¿Por qué me rechazas?
Esa mañana me desperté sola en mi habitación.
Desde que habíamos vuelto de Italia, no había pasado ni una sola noche en la que Alessandro no se colase por mi balcón para dormir abrazado a mí. Decía que a mi lado dormía tranquilo, que no tenía pesadillas, y yo adoraba sentir ese calor embriagador que emitía su cuerpo, acunándome hasta dejarme dormida.
Había sentido mucho frío esa noche; daba vueltas y vueltas sin encontrar una buena posición y apenas había logrado conciliar el sueño cuando la alarma de mi móvil se activó.
Me metí en la ducha sintiéndome agotada, coloqué el agua más caliente de lo habitual y dejé que calentase mis músculos entumecidos. A pesar de que mi cuerpo, poco a poco, se sentía más reconfortado, había algo que el agua no podía calentar: mi alma.
Una y mil veces había repasado en mi mente la conversación que había mantenido con Alessandro después de nuestro encuentro con Axel. El proyecto de pelirrojo había subido a mi habitación a petición mía; después de darle vueltas al asunto, había logrado encontrar el lado cómico de lo ocurrido y así trataba de transmitírselo a él, pero a pesar de sus sonrisas, se mostraba distante, y sus ojos apenas se detenían en los míos más de dos segundos.
Cuando el reloj marcó las once y media, Alessandro se levantó, besó mi frente y dándome las buenas noches se dirigió al balcón.
—¿Te vas? —Pregunté extrañada.
—Es mejor que hoy durmamos cada uno en nuestra habitación. —Me había dicho con una pequeña sonrisa antes de desaparecer de mi vista, dejándome con la sorpresa tatuada en la cara y un profundo vacío en el pecho.
¿Le habría dicho algo Axel? No podía ir junto a él y preguntárselo sin recordar la situación en la que nos había encontrado, y aunque yo le había visto la gracia, ¿quién me decía que Axel también lo hubiera hecho?
No, estaba segura de que si Axel lo hubiera castigado, o algo por el estilo, Alessandro me lo hubiera dicho, se habría reído y no habría acatado ninguna sanción. Tenía que ser algo más importante, tal vez más grave, pero, ¿qué era?
Frustrada y con un fuerte dolor de cabeza, decidí dejarlo pasar y ver cómo se encontraba Alessandro esa mañana. Si le había sucedido algo grave él mismo se lo contaría cuando se sintiese preparado, como había hecho con la historia de sus padres y su accidente. Sólo debía darle tiempo.
Más animada ante ese pensamiento, bajé al comedor, agarré un vaso grande de café con leche y un croissant recién hecho, y me dirigí a la mesa del fondo, donde Filipp, Alan y Alina ya estaban esperando. Sentí una punzada de preocupación al no ver a Alessandro, pero me autoconvencí de que aún estaría durmiendo.
El rubio hablaba por teléfono con el rostro serio, haciendo saltar mis alarmas. ¿Le había pasado algo a Alessandro? Corrí hasta la mesa y me relajé notablemente cuando escuché que hablaba con Lincy.
Alina y Alan me saludaron con una divertida y cómplice mirada, señalando a Filipp, que tenía todos los músculos del rostro en tensión.
—¿Esta tarde?... Con Mat...—Preguntaba Filipp—. Oh ya, el de los videojuegos...sí...Sí, recuerdo que te invitó a tomar algo...Ya, las fichas... —Su voz sonaba mortificada y celosa, y su mandíbula se apretaba mientras le extraía con furia toda la miga a su bollito de pan, y la arrojaba a su lado sobre la mesa—. No, claro que no me importa. No tendrías por qué habérmelo dicho siquiera Lizz.
Lo miré sorprendida y luego rodé los ojos exasperada, sabiendo el error que mi amigo acababa de cometer.
—Claro, hablamos esta noche. Pásalo bien con Mat —Dijo el nombre del chico con rabia, a la vez que estrujaba el pan entre sus dedos—. Chao, Lizz.
Cuando colgó el teléfono, suspiró cubriéndose la cabeza con las manos. Despeinó sus rizos dorados y con un gruñido alzó la cabeza para mirarnos.
—Me siento patético.
—Eres idiota. —Le dije, sorprendiéndolo.
—¿Qué? ¿Por ...?
—¡Filipp! ¿Eres idiota? —Gritó Jake entrando en el comedor hecho una furia, con su teléfono móvil en la mano, llamando la atención de todos los presentes—. ¿Cómo que no te importa que vaya con ese tipo? ¿Es que quieres joderme la vida?
Filipp lo miró impresionado y confuso. Miré a nuestro alrededor y vi que los demás volvían a centrarse en sus propias conversaciones, tal vez ya acostumbrados a lo ruidoso que solía ser Jake.
—¿Joderte la vida? ¿De qué hablas?
—¡Esto no se le hace a un amigo, tío! ¡Tú y yo vamos a ser concuñados, y joder a un concuñado es una putada muy grande! —Filipp lo observó con desconcierto y después nos miró a cada uno de nosotros para saber si teníamos una mínima idea de lo que el castaño le estaba hablando. Al no obtener respuesta, se giró de nuevo hacia él.
—¿De qué mierda hablas, Jake?
—¡Escúchame bien, Filipp! Si Linzy se pone triste, Lucía se pone triste y yo la consuelo. Pero si Linzy se pone triste por tu culpa, Lucía se pone echa una furia y yo acabo sordo de un oído, hostigado y moralmente agredido, por tener un amigo imbécil.
—¿Pero...yo qué hice? —Jake casi se arrancaba el cabello de la desesperación.
Era extraño y gracioso a la vez verlo en ese estado. Él nunca se enfadaba, siempre se tomaba la vida con buen humor y buscaba el lado bueno incluso en situaciones que no lo tenían, pero con Lucía de por medio, todo era diferente. Conocía muy bien a mi amiga y sabía que adoraba a su hermana por encima de cualquier cosa. Ellas tenían esa rara y especial conexión que hacía que supiesen enseguida cuando la otra se encontraba mal, y mientras que Linzy acudía junto a su hermana y la consolaba día y noche hasta que esta se reponía, Lucía prefería atacar el foco del problema, destrozándolo por completo.
Por desgracia para Jake, él se encontraba en una mala situación, justo entre ella y el "problema".
—¡Le dijiste a Lizz que no te importaba que saliese con Mat! ¡Que no te importaba! —Le repitió el castaño, abriendo mucho los ojos y enfatizando cada sílaba.
Filipp, que aún no terminaba de ver dónde estaba el problema, se rascó la cabeza con desesperación.
—¡Claro que me importa! Pero no debería; es decir... Lizz y yo no somos... ¡Mierda, mis celos son del todo irracionales! ¡Yo estoy aquí y ella allí! ¡No puedo pedirle que me espere y se mantenga alejada del tal Mateo y del otro, el de los batidos... ¡y quién sabe cuántos estúpidos más estarán locos por ella!
—¿Pero, si te importa, por qué le has dicho que no, Filipp? ¿Qué puede interpretar ella con ese "no me importa"? —Le habló Ali, con su dulce ronroneo francés.
Al fin, el destrozado chico cayó en cuenta de su error y se llevó las manos a la cabeza.
—Mierda. Tengo...tengo que hablar con ella. —Agarró su teléfono móvil y salió disparado hacia la puerta.
—¡Más te vale que lo arregles! —Le gritó Jake—. ¡Como el médico me diga que tengo que usar un audífono me lo pagarás tú!
—¿Tanto te gritó? —Pregunté divertida. Jake llevó los ojos al cielo.
—La amo con toda mi alma, Nella —Habló en tono solemne—, pero hoy... De verdad que me dio mucho miedo.
Alessandro llegó en medio de nuestra carcajada, preguntándonos qué le había sucedido a Filipp. Antes de ocupar su lugar frente a mí, me dedicó una tímida sonrisa y depositó un rápido beso sobre mi frente. No era el saludo más cálido del mundo, pero parecía un poco mejor que la noche anterior. Tal vez había acertado y el proyecto de pelirrojo sólo necesitaba tiempo para sentirme mejor y contarme lo que le ocurría.
Las clases de la mañana transcurrieron de forma rápida y tranquila, por primera vez en mucho tiempo. Parecía que ya todos se habían hecho a la idea de que era una Giannetti y me sonreían con amabilidad cuando pasaban por mi lado. Sabía perfectamente que muchas de esas sonrisas eran falsas, y no me molestaba en corresponderlas, aunque con ese gesto pareciese una absoluta maleducada. Con mi cambio de apellido, incluso algunos profesores habían modificado su trato hacia mí; la transformación más evidente había sido la de La Platino.
Alguna vez me había preguntado si su irracional odio hacia mí se debía al hecho de mi supuesta beca, pero enseguida había tachado esa idea para atribuirlo a mi falta de coordinación y mi desprecio por lo que ella consideraba "formalidad en la alta sociedad", lo cual traducía en señoritas finas y sin criterios, que no podían hacer otra cosa más que verse hermosas, bailar bien y dejar hablar a los hombres. Una profesora no se podía permitir hacer esa clase de distinciones con sus alumnos, ¿no?
En clase de modales todo se basaba en apariencias, en mostrar sólo lo que los demás desearían ver. Yo lo detestaba y creía que la profesora me detestaba a mí por ello. Pero esa mañana había estado encantadora, disculpando mis fallos e indicándome pacientemente cómo mejorar; cuando explicaba algo y yo no podía evitar rodar los ojos con exasperación, ella sólo sonreía y seguía adelante con la clase.
—Hoy La Platino fue tan encantadora contigo que casi asustaba. —Se asombró Alan, cuando íbamos de vuelta al Pettit, a mediodía.
—¡No puedo creer que me odiase por falta de un apellido prestigioso! —Exclamé—. ¡Es casi tan cínica como Susan!
—Tendríamos que hablar con la directora —Dijo Alina con tono grave—. Un profesor no puede juzgar de ese modo.
Lo pensé unos segundos. Alina tenía razón pero, ¿qué posibilidades había de que algo así ocurriese de nuevo? ¿Quién más iba a querer ocultar su apellido en ese internado para ricos?
—Dejémoslo así —Me resigné—. Ya ha habido bastantes escándalos por mi culpa, no quiero uno más.
Los chicos se miraron apenados, pero no dijeron nada más. Tampoco Alessandro lo hacía, tal vez porque estaba de acuerdo conmigo.
Giré la cabeza y vi a Filipp cabizbajo, sujetando su teléfono con fuerza. Linzy no le había contestado el teléfono y los celos le cegaban pensando en que la morena estaría pronto en su cita con Mat. Esperé por él y caminé en silencio a su lado.
—He sido demasiado estúpido, ¿verdad? —Preguntó suspirando. Yo le sonreí, tratando de animarlo.
—No, no demasiado, pero sí un poco. —Él sonrió ligeramente y volvió a suspirar.
—No me contesta el teléfono. Ya no sé qué hacer...
—Filipp, ella también tiene clases...Tal vez por eso no te respondió la llamada. —O porque su hermana le había quitado el teléfono para que no pudiese hacerlo. Lucía era muy rencorosa—. Quizás... podría hablar yo con ella...
El rubio me miró esperanzado un segundo, pero luego negó con la cabeza, volviendo a su sombrío rostro.
—No. Esto es algo que yo hice, y que yo tengo que arreglar. ¿A qué hora deberían llegar a casa? —Miré el reloj.
—En unos veinte minutos —Filipp asintió—. ¿Qué vas a hacer?
—Lo que sea necesario. Si ella no quiere hablar conmigo, yo mismo iré a hablar con ella. —Una sonrisa se dibujó en sus labios. Tenía un brillo diferente en la mirada y un suave rubor en sus mejillas.
—¿Qué ocurre? —pregunté, contagiada por su repentino buen humor. El negó con la cabeza aún sonriendo.
—Una vez Jake me dijo algo... ¡Y tenía razón! —Sus mejillas se colorearon aún más—. ¡Tengo que irme!
—¿A Madrid? ¿Ahora? —pregunté divertida. Mi amigo se había vuelto loco—. Filipp, ¡no tienes permiso de salida!
—Lo conseguiré. —Gritó saliendo disparado hacia la salida del internado.
—¿A dónde va? —Me preguntó Jake extrañado, apareciendo a mi derecha.
—A hacer locuras, como cualquier persona enamorada.
Una vez más estábamos en el taller de fotografía. Axel había explicado el método de revelado de imágenes, a pesar de que con las cámaras modernas ya no era necesario, él decía que las cámaras antiguas tenían un encanto que las nuevas jamás lograrían conseguir. Mientras que las cámaras actuales tenían un enfoque muy preciso y una impresionante nitidez, con las antiguas nunca sabías cuando iba a aparecer una mancha de luz o alguna marca sombreada, logrando unas fotos, a veces desastrosas y otras veces muy interesantes.
Cuando terminó su explicación, puso una vieja cámara y un carrete de fotos sobre cada mesa.
—Como he notado que algunos de vosotros tenéis demasiado tiempo libre —Alzó los ojos hacia Alessandro y luego miró a mí, avergonzándome—... he decidido poneros una tarea, que tendréis que entregar la próxima semana. Por parejas vais a sacar las veinticuatro fotos que tiene cada carrete y luego las revelaréis para ver el resultado. Como siempre, podéis fotografiar lo que queráis. Es obligatorio y sumamente importante que me aviséis cuando valláis a usar el cuarto de revelado. Primero porque hay que trabajar con productos altamente peligrosos, y segundo porque yo tengo la llave.
—¿Podemos ponernos con quién queramos? —Axel nos echó un nuevo vistazo.
—No. Lo haréis con vuestro compañero de mesa. —Contestó dedicándonos una desvergonzada sonrisa.
—¡Vaya! ¡Es la primera vez que nos toca hacer un trabajo juntos! —Escuché decir a Victoria con simpatía.
—Sí. —Habló Alessandro de forma concisa pero amable.
Suspiré frustrada mirando a Axel con odio. Esa habría sido una excelente oportunidad para pasar más tiempo con mi novio, pero en vez de eso lo pasaría con Stella. La pelinegra miraba concentrada la pesada cámara de fotos, como si nunca hubiese visto algo parecido.
—Esta cámara está obsoleta. ¿De verdad se pueden hacer fotos con esto? —Reí.
—Se puede. —Le aseguré. Agarré la cámara e introduje con cuidado el carrete de fotos. Busqué a Stella por el visor y disparé la primera foto.
La pelinegra me miró sorprendida.
—¿Sabes que serías una modelo estupenda? —Dije con sinceridad. El rostro de Stella se tiñó de rosa.
—Yo... —El brillo de sus me dejó saber cuánto le complacían mis palabras.
—¿Por qué no hacemos eso con este trabajo? —Ella me miró sorprendida.
—¿Hacer qué?
—Usarte a ti de modelo. Saldrán unas fotos geniales. —La emoción crecía también en mi interior. Las fotografías eran mi pasión, y el anguloso, femenino y perfectamente simétrico rostro de Stella sería una delicia para cualquier fotógrafo.
—Yo...o sea...si tú quieres...—Dijo manteniendo su propia emoción a raya.
Ya todos habíamos terminado de cenar hacía rato cuando Filipp entró en el comedor con expresión cansada pero triunfante. Sabía que todo había ido bien con Linzy porque ella misma me había llamado eufórica para contarme que el rubio había aparecido de pronto en el centro comercial, interrumpiendo su "cita" con Mateo. Lucía lo había recibido en su casa y le había hecho sufrir un buen rato, negándose a decirle dónde estaba su hermana, pero, después de todo, que hubiese tomado un avión hasta Madrid sólo para impedir que Lizz saliese con otro era una buena prueba de cuanto le importaba la morena.
—¿Filipp, dónde has estado todo el día? —Preguntó Jake con curiosidad.
—En Madrid —El castaño lo miró confuso, sin saber si le decía la verdad—. Ten, Lucía me dio esto para ti. —Le extendió una cajita roja, del tamaño de la palma de su mano y un sobre blanco.
—Has...¿Has ido a ver a mi novia y no me dices nada?
—¿A tu novia? He ido a ver a Lizz. —Aclaró Filipp contento.
—¡Pero has ido a Madrid! —Protestó Jake—. ¡Yo también quería ver a Lucía! ¿Cómo conseguiste el permiso de salida?
—Obviamente pidiéndoselo a mi padre, Jake. Le aseguré que estaría aquí por la noche y me dijo que si estaba dispuesto a todo ese ajetreo por una chica, era que merecía la pena. Así que me dio el permiso.
—¿Y mereció la pena? —Preguntó Alan. Filipp asintió orgulloso.
—Estoy medio muerto del viaje y tengo un dolor de espalda increíble, pero lo haría otra vez.
—Así que... ¿ya sois pareja? —Las mejillas del rubio se iluminaron, volviéndose de un suave tono rosa.
—No... Aún no. —Todos lo miramos boquiabiertos. Lizz no me había hablado de eso, pero yo lo había dado por hecho.
—¿Quieres decir, que fuiste hasta Madrid para que Linzy no saliese con otro tipo y no se lo pediste? —Le gritó Jake.
—No...Yo sólo iba a... pues... ¡Mierda! —Filipp se llevó las manos a la cabeza, una vez más, haciéndonos reír.
—Amigo, no tienes remedio. —Rió Alessandro.
Era curioso, y me preocupaba, que con los demás estaba tan amable y tranquilo como siempre, como si el problema que tenía fuese exclusivamente conmigo. ¿Le habría hecho algo sin darme cuenta?
—¡La madre que la...! —Miré a Jake y lo vi tan rojo como la cajita que tenía entre las manos, tratando de cerrarla con los dedos temblorosos. Cuando al fin lo logró, se cubrió el rostro con una mano y se frotó con desesperación—. ¡Quiere matarme! ¡Esa diabólica mujer quiere matarme!
Puso la caja sobre la mesa y a su lado la breve nota, abierta, que le había mandado su novia.
"Esto es lo que te has perdido por no venir. Lucía"
Esa noche, Alessandro tampoco durmió conmigo, y de nuevo el sueño se negó a acompañarme. Varias veces había pensado en bajar a su habitación y preguntarle qué le ocurría, pero me convencí de que no podía agobiarlo. Él mismo me diría cual era el problema, cuando estuviese preparado.
Por la mañana, intentando librarme de ese peso que llenaba mi pecho, encendí el ordenador y le escribí un mensaje a Nico. ¡Le echaba tanto de menos! Estaba segura de que él tendría algún truco, en su repertorio de hada madrina, para hacer que me sintiera mejor.
Sabiendo que él aún estaría durmiendo en California, no esperé su respuesta y me dirigí al comedor. Alessandro, Filipp y Jake ya estaban allí, de modo que elegí mi desayuno y caminé hasta ellos. Al verme, Alessandro me regaló una dulce sonrisa, que me hizo desear correr junto a él y besarlo con todas mis fuerzas. Dejé la bandeja sobre la mesa y rodeé la mesa para darle un fuerte abrazo por la espalda.
—Buenos días —Lo saludé sintiéndome feliz de sentir al fin su calor—. ¿Qué tal has dormido? —Pregunté tanteando el terreno.
—He tenido noches mejores. —Sonrió y giró el rostro para darme un casto beso en los labios y luego volver a poner los ojos sobre su café.
Su indiferencia hacía crecer el oscuro agujero que había crecido en mi pecho. No entendía por qué estaba tan distante conmigo. ¿Qué le ocurría?
Liberé su espalda y me senté en mi silla, sin ganas de probar bocado. Alessandro hablaba amenamente con Filipp, interesándose por su viaje. Era yo. El problema era yo. ¿Pero qué había hecho?
Buscaba en mi mente algún detalle, alguna frase que pudiera haberle dicho para molestarlo, pero no encontraba nada.
Mi móvil comenzó a vibrar, asustándome, pero me relajó comprobar que sólo el mío sonaba. Vi el nombre de Jake saltando en la pantalla y extrañada deslicé el dedo para abrir el mensaje que me había mandado.
#Jake: Ven a la sala común. Ahora!
—¿Qué ocurre? —Preguntó el proyecto de pelirrojo alarmado por mi mirada de extrañeza—. ¿Otra vez un mensaje de esos?
—No. Es Jake... dice que vaya a la sala común...
Filipp y Alessandro se intercambiaron una mirada de desconcierto, se levantaron de la silla y me siguieron hasta la puerta.
Había un pequeño grupo de alumnos entorno al enorme televisor de la sala común, y al vernos llegar, fijaron sus ojos en mí.
—Daniella —Me llamó Jake llegando hasta nosotros—. Todos están diciendo que tienes lazos con la mafia italiana.
—¿Qué? ¿Por qué? —Jake señaló el televisor con la cabeza y me aproximé a ver qué ocurría.
Estaban viendo un programa reemitido, seguramente de la noche anterior, en él salía la noticia de que la mujer más rica de Italia había firmado su herencia ante un notario, dejándole toda su fortuna a su única nieta. En el fondo de la pantalla aparecía la fotografía de una mujer mayor, de aspecto amable y pequeños ojos azules ocultos tras unas finísimas gafas doradas de medialuna. Me cubrí la boca cuando reconocí a mujer. Clarissa, mi abuela.
—...Clarissa Salvatore ha asegurado que toda su herencia irá a parar en manos de su única nieta, fruto de la relación de su hija con el famoso diseñador Luis Giannetti. La mujer ha dicho que su hija no quería saber nada de su fortuna, pero que su nieta no tenía la culpa de las malas decisiones de su madre. —Escuché horrorizada la introducción de la presentadora mientras que mi teléfono móvil sonaba una y otra vez desde mi bolo.
¿Cómo podía mi abuela hacerme eso? ¡Le había dicho claramente que no quería saber nada de su fortuna! Busqué a Alessandro con la mirada y me relajó ver que estaba justo detrás de mí. Me lanzó una mirada tranquilizadora y me abrazó con fuerza.
—¿Por qué lo hizo? —Pregunté en un hilo de voz.
—Exponiendo sus deseos ante la prensa es más improbable que te niegues a aceptar la herencia. —Me explicó.
—No la voy a aceptar. No quiero ese dinero.
—Lo sé.
—...Mi nieta tiene derecho a usar su verdadero apellido. Daniella es una Salvatore... —Hablaba Clarissa. Mi teléfono amenazaba con volverse loco, de modo que lo saqué del bolso y vi el nombre de mi madre en la pantalla.
—¿Mamá?
—Daniella, ¿estás bien?
—Sí, mamá, estoy bien... sólo...¿has visto a...?
—Lo he visto —Contestó con la voz cargada de furia—. ¡No entiendo cómo fue capaz! —Gritó. Escuché unos sonidos extraños y cuando volvió a hablar ya estaba más tranquila—. Escúchame, hija, ¿va todo bien con tus compañeros? ¿Estás bien ahí?
—Sí, ya todo está bien. —Le aseguré.
—¿Estás segura?
—Sí, mamá, de verdad que todo va bien ahora. ¿Por qué? ¿Qué ocurre?
—Me alegro de que sea así. Ahí estarás protegida. Yo me encargaré de tu abuela.
—¿Protegida? ¿Pero...?
—Ahora tengo que dejarte. Avísame si algo cambia e iré a por ti enseguida. Te quiero, Daniella. —Y colgó.
Miré el aparato con desconcierto. ¿De qué me protegía el internado? Miré a Alessandro y él me sonrió y me besó en la frente.
—Mi madre dice que el internado me protegerá.
—Me imagino que a estas alturas la prensa estará como loca buscándote, Daniella. Pero tu padre dijo públicamente que estabas en España, así que a menos que alguno de nuestros compañeros hable, estarán lejos de aquí. —Me tranquilizó.
—¿Y si ya saben que estoy aquí?
—En ese caso la puerta se llenará de periodistas —Lo miré a los ojos, enfadada por su calma—. Todo irá bien, Daniella. Tu madre tiene razón, aquí no te pasará nada. Los muros de este internado son infranqueables.
Cada día caminaba por el bosque para poder ver las enormes puertas de entrada del Michelangelo. Iba nerviosa, con cuidado de que nadie me pudiese ver a mí, y me tranquilizaba comprobar que la prensa aún no me había encontrado. La señora Lemoine había convocado una reunión con cada curso, a petición de mi padre, para pedirles a mis compañeros que no le revelasen a nadie mi paradero, y por el momento parecía que no lo habían hecho; claro que el que los hubiesen amenazado a todos con una demanda seguramente había ayudado a mantenerlos callados.
Yo odiaba todo aquello. Desde que habían descubierto que pertenecía a la familia Salvatore todos me temían. Que los Salvatore tenían lazos con la mafia era un secreto a voces y nadie quería arriesgarse a enfadar a una pequeña mafiosa. Todos los que algún día me habían tratado mal, habían venido hasta mí, prácticamente arrastrándose, para implorar mi perdón. Intentaban hacerme regalos que yo jamás aceptaba, ayudarme en cosas que yo no requería, y eran tan sumamente amables que a veces ardía en deseos de arrancarles la cabeza; otras, simplemente quería echarme a llorar y no parar jamás.
Había ansiado su respeto o amistad desde que había llegado, pero lo que ahora veía en ellos no era respeto, era miedo. Por todos era bien sabido lo que el padre de mi madre había hecho con un sinfín de empresas y locales, cosas que los padres de todos ellos poseían, y que intentaban proteger...de mí.
Mi único consuelo eran mis amigos, y ahora también Stella, que lograba que me olvidase de todo durante un ratito cada tarde, mientras posaba para mí. Las cosas con Alessandro tampoco estaban bien, aunque nadie más que yo lo apreciaba, porque sólo conmigo había cambiado.
No había vuelto a dormir a mi lado, ni me besaba con la ferviente pasión que antes lo caracterizaba. Ya no se perdía en mis ojos y se acercaba a mí ansioso por poder sentirme. A pesar de que cada noche subía a mi habitación para darme un corto beso en los labios y decirme que me quería, ya no era capaz de ver ese amor reflejado en sus ojos. ¿Cómo podría hacerlo, si a duras penas me miraba?
En los fugaces momentos en los que estábamos a solas, nos limitábamos a hablar de cualquier trivialidad que pasase por nuestras mentes. A veces, él se inclinaba hacia mí y olía distraídamente mi cabello, para luego suspirar y recordarme cuánto le gustaba el olor a fresas. En momentos como ese, mi corazón se hinchaba con una mezcla de dolor y alegría incontenibles, y me acercaba a él para abrazarlo con fuerza todo el tiempo que Alessandro me permitía, el cual no solía ser demasiado, pero disfrutaba ansiosa de esos breves segundos en los que me veía envuelta por sus brazos fuertes y podía sentir la letra "A" que pendía sobre su pecho, por debajo de su camisa. Me había convencido de que mientras la llevara, todo estaría bien.
Preocupada por su rechazo, le había preguntado qué le ocurría, si había hecho algo mal o si había alguna cosa que pudiera hacer para que estuviese bien de nuevo. Él me había mirado a los ojos fijamente, por primera vez en lo que me parecía una eternidad. Ver que ese dulce chocolate que bañaba su mirada no había cambiado, había liberado ligeramente el oscuro pozo de mi pecho. Alessandro me había envuelto en sus brazos por voluntad propia, sin que yo hubiese tenido que abrazarlo primero, y con este pequeño gesto, mis ojos se llenaron de lágrimas. Lo echaba de menos.
—Estoy bien, Daniella. Todo va bien, te lo juro. —Me aseguró apoyando el mentón sobre mi cabeza.
Quería creerlo, quería confiar en él y en esa calidez que había sentido bajo su abrazo, pero cuando, una vez más, desapareció por mi balcón, se llevó consigo todo rastro de calor en mi cuerpo. Desde aquel momento todo fue igual para mí, días y noches, no importaba, yo siempre sentía frío.
—¿Hola? ¡Tierra llamando a Daniella! —Alcé la vista y lo vi frente a mí, sonriendo como si nada ocurriese. A veces, por culpa de sonrisas como esa, creía que todo eran imaginaciones mías, que él y yo estábamos bien—. ¿En qué piensas?
—En nada. —Le devolví la sonrisa y él se sentó a mi lado en el banco de madera blanca.
El mes de marzo ya estaba tocando a su fin, el tiempo había mejorado notablemente. Los árboles de cerezo comenzaban a recuperar sus hojas verdes, y en un par de meses más florecerían, regalándonos el más hermoso y romántico paisaje. Algunas tardes, como aquella, el sol brillaba con fuerza sobre el cielo parisino y a pesar de que el suave viento aún era fresco, para mí era muy agradable salir y dejar que las risas, y gritos de júbilo llenasen mi mente con la alegría que inundaba los corazones de todos, menos el mío.
Sentí que Alessandro se revolvía a mi lado, para quedar con el cuerpo girado hacia mí. Lo miré a los ojos y los vi cálidos y brillantes, así como él era en mis recuerdos. Una de sus manos viajó hasta mi nuca, y la otra me acarició con suavidad la mejilla, encendiendo así el botón que ponía en marcha mis emociones. A partir de ese momento, mi cuerpo sentía de nuevo.
Sentía esas viejas descargas de electricidad que siempre había sentido bajo su roce, y que siempre sentiría. Mis ojos escocían. Últimamente siempre me ocurría esto cuando él me dedicaba sus pequeños gestos de cariño. No entendía por qué lo hacía. ¿Por qué los besos en la frente? ¿Por qué los abrazos? ¿Por qué el roce efímero de nuestros labios?
Aguanté la respiración cuando acercó su rostro y puso sus labios sobre los míos. Nunca los abría, nunca me besaba de verdad, sólo me regalaba estas pequeñas ilusiones, que para mí eran la más cruel de las torturas. A pesar de la sutileza de nuestro roce, mi corazón luchaba por salir de mi pecho, latiendo a toda velocidad, y cuando finalmente el sueño terminó, sentí como si todo en mí se apagara. De nuevo ya no notaba nada más que frío.
—Oye, Daniella, sé que en estos días... bueno, yo... Últimamente no te veo feliz. No pareces tú, y tengo miedo de ser el responsable de eso. ¿Va todo bien?
¿No parecía yo? Tenía gracia viniendo de él. Lo miré fijamente y pude ver la preocupación que sentía reflejada en su mirada. No quería eso, no quería preocuparlo. ¿Por qué no se daba cuenta de que se había alejado de mí?
—Estoy bien —Le sonreí como siempre, lo mejor que pude—. Estos días estás siendo agotadores. Cada día voy a mirar si la prensa ya me ha encontrado, la gente se aparta cuando paso, como si fuese a sacar una pistola de debajo de la falda. Axel no deja de mandarnos trabajos y parece que Stella le ha cogido el gusto a eso de posar. —Alessandro sonrió y me miró enarcando una ceja.
—¿Tú con un arma? Eso sí que tiene gracia. Una pistola en esas manos tan torpes sería un absoluto desastre.
—¿Crees que sería capaz de haceros daño?
—Seguro que tropezarías y apretarías el gatillo sin querer. —Rió.
—¡Alessandro! —Giré la cabeza y vi a Victoria—. ¡Tenemos que acabar el trabajo! ¡Vamos! ¡Hola, Daniella!
La saludé con la mano y miré a Alessandro, que me guiñó un ojo y se levantó para ir con ella.
—Te quiero. —Se despidió.
Durante las tres últimas semanas Victoria y él habían pasado mucho tiempo juntos, haciendo los trabajos de Axel. El profesor había quedado encantado con el resultado del trabajo de revelado de fotos y había decidido mantener los grupos así durante todo el trimestre, de modo que yo estaba con Stella, y Alessandro estaba con Victoria.
Nunca me había fijado en lo mucho que a la chica le gustaba la fotografía hasta ahora, que veía lo mucho que le insistía a Alessandro para que fuesen a trabajar. El proyecto de pelirrojo parecía pasarlo bien con ella; Victoria era muy buena deportista, nunca fallaba un tiro a la canasta, también era buena en fútbol y muy rápida en natación, además era muy habladora y siempre tenía alguna nueva historia que contar sobre los miles de lugares en los que había veraneado y las personas que había conocido; esto último había tenido el "placer" de comprobarlo por mi misma, varias veces.
Decir que sentía celos de ella era poco, aun sabiendo que era algo del todo irracional, después de todo, el proyecto de pelirrojo y yo seguíamos siendo novios. Además ella era amable conmigo, me saludaba y a veces incluso se paraba a charlar un rato con los dos, antes de llevarse a Alessandro para trabajar en los proyectos de fotografía.
Cuando los dos se perdieron de mi vista suspiré, hundiendo el rostro entre las rodillas. Esto no podía seguir así. ¡El rechazo que sentía por parte de Alessandro me estaba matando poco a poco! Si él ya no sentía lo mismo por mí... prefería saberlo, aunque eso terminase definitivamente conmigo.
Durante la cena, Jake y Alan estaban emocionados. Como cada viernes, los alumnos de sexto curso saldrían al jardín a beber, comer y divertirse, y como el tiempo había mejorado, las noches eran más agradables y el cielo estrellado creaba un ambiente perfecto. Yo estaba segura de que la señora Lemoine estaba al tanto de esa fiestecilla supuestamente secreta, pero seguramente fuese mejor dejar que los chicos se desahogasen un poco durante una noche a la semana, que tenerlos como locos por el instituto durante toda la semana.
—¿Vendrás a la fiesta de hoy, Nella? —Preguntó Jake, guiñándome un ojo.
—No, Jake. Estoy algo cansada y mañana tengo permiso de salida.
—¿Irás al centro? —Preguntó Alessandro extrañado.
—Sí. Estoy harta de estar encerrada aquí y la prensa aún no me ha encontrado, dudo que lo hagan justamente mañana. Además, he quedado con Pablo; hace mucho que no nos vemos. ¿Tú vendrás? —Pregunté esperanzada.
—Claro. No voy a dejarte por ahí sola. ¡Eres la única persona del mundo que podría perderse hasta en un metro cuadrado! —Le enseñé la lengua mientras que todos reían. De nuevo tenía esa sensación. De nuevo parecía que todo iba bien y que era yo la que imaginaba cosas sin sentido. ¿Sería así?
—¿Y tú Alessandro? ¿Vienes a la fiesta? —Él negó.
—Madrugaré con Daniella mañana. —Madrugaré con Daniella... ¿Quería eso decir que esa noche dormiría conmigo?
Mi pecho se infló de felicidad. Tal vez sí habían sido sólo imaginaciones mías después de todo.
Cuando llegué a mi habitación, me puse el pijama rosa de conejos blancos y me senté sobre la cama, mirando hacia el balcón, esperando pacientemente el momento en el que Alessandro subiese. Por suerte, no tardó demasiado. Corrí a abrirle la puerta y él entró sonriéndome.
—Bonito pijama —Dijo señalándome—. Hacía tiempo que no te lo veía puesto. Me gusta, es muy tú.
¿Muy yo? ¿Qué significaba eso?
—¿Te he dicho últimamente lo preciosa que eres? Porque, a veces siento que no te lo digo lo suficiente —Acarició mi mejilla y mi cuerpo se encendió, pudiendo sentir calor una vez más—. Te quiero, Daniella.
—Y yo a ti.
Sus labios se juntaron con los míos, y yo cerré los ojos, deseando sentir al máximo su débil tacto, pero entonces algo cambió. Alessandro me estrechó contra él y entreabrió los labios, embriagándome con su cálido aliento. Casi no podía creerlo, ¡él me estaba besando de verdad! De forma lenta y delicada, pero era un beso real. Me aferré a su cuello sabiendo que si se separaba de mí en ese momento, enloquecería. Respondí a su beso con anhelo, sintiéndolo todo por triplicado, el mareo, las descargas eléctricas, el calor... ¡Lo había extrañado tanto!
Alessandro me pegó aún más a él y comenzó a besarme con pasión, casi con urgencia y desespero. Sus manos recorrían mi espalda de arriba abajo, como si quisiese rememorarla. Me acariciaba también las mejillas, el cuello, los brazos... sus manos inquietas viajaban de un lado a otro sin descanso, haciéndome estallar en llamas. Lo amaba. Lo amaba con una fuerza tan abrumadora que me daba miedo y aún así no podía hacer otra cosa que amarlo más. En ese instante sentía que él también me amaba a mí, y que me había extrañado tanto como yo a él.
Me dejé llevar los la emoción de su cercanía, y por la fuerza de su beso, e introduje una mano bajo la camiseta de su pijama, tocando la febril piel de su espalda. Temerosa, me detuve un momento por si mi tacto incomodaba a Alessandro, pero él seguía besándome con furia y yo luchaba por seguir el ritmo loco de sus labios.
Mi corazón latía a toda prisa, amenazando con explotar en cualquier momento. Me temblaban las piernas, me faltaba el aire, pero no me importaba. Pasé la mano por su cintura hasta colocarla sobre sus abdominales, y lentamente la subí hasta dar con su cadena. Ahí seguía. Mi inicial, la prueba de que él aún me amaba. Enferma de deseo y nublada por nuestro encuentro volví a pasar mis ansiosos dedos por su abdomen, hasta llegar a la altura de su ombligo; fue entonces cuando algo en Alessandro se conectó e hizo que abriera los ojos, aminorando el ritmo de su beso hasta que finalmente se detuvo.
Retiró mi mano de su vientre y me abrazó con fuerza, besando mi cabello repetidas veces.
—Es hora de dormir. —Dijo haciéndome sonreír.
Me separé un poco de él para poder mirarlo a los ojos, cálidos, brillantes y cargados de deseo, seguramente como los míos. Alessandro me dedicó esa preciosa y tímida sonrisa que tanto me gustaba y, en un segundo, todo terminó.
El proyecto de pelirrojo besó mi frente y se dirigió hacia el balcón. Al verlo, mi mente colapsó. Olvidé cómo se hablaba, olvidé como tenía que hacer para moverme, e incluso olvidé qué tenía que hacer para que mi corazón siguiese latiendo.
—Buenas noches, Daniella . Te amo. —Y se fue.
Caí inerte sobre la cama, sin lograr entender qué ocurría. El mundo daba vueltas a mi alrededor y yo no era capaz de pararlo. El calor abandonó mi cuerpo tan deprisa que comencé a tiritar. Estaba congelada, por dentro y por fuera.
Un escalofrío me despertó de pronto. Tenía el cuerpo helado, seguramente porque no había sido capaz de ir a cerrar la puerta del balcón. Miré el reloj de mi teléfono móvil y vi que había dormido cuatro horas. Cuatro largas horas de frío y pesadillas. No podía seguir así, tenía que saber qué ocurría con Alessandro, por qué me rechazaba de esa cruel forma después de besarme como si eso fuese lo único que le importase en el mundo.
Caminé hasta el balcón y vi que la luz de su habitación estaba encendida. Tal vez había tenido una pesadilla. Me aseguré de dejar la puerta entreabierta antes de pasar con cuidado sobre la barandilla, agarrándome con fuerza a las piedras que tantas veces él me había indicado. Cuando llegué a su balcón, tomé aire un par de veces y me peiné el cabello con los dedos, había salido con tanta prisa que no sabía siquiera el aspecto que tenía.
Me acerqué a la puerta de cristal y busqué al proyecto de pelirrojo con la mirada. Lo encontré rápidamente, pero no estaba sólo.
Sentí un dolor tan profundo que hubiera preferido arrancarme el corazón del pecho y tirarlo lejos, muy lejos, donde ya no pudiera hacerme daño.
Alessandro abrazaba a una chica de pelo naranja, que descansaba entre sus brazos envuelta en una toalla.
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OwO
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Besos!!
Alma.
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