolo y yo le devolví la sonrisa.

—¡Enana! —Saludó feliz cuando bajé del bus. Me abrazó y me dio dos sonoros besos haciéndome reír —. Sabía que llegarías antes de tiempo, ¿pretendías pasear por Londres sin mí?

—¡Claro que no! Fue pura casualidad —Él entrecerró los ojos dándome a entender que no me creía—. ¡Te digo la verdad, hombre!

—Está bien, te creeré si me invitas a desayunar. —Lo miré divertida y suspiré.

—¿No has desayunado aún?

—¡Claro que sí! Pero ya tengo hambre de nuevo. —Ambos reímos. 

Al parecer Pablo seguía siendo el mismo de siempre. No sabía cómo era capaz de comer tanto y mantener su cuerpo delgado, pero ver que esa parte de él seguía intacta me alegraba.

—Está bien, vamos.

Caminamos hasta una coqueta y pequeña cafetería cercana, llamada "Café Nero", nos sentamos en una de las mesas de hierro negro de la terraza; el aire olía a pan y a chocolate, el cielo estaba algo nublado, pero los rayos de sol se asomaban con fuerza por cada trocito de cielo que podían. Me reí al ver como Pablo devoraba la carta con ojos golosos, tratando de elegir su desayuno.
Desde nuestro lugar podía verse la majestuosidad del Big Ben brillando al pie del río Támesis. ¡Que maravilla poder desayunar con esa vista todos los días! Enseguida una joven camarera vino a atendernos y Pablo ordenó su pedido en un perfecto inglés. Me quedé mirándolo asombrada y él me sonrió.

—¿Te pido algo, enana?

—¡Deja de llamarme así! —Sabía que no dejaría de hacerlo, ya que era el apodo que me había puesto años atrás, estando aún en España—. Un zumo de naranja estará bien.—Pedí, presumiendo también de ser plurilingüe.

—¿Sólo eso? ¡No me extraña que no crezcas! Cuando piensas empezar a desarrollarte ¿eh? —Preguntó miestras la camarera tomaba nota—. ¡Sigues teniendo el mismo pecho que hace dos años! —Me cubrí con la chaqueta ofendida, mirando a la mujer, que al fin se marchaba. Esperaba que no entendiese español.

—¡Eso no es cierto! —Protesté en un susurro. 

¡No lo era, usaba un par de tallas más!

—Bueno, es cierto que tienes alguna curva más. Estás muy guapa, Daniella —Le enseñé la lengua aún enfadada y él rio—. Te eché de menos, enana. ¿Cómo siguen las gemelas?

—¡¡Ya!! ¡Deja de hablar de mis pechos, Pablo! —Exigí colorada.

—¿Qué? —El español comenzó a reírse desquiciado, y yo, enfadada, apreté aún más la chaqueta ocultando mi busto de su vista—. ¡Hablo de Lizz y Lucía, Daniella! —La risa le impedía casi respirar, y unas gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas, avergonzándome aún más.

¿Había alguna forma de ser más torpe?

—¡Oh!... Bien, ellas siguen en Madrid, pero hablamos a diario. Se alegraron al saber que estabas aquí.

—¿Sí? De modo que ya soy objeto de vuestros cotilleos. —Habló al fin calmándose y fingiendo olvidar lo que acababa de oír.

—¡No te lo creas tanto! —Él hizo un falso puchero de tristeza.

—Bueno, y cuéntame, ¿qué haces aquí?

—Cuéntame tú primero. ¿Por qué no estás en Argentina?

—Está bien. A ver, no hay mucho que contar... Nos fuimos a Argentina porque mi abuela paterna vivía allí, y estaba muy enferma. —Su voz se apagó y sus ojos verdes se volvieron más oscuros.

—Lo lamento mucho, Pablo. —Estiré la mano y alcancé la suya, que descansaba sobre la mesa. Él me sonrió.

—No te preocupes... La conocía poco, pero bueno... No dejaba de ser mi abuela, y mi padre se puso muy mal entonces... —Asentí infundándole ánimo—. Bueno, tuvimos que arreglar muchos papeles y esas cosas, ya sabes; pero a penas estuvimos allá cuatro meses. Siento no habértelo contado, pero no me habían dicho para qué íbamos, sólo sabía que me iba. Después supe que a mi padre le habían ofrecido trabajo en Londres y... ¡ya ves!

El padre de Pablo era un excelente cocinero, de ahí venía la afición de mi amigo por la comida, y me alegraba que le estuviese yendo bien. 

La camarera apareció con nuestros pedidos y los dejó en la mesa. Un gran vaso de zumo para mí, y para Pablo un enorme sándwich con jamón, queso, huevo, tomate, lechuga y sólo él sabía cuántas cosas más, y un café con una bolsita de azúcar y otra de sacarina. Levanté las cejas sorprendida al ver que elegía la sacarina.

—¿Qué? ¡Tengo que cuidar mi dieta! —Ambos estallamos en risas llamando la atención de toda la gente de la cafetería.

Mientras él comía, le conté cómo había terminado yo en Londres; Pablo sabía quiénes eran mis padres de modo que debía contarle lo que mis compañeros creían de mí para que no fuese a descubrirme sin querer.

—Entonces... ¿Ellos no saben que eres hija de Giannetti y Antonella?

—No.

—¿Ninguno?

—No, Pablo. ¡Por favor, no vayas a descubrirme!

—¿Tampoco el nuevo capitán? —Su pregunta me sorprendió. ¿A qué venía eso?

—Primero, ¿por qué preguntas eso? Segundo, ¿cómo sabes ya que Filipp es el nuevo capitán? —Él rio y levantó las cejas haciéndome ver que su respuesta era obvia.

—¡Después del partido todos lo teníamos más que claro! El capitán del año pasado sólo se preocupaba por lucirse delante de las chicas. Y sobre lo otro, bueno, vi a Filipp tan pendiente de ti que pensé que seríais algo... No sé...

—Somos amigos.

—Por cómo te miraba yo no estaría tan seguro de que él crea lo mismo; no te extrañes si se te declara.

"Si tú supieras..." —Suspiré.

No tenía por qué contarle sobre eso a Pablo. Estaba segura de que ya bastante mal lo habría pasado Filipp al verse rechazado, como para que encima se enterase su rival de baloncesto.

—Pero vamos... ¡mejor que no! Los Cuervos y los Jardineros no nos llevamos muy bien. No te ofendas, pero vas a un internado para pijos. —Rodé los ojos divertida.

—De modo que el pájaro de vuestro escudo sí que es un cuervo. —Me sentía orgullosa de mi habilidad para cambiar de tema.

—En realidad es un mirlo, pero eso no asustaría a nadie. —Nos echamos a reír de nuevo sin darnos cuenta de que nos estaban observando.

Una figura se paró a nuestro lado y ambos levantamos la vista esperando ver a la camarera, pero no era ella.

—¿¡Qué demonios haces tú aquí!?

Mi rostro se ruborizó sin permiso al ver a un perfecto Alessandro, tan serio como de costumbre, con el pelo suelto brillando con reflejos rojizos donde el sol lo iluminaba.

Él levantó una ceja y me miró directamente a los ojos, con los suyos insondables. Sacó un papel arrugado del bolsillo del pantalón, y lo puso delante de mi cara.

—¿Es "gracias" todo lo que me tienes que decir después de pasar la noche conmigo? —Mi boca cayó al piso; no menos que la de Pablo, que me miró con ojos desorvitados.

—¿Pasaste la noche con él? —Preguntó.

—¡No!

—¿Cómo que no? —Habló Alessandro, tratando de esconder la diversión de su voz.

Sus palabras me derretían el cerebro. Las mariposas que hasta entonces dormían en algún lugar de mi interior despertaron nada más escuchar la voz de aquel hombre.

—Bueno sí, pero...

—¿¡En serio!? ¡Claro, por eso no quieres nada con el capitán!

—¡No! ¿¡Eso qué tiene que ver!? —Protesté.

—No le mientas a tu amigo, Daniella, eso no está bien; además, aquí tengo la prueba. —Dijo Alessandro meneando la nota que le había dejado.
Le lancé una mirada de advertencia y él calló, levantando las cejas con inocencia.

—Alessandro, ¿qué haces aquí? —Luché por tomar el control sobre mi cuerpo, y mi creciente enfado me ayudaba con esa tarea.

—Tengo permiso de salida, pasaba por aquí y os vi. —Lo miré frunciendo el ceño, dejándole claro que no le creía y él encogió los hombros. 

Sólo había una persona que había escuchado lo de mi salida con Pablo.

—¿Te pidió Filipp que vinieras?

—¿Qué? ¡Claro que no! ¿Por qué iba a hacer él algo así?

—No lo sé, dímelo tú. —Le reté.

—Daniella, ni siquiera he visto a Filipp esta mañana; como te dije, tengo permiso de salida —Repitió, pero al ver que aún no lo creía suspiró—. Te doy mi palabra de caballero de que no miento.

Lo miré con los ojos entrecerrados mientras él, divertido, dibujaba una sonrisa casi imperceptible. ¿En qué diablos andaría pensando?

—Señores, nos hemos ido del tema —Dijo Pablo llamando nuestra atención, dando pequeños golpecitos sobre la mesa—. ¿Habéis, o no habéis dormido juntos?

—Sí. —Contestó Alessandro tranquilo, y Pablo volvió sus ojos verdes hacia mí buscando una confirmación o negación de los hechos.

—Sí —Pablo me miró sorprendido—, pero sólo en la misma habitación.

—También en la misma cama. —Puntualizó el proyecto de pelirrojo antes de que mi mirada asesina se clavase en él.

—Cierto —Dije enfadada y aun mirándolo mal. Pablo me señaló mientras inhalaba aire por la boca emitiendo un cómico gritito de sorpresa—, pero él se quedó por fuera de las mantas. ¡No es lo que estás pensando, Pablo! —Vi su cara de sospecha y la incredulidad reflejada en sus ojos, y la ira se apoderó aún más de mí.

¿Por qué tenía que darle explicaciones?

—¡Bueno, ya está bien! Dejemos el tema. Mejor nos vemos otro día, Pablo; ya no estoy de humor. —Dejé un billete sobre la mesa y comencé a caminar dejándolos a los dos atrás.

El corazón me golpeaba acelerado en las costillas, impidiéndome escuchar los sonidos de mi alrededor con el eco de sus fuertes latidos en mis oídos. 

Todos los nervios que había estado reprimiendo impactaron contra mi mente de un solo golpe, y un violento color rojo se apoderó primero de mis mejillas y luego se fue extendiendo, ganando terreno. 

No sabía hacia donde caminaba, ni cuánto tiempo llevaba caminando, pero no conseguía sacarme de la mente la sensación que había provocado en mí escuchar a Alessandro diciendo que habíamos dormido juntos. Era como subirme a una montaña rusa y lanzarme sin paracaídas desde el punto más alto.

Alguien sujetó mi brazo con fuerza, respiré hondo y me giré preparada para ver a Pablo, pensando que me habría seguido todo el rato, pero no era él quien estaba allí.

—Te vas a perder si sigues andando sin fijarte por donde vas; o te atropellará un coche.

—Alessandro, ¿qué haces aquí?

—Ya te lo dije. Tengo permiso de salida y...

—No, me refiero a aquí mismo. ¿Por qué me sigues? —Él se quedó un rato en silencio y luego me miró a los ojos logrando que me perdiese mirando los suyos, brillantes y cálidos.

—No lo sé... No sabía a donde ir y te vi tan lanzada y despistada que... ¡Oye, no voy a simplemente dejar que te pierdas, ¿no?! Sería un problema para el Michelangelo. —Lo miré confusa, pero él continuó a lo suyo—. ¿A dónde ibas?

—No lo sé realmente —Contesté con sinceridad—. Sólo quería ver la ciudad.

—Te acompaño entonces. Estoy seguro de que no sabrás volver al bus.

—¡Claro que sí! —Él me retó con la mirada.

—¿Por dónde has venido para llegar a aquí? —Miré a mi alrededor y me di cuenta de que no recordaba ninguna de las calles por las que había venido.

Ya iba a rendirme cuando vi la parte más alta del Big Ben sobresalir por encima de un edificio. Sonreí con mofa y señalé hacia la torre.

—Tengo que ir hacia allí y llegaré. —Alessandro miró con gesto serio hacia donde señalaba y levantó una ceja paciente, dándose cuenta de mi truco.

—Eso no fue lo que te pregunté.

—¿Qué importa eso? El caso es que sé llegar.

—¿Y cómo harás cuando te alejes más y no puedas ver el Big Ben?

—Preguntaré.

—Es más fácil que te acompañe. ¿Tanto problema tienes eso?

—No, no es eso. ¡Es que no quiero que te sientas obligado a acompañarme! —Contesté frustrada. Él me observó unos segundos con los ojos nadando en chocolate caliente, y luego volvió a su expresión neutra.

—Ya te dije que no tengo ningún lugar al que ir. Vamos.

Comenzó a caminar y yo lo seguí. Después de unos minutos en silencio, Alessandro me sorprendió preguntando.

—Esta mañana, ¿por qué no me despertaste? —Me sonrojé de nuevo al recordar su abrazo.

—Dormías como un oso en período de hibernación. No me pareció buena idea. —Él asintió.

—¿No te asusté por la noche?

—¿Por qué lo harías?

—¿No hablé o grité nada? —Negué extrañada y él se quedó unos segundos en silencio; luego habló más para sí mismo que para mí—. Que raro...

—¿El qué?

—Suelo hablar y gritar por las noches. Obviamente nadie se entera en el internado, pero en casa sí me lo decían mucho.

—¿Y... sabes por qué gritas?

Alessandro me miró fijamente durante unos segundos, dejándome ver un nuevo brote de tristeza en sus ojos marrones, que me hizo sentir un nudo en el estómago. Era una sensación muy diferente a las descargas eléctricas que él solía provocar en mí.

—Tengo... sueños muy vividos. —Permanecí a su lado en silencio. 

¿Qué podría perturbarlo por las noches de esa manera?

Caminamos en silencio hasta que pasamos por delante de una tienda de mascotas y unos pequeños Conejos Enanos llamaron mi atención.

—¡Oh! ¡Mira! ¡Son preciosos! —Esos peludos animalillos sacaban a la luz mi espíritu infantil.

Sentí cosquillas a lo largo del todo el cuerpo, marcándome el camino que los ojos de Alessandro estaban siguiendo. Aguanté ruborizada durante unos largos segundos, en los que fingí que seguía mirando a los conejitos, pero como él no decía nada, me giré para ver que, efectivamente, me observaba de lo más curioso.

—¿Qué pasa? —Exigí.

—Nada.

—¿Qué? —Repetí.

—¡Nada!

—¿Entonces por qué me miras así? —Pregunté nerviosa, levantando la voz.

—¿Así cómo? —Preguntó él.

—¡Pues así! ¡No lo sé... ¡ ¿Por qué me miras? —Insistí. Sus ojos me ponían nerviosa, y despertaban a las mariposas eléctricas de mi estómago.

—¡Porque tengo ojos! —Contestó enfadado.

¿Y ahora por qué se enfadaba?

Resoplé resignada y comencé a caminar sin fijarme hacia donde iba hasta que:

—¡Daniella, cuidado con ese...! —Me golpeé de frente contra el escaparate de cristal de una boutique—. Cristal.

—¡Ay! Jolín. ¡Eso dolió!

—Eso te pasa por no fijarte por donde vas. —Me dijo él, con su típico tono neutral.

Levanté la vista para destruir el grueso cristal con una mirada de rayos X, pero él se me adelantó lanzándome un golpe en forma de cartel.

"Sábado 29 de octubre, desfile estreno de la nueva colección de invierno de Luis Giannetti en...."

No leí más. Me alejé del escaparate y arrastré a Alessandro conmigo.

—¿Te hiciste daño?

—¿Eh? No, no te preocupes. —Él se acercó haciéndome olvidar por un momento lo que acaba de leer y observó mi frente.

Yo dejé de respirar. Su cálido aliento chocaba contra mi rostro, calmando el leve dolor que sentía. Pasó por la zona su pulgar, enviándome calambres a través de todo el cuerpo, y su olor impactó contra mi nariz noqueándome los sentidos y haciéndome enrojecer una vez más.

Mis mariposas brillaban, cargando sus alas con electricidad y agitándolas con fuerza.

—Voy a una cafetería a buscar hielo para que no te salga un chichón —Se alejó permitiéndome respirar con normalidad de nuevo—. Aunque no sé si debería —Frenó sus pasos y me miró divertido—. Los chichones hacen tanta gracia... ¡Sobre todo a los que no lo tienen! —Rodé los ojos y le hablé armándome de paciencia.

—¿No estaba eso ya perdonado? —Lo pensó durante unos segundos y finalmente asintió.

—Tienes razón. Vuelvo enseguida.

—¡Espera Alessandro! Voy contigo, que puedo andar perfectamente.

Miré hacia el escaparate una vez más. Si mi padre iba a venir a Londres en cuatro semanas, debía asegurarme de que no fuese a descubrirme.

Debía hablar con él.

¡¡Hola Zanahorios míos!!

Decidme en los comentarios si os ha gustado el capítulo.

¿Qué os ha parecido Pablito? ¿Y Alessandro? ¿Qué tal su "original" forma de aparecer?

¡¡Votad si os ha gustado y recomendad por todos lados si queréis que vuestros amigos lean la historia!!^^

Y sin más me despido con un gran abrazo y un beso con sabor a piña.

Muajaja, miento, tiene sabor a zanahoria:*

Alma.

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